EL HOMBRE QUE DIO LA PRIMICIA: entrevista exclusiva con el reportero de Viganò
Arzobispo Viganò y el reportero Aldo Valli
“Me han llamado traidor, hipócrita,
y falso. Obviamente, considerando que estas acusaciones provienen de los
enemigos de la Iglesia, considero todas estas acusaciones como medallas de
honor en defensa de la Verdad.” – Aldo Maria Valli
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El reportero de la TV pública RAI, Aldo
Maria Valli, y el músico de iglesia, Aurelio Porfiri, son dos líderes figuras
italianas católicas que decidieron unir fuerzas y hacer público su desasosiego,
cuando menos, con la situación actual de las cosas en la Iglesia Católica desde
el punto de vista tradicional de la fe.
“Destierro: Diálogos sobre la Iglesia
Líquida” (Chorabooks, Hong Kong 2019) fue el resultado de su esfuerzo, un libro
apasionado escrito como una serie de diálogos entre los dos autores sobre los
temas más apremiantes y ardientes que hoy enfrenta la Iglesia.
Mientras que Aurelio Porfiri es un
compositor, director de coros, escritor y docente que vive entre Roma y Hong
Kong, Aldo Maria Valli es un conocido veterano “Vaticanista” (reportero
experto en asuntos del Vaticano) y fue el primer reportero en recibir la
declaración del arzobispo Carlo Maria Viganò sobre el escándalo de la
homosexualidad dentro del clero.
Aldo Maria Valli fue muy amable en
responder algunas preguntas para los lectores de The Remnant sobre algunos de los temas más urgentes que se tratan
en su libro.
Q. ¿No cree que el caso de Viganò y los
abusos del clero pueden haber contribuido aún más a esta sensación de destierro
que reporta en su libro?”
A. En lo que a mí respecta, el caso Viganò ha
contribuido sin duda a hacerme sentir aún más desterrado de esta Iglesia. Como dije
muchas veces, mi proceso de “conversión” sobre el pontificado de Bergoglio
comenzó después de leer Amoris laetitia, y en ese momento me di
cuenta del grado de penetración del neo-modernismo dentro de la Iglesia
Católica, en todos sus niveles. Hasta el 2016 estaba entre los que preferían no
ver, pero Amoris laetitia abrió definitivamente mis ojos. Incluso antes de que
los cuatro cardenales expresaran sus dudas, en mi libro “266. Jorge Mario
Bergoglio Franciscus P.P.” (primera edición de 2016, publicado por Liberilibri)
expuse abiertamente mis dudas y denuncié la infiltración del relativismo en la
enseñanza moral; una infiltración que entre otras cosas ocurrió secretamente
mediante el uso de la ambigüedad como arma para socavar la enseñanza previa. Desde
entonces, me sentí más y más desarraigado y más y más solo. Perdí muchas
amistades e incluso a nivel profesional comencé a vivir una situación de
marginalización. Pero el Señor intervino dándome muchos nuevos amigos que me
ayudaron a enfrentar esta difícil etapa. Fue en este contexto que monseñor Viganò
me buscó para hablarme de sus memorias y proponerme publicarlas en mi
blog Duc in altum. Para los interesados, conté toda la historia en
el libro Il caso Viganò (publicado por Fede &
Cultura, 2018).
“Quienquiera que diga que él debiera haberlo hecho discretamente no comprende o pretende no comprender: Viganó eligió hacer ruido, y lo hizo con la convicción de que era el último recurso.”
Q. ¿Cómo explicaría lo que se percibe
como una especie de “explosión” de la homosexualidad en el clero?
A. El problema de la presencia y, yo diría,
de la invasión de lo que se ha llamado la cultura homosexual no es reciente,
sino que tiene raíces profundas. Sin embargo hoy, a través del uso de redes
sociales (piense en la gran visibilidad de un promotor de la homosexualidad
como el jesuita James Martin) ha explotado de manera tal que hasta el menos
experimentado puede darse cuenta. No tengo nada en contra de las personas con
orientación homosexual, pero como católico coincido con el Catecismo, el
cual dice que estas personas, que deben ser recibidas con especial atención,
respeto y delicadeza, están llamadas a la castidad porque los actos
homosexuales son contrarios a la ley natural.
Me parece que no hay mucho más que decir, y
sin embargo estamos viendo la propagación de una mentalidad subversiva que dice
derrocar la realidad y hace pasar la práctica homosexual no solo como buena
sino como un comportamiento bendecido por Dios. Y con frecuencia esta declaración
proviene de dentro de la Iglesia. Ahora queda claro que la responsabilidad debe
encontrarse en diferentes niveles, desde los seminarios hasta los niveles más
altos de la curia romana. Pero no alcanza a identificar al responsable. Es
necesario luchar por el respeto del orden natural, el fruto de la creación que
hoy muchas personas desean destituir por la antigua razón: poner al hombre en
el lugar de Dios. Esto conduce a una locura generalizada; también refleja la
profunda crisis de identidad del sacerdote que está en el centro de esta crisis
de fe y, como resultado, de la crisis de la Iglesia.
“Solo alguien muy ignorante, o que tiene un interés específico, elevaría al Papa a una condición de intocable que realmente no posee.”
Hemos atravesado décadas en las que el
proceso de humanización del sacerdote coincidió con su progresivo alejamiento
de Dios y de la vida de oración. De ser un constructor de puentes entre Dios y
el hombre, se ha convertido en un mero constructor de relaciones humanas (si es
que le sale bien), y al mismo tiempo, principalmente debido a la liturgia, ha
adquirido el rol de líder. De ser un mediador, ha pasado ahora a ser un actor. La
imagen del sacerdote armado con un micrófono que le habla a la asamblea de
fieles es muy similar, si lo piensan, a la de un político o periodista. Dios ha
pasado a un segundo lugar. Y si luego agregamos todas las tareas administrativas,
desaparecen la contemplación y la oración. No sé cuántos sacerdotes me han
dicho: “¡realmente deseo orar más, pasar más tiempo en adoración, pero nunca
encuentro el momento!”
Q. ¿Puede decir algo acerca de sus
reuniones personales con el ex nuncio?
A. En mis reuniones con Viganò vi a un
hombre profundamente triste por la decadencia moraI dentro de la Iglesia y la
negación sistemática de la verdad. Lo que él quería atravesar era el velo de
mentiras que cubre esta situación devastadora. Y una vez que uno decide tomar
ese camino, queda claro que debe hacerlo de la forma más dramáticamente
posible. Quienquiera que diga que él debiera haberlo hecho discretamente no
comprende o pretende no comprender: Viganó eligió hacer ruido, y lo hizo con la
convicción de que era el último recurso. Él me dijo que había orado mucho y que
lo había tenido en su conciencia durante mucho tiempo, y esto es básicamente lo
que nosotros estamos haciendo en menor escala. Cada día nos preguntamos: ¿es
apropiado continuar en esta batalla? Un amigo me preguntó: ¿qué te mueve a
hacerlo? Desde un punto de vista puramente humano, es una tontería. Tenemos
todo para perder y nada por ganar. Pero el juicio que me interesa es el del
buen Dios, no el de los hombres. Es por eso que, a pesar de quienes me acusan
de haber traicionado a la Iglesia, me siento más católico que nunca. ¡Y en
cuanto a esto sé que estoy en buena compañía!
“¿Un católico puede no ser rígido y tradicionalista? No, no puede. La ley natural es una, y no podemos torcerla a conveniencia utilizando los principios del relativismo.”
Q. ¿Cómo reaccionó emocionalmente en
aquellos días, ante semejante carga?
A. Sólo puedo decir que después de haber
publicado el informe del ex nuncio, sentí una gran paz interior. Sabía muy bien
que, especialmente desde el punto de vista profesional, iba a pagar un precio elevado (como fue que sucedió en aquel
momento), pero me di cuenta que jamás me perdonaría si evitaba intervenir, en
mi pequeña forma, en defensa de la verdad. Como una persona bautizada, llamada
a ser sacerdote, profeta y rey, no podía hacer otra cosa. Me adhiero por
completo a las palabras del cardenal Newman en su obra “Ensayo sobre el
desarrollo de la doctrina cristiana” (1845, capítulo VIII, § 1): « Que hay,
pues, una verdad; que es una única verdad; que el error religioso es en sí mismo de naturaleza
inmoral; que aquellos que lo mantienen, salvo que lo hagan involuntariamente, son
culpables; que hay que temerlo; que la búsqueda de la verdad no es la
gratificación de la curiosidad; que su logro no tiene nada que ver con la
excitación de un descubrimiento; que la mente está por debajo de la verdad, no por
encima, y a ella se liga, no para comentarla, sino para venerarla ».
Por eso, como Newman, en el caso de un brindis
religioso después de una cena, ciertamente brindaría por el Papa, pero primero
a la conciencia y luego al Papa.
Q. Hablando del Papa, aquí nos
encontramos en el asunto crucial de la obediencia…
A. Tiene usted razón: la cuestión de la
obediencia es decisiva. Nosotros los católicos debemos respetar al Papa,
desearle el bien y tomarlo en serio. Esto implica, de ser necesario, la
posibilidad de hacer ciertas críticas. Tenemos el derecho pero también el deber
de hacerlo. Y tenemos este deber porque somos bautizados. La papolatría
enfermiza que observamos en nuestros días es hija de la ignorancia y de la
manipulación. Muchos piensan que el Papa es siempre infalible, mientras que en
verdad solo lo es cuando habla ex cathedra, cosa que solo
sucede rara vez. Casi nunca. Sin embargo, cuando el Papa habla ex cathedra, debe
hacerlo tan abiertamente que los fieles sean conscientes de ello. Sostener que
el Papa siempre tiene la razón solo porque es el Papa es caer en un
clericalismo extremo, y es de notar que quienes dicen ser anticlericalistas
suelen caer en esta especie de papolatría. Cuando vamos a misa, nosotros los
católicos indudablemente oramos por el Papa, pero en el Credo decimos: creo en un
solo Dios Padre Todopoderoso, Creador del cielo y de la tierra, de todo lo
visible y lo invisible. Creo en un solo Señor Jesucristo, Hijo único de Dios,
nacido del Padre antes de todos los siglos, etc.… Jamás decimos creo en el
Papa. Y hay una razón para esto: el Papa no es más que servus servorum Dei.
Su función es de servicio. Él debe estar al servicio de la fe, y tiene el deber
de confirmar a sus hermanos en la fe. Solo alguien muy ignorante, o que tiene
un interés específico, elevaría al Papa a una posición de intocabilidad que
realmente no tiene.
“Nos conducen hacia la triste realidad en la que la Iglesia pierde a sus viejos creyentes sin encontrar nuevos. Es por eso que, y de qué manera, siento que me he vuelto tradicionalista, es decir, anclado fuertemente a una Iglesia que no puede y no debiera ofrecer descuentos.”
Q. ¿No cree que tal vez los medios tienen
alguna responsabilidad al respecto?
A. Sin duda. Quienes estamos en los medios
de comunicación tenemos una gran responsabilidad, incluso en este caso: hemos
convertido al Papa en algo que no es, en una especie de Superman. En cambio, debemos repetirlo, él es un servidor. Es solo
a Dios a quien debemos obediencia total e incondicional, no al Papa. El Papa puede
ciertamente equivocarse, incluso podría convertirse en hereje; también podría
enloquecer. Incluso en un Papa proclamado santo (como en el caso de Juan Pablo
II) los católicos estamos en condiciones de encontrar zonas de sombras. Porque
somos realmente libres. Como habrán notado, entre las acusaciones realizadas
contra el ex nuncio de los Estados Unidos, Carlo Maria Viganò, tras la
publicación de sus memorias, hubo una acusación de perjurio. Según sus
detractores, monseñor habría cometido perjurio porque había jurado fidelidad al
Papa pero luego se rebeló en su contra, al punto de acusarlo. Pero incluso aquí
hay un error elevado a la altura de un arte. Es cierto: todo clérigo, más aún
quienes trabajan en el servicio diplomático de la Santa Sede, jura fidelidad al
Papa, pero este juramento verdaderamente pierde vigencia desde el momento en
que el clérigo reconoce que el Papa no está trabajando para confirmar a sus hermanos
en la fe sino para confundirlos; no para transmitir la correcta doctrina sino para
transmitir sus propias ideas personales; no para encomendar a la Iglesia al
cuidado de pastores santos sino para colocarla en manos de hombres moralmente
corruptos. Si no tuviéramos esta libertad de decisión, nosotros los católicos
no seríamos hijos de la Iglesia sino miembros de una secta. Y sin embargo decir
estas cosas hoy, nos expone a acusaciones de todo tipo.
El Papa puede ciertamente equivocarse,
incluso podría convertirse en hereje; también podría enloquecer.
Q. ¿Por ejemplo?
A. Me han llamado traidor, hipócrita, y
falso. Obviamente, considerando que estas acusaciones provienen de los enemigos
de la Iglesia, considero todas estas acusaciones como medallas de honor en
defensa de la Verdad. Pero cuando estas acusaciones son realizadas por católicos,
te hace tomar consciencia del nivel de decadencia en el que hemos caído. Ni
hablar de la trillada y más frecuente acusación de ser rígido y
tradicionalista. Pero me pregunto: ¿Un católico puede no ser rígido y
tradicionalista? No, no puede. La ley divina es una, y no podemos torcerla a
conveniencia utilizando los principios del relativismo. Los mandamientos fueron
escritos sobre piedra. Y la tradición es el instrumento por el cual la Santa
Madre Iglesia, como toda buena madre, guarda y transmite lo que es bueno para
sus hijos para protegerlos del mal y salvar sus almas. Aquí no estamos
razonando como teólogos, dado que ninguno de nosotros lo es, sino simplemente
como personas con sentido común.
“Nos dirán: ¡Ustedes son como los cruzados! Sí, es exactamente así como debemos ser.”
Q. Un sentido común que en el mundo de
hoy parece cada vez más escaso, casi anatema…
A. El hecho es que vivimos en un mundo dado
vuelta, donde te hacen pensar que lo que es malo es en realidad bueno o te dicen
que el bien y el mal no existen en sí
mismos, solo existen en la condición subjetiva en la que cada individuo vive su
propia realidad. De esta manera, la noción de pecado en sí misma queda eliminada
y la persona es abandonada en el desorden moral. Una vez que los puntos de
referencia desaparecieron, uno entra en el reino del subjetivismo en el cual la
única ley conocida es la de seguir sus propios impulsos, y también la de la espontaneidad,
que dice que si un acto es realizado sobre la base de una elección personal y
libre entonces es bueno. Pero de esta manera todo se vuelve justificable. En
cuanto a esto, el magisterio de Benedicto XVI era muy claro, pero el mundo lo
rechazó y, peor aún, condenó al Papa como fanático sin corazón. Todo lo que
observo me lleva a decir que la Iglesia ha tomado, desafortunadamente ya hace
un tiempo, el camino del relativismo que Benedicto XVI siempre condenó, por
ejemplo en su homilía durante la misa para le elección del romano pontífice que
abrió el cónclave el 18 de abril de 2005.
En este mundo boca abajo a veces me detengo
y miro a mi alrededor y me pregunto, ¿seré yo tal vez el que ha enloquecido? Hablo en serio: en
el actual contexto religioso y cultural en el cual afirmar que existen el bien
y el mal objetivos hace que la gente te mire como un leproso y te excluya del
foro civil, con frecuencia me hace dudar de mí mismo. Afortunadamente hay otras
personas que también salieron de sus catacumbas, se hacen las mismas preguntas
y están igual de perplejas. Y así nos reconocemos, nos apoyamos unos en otros,
y también encontramos la fortaleza para reaccionar y luchar. Pienso en las
palabras de Chesterton: Se encenderán hogueras para atestiguar que dos más dos
son cuatro. Se desenvainarán espadas para probar que en verano las hojas son
verdes.
Pareciera que hemos llegado a ese punto. Sin
duda, hay una crisis de fe, pero antes que eso hay una profunda crisis de
razón. Y eso torna más importante la necesidad de solidaridad entre nosotros
quienes, obstinadamente, decimos que dos y dos son cuatro y no que dos y dos
generalmente son cuatro pero a veces también son cinco.
Q. ¿Qué piensa del problema del
enfrentamiento entre tradicionalistas vs. progresistas?
A. Este no es el problema principal. Estas
son solo etiquetas, ampliamente utilizadas por quienes, ya sea sin saber cómo o
sin querer debatir, se refugian en eslóganes prefabricados. Después de todo,
hoy el mero hecho de tener una fe clara basada en el Credo de la Iglesia es con
frecuencia más que suficiente para tildar a uno de fundamentalista.
El problema es bastante simple: ¿a quién y
qué queremos tomar como punto de referencia para nuestras vidas? ¿A Dios o al
hombre? ¿La eterna ley divina o los caprichos de la criatura? ¿La objetividad
del bien y el mal o el subjetivismo que justifica todo? Conozco muchos
católicos buenos y fieles que, cuando les hago estas preguntas, me miran como
atontados. No están acostumbrados a pensar estas preguntas en estos términos.
El así llamado paradigma de la Iglesia que ha sido desplegado a lo largo de
unos pocos años es impuesto como una ideología que se concentra en dar
asistencia social y evitar las grandes preguntas.
No es una coincidencia que en nuestras
iglesias ya nadie hable del fin de los tiempos y las últimas cosas (los
novísimos). Solo están interesados en las penúltimas cosas, las cosas
relacionadas con el aquí y ahora, no la vida eterna. Y por lo tanto, uno llega
a la paradoja de ver fieles convocando a sacerdotes y a obispos a su deber de
levantar la mirada hacia el Absoluto, aconsejándoles no hablar como si fueran
expertos en economía, sindicatos, o ecología.
Por lo tanto, ya basta de discursos sobre
el respeto por el medioambiente, los deberes de las finanzas, las injusticias
sociales, recibir a los inmigrantes, etc. Quiero que me confirmen en la fe
porque ese es su deber. Y yo, como fiel, tengo el derecho y el deber de hacer
este reclamo.
Q. Pareciera entonces que la Iglesia, o
para ser más exactos, una porción de su clero, está cambiando radicalmente su lugar…
A. Al respecto, una interesante
coincidencia viene a mi mente. La encíclica de Pío XII, Meminisse
Iuvat (1958) recomienda que, en medio de las olas de este mundo, el
barco de la Iglesia permanezca inmóvil, firme en la fe y sin ceder. Noté el año
de la encíclica porque también es el año en que nací. Pero hoy, pedirle que
permanezca inmóvil, como hizo Pío XII, suena a blasfemia o provoca risas y
burlas. Hoy ellos dicen que la Iglesia debiera… salir… ser dinámica…
escuchar… no auto-referencial, etc. ¿Pero a dónde nos conducen estas
fórmulas? Nos conducen hacia la triste realidad en la que la Iglesia pierde a
sus viejos creyentes sin encontrar nuevos. Es por esto que, y de qué manera,
siento que me he vuelto tradicionalista, es decir, anclado fuertemente a una
Iglesia que no puede y no debiera ofrecer descuentos, porque si comienza a
ofrecer descuentos se pierde a sí misma y su misión, que no es cambiar a la
sociedad sino salvar almas. Parece obvio que la Iglesia debe redescubrirse y, ante
sacerdotes que han perdido su identidad, recae sobre nosotros los laicos tomar
el timón.
Q. ¿Y cómo debiera lograrse esto, en su
opinión?
A. Como prerrequisito, creo que es
necesario que nosotros los laicos tomemos partido. Casi a diario me encuentro
con personas que me dicen: comprendo tu asombro, pero es mejor no hablar de
estas cosas, solo debemos orar y esperar que todo esto pase. No coincido con
esta postura. Como dije antes, no es solo el derecho sino el deber de los
bautizados defender la verdad, la recta doctrina, y la correcta liturgia.
Necesitamos comprender que el estado actual
de la situación es de conflicto interno. En otros tiempos los católicos debían
lidiar con ateos, anticlericalistas, pero hoy debemos lidiar con católicos
diseñados a su medida que, probablemente, en realidad sean protestantes o incluso
peor. En mi tiempo nos enseñaban que quien recibía la Confirmación se convertía
en un soldado de Cristo. Es así: necesitamos volver a ser soldados de Cristo.
No podemos permitirnos ser pasivos, ni vivir tranquilamente. Nos dirán:
¡Ustedes son como los cruzados!
Sí, es exactamente así como debemos ser.
Alberto Carosa
(Traducido por Marilina Manteiga. Fuente)