domingo, 13 de octubre de 2019

JOSÉ Y SUS MIEDOS

martes, 8 de octubre de 2019

JOSÉ Y SUS MIEDOS


La realidad virtual consiste en alimentar nuestros sentidos
con estímulos tan similares a lo que vemos en la realidad
que los interpretamos como la realidad misma.
En todos los demás medios tu conciencia está interpretando un medio.
Pero en la realidad virtual no existe ninguna brecha.
No la estás internalizando. Eres algo interno de esa virtualidad.
Es un salto cuántico en los medios
porque el medio mismo está desapareciendo.
Chris Milk, fundador de VRSE
La credibilidad de lo virtual
con frecuencia supera la irrealidad de lo real.
Vineet Raj Kapoor


JOSÉ


José es un chico normal de siete años.

No es un niño prodigio, no es un genio, pero tampoco tiene un pelo de tonto. Y eso que, si lo tendría, sería difícil encontrarlo porque tiene una melenita envidiada no solo por todas las mujeres de la familia sino – y especialmente – por su padre, que se corta el pelo casi al ras porque considera que ya no tiene sentido ostentar lo poco que le queda, y por su abuelo que si no peina canas es porque ya ni canas tiene para peinar...



También es, básicamente, un chico alegre. No es que no tenga sus ocasionales enfurruñes, porque los tiene, pero durante la mayor parte del tiempo José está contento. Su carita exhibe, casi siempre, una amplia y franca sonrisa que fácilmente evoluciona hasta convertirse en una risa contagiosa y resonante. Puede estar algo enojado o triste, pero no se deja atrapar ni por el enojo ni por la tristeza.

Supongo que su capacidad para superar la adversidad se debe, también y  en buena medida, al poder de su gran fantasía. José muy rara vez se aburre. Puede, claro está, hacerse el aburrido cuando debe hacer algo que mucho no le gusta, pero librado a su libre albedrío José inmediatamente juega. No juega con los juegos electrónicos de la PC y ni siquiera tiene una play station. (Bueno, en eso quizás, para lo que es normal hoy en día, ya no sería un chico tan "normal", pero dejémoslo ahí.) Juega a docenas de diferentes juegos que él mismo inventa gracias al poder de su fantasía: egipcios, piratas, seres fantásticos, dinosaurios, dragones, caballeros espadachines, vaqueros, indios, orcos enemigos, viajes intergalácticos, castillos misteriosos...  Todo eso y mucho más forma parte de ese mundo personal en el que José se mueve con pasión y alegría mientras juega.

Y cuando juega, José es feliz.

Y eso es bueno.    
 

EL MIEDO

A veces las cosas vienen de a poco.

Hace cosa de algo más que un año atrás, cuando tenía alrededor de 6 años, de pronto el comportamiento de José empezó a ser un poco diferente. No fue un gran cambio repentino pero poco a poco sus juegos se hicieron menos fantasiosos. Muchas veces prefirió no salir al jardín y quedarse en su habitación. Estaba más serio. En ocasiones costaba sacarlo de una especie de ensimismamiento en el que se quedaba mirando un punto que parecía siempre estar en un "lejos" indefinido.

 — Está creciendo el hombre; se está poniendo serio – decían algunos.

— Ya se le va a pasar. Todos los chicos tienen etapas – comentaban los abuelos, aportando lo que se suponía que debía ser la voz de la experiencia.

Pero, como sucede muchísimas veces en estos casos, todos estaban equivocados.


*********************

Un buen día, mientras la abuela lo llevaba a la escuela, de pronto José preguntó:

— Abuela, ¿existe el momo?

Por supuesto, la abuela no tenía ni la más remota idea de quién o qué cosa podía ser el "momo".

— No sé, José. ¿Qué es el momo?
— Un personaje
— ¿Lo viste?
— No; pero me lo contó una compañera en la escuela.
— ¿Y ella lo vio?
— Sí
— ¿Dónde?
— En la computadora.
— Ah no. Entonces no creo que exista de verdad. No lo sé pero me imagino que debe ser el personaje de un cuento o de una historia.

José se quedó pensativo y la conversación no pasó de ahí.

Pero el tema no terminó con eso. Varias veces durante algún tiempo la pregunta volvía y volvía a emerger, una y otra vez. Las antenas de la abuela, que para esto son muy sensibles, empezaron a captar señales de alarma. Pero la abuela es una mujer sabia. Por eso no forzó la situación sabiendo que más temprano que tarde el chico iría abriéndose a medida en que el problema se le hiciera más y más inquietante. 

Tal cual. Pasaron los días y progresivamente se fue haciendo cada vez más evidente lo que estaba sucediendo. En ocasiones José iba a la casa de sus amiguitos y cuando volvía casi ni se podía hablar con él.

De a poco se volvió más que obvio: José tenía miedo.

Se tapaba. Se escondía. Transpiraba mucho mientras dormía. Tal es así que una noche, a eso de las 2 de la madrugada despertó tan empapado de sudor que tuvieron que cambiarle todo, hasta las sábanas. 
Ahí fue la primera vez que admitió que tenía miedo.

También fue el momento en que todos decidieron que había llegado la oportunidad de intervenir. La situación estaba madura.


EL PERSONAJE MALDITO

El padre se sentó a su lado.
— ¿De qué tenés miedo José? Contame.

No fue fácil, pero después de algunas idas y vueltas, en voz muy baja y como temiendo que el sonido de su propia voz despertara algún monstruo dormido, José al final murmuró:

— Del momo.
— ¿Qué es el momo?
— Es muy feo...  ¡es muy feo papá!
— ¿Es una persona? ¿Es un personaje?
— Sí
— ¡Ah! ¿Lo viste?
— Sí
— ¿Donde?
— En la compu de Martín.
— Vení. Vamos a prender la compu y mostrame.
— ¡No! ¡No! ¡No quiero! No papá. ¡No quiero! ¡No quiero!
— Bueno, está bien; tranquilo. No tenemos que verlo si no querés. Decime una sola cosa: ¿es una persona, o un dibujo?
— Y... parece un dibujo.... pero ¡es muy feo y muy malo!
— ¿Como sabés que es malo?
— Me lo dijo Martín. Es malo y te obliga a hacer cosas malas.

El padre consideró que por el momento no convenía seguir avanzando. Pero, antes de darle un fuerte abrazo a José, le dijo:

— Los dibujos no son personas reales, hijo. Están en la computadora pero nunca jamás pueden salir de ahí. Más te digo: ni siquiera están en la compu de acá. Los dibujos están guardados en otra computadora que puede estar a miles y miles de kilómetros, muy lejos de aquí, y lo único que podés ver en tu compu es su imagen, su foto. Es como si miraras la foto de un dibujo que alguien hizo muy lejos y hace tiempo. No es real, José. No existe. Es solo una imagen. Es solo una foto, nada más. Y entendeme: nunca, de ninguna manera puede obligarte a nada. Y menos todavía a hacer cosas malas.

Eso fue bueno. Pero solo circunscribió el problema para no dejarlo avanzar. No lo resolvió.


************

Por supuesto que, con la información brindada por el chico, lo que los adultos hicieron en la primera oportunidad que se les presentó fue buscar en Internet a ese famoso Momo del que ahora estaba claro que no era una cosa sino un personaje.

Fue muy fácil encontrarlo. En aquél momento el Momo estaba muy de moda en todas las redes sociales. Una de las imágenes más difundidas era ésta:



El juego del Momo, o el Reto (Desafío) del Momo ("The Momo Challenge"), circulaba por WhatsApp y comenzaba incitando al jugador a contactarse con los creadores del juego para luego empezar a recibir el encargo de realizar ciertas "tareas" que el supuesto personaje ordenaba ejecutar bajo la amenaza de ciertos castigos que el jugador recibiría si la "tarea" no se llevaba a cabo. La mayor depravación del juego estaba en que las "tareas" encomendadas se hacían progresivamente más perversas y las amenazas cada vez más siniestras; a tal punto que se conocen casos de niños fácilmente influenciables que terminaron suicidándose. [1]


EL EXORCISMO

Afortunadamente José nunca entró realmente en el desafío. No tenía un celular propio, no podía acceder al WhatsApp y además su actividad en cualquiera de las computadoras de la familia se hallaba acotada y supervisada.
Sin embargo, como es obvio, José no vivía en una burbuja. Había visto al Momo en la pantalla de algún otro chico. Sus amiguitos le contaban, los chicos en la escuela lo comentaban, algunos muy probablemente incluso exageraban sus "conocimientos" agregándole esos detalles con los que siempre se construyen los mitos urbanos. Consecuentemente, el miedo de José era real – muy real – pero no había llegado a caer en la trampa. Su miedo estaba instalado pero no arraigado por una experiencia directa.

Todos querían ayudar a José. El chico siempre supo que podía contar con todos los adultos de la familia porque todos estaban dispuestos a protegerlo. Pero, aun así, quitarle el miedo a un chiquilín de 6 años no es tan fácil. Ni siquiera es fácil en un adulto cuando sucede. Y eso es porque con los miedos de nada sirven los argumentos racionales por la sencilla razón de que el miedo no es el producto de un proceso racional. Miedo se le puede tener a los fantasmas, a los demonios, a los vampiros humanos, a las almas en pena, a los Poltergeists, a los dragones o al Hombre de las Nieves. No se le tiene miedo al teorema de Pitágoras ni al trinomio cuadrado perfecto; excepto, claro, cuando no los estudiaste y vas a rendir examen de geometría o de álgebra, pero ése es otro tema.

La cuestión es que un día José preguntó por enésima vez:

— Pero abuela, ¿estás segura de que no existe el Momo?
— Si José. Estoy segura. Además, ¿qué te dijo tu mamá?
— Que no existe....
— ¡Ajá! ¿Y tu papá?
— Que no es más que un dibujo
— Y entonces, ¿por qué decís que existe?
— ¡Porque lo vi, abuela! ¡Y es feo! ¡Yo lo vi!

Eso era. En el cerebro del José la imagen virtual de la computadora se había convertido en una imagen real. Era absolutamente inútil que le dijeran que el personaje no existía. Se había implantado en su cerebro y adquiría allí una categoría de realidad que resistía cualquier argumentación porque el miedo generado bloqueaba todo argumento.

La abuela sabia decidió en ese momento que había que terminar con la historia. Los argumentos racionales obviamente no funcionarían pero... la sabiduría también tiene otros recursos.... por ejemplo, la estrategia de la aproximación indirecta aplicada a la pedagogía:

— Bien, si lo viste, contame cómo es.
— Es un hombre horrible, abuela. Tiene una boca muy grande y ojos saltones.
— ¡Ajá! Bueno; entonces hagamos una cosa: ¡Busquémoslo! Si existe lo tendríamos que encontrar.
— No abuela, no quiero ir a buscarlo. Me da miedo... 
— José. Entendámonos. El Momo, tal como te lo dijo mamá, no existe. Y tal como te lo dijo papá, es solo un dibujo. Pero está en tu mente. Se te metió en la cabeza. Tenés miedo porque está metido en tu cabeza. Lo bueno es que, si entró, también lo podemos sacar. ¿Entendiste? Vamos a hacer una cosa: vamos a sacarlo de tu cabeza y vamos a destruirlo. ¿Te parece?

La respuesta fue un "sí" más bien débil y dubitativo; pero a la abuela, una vez que ha tomado una decisión, ni toda una división de caballería motorizada puede impedirle que haga lo que se ha propuesto. Así que fue a buscar una hoja de papel y un lápiz.

— Muy bien.  Acá hay papel y lápiz. Quiero que me dibujes al Momo que está en tu cabeza.

 Después de protestar un poco, José se puso a dibujar "su" Momo pero lo hizo tan chiquito que el garabato resultaba completamente irreconocible.

— No José. Eso es demasiado chico.
— ¡Es que no quiero dibujarlo, abuela! ¡Me da miedo!
— Tenés que ser valiente. Dibujalo bien grande. Sacátelo de la cabeza y ponelo sobre el papel. Si lo hacés, ya va a estar afuera de tu cabeza. Una vez que lo tengamos afuera, después seguimos. ¡Dale!

Poco a poco una figura parecida a la del Momo virtual fue apareciendo sobre el papel; lógicamente en los trazos de un niño de 6 años. Cuando estuvo terminado José se quedó mirando a la abuela preguntando con la mirada: "¿Y ahora?"

La abuela fue y buscó un marcador azul bien gordo.

— Muy bien. Ahora con este marcador tachalo. ¡Tachalo bien tachado! Pero con ganas José. ¡Con ganas!

José obedeció y tachó lo que había dibujado. Pero no es que lo hizo "con ganas" como se le había indicado. ¡Lo hizo con furia! Cuando terminó, del dibujo original prácticamente no se veía nada; era todo un enorme, furioso, manchón azul.

Ya en tono mucho más alegre vino la pregunta por el próximo paso:

— ¿Y ahora, abuela?
— Ahora arrugalo, bien arrugado. ¡Con fuerza!

En segundos el Momo, tapado con el manchón azul del marcador, quedó atrapado dentro de un bollo informe de papel arrugado.

— ¡Muy bien! Y ahora viene el último paso. – La abuela tomó de la alacena una caja de fósforos – Vení conmigo
— ¿Adónde vamos?
— ¡A la parrilla!

Y una vez en la parrilla, por indicación de la abuela, el que tuvo que encender el fósforo fue José. Lo acercó al papel y en segundos el aire se llenó de una impresionante humareda de color entre azul y violeta.

— ¡Se está quemando el Momo, abuela! ¡Lo sacamos al Momo! – José saltaba de alegría – ¡Lo quemamos! ¡Se fue! ¡Para siempre! ¡Qué alegría, abuela! ¡Qué bien! ¡Qué bien! ¡Qué bien!

Durante unos segundos más, de la parrilla siguió subiendo un espeso humo azul. Después, el humo fue desapareciendo y solo quedaron los vestigios de un papelucho ennegrecido retorciéndose en sus últimos estertores.

El Momo se había ido.

Nunca más volvió.

La alegría y el alivio de José duraron semanas enteras.


******************
Cuando le conté esta historia a un amigo mío, su primer comentario fue:
— Hay cosas muy peligrosas en la Web. Hay que tener muchísimo cuidado. La mente de un chico de seis años no está preparada para separar lo verosímil de lo inverosímil. Un niño se cree todo.

— ¿Y los adultos no? – le retruqué – ¿Acaso los adultos no se tragan la carnada con anzuelo y todo en el caso de las "fake news" y todas las idioteces que aparecen en la Web, desde lo de la tierra plana hasta lo de Nibiru, los annunaquis, los reptiloides y los iluminatis? Y no sigamos porque hay muchísimo más. Los que se tragan esos cuentos no son chiquilines de seis años. Son grandulones de 20 años para arriba. Y los hay hasta ancianos si vamos al caso.

— Bueno.... Sí... Es que lo que se ha dado en llamar "realidad virtual" soporta cualquier fantasía pero, al mismo tiempo de ser virtual no deja de tener pretensiones de realidad. Es verdad: no solo los chicos están expuestos. Si vamos al caso todos lo estamos. A todos nos han metido, o como mínimo nos han querido meter, "cosas en la cabeza" como al José de tu historia.

— Es que el José de mi historia no es ningún invento mío. Es un chico real de carne y hueso. La historia no es una creación artística, es el relato de un hecho real del que fui testigo.   

Mi amigo sacudió la cabeza con incredulidad.

— ¿En serio? Creí que era uno de esos cuentos tuyos...

— No mi viejo. No es un cuento. Es un testimonio. Tenemos que convencernos de que hay que sacar de nuestras cabezas las cosas que otros nos metieron. En nombre de la tolerancia, la solidaridad y la famosa empatía nos están obligando a aceptar un montón de perversiones y hasta crímenes para mantenernos aceptando sin discusión un sistema decadente, injusto y siniestro que solo le conviene a una raza de parásitos.

Mi amigo se quedó pensando.

Es que, realmente, ya sería más que hora de darnos cuenta de que lo que estamos experimentando es una guerra por los espacios de nuestros cerebros. Una guerra en la que se nos crean artificialmente unas "grietas" a lo largo de las cuales discutimos a rabiar sobre cuestiones que, en cualquier sociedad sana, no serían objeto de discusión en absoluto. Una guerra en la cual se fabrican argumentos invasores que, una vez metidos en nuestros cerebros, destruyen todos nuestros valores, incluso los dictados por el más simple y elemental sentido común.

Será una especie de metáfora pero lo digo en serio: tenemos que pensar en cómo hacemos para destruir la basura que ha invadido nuestros cerebros. Tenemos que ver como la "dibujamos" para poder verla y analizarla en toda su atrocidad. Como la "tachamos" definitivamente para que quede claro que la hemos rechazado. Como "hacemos un bollo" con todo eso para reconvertirlo en lo que realmente es: pura basura.

Y, finalmente, tenemos que decidir cómo haremos para incinerar definitivamente esa basura y quienes la generan a fin de despejar el terreno y seguir construyendo lo que nunca tendríamos que haber dejado de construir.

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NOTAS
1)- Al principio algunas fuentes afirmaron que el Momo había sido creado por Midori Hayashi, un artesano japonés especializado en realizar figuras más o menos terroríficas a partir de muñecas. Después se supo que en realidad, el Momo es una figura femenina llamada "Madre Pájaro" que estuvo expuesta en la "Vanilla Gallery" durante 2016 y es una creación de la empresa Link Factory, una empresa japonesa dedicada a efectos especiales.

 

 (Ver: https://heavy.com/news/2019/02/momo-challenge-photo-origins/
Ver: https://www.instagram.com/midori_dollartist/
Ver: https://heavyeditorial.files.wordpress.com/2019/02/screen-shot-2019-02-26-at-6.51.02-pm.jpg?quality=65&strip=all&strip=all )
El "juego" consistía en ponerse en contacto con los creadores del mismo para recibir luego diversos "desafíos" que el jugador debía superar bajo amenazas cada vez más siniestras y crueles. Algunos usuarios compartieron un número telefónico de contacto (+81435102539). El (+81) indica que el teléfono es de alguien ubicado en Japón.
Con todo el Momo Challenge no fue nada original. Antes de su aparición, otro juego prácticamente igual fue el de La Ballena Azul. La mecánica de este juego era la misma. El jugador recibía tareas muy extrañas a realizar – prácticamente una por día – hasta que el final, la última "tarea" a cumplir consistía en cometer suicidio. Aunque cueste creerlo, La Ballena Azul se cobró un gran número de víctimas, varias de ellas fatales
(https://www.elmundo.es/f5/comparte/2017/03/06/58bd35f9468aeb58078b456e.html
https://www.maldonadonoticias.com/beta/sociales/9342-ya-suman-7-las-v%C3%ADctimas-en-6-departamentos-por-el-siniestro-juego-de-%E2%80%9Cla-ballena-azul%E2%80%9D.html)
Lo mismo y quizás hasta algo más desastroso aun sucedió con los desafíos del Momo.
(https://nexter.org/es/la-lista-escalofriante-de-todas-las-victimas-del-desafio-momo-por-todo-el-mundo-hasta-el-momento-argentina-los-estados-unidos-francia-y-muchos-paises-mas)
Lo peor de todo es que en varias oportunidades, el desafío del Momo fue insertado por unos hackers dentro de videos para niños como Peppa Pig y hasta Fortnite
(https://infocielo.com/nota/102523/momo-challenge-alertan-que-volvio-en-videos-infantiles-el-reto-viral-que-incita-a-autoflagelarse/)
Mírelo como quiera. No son juegos inocentes. Son engendros de mentes enfermas destinados a enfermar las mentes de niños sanos. Cuide a sus hijos.
Y, para poder hacerlo, empiece cuidando su propia mente.


Publicadas por Denes Martos