sábado, 12 de octubre de 2019
CATOLICISMO E HISPANIDAD por el cardenal Isidro Gomá
Con todo el bagaje espiritual, cuando, jadeante todavía España por el cansancio secular de las luchas con la morisma, pudo rehacer la patria rota en la tranquilidad apacible que da el triunfo, abordó en las costas de esta América, no para uncir el Nuevo Mundo al carro de sus triunfos, que eso lo hubiese hecho un pueblo calculador y egoísta, sino para darle la fe y hacerle vivir al unísono del sobrenaturalismo cristiano. Así quedamos definitivamente unidos, América y España, en lo más substancial de la vida, que es la religión.
Y esta es, americanos y españoles, la ruta que la Providencia nos
señala en la historia: la unión espiritual en la religión del
Crucificado. Un poeta americano nos describe el momento en que los
indígenas de América se postraban por vez primera "ante el Dios
silencioso que tiene los brazos abiertos": es el primer beso de estos
pueblos aborígenes a Cristo Redentor; beso rudo que da el indígena "a la
sombra de un añoso fresno", "al Dios misterioso y extraño que visita la
selva", hablando con el poeta.
Hoy, lo habéis visto en el estupor de
vuestras almas, es el mismo Dios de los brazos abiertos, vivo en la
Hostia, que en esta urbe inmensa, en medio de esplendores no igualados,
ha recibido, no el beso rudo, sino el tributo de alma y vida de uno de
los pueblos más gloriosos de la tierra. Es que este Dios, que acá
trajera España, ha obrado el milagro de esta gloriosa transformación del
Nuevo Mundo.
No hay otro camino. "Toda tentativa de unión latina que lleve en sí
el odio o el desprecio del espíritu católico está condenada al mismo
natural fracaso"; son palabras de Maurras, que no tiene*
la suerte de creer en la verdad del catolicismo. Y fracasará (otro
camino) porque la religión lo mueve todo y lo religa todo; y un credo
que no sea el nuestro, el de Jesús y la Virgen, el de la Eucaristía y el
papa, el de la misa y los santos, el que ha creado en el mundo la
abnegación y la caridad y la pureza; todo otro credo, digo, no haría más
que crear en lo más profundo de la raza hispanoamericana esta repulsión
instintiva que disgrega las almas en lo que tienen de más vivo y que
hace imposible toda obra de colaboración y concordia...
Catolicismo, que es el denominador común de los pueblos de raza
latina: romanismo, papismo, que es la forma concreta, por derecho divino
e histórico, del catolicismo, y que el positivista Comte consideraba
como la fuerza única capaz de unificar los pueblos dispersos de Europa.
Una confederación de naciones, ya que no en el plano político, porque no
están los tiempos para ello, de todas las fuerzas vivas de la raza para
hacer prevalecer los derechos de Jesucristo en todos los órdenes sobre
las naciones que constituyen la hispanidad. Defensa del pensamiento de
Jesucristo, que es nuestro dogma, contra todo ataque, venga en nombre de
la "razón" o de otra religión...La misma moral, la moral católica, que
ha formado los pueblos más perfectos y más grandes de la historia;
porque las naciones lo son, ha dicho Le Play, a medida que se cumplen
los preceptos del Decálogo. Los derechos y prestigio de la Iglesia, el
amor profundo a la Iglesia y a su cabeza visible, el papa, signo de
catolicidad verdadera, porque la Iglesia es el único baluarte en que
hallarán refugio y defensa los verdaderos derechos del hombre y de la
sociedad. El matrimonio, la familia, la autoridad, la escuela, la
propiedad, la misma libertad, no tienen hoy más garantía que la del
catolicismo, porque sólo él tiene la luz, la ley y la gracia, triple
fuerza divina capaz de conservar las esencias de estas profundas cosas
humanas.
Organícense para ello los ejércitos de la Acción Católica según las
direcciones pontificias, y vayan con denuedo a la reconquista de cuanto
hemos perdido, recatolizándolo todo, desde el a b c de la escuela de
párvulos hasta las instituciones y constituciones que gobiernan los
pueblos.
Esto será hacer catolicismo, es verdad, pero hay una relación de
igualdad entre catolicismo e hispanidad; sólo que la hispanidad dice
catolicismo matizado por la historia que ha fundido en el mismo troquel y
ha atado a análogos destinos a España y a las naciones americanas.
Esto, por lo mismo, será hacer hispanidad, porque por esta acción
resurgirá lo que España plantó en América, y todo americano podrá decir,
con el ecuatoriano Montalvo: "¡España! Lo que hay de puro en nuestra
sangre, de noble en nuestro corazón, de claro en nuestro entendimiento,
de ti lo tenemos, a ti te lo debemos. El pensar grande, el sentir
animoso, el obrar a lo justo, en nosotros son de España, gotas
purpurinas son de España. Yo, que adoro a Jesucristo; yo, que hablo la
lengua de Castilla; yo, que abrigo las afecciones de mi padre y sigo sus
costumbres, ¿cómo haría para aborrecerla?"
Esto será hacer hispanidad, porque será poner sobre todas las cosas
de América aquel Dios que acá trajeron los españoles, en cuyo nombre
pudo Rubén Darío escribir este cartel de desafío al extranjero que osara
desnaturalizar esta tierra bendita: "Tened cuidado: ¡Vive la América
española! Y, pues contáis con todo, falta una cosa: ¡Dios!"
Esto será hacer hispanidad, porque cuando acá reviva el catolicismo,
volverán a cuajar a su derredor todas sus virtudes de la raza: "el
valor, la justicia, la hidalguía"; y "los mil cachorros sueltos del león
español", "las ínclitas razas ubérrimas, sangre de España fecunda", de
que hablaba el mismo poeta, sentirán el hervor de la juventud remozada
que los empuje a las conquistas que el porvenir tiene reservadas a la
raza hispana.
Esto será hacer hispanidad, porque será hacer unidad, y no hay nada,
es palabra profunda de San Agustín, que aglutine tan fuerte y
profundamente como la religión.
¡Americanos! En este llamamiento a la unidad hispana no veáis ningún
conato de penetración espiritual de España en vuestras repúblicas; menos
aún la bandera de una confederación política imposible. Unidad
espiritual en el catolicismo universal, pero definida en sus límites,
como una familia en la ciudad, como una región en la unión nacional, por
las características que nos ha impuesto la historia, sin prepotencias
ni predominios, para la defensa e incremento de los valores e intereses
que nos son comunes.
Seamos fuertes en esta unidad de hispanidad. Podemos serlo más, aún
siéndolo igual que en otros tiempos, porque hoy la naturaleza parece
haber huido de las naciones. Ninguna de ellas confía en sí misma; todas
ellas recelan de todas. Los colosos fundaron su fuerza en la economía, y
los pies de barro se deshacen al pasar el agua de los tiempos. Deudas
espantosas, millones de obreros parados, el peso de los Estados
gravitando sobre los pueblos oprimidos, y, sobre tanto mal, el fantasma
de guerras futuras que se presienten y la realidad de las formidables
organizaciones nihilistas, sin más espíritu que el negativo de destruir y
en la impotencia de edificar.
La Hostia divina, el signo y el máximo factor de la unidad, ha sido
espléndidamente glorificada en esta América. Un día, y con ello termino,
una mujer toledana, "La loca del Sacramento", fundaba la cofradía del
Santísimo, y no habían pasado cincuenta años del descubrimiento de
América cuando esta cofradía, antes de la fundación de la Minerva, en
1540, estaba difundida en las regiones de México y el Perú. Otro día
Antonio de Ribera coge de los campos castellanos un retoño de oliva y lo
lleva a Lima y lo planta y cuida con mimo, ocurre la procesión del
Corpus, y Ribera toma la mitad del tallo para adornar las andas del
Santísimo; un caballero lo recoge y lo planta en su huerta, y de allí
proceden los inmensos olivares de la región. Es un símbolo: el símbolo
de que la devoción al Sacramento ha sido un factor de la unidad
espiritual de España y América.
*Nota: no tenía entonces, pues luego volvió a la fe.
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