martes, 8 de noviembre de 2016

El valor salvífico del sufrimiento

Psicología Católica. 

El valor salvífico del sufrimiento 

(Nacionalismo Católico NGNP)

 Parte 1 de 2
 El sufrimiento físico se da cuando de cualquier manera «duele el cuerpo», mientras que el sufrimiento moral es «dolor del alma».
Premisa
Trataremos el problema del sufrimiento, de la enfermedad, de la vejez y de la muerte, a la luz de la Revelación, de la doctrina transmitida por los Padres y del Magisterio. Son argumentos que nos tocan a todos de cerca, sobre todo a las primeras comunidades compuestas por gente anciana, y sin embargo interesará también a los jóvenes que antes o después se tendrán que enfrentar a estas realidades en su propia vida y en la de sus familiares y de los más cercanos, a parte de los hermanos de su propia comunidad. Al tratarse de realidades que sólo el Espíritu Santo nos puede hacer comprender y penetrar, pido que sea Él mismo el que nos ilumine y nos lleve poco a poco a la plenitud de la verdad. El tema es muy profundo y denso, pero espero que el Señor me ayude a mí a exponerlo y a vosotros a comprenderlo.


Aunque sea de forma muy sintética, por falta de tiempo, afrontaremos este tema tratando en una primera parte el "valor salvífico del sufrimiento" en la enfermedad, en una segunda parte la vejez y en una tercera parte la muerte y la sepultura. Pero, al final, he querido concluir el discurso sobre el sufrimiento, la vejez y la muerte, hablando en una cuarta parte del Cielo. En realidad el Cielo, que representa el punto de llegada de nuestra peregrinación en la tierra, se debería desarrollar desde el comienzo, y por eso seria bueno que lo tuviéramos presente desde el comienzo, porque solamente a la luz del cielo adquiere sentido el sufrimiento. El mismo Jesucristo quiso preparar a los tres discípulos Pedro, Juan y Santiago, que asistirían a su agonía en el Getsemaní, manifestándoles en la Transfiguración del Tabor "la gloria del Padre en su rostro", a fin de que los tres testigos, recordando su gloria vista en el santo monte (2Pe. 2,17) no quedasen aplastados por el escándalo de la Cruz (Prefacio de la Transfiguración).

Quisiera adelantar algunas puntualizaciones que nos ayuden a desmontar falsos prejuicios sobre el sufrimiento y nos dispongan a acoger la luz que nos viene de la revelación.

Una primera puntualización es que el sufrimiento, la Cruz no se puede comprender en sentido cristiano sino a la luz de la gloria de la resurrección[1].

Otra puntualización es que la visión cristiana de la cruz no subraya el valor del sufrimiento en sí mismo, como si se tratara de una forma de masoquismo, o de sublimación por un falso misticismo, sino que, al contrario, realza el espíritu con que se afronta el sufrimiento: que es el Amor, como veremos, revelado en sumo grado en Jesucristo: "nadie tiene amor más grande que este: dar la vida por los propios amigos" (Jn 15,13).

Una tercera puntualización: es que nadie puede pretender comprender el sufrimiento con su sola razón, ni afrontar la cruz con sus solas fuerzas: la figura de Pedro al que Jesús contesta: "¡Lejos de mí, Satanás! ¡Escándalo eres para mí, porque no piensas según Dios, sino según los hombres!" (Mt 16,23) y "no cantará hoy el gallo antes que tú por tres veces hayas negado conocerme" (Mt 26,34) permanecen como un paradigma para todo cristiano.

En el Camino Neocatecumenal, sobre todo en el primer escrutinio, pero también después durante todo el recorrido, el Señor nos ha ido desvelando el sentido glorioso y salvífico de la Cruz. Pero, ya que una vez acabado el itinerario del neocatecumenado, según nos han repetido muchas veces nuestros catequistas, nos esperan antes o después tres nuevos escrutinios: la enfermedad, la vejez y la muerte, para prepararnos al combate que nos espera dejémonos guiar por el Papa Juan Pablo II que en su Carta Apostólica "Salvifici Doloris" (SD) subrayará el "valor salvífico del sufrimiento"[2]. Reproduciré sólo algunos pasos que nos ayuden a iluminar el valor salvífico del sufrimiento.

"La Carta Apostólica Salvifici doloris vio la luz en el contexto del Jubileo extraordinario por el aniversario de la Redención, celebrado entre los meses de marzo de 1983 y 1984, el día once de febrero, seis semanas después de la entrevista que mantuvieron el Santo Padre y Mehmet Ali Agca, el hombre que intentara asesinarlo el trece de mayo de 1981 en la Plaza de San Pedro en Roma. La reflexión que esta Carta apostólica abarca es breve en cuanto al espacio, pero honda en lo que a su mensaje se refiere. El texto encierra una gran profundidad en su exposición y puede decirse que es más complejo de lo que parece. Está dirigido «a los obispos, sacerdotes, familias religiosas y fieles de la Iglesia Católica» y versa «sobre el sentido cristiano del sufrimiento humano».

Desde el principio se ve que sufrimiento va, pues, siempre acompañado de otras dos palabras, igualmente relacionadas entre sí: "sentido y valor salvífico". El Santo Padre no pretende desarrollar una teodicea, sino manifestar lo que nos ha sido revelado en Jesucristo respecto del dolor y el sufrimiento, pues la Redención se ha realizado de un modo muy concreto, mediante el Misterio Pascual del Señor, que incluye su sufrimiento. Se trata, pues, de la respuesta de la fe, la cual no es una interpretación más de entre varias posibles, sino la única plena y definitiva.

Es una confirmación de que es urgente hablar de la valoración que, desde la Revelación, merece el sufrimiento humano. De manera especial en esta época, hoy igual que hace veintidós años, en la que tiende a imponerse una falsa concepción de tipo hedonista la cual, lejos de plenificar y salvar al hombre, lo confunde y perjudica. De esta perspectiva parte el documento que nos ocupa, situándose en la línea de la experiencia, lo que mantiene su contenido de entera actualidad; un mensaje profético en nuestro actuar contexto histórico que ilumina la realidad[3].

El sufrimiento
Algunos aspectos del problema del sufrimiento

¿Por qué el mal, por qué el dolor, por qué el sufrimiento?

Son estos los interrogantes que el hombre se ha planteado desde los tiempos primitivos, intentando dar una respuesta. En estos términos habla el Papa Juan Pablo II en el comienzo de su carta sobre el valor salvífico del sufrimiento:

"El tema del sufrimiento... es un tema universal que acompaña al hombre a lo largo Y ancho de la geografía. En cierto sentido coexiste con él en el inundo y por ello hay que volver sobre el constantemente. Aunque San Pablo ha escrito en la carta a los Romanos que «la creación entera hasta ahora gime y siente dolores de parto» (Rm 8,22); aunque el hombre conoce bien y tiene presentes los sufrimientos del mundo animal, sin embargo lo que expresamos con la palabra «sufrimiento» parece ser particularmente esencial a la naturaleza del hombre. Ello es tan profundo como el hombre, precisamente porque manifiesta a su manera la profundidad propia del hombre y de algún modo la supera. El sufrimiento parece pertenecer a la trascendencia del hombre; es uno de esos puntos en los que el hombre está en cierto sentido «destinado» a superarse a sí mismo, y de manera misteriosa es llamado a hacerlo". (SD 2)

"El sufrimiento humano suscita compasión, suscita también respeto, y a su manera atemoriza. En efecto, en él está contenida la grandeza de un misterio específico. Ele particular respeto por todo sufrimiento humano debe ser puesto al principio de cuanto será expuesto a continuación desde la más profunda necesidad del corazón, y también desde el profundo imperativo de la fe: la necesidad del corazón nos manda vencer el temor, y el imperativo de la fe... brinda el contenido, en nombre y en virtud del cual osamos tocar lo que parece en todo hombre algo tan intangible: porque el hombre, en su sufrimiento, es un misterio intangible". (SD 4)

¿Qué entendemos por dolor y qué entendemos por sufrimiento?
"El sufrimiento es algo todavía más amplio que la enfermedad, más complejo y a la vez aún más profundamente enraizado en la humanidad misma. Una cierta idea de este problema nos viene de la distinción entre sufrimiento físico y sufrimiento moral. Esta distinción toma como fundamento la doble dimensión del ser humano, e indica el elemento corporal y espiritual como el inmediato o directo sujeto del sufrimiento... El sufrimiento físico se da cuando de cualquier manera «duele el cuerpo», mientras que el sufrimiento moral es «dolor del alma».

Se trata, en efecto, del dolor de tipo espiritual, y no sólo de la dimensión «psíquica» del dolor que acompaña tanto el sufrimiento moral como el físico". (SD 5)

Hay que notar como cuando sufrimos tiene una importancia fundamental descubrir el sentido de nuestro sufrir. Es distinta la situación de quien sufre sin saber el por qué, de quien sufre habiendo descubierto el por qué de su sufrimiento. Cada uno de nosotros se dispone mejor a sufrir los dolores de una operación y del tiempo post operatorio, si sabe que esto le servirá para recuperar la salud. Mientras, al contrario, un enfermo de cáncer, que sabe que se va a morir en un breve espacio de tiempo, aunque tenga menos dolores, sufre mucho más. En el primer caso, en efecto, soportamos mejor porque tenemos la certeza de ser curados, mientras que quien está sin esperanza está tentado por la desesperación y, a lo mejor de, quitarse la vida[4].

"Dentro de cada sufrimiento experimentado por el hombre, y también en lo profundo del mundo del sufrimiento, aparece inevitablemente la pregunta: ¿por qué? Es una pregunta acerca de la causa, la razón; una pregunta acerca de la finalidad (para qué); en definitiva, acerca del sentido. Esta no sólo acompaña el sufrimiento humano, sino que parece determinar incluso el contenido humano, eso por lo que el sufrimiento es propiamente sufrimiento humano.

Obviamente el dolor, sobre todo el físico, está ampliamente difundido en el mundo de los animales. Pero solamente el hombre, cuando sufre, sabe que sufre y se pregunta por qué; y sufre de manera humanamente aún más profunda, si no encuentra una respuesta satisfactoria". (SD 9).


Algunas respuestas al problema del sufrimiento
Antes de exponer la respuesta de la Revelación al problema del sufrimiento, echemos una mirada rapidísima a algunas de las respuestas dadas a lo largo de la historia en las distintas culturas, que nos ayude a comprender mejor también la respuesta hodierna a la enfermedad, a la vejez y a la muerte.

Para esta visión emplearé también, con su consentimiento, un estudio hecho por un Presbítero del Redemptoris Mater de Madrid que cito en la bibliografía[5].

De la antigüedad al Renacimiento[6]
En el mundo mesopotámico y egipcio la enfermedad, la vejez y la muerte se vivían como si estuvieran profundamente vinculadas a lo sacro, a la divinidad. En muchos pueblos el sacerdote o el brujo desempeñaban también el papel de curandero, de médico, sobre todo con remedios sacados de la naturaleza (hierbas, sangrías, etc.). Por eso quien estaba afligido por alguna enfermedad o problema grave recurría al templo donde el sacerdote hacía unos ritos, ofrecía unos sacrificios a la divinidad para obtener la curación y al mismo tiempo brindaba aquellos remedios que la medicina rudimentaria podía ofrecer para aplacar el dolor y obtener la curación.

Por otra parte, en general, en los 4 la enfermedad, la vejez y la muerte se vivían como si se trataran de procesos naturales que tocaban también el mundo animal y el mundo vegetal: en la naturaleza todo nace, crece, se desarrolla y madura y después se deteriora. Por ejemplo, en la cultura de los pueblos indianos el anciano se iba a la foresta para dejarse morir y reunirse a través de la muerte a sus antepasados.

En el mundo greco-romano, aun manteniéndose la relación sagrada de la enfermedad y de la muerte, empieza a desarrollarse la medicina como ciencia capaz de diagnosticar las causas de la enfermedad y de ofrecer remedios menos rudimentales y más eficaces. (Hipócrates, Galeno).

"En la Edad Media, por influencia del cristianismo, la enfermedad y la terapia se mantienen en un contexto sagrado. Será la Escolástica la que impondrá a la medicina el tener que obrar una síntesis entre contenidos y tradiciones disparatadas, abriendo así el camino al paso de la medicina de arte a ciencia".[7]

El Renacimiento puede ser considerado el terreno de cultivo en que maduran los contenidos de la ciencia moderna, ya que los grandes estudiosos de aquel tiempo se colocaron en una nueva óptica en la consideración del mundo.

En este periodo, asistimos a una verdadera y propia "revolución antropológica" y el hombre se convierte en el centro nodal de la creación. Esta nueva situación se relaciona a una especie de revolución religiosa.[8]

Pero es sobre todo Descartes (1596-1650) que

"funda la concepción de la naturaleza en un dualismo fundamental: el del espíritu (o res cogitans) la sustancia pensante, y el de la materia (o res extensa), la "sustancia extendida". El cuerpo separado de la mente, empieza su historia como suma de partes sin interioridad y la mente como interioridad sin sustancia... El cuerpo, con Descartes, se convierte en "organismo´, así que todos los aspectos cualitativos se resuelven como cuantitativos, es decir, mensurables...: a un decidido idealismo y espiritualismo en metafísica y moral se asocia un no menos decidido mecanicismo en biología y medicina: es un idealismo que, en algunos puntos, termina por coincidir con el materialismo".[9]

La respuesta de la ilustración racionalista
Ha sido en el siglo XVIII cuando ha aparecido, con mucha fuerza, la convicción utópica de que los hombres podíamos y teníamos que eliminar los sufrimientos y ser felices aquí en la Tierra (...) La Naturaleza era toda buena, la Razón todopoderosa y con tal de que los hombres se dejasen guiar por la Razón y por la Naturaleza, serían felices (...) Todas las filosofías materialistas han soñado con la utopía de una forma de existencia sin dolor o en la que el dolor esté dominado; pervive en ellas la imagen de un hombre dotado de una integridad original y natural.[10] En la Encíclica Evangelium vitae, el Papa Juan Pablo II afirma al respecto:

"El eclipse del sentido de Dios y del hombre conduce inevitablemente al materialismo práctico, en el que proliferan el individualismo, el utilitarismo y el hedonismo. Se manifiesta también aquí la perenne validez de lo que escribió el Apóstol: « Como no tuvieron a bien guardar el verdadero conocimiento de Dios, Dios los entregó a su mente insensata, para que hicieran lo que no conviene » (Rm 1, 28). Así, los valores del ser son sustituidos por los del tener. El único fin que cuenta es la consecución del propio bienestar material. La llamada «calidad de vida» se interpreta principal o exclusivamente como eficiencia económica, consumismo desordenado, belleza y goce de la vida física, olvidando las dimensiones más profundas —relacionales, espirituales y religiosas— de la existencia.

En semejante contexto el sufrimiento, elemento inevitable de la existencia humana, aunque también factor de posible crecimiento personal, es «censurado», rechazado como inútil, más aún, combatido como mal que debe evitarse siempre y de cualquier modo. Cuando no es posible evitarlo y la perspectiva de un bienestar al menos futuro se desvanece, entonces parece que la vida ha perdido ya todo sentido y aumenta en el hombre la tentación de reivindicar el derecho a su supresión".(EV 23)[11]

Junto a esta concepción de la enfermedad, los cambios sociales en las últimas décadas han conformado una cultura que presenta dos características específicas:

a) Escasa capacidad de sufrimiento: nuestra sociedad es presa de un creciente infantilismo que impulsa sin cesar hacia una inmediata satisfacción y que incapacita para soportar situaciones en las que no se obtiene un placer inmediato. Actualmente, se utilizan sistemáticamente psicofármacos para suprimir las molestias normales de la vida, para disminuir todo temor o nerviosismo.
b) Pasividad y falta de sentido: las sociedades primitivas no podían ofertar soluciones a la enfermedad o la muerte, pero, por el contrario, eran capaces de ofrecer un sentido global (...) Nuestra sociedad, a diferencia de las primitivas, tiende a la abolición del sufrimiento´ de la forma más patológica desde el punto de vista psicológico: negando la existencia del sufrimiento, negando la realidad. En este contexto, el sufrimiento no tiene sentido porque, simplemente, no existe. La enfermedad terminal es un fracaso de la ciencia y, por tanto, de la sociedad en su conjunto (...) Nuestra sociedad es la única en la historia que se ha atrevido a llegar a este extremo».[12]
La respuesta del naturalismo ético
"Bajo esta denominación, se esconde una pseudomoral muy en boga en nuestros días, y que goza de gran aceptación en nuestra sociedad, centrada en la satisfacción y el emotivismo, la cual es, en realidad, una trampa para las personas. Nos estamos refiriendo al naturalismo ético, según el cual se considera el bien del hombre limitado a su naturaleza, y la acción como un simple despliegue de sus capacidades naturales, que la van perfeccionando."

"El hombre no sería sino el resultado de un cúmulo de influencias físicas, fisiológicas y sociológicas que le determinan y hacen de él una pieza más de la naturaleza".[13] La acción humana se entiende como el mero ejercicio de las facultades naturales, quedando al margen tanto el dominio de la persona sobre las mismas, como la implicación, en el sentido moral del que tratamos, de tal persona en su actuar.

El hombre guiado por el naturalismo vive engañado en la identificación del bien con el placer y del mal con el sufrir, alumbrando una sociedad emotivista y sensitivista cuya filosofía es la vivencia del momento y cuya referencia ética es el relativismo moral, «según el cual las normas que expresen obligaciones morales no poseen validez universal, sino limitada a contextos históricos o culturales determinados».[14]

De ahí que el sufrimiento sea considerado absolutamente como algo negativo... El problema es que en esta dinámica son arrastrados, en primer lugar, los más débiles según la naturaleza, como es el caso de los enfermos, los ancianos, los minusválidos (denominación según la cual el valor de una persona se «mide» exclusivamente en función de características físicas o psíquicas) o los niños, incluso aquellos aún no nacidos.[15]

El error está en no ver que el gozo, el placer e incluso la felicidad, no son fines en sí mismos, sino una consecuencia que aparece acompañando al verdadero fin de una acción; ser feliz no es igual a sentirse bien, a un estado de satisfacción desvinculado de todo tipo de problemas, sino que hace referencia a la plenitud de la vida, a participar del bien que me precede y guía mis acciones.[16]

Las consecuencias del naturalismo moral son desastrosas porque, como se ha visto, la negación de la intencionalidad última causa la frustración existencial.[17]

La alegría es algo más profundo que el placer, y puede acompañar perfectamente al esfuerzo, al trabajo e incluso al sufrimiento, según el sentido que cada persona vaya descubriendo en su experiencia de ellos a lo largo de su vida. De hecho «el ideal de la vida sin dolor, la ilusión de la insensibilidad, destruye en el hombre hasta sus mismos órganos perceptivos".[18]

Consecuencias para los enfermos en los hospitales de hoy:
Grosso modo podemos decir que hoy día el enfermo es cada vez más considerado como objeto de estudio, de investigación, de experimentación de nuevas terapias. Mientras que hasta la Ilustración se le consideraba al enfermo en general siempre en su integridad personal, con una relación personal con el médico o con el sacerdote, rodeado y sostenido por el afecto de sus familiares, con el advenimiento de la medicina moderna el enfermo comienza a ser tratado cada vez menos como persona, y cada vez más como un objeto, aislado del ambiente familiar, y experimenta la soledad en los complejos hospitalarios; Ya no tiene una relación personal con el médico. En los hospitales el médico tiene contactos saltuarios sólo con los familiares para informarles sobre la evolución para bien o para mal de la enfermedad

Se atisban, sin embargo, nuevas tendencias para relacionarse con el enfermo como persona en su integridad. Además de los hospitales donde actúan médicos católicos o con conciencia humana, y donde la asistencia está asegurada por monjas católicas o por personal movido por el respeto y el amor hacia los hospitalizados, surgen formas de medicina que ofrecen terapias integradas respetuosas de los varios aspectos de la persona del enfermo.

Otras respuestas al sufrimiento en nuestros días
Muchas otras son las respuestas al problema del sufrimiento en la enfermedad, en la vejez y frente a la muerte en nuestros días: además de la medicina, el recurso a la magia, a religiones orientales entre las cuales está en boga el Budismo[19], a sectas esotéricas, al espiritismo, a la astrología.

La respuesta de la Revelación
Después de esta rápida mirada echada sobre algunas respuestas al sufrimiento, veamos ahora la respuesta que nos viene de la Revelación. Hay que puntualizar que en el judeo-cristianismo la respuesta al por qué del sufrimiento no llega ya de una búsqueda del hombre única y principalmente, sino que viene de la luz de la revelación de Dios. Dios mismo, que con el pueblo de Israel empieza una historia de salvación, va iluminando poco a poco a su pueblo sobre el significado, sobre el por qué de los males que lo afligen, sobre el por qué de la enfermedad y del sufrimiento.

Esta manifestación del sentido salvífico del sufrimiento será progresiva y alcanzará su culmen en Jesucristo, en el misterio de su Pascua, pasión, muerte y Resurrección.

En el Antiguo Testamento, a través de eventos, Dios va manifestando a su pueblo el valor salvífico del sufrimiento. Cito sólo algunos pasos:

En el Libro del Génesis vemos como el sufrimiento es consecuencia del pecado. Pero:

"... en el relato de la caída, el anuncio de la salvación precede al anuncio del castigo que será infligido a Eva y Adán. Este plan de salvación se realizaría gracias a la alianza establecida con la mujer y la lucha victoriosa sobre la serpiente por el descendiente de la mujer:

"Entonces Yahveh Dios dijo a la serpiente: «Por haber hecho esto, maldita seas entre todas las bestias y entre todos los animales del campo... Enemistad pondré entre ti y la mujer, y entre tu linaje y su linaje: él te pisará la cabeza mientras acechas tú su calcañar.» A la mujer le dijo: «Tantas haré tus fatigas cuantos sean tus embarazos: con dolor parirás los hijos... Al hombre le dijo.. «Por haber escuchado la voz de tu mujer y comido del árbol del que yo te había prohibido comer, maldito sea el suelo por tu causa: con fatiga sacarás de él el alimento todos los días de tu vida. Espinas y abrojos te producirá, y comerás la hierba del campo. Con el sudor de tu rostro comerás el pan, hasta que vuelvas al suelo, pues de él fuiste tomado. Porque eres polvo y al polvo tornarás». (Gn 3,14ss)

"Este anuncio inicial, por lo tanto, no consiste en castigar sino en salvar... La victoria del hijo de la mujer no se produce sino mediante un combate; supone, pues, un cierto carácter penoso. Se ven perfiladas las luchas que tendrá Jesús contra Satanás y contra aquellos que bajo su influjo le rechazan y le persiguen. Es decir, la victoria no será alcanzada sino mediante el sufrimiento. Entonces en la persona del Salvador el sufrimiento adquiere otro sentido, diferente de manera expresa del juicio de los culpables. En el origen del verdadero sentido del sufrimiento, está el acto misterioso de la generosidad del Padre que responde al hombre que le ha ofendido, no con la cólera sino con el amor que nos manifiesta dándonos un Salvador".[20]

En el libro del Génesis, en la figura de José encontramos un primer ejemplo de lectura de la historia a la luz de Dios, a la luz de la revelación. José, que por envidia fue vendido por sus propios hermanos y deportado a Egipto, después de diversas vicisitudes llega a ser constituido virrey de Egipto. A los hermanos, desconocedores de que recurren a él, constreñidos por la carestía, en el momento en que se deja reconocer les dice:

"Ahora bien, no os pese mal, ni os dé enojo el haberme vendido acá, pues para salvar vidas me envió Dios delante de vosotros... Dios me ha enviado delante de vosotros para que podáis sobrevivir en la tierra y para salvaros la vida mediante una feliz liberación. O sea, que no fuisteis vosotros los que me enviasteis acá, sino Dios, y Él me ha convertido en padre de Faraón, en dueño de toda su casa y amo de todo Egipto". (Gn. 45, 5ss)

Este es un primer ejemplo de teología de la historia que consiste en saber leer los hechos también dolorosos, de sufrimiento, a la luz de la fe.[21]

Otro ejemplo del valor salvífico del sufrimiento, es decir, del por qué Dios permite el sufrimiento a su pueblo en vistas de su salvación, para llamarlo a conversión, lo hallamos en el libro del Deuteronomio; Dios dice:

"Acuérdate de todo el camino que Yahveh tu Dios te ha hecho andar durante estos cuarenta años en el desierto para humillarte, probarte y conocer lo que había en tu corazón: si ibas o no a guardar sus mandamientos. Te humilló, te hizo pasar hambre, te dio a comer el maná que ni tú ni tus padres habíais conocido, para mostrarte que no sólo de pan vive el hombre, sino que el hombre vive de todo lo que sale de la boca de Yahveh. Date cuenta, pues, de que Yahveh tu Dios te corregía como un hombre corrige a su hijo." (Dt 8,2ss)

En la historia de la salvación vemos como muchas veces Dios permite situaciones de sufrimiento como la deportación y el exilio, para llamar a su pueblo a abandonar la idolatría y a volver a él.

En una época en la que no existía aun la perspectiva de una retribución después de la muerte, en el pueblo de Israel se fue cada vez más difundiendo el convencimiento de que Dios en esta vida premia a los buenos, aquellos que se adhieren y son fieles a la alianza, y castiga a los impíos. (Doctrina de la retribución)

Pero este convencimiento fue poco a poco puesto en tela de juicio sobre todo en el libro de Job en el que se nos presenta el sufrimiento de un inocente. A la pregunta sobre el por qué de su sufrimiento, los amigos de Job contestan con unas teorías, según la doctrina de la retribución, pero no le dan una respuesta convincente, mientras él continúa obstinadamente a profesar su inocencia. Solamente la aparición de Dios, conducirá a Job a reconocer su situación de criatura frente al Creador, y sólo entonces, después de un largo combate con el mismo Dios, sus ojos "verán a Aquel del cual había conocido sólo de oídas" (Cf. Job 42,5). También en este caso el sufrimiento de Job, aunque humanamente inexplicable a la luz de la doctrina de la retribución, ha sido una ocasión de un encuentro personal con Dios.[22] Así habla de esto el Papa Juan Pablo II en su Carta:

"Job, sin embargo, contesta la verdad del principio que identifica el sufrimiento con el castigo del pecado y lo hace en base a su propia experiencia. En efecto, él es consciente de no haber merecido tal castigo, más aún; expone el bien que ha hecho a lo largo de su vida. Al final Dios mismo reprocha a los amigos de Job por sus acusaciones y reconoce que Job no es culpable. El suyo es el sufrimiento de un inocente; debe ser aceptado como un misterio que el hombre no puede comprender a fondo con su inteligencia... Si es verdad que el sufrimiento tiene un sentido como castigo cuando está unido a la culpa, no es verdad, por el contrario, que todo sufrimiento sea consecuencia de la culpa y tenga carácter de castigo...[23] Si el Señor consiente en probar a Job con el sufrimiento, lo hace para demostrar su justicia. El sufrimiento tiene carácter de prueba. (SD 11)

Otra figura emblemática que prefigura la pasión-muerte de Cristo en vista de su Resurrección es el Siervo de Yahveh. Isaías habla de de él en sus Cantos del siervo de Yahveh: vemos a un inocente, que no combate con Dios como Job para obtener una respuesta, sino que como cordero llevado al matadero se deja conducir al sacrificio. El toma sobre sí mismo nuestros pecados, nuestras dolencias, y a los ojos de todos parece castigado por Dios, pero en realidad él ofrece su sufrimiento y su vida para la salvación de las muchedumbres. Tocamos aquí el punto cumbre de la revelación de Dios sobre el sentido salvífico del sufrimiento en el Antiguo Testamento. El sufrimiento ya no tiene solamente un significado pedagógico para conducir al pueblo a retornar a Dios, a la conversión, sino que en el Siervo de Yahveh adquiere un valor de salvación para los demás.

Será en Jesucristo, Hijo de Dios hecho hombre "por nosotros los hombres y por nuestra salvación", que resplandecerá en plenitud el sentido salvífico del sufrimiento.

Después de esta breve mirada al Antiguo Testamento, retomamos ahora el texto de la carta "Salvifici Dolores" del Papa Juan Pablo Para comprender cuanto expone el Papa es importante tener presente la situación de pecado, del que había de liberamos el Salvador prometido. En la Carta Encíclica sobre el Espíritu Santo, comentando la acción del Espíritu Santo que habría "convencido al mundo en lo referente al pecado, al juicio y a la justicia", el Papa Juan Pablo II afirma:

El pecado: la desobediencia
"Según el testimonio del principio, que encontramos en la Escritura y en la Tradición, después de la primera (y a la vez más completa) descripción del Génesis, el pecado en su forma originaria es entendido como «desobediencia», lo que significa simple y directamente trasgresión de una prohibición puesta por Dios... Llamado a la existencia, el ser humano —hombre o mujer— es una criatura. La «imagen de Dios», que consiste en la racionalidad y en la libertad, demuestra la grandeza y la dignidad del sujeto humano, que es persona. Pero este sujeto personal no deja de ser una criatura: en su existencia y esencia depende del Creador. Según el Génesis, «el árbol de la ciencia del bien y del mal» debía expresar y constantemente recordar al hombre el «limite» insuperable para un ser creado. En este sentido debe entenderse la prohibición de Dios: el Creador prohíbe al hombre y a la mujer que coman los frutos del árbol de la ciencia del bien y del mal. Las palabras de la instigación, es decir de la tentación, como está formulada en el texto sagrado, inducen a transgredir esta prohibición, o sea a superar aquel «límite»: «el día en que comiereis de él se os abrirán los ojos y seréis como Dios ("como dioses), conocedores del bien y del mal". La «desobediencia» significa precisamente pasar aquel límite que permanece insuperable a la voluntad y a la libertad del hombre como ser creado. Dios creador es, en efecto, la fuente única y definitiva del orden moral en el mundo creado por él. El hombre no puede decidir por sí mismo lo que es bueno y malo, no puede «conocer el bien y el mal como Dios». (Dominum et Vivificantem 36)

Fin de la primera parte