lunes, 7 de octubre de 2019

La soberanía del pueblo es una herejía

miércoles, 2 de octubre de 2019

La soberanía del pueblo es una herejía - R.P. Charles Maignen


Primer Anexo al trabajo de Flavio Mateos: “Sobre la democracia”
LA SOBERANÍA DEL PUEBLO ES UNA HEREJÍA
R.P. Charles Maignen, Doctor en Teología, 1892


Cuarta parte: Conclusiones
Capítulo II:
CONCLUSIÓN PRÁCTICA


La república actual, con sus hombres y sus leyes, es el castigo de Francia
Francia, nación preferida, hija mayor de la Iglesia, colmada de dones naturales y sobrenaturales de Dios, Francia ha pecado.
En una misma hora de revuelta y de locura, ella ha renegado de Cristo, su Dios, ella ha matado a su padre, el Rey cristiano.
Francia es castigada.
Desde ese día de crimen la nación no es solamente dividida, ella es mutilada, decapitada.
“Es en castigo del pecado que los impíos llegan al poder con permisión de Dios”
Así concluye Santo Tomás cuando examina los medios de remediar la tiranía (De regemine Principum, lib. 1, cap. IV):
“Hay que acabar de pecar para que cese la plaga de los tiranos”.
« Tollenda est igitur culpa ut cesset tyrannorum plaga. »
He aquí el principio del cual hace falta partir para encontrar un remedio a nuestros males.
Tollenda est culpa!


El pecado de la Francia moderna es doble.

Hay en ella un pecado de origen: la pretensión del pueblo a la soberanía, el desconocimiento de toda autoridad que no emane de él; es decir, la impenitencia en el pecado de revolución.

Dios que ama Francia le hace sentir el peso de su cólera.

“Regnare facit hominen hypocritam propter peccata populi » (Job, XXXIV, 30).

El judío y el masón, el hombre hipócrita, reinan sobre nosotros.

Hay que hacerle comprender al pueblo porqué y cómo él es castigado, si uno quiere que se convierta y que Dios le perdone.

Predicad, vosotros que habláis de Dios, predicad la grandeza del crimen y la justicia de la expiación. No dejéis al pueblo olvidar que él es culpable. Heredero de un bien mal adquirido, hace falta que lo sepa y lo dé: al César lo que es del César, a Dios lo que es de Dios.

Al César, es decir a aquel que gobierna sobre la tierra, el pueblo debe rendir el poder soberano en el orden temporal: la autoridad de hacer y de imponer la ley.

A Dios, el pueblo debe reconocerlo por su juez, y de profesar, como nación, el culto que Él mismo ha instituido.

Hay que predicar la obediencia a Dios, en principio, después a todos los que mandan en su nombre y siguen su ley.

Es necesario que los católicos aprendan a odiar la Revolución; hay que mostrársela en su verdadero rostro, con sus vergüenzas, sus infamias y sus crímenes.

Es necesario que los católicos aprendan a despreciar “la civilización moderna, el progreso y el liberalismo”, con los cuales la Iglesia, su madre, “no debe y no puede reconciliarse y transigir” (Cfr. Proposición 80 del Syllabus).

Es necesario, en fin, que ellos rompan con los errores y las ilusiones del siglo, de los cuales la mayor parte sufren inconscientemente la opresión.

Deben saber resistir de otra manera que con palabras; no solo protestando contra las leyes impías, sino violándolas.

Deben reivindicar las libertades de la Iglesia, no ubicándose sobre el terreno condenado del derecho común, sino en nombre de los derechos superiores de la verdad y de la Justicia, en nombre de Nuestro Señor Jesucristo, Rey de Reyes.

Es necesario que llamen al parlamentarismo una mentira, la libertad de cultos un delirio, el liberalismo una peste y la soberanía del pueblo una herejía.

El día donde el pueblo católico de Francia, agrupado alrededor de sus jefes, sabrá pensar, hablar y actuar de tal suerte, la revolución será acabada y la patria salvada.

Entonces, será fácil acordar la elección de un líder o una forma de gobierno. Aquellos que nos han llevado a la victoria por ese camino sabrán cómo cumplir con su deber hasta el final.

Dios colmará la Francia católica de sus dones, y vengador de sus enemigos, nos dará maestros según su corazón.

Sedem ducum superborum destruxit Deus, et sedere fecit mites pro eis. (Eccli., X, 17.)



CAPÍTULO III:

EL OBSTÁCULO

Varios de entre nuestros lectores encontrarán seguramente las líneas precedentes demasiado místicas y no verán nada menos práctico que una tal conclusión para un tal trabajo.

Usted que piensa así, usted es el obstáculo a la salvación.

El obstáculo a la salvación, son los católicos que sueñan únicamente con medios humanos, en un peligro donde sólo Dios puede salvarnos.

Ahora bien, los medios humanos, no son solamente impotentes para salvarnos, ellos acelerarán nuestra ruina. ¿Qué medios tenemos, humanamente, de salvar la religión y Francia?

Los que nos da la Constitución.

¿Y qué medio nos da la Constitución?

El sufragio universal, solamente.

Es decir, precisamente lo que ha perpetuado y enraizado en el corazón de Francia el pecado mortal de la revolución.

Es decir, la gracia del pueblo soberano, ¡gracia prometida al precio de qué humillaciones y qué bajezas! Gracia siempre revocable y sin cesar rescatada.

¿Cómo arrojaría usted el anatema sobre el dogma de la soberanía popular, si usted espera de ella la salvación?

¿Cómo proclamará usted los derechos imprescriptibles y divinos de la Iglesia, si el programa del partido que usted funda para defenderlos es un programa electoral, destinado a reunir la mayoría de los hombres de este tiempo?

¡Oh infernal astucia del espíritu de mentira que nos obliga a este desfile!

¡Pasad, oh católicos, bajo las horcas caudinas de los votos populares! ¡No hay otra salida! Entonces los fracasos se preparan; estudiamos para ganar la opinión pública, reducimos el equipaje inoportuno de principios a lo estrictamente necesario; uno es "liberal" amigo del "progreso", admirador apasionado de la "civilización moderna".

“Qué es el pueblo, dice San Juan Crisóstomo, cualquier cosa llena de tumulto y de turbación… ¿Es más miserable que aquel que le sirve? Que los mundanos pretendan eso es tolerable, aunque sea intolerable; pero que aquellos que dicen haber dejado el mundo sufran de un tal mal, eso es más intolerable aún” (In Joann., hom. 3, t. I, p. 8).

Y entre aquellos que han dejado el mundo, hay algunos que sufren de este mal del mundo y a quienes el mundo no los ha dejado; hay quienes pretenden conciliarlo todo, unirlo todo: la verdad con la mentira, la luz con las tinieblas, la soberanía del pueblo con los derechos de Dios.

Se celebra ya el triunfo de sus doctrinas; aun permaneciendo enemigos de la Iglesia, aquellos que la persiguen se hacen sus amigos; las almas perecen y reina la paz entre los lobos y los pastores.

No hay que despertar la ira de la gente, el maestro va a hablar, se acerca la hora de las elecciones; ¡silencio! Y haciéndonos muy humildes, muy pequeños, puede ser que tengamos la indulgencia que necesitamos, para hacernos perdonar el crimen de seguir existiendo.

Y mientras uno se calla, el error habla, las mil voces de la prensa vierten sobre las almas un torrente de barro y mentiras, y no escucha más que el ruido de este flujo, y se olvida de todo, incluso el idioma en que se habla la verdad; de modo que si una voz la proclama, y se escucha, su palabra desconocida produce un escándalo o se pierde en la noche.

He ahí el obstáculo a la salvación: el liberalismo católico.


¡GOLPEAD A LOS CATÓLICOS LIBERALES
Y MATARÉIS LA REVOLUCION!

Nacionalismo Católico San Juan Bautista