La semana pasada se cumplieron 52 años de la muerte del asesino
comunista. Lo que no murió es el ansia totalitaria. Tampoco murió su
eficaz aparato de propaganda.
Por Karina Mariani
Por Karina Mariani
La Prensa - Política
13 de octubre de 2019
Mario Terán, sargento del ejército de Bolivia, mata en la quebrada del Yuro cerca de la aldea de La Higuera el 9 de octubre de 1967, al Che Guevara. Con estos datos concretos y con el agregado intangible del material con el que están hechos los sueños, se ha creado un relato que ascendió al asesino impiadoso, al podio de los héroes sociales.
¿Cómo llegamos a la beatificación del sanguinario Che Guevara?. ¿De qué elementos se nutrió el mito? ¿Cómo se acalló el collage de imágenes de asesinatos y vejaciones? ¿Como puede ser que aún hoy sea la imagen identificatoria de partidos políticos? El mito no nace, se hace. Y no se hace como quien sopla botellas, es necesario desfigurar la historia y reinventar la leyenda áurea para el disfrute a medida. Después de todo, cualquier subida al Olimpo está pavimentada de algunas cabezas.
UN SEGUNDON
El sacrificio de la verdad histórica supone esconder que, en el castrismo triunfante, el Che fue un segundón. Un idiota administrativo y burocrático. Un jarrón chino para el régimen cubano y también para el soviético. Un sediento de sangre bueno para nada. Sí, en cambio, hay que mirar el contexto propagandístico internacional.
El comunismo como modelo a seguir venía en picada: tanto, pero tanto así que pese a las desmentidas de meses anteriores, en Berlín se construye en 1961 el famoso muro que pone coto a las filtraciones que se hacían de oriente a occidente. El mundo entero despreciaba al paraíso comunista, nada salía según lo previsto por la planificación estatal igualitarista. Había hambre y desabastecimiento y sobre todo no había más mística. La censura recrudecía para evitar que se sepa lo ya sabido: todo el que puede se raja del paraíso.
El Che es un bálsamo entre tanto fracaso. Se le fabrica un curriculum a tal fin, viajes de ensoñación por Latinoamérica, una moto y un mesianismo salvador, el justiciero agobiado por los privilegios, el demócrata, el pacifista. Lo que resulta de este guiso ideológico es un excelente artículo de consumo, el “one of us” que embellezca al alicaído sueño comunista de las elites intelectuales que, disfrutando del capitalismo, son indolentes ante la tragedia marxista.
La figura del guerrillero argentino pasa a ser inspiración de la órbita artística bienpensante que curiosamente llega hasta nuestros días. Más de 30 canciones, al menos siete películas, pinturas, poemas y una coordinada parafernalia de épica pobrista une a Pablo Milanés, Víctor Jara, Ismael Serrano, Atahualpa Yupanqui, Silvio Rodríguez, Mario Benedetti, Pablo Neruda, Julio Cortázar, Nicolás Guillén, Paolo Heusch, Richard Fleicher, Aníbal di Salvo, Walter Salles, Josh Evans, Steven Soderbergh y Benicio del Toro. El mito no se detiene.
Más de 40 años después de la fracasada aventura boliviana que termina con su vida, Ernesto Guevara es la cara de un nutrido despliegue de marketing promocional que va desde remeras, gorras, posters, lapiceras, tazas, pins y hasta ambulancias. Generaciones completas venerando a quien consideran un santo de la lucha contra la opresión. El carilindo revolucionario no deja de ser paradoja para quienes se oponen a los parámetros estéticos del occidente capitalista. Para la venta y consumo de la progresía era un icono mucho más digerible, un tipo que hacía soñar a las señoritas, un culto, un sacrificado. La conformación marketinera del mito Guevarista responde a que la propaganda comunista necesitaba que se renueve la fascinación en los países occidentales.
Ernesto Guevara de la Serna, un inútil en la administración castrista que como médico nunca salvó una vida puso especial celo en la tarea de exterminar. Fundador orgulloso de campos de concentración como Guanahacabibes donde mostraba particular odio por los homosexuales, no dudó en violar, torturar y ejecutar también a disidentes, católicos, Testigos de Jehová y afro-cubanos en las Unidades Militares de Ayuda a la Producción (UMAP). Culpable de acabar con la agricultura cubana como director del Instituto Nacional de Reforma Agraria; también fue presidente del Banco Nacional de Cuba, ministro de Economía y ministro de Industria. No tenía ni remota idea de ninguna de estas materias. Su temprana muerte lo salva de asumir la culpa de las décadas de fracaso de la dictadura cubana.
Con esta singular biografía pasó a florearse en la Asamblea General de la ONU al grito de:
-”Nosotros tenemos que decir aquí lo que es una verdad conocida, que la hemos expresado siempre ante el mundo: fusilamientos, sí, hemos fusilado, fusilamos y seguiremos fusilando mientras sea necesario. Nuestra lucha es una lucha a muerte”.
y algunas otras perlas como:
-”¡Los jóvenes deben aprender a pensar y actuar como una masa. Es criminal pensar como individuos!”
-“Hay que acabar con todos los periódicos. Una revolución no se puede lograr con la libertad de prensa”.
-“Para enviar hombres al pelotón de fusilamiento, la prueba judicial es innecesaria. Estos procedimientos son un detalle burgués arcaico. ¡Esta es una revolución! Y un revolucionario debe convertirse en una fría máquina de matar motivado por odio puro”
Ante los ojos del mundo el Che gritó estas cosas. ¿Cómo no es detestado como otros predadores, como Hitler? Tal vez la respuesta consista en la maceración de décadas y décadas que, de la imagen de Ernesto Guevara, han hecho la industria de la educación y el entretenimiento. La reinvención de la historia no es un fenómeno nuevo y del asesino serial pasamos al tipo que mira esperanzadamente hacia el poniente desde las remeras. Este producto ensamblado sirve para vender boinas y sirve para sostener el mito de que la “justicia social” justifica la violencia.
Esta semana se cumplieron 52 años de la muerte del asesino. Lo que no murió es el ansia totalitaria. Tampoco murió su eficaz aparato de propaganda. Porque aún no apareció un producto tan amortizable, aunque hay varios prototipos en fase beta. Por eso no lo dejan morir de una vez.