Sobre la democracia - Flavio Mateos
LA “GRIETA” QUE SEPARA A LOS
CATÓLICOS NACIONALISTAS
ES EL LIBERALISMO
“Contra la insurrección suprema, una total
rebeldía nos levanta.
El rechazo integral de la doctrina
democrática es el reducto final,
y exiguo, de la libertad humana. En
nuestro tiempo,
la rebeldía es reaccionaria, o no es más
que una farsa hipócrita y fácil”.
Nicolás
Gómez Dávila
“Es reaccionario quienquiera no está listo
a comprar
su victoria a cualquier precio”.
Nicolás
Gómez Dávila
Palabras
para católicos argentinos en tiempos de elecciones democráticas, previas a
algunos anexos de divulgación doctrinaria contrarrevolucionaria, 2019 AD:
Déjenme resumir lo que sigue
así:
Ayer nuestra bandera fue
“RELIGIÓN O MUERTE”. Hoy lo podemos decir de esta otra manera: “CATOLICISMO O
DEMOCRACIA”. “SOBERANÍA DE CRISTO REY O SOBERANÍA POPULAR”.
No caben componendas. La
democracia es el anti-cristianismo. O estamos con uno, o con el otro.
La democracia moderna sale de
la revolución y a la revolución conduce.
Es una guerra. Tradición
contra Revolución. Y en esta guerra no podemos valernos del modus operandi
revolucionario. El sufragio universal es un medio revolucionario. Es el arma de
guerra del enemigo. Es la causa material que conduce a la causa final: la
deificación del hombre, el triunfo de la ciudad del hombre sobre la ciudad de
Dios. El Anticristo.
Tenemos otras armas. Son menos
vistosas, menos atractivas, pero, a la larga, más eficaces. Por no usarlas
somos una y otra vez derrotados.
La democracia es un castigo.
El castigo prosigue en la
medida en que contribuimos a que siga existiendo. Sigue existiendo porque lo
alimentamos con nuestro sufragio. Y con nuestra desidia. Y con la falta de
santidad de nuestra vida.
Por no ser intransigentes en
los principios, y coherentes en su aplicación, es implacable el castigo.
Conocer por qué suceden las
cosas, nos llevará a comprender el cómo hacer para evitar que sucedan.
Para eso deseo contribuir
aportando algunos textos y reflexiones.
Pero vamos a ver. Permítame el
amigo que lee esto pensar a su lado. Estamos llegando en nuestra querida patria
Argentina a una situación catastrófica terminal, agónica, abismal, y la famosa
“grieta” -como se ha puesto de moda decir ahora- se ha producido sin necesidad
de que tiemble la tierra, llegando en sus dimensiones hasta el punto de dividir
las propias filas de los católicos nacionalistas (o, si se prefiere, de
nacionalistas católicos) y “afines”, generando discusiones, altercados,
incomprensiones, peleas, rencillas, cruces mediáticos y ninguneos nunca vistos.
Tratemos, en principio, de no caer dentro de esa inmensa y profunda grieta.
Esto, pues, no va dirigido contra ninguna persona en particular, aunque tenga
que puntualizar ciertas cosas sobre una actitud que recientemente se ha visto
haciendo mucho ruido desde la internet. No juzgamos ni condenamos a nadie, pero
señalamos con pesar una actitud muy dañosa para la causa de los patriotas
argentinos. Y constatamos una posición que ha llevado a algunos a un
escandaloso papelón. Esto es nada más
que un llamado de atención sobre dos o tres cosas que hoy nos conciernen, en
tanto que católicos y que argentinos. Para ahondar en el tema “democracia” hay
muchos libros y artículos de excelentes expositores y maestros a los cuales se
puede recurrir, aunque creo que cada vez se lee menos y se reflexiona peor. En
todo caso, siempre es posible tener en cuenta estas palabras para saber revisar
lo que sabemos y lo que conservamos: “Uno de los saberes más útiles es saber
que nos hemos equivocado; uno de los descubrimientos más delicados, descubrir
un error. ‘Capaz de desengañarse’: hermosa alabanza y hermosa cualidad” (Joseph
Joubert). Por lo demás, si no apuntamos a nadie en particular, apuntamos a los
liberales en general, permitiéndonos hacer esta recomendación: nunca discutir
–al menos directamente- con un liberal o católico liberal, puesto que el
liberal no está inmerso en un error filosófico o teológico por una simple
cuestión de inteligencia, sino que ha caído en tal postura, por una cuestión de
la voluntad. Y es por eso que suelen usar de argucias argumentales, de sofismas
y tergiversaciones a fin de “vencer” en la discusión. Acá deberíamos hacerle
caso a Donoso Cortés, que aborrecía las discusiones y se mantenía en la medida
de lo posible al margen, limitándose a exponer sus ideas.
En principio, digamos que
ahora hay algunos que para justificar su postura votante en las actuales
elecciones democráticas –más específicamente postura votante de un liberal
católico demócrata y una liberal protestante demócrata, la fórmula del
preámbulo de la Constitución nacional liberal, ese preámbulo que solía repetir
hasta el hartazgo el llamado “Padre de la Democracia”, el nefasto Alfonsín--
esgrimen, aun justificándose largamente y dejando sentado que no creen en la
democracia, incluso que abominan de ella, un listado de nombres prestigiosos
del ambiente nacionalista (toda gente valiosa, sin dudas), como para decir que
no se sirven del argumento de autoridad, pero, igualmente, miren, estas
personas destacadas apoyan ir a votar la fórmula liberal-protestante-provida.
Esto nos trae a la mente una enseñanza de un gran combatiente del reinado de
Cristo, el jesuita Padre de Clorivière (1735-1820), que nos instruía acerca de
a qué autoridad hay que seguir en tiempos revolucionarios, como los que él
vivió y como son ciertamente los que estamos viviendo: “Si no se puede consultar a la Iglesia o a su
primer pastor, a quien la infalibilidad le ha sido prometida, no debemos seguir
ciegamente a ninguna autoridad particular, porque no hay nadie que no pueda ser
arrastrado por el error y arrastrarnos a nosotros con ella en el error. Es
menos a la autoridad personal que a la autoridad de las razones que se alegan,
a quien debemos seguir, hay que usar el discernimiento como lo dijo el Apóstol:
“rationabile sit obsequium vestrum”; finalmente, hay que tener más
consideración al número de pruebas y razones que al número de las autoridades
particulares. Porque en tiempos problemáticos, cuando se persigue a la Verdad,
ordinariamente sucede que la mayoría se incline del lado que favorece su
debilidad, siendo muchos menos los que lo hacen conforme a la Verdad”. Dicho lo
cual, sostenemos que hay gran acopio de maestros a los que recurrir, y a los
que seguimos pero no por su persona en sí, sino en cuanto comprendemos la
verdad de lo que nos enseñan.
Dicen algunos, en un reciente
y muy lamentable artículo, mentando al Padre
Castellani: “Mientras quede algo por salvar hay que hacer lo que se
pueda por salvarlo”. Claro que esta cita (del 24 de febrero de 1945), mediante
la cual se sienten justificados a ir a participar de la democracia, apoyando a
NOS, la dan cortada, manipulada, y sin
lo que sigue (que no es nada democrático):
“..Mis amigos, mientras quede
algo por salvar, con calma, con paz, con prudencia, con reflexión, con firmeza,
con imploración de la luz divina, hay que hacer lo que se pueda por salvarlo.
Cuando ya no quede nada por salvar, siempre y todavía hay que salvar el alma”.
“(¿Qué me importa a mí de
vuestros cines, de vuestros teatros, de vuestras fiestas, de vuestros
homenajes, de vuestras revistas, de vuestros diarios, de vuestras radios, de
vuestras milongas, de vuestras universidades, de vuestros negocios, de vuestras
politiquerías, de vuestros amores, de vuestros discursos, oh rumiantes.
Oh rumiantes de diarios,
empacha¬dos de cine y ebrios de palabrerías.
Dentro de pocos años os espero
en la Chacarita.)”
“Es muy posible que bajo la
presión de las plagas que están cayendo sobre el mundo, y de esa nueva
falsificación del catolicismo que aludí arriba, la contextura de la
cristiandad occidental se siga deshaciendo en tal forma que dentro de poco no
haya nada que hacer, para un verdadero cristiano, en el orden de la cosa
pública”.
“Ahora, la voz de orden es
atenerse al mensaje esencial del cristianismo: huir del mundo, creer en Cristo,
hacer todo el bien que se pueda, desapegarse de las cosas criadas, guardarse
de los falsos profetas, recordar la muerte. En una palabra, dar con la vida
testimonio de la Verdad y desear la vuelta de Cristo”.
“En medio de este batifondo,
tenemos que hacer nuestra salvación cuidadosamente, al modo que el artista con
los materiales a su alrededor hace su obra, adentro de sí mismo primeramente.
No hay nada que no pueda servir, si uno es capaz de pisar¬lo, para hacer
escala a Dios”.
“...Ni con el juicio oral, ni
con el juicio político, ni con la Suprema Corte van a curar nada, mientras los
argentinos de hoy seamos lo que somos, esencialmente descangayados, mientras
perdure el desorden y el histerismo actual y la gran maquinaria invisible de
ese desorden y ese histerismo, vigilada celosamente por el Ángel de las
Tinieblas”.
“Pero eso sí, que no pongan
sobre esa maquinaria, ni sobre lo que es puramente terreno (como Sarmiento,
Chapultepec y la democracia), que todo es mortal y contaminado, ni a la persona
de Cristo, ni su Nombre, ni su Corazón, ni la ima¬gen inviolable de la Mujer
que fue su Madre. Con esto sí que no hay reconciliación. Contra esto hay guerra
perpetua. Mientras yo ten¬ga vida, mi función (y para eso me alimenta el pueblo
cristiano) es luchar contra el error religioso, la mentira en el plano de lo
sacro y el Padre de la Mentira. Sin eso, no puedo salvar mi alma, ni me es
lícito dormir, ni comer siquiera.”
Hasta aquí Castellani.
Coincidimos: salvemos, pero salvemos ante todo la inteligencia. Salvemos la
integridad de los principios, salvemos la doctrina de Cristo Rey, salvemos la
Sabiduría, salvemos a Dios en nosotros, salvemos el honor de la Iglesia.
Entonces podremos hacer lo que haga falta para salvar también al prójimo, y a
Dios en el prójimo. Porque de lo contrario la patria no nos servirá para nada
y, de hecho, ya no habrá más patria, no en esta tierra. Porque la patria es
católica, o nada. Permanecer en ello no es “ciencia que infla”. Abandonar ello,
renegarlo para intentar salvar con cualquier medio “las dos vidas” no es
“caridad que edifica”. Compréndase bien que si no se conoce el diagnóstico
preciso del mal, lo que se haga para intentar remediarlo será una agitación
inútil ante un enemigo que tiene todo el poder de este mundo para aplastarnos
si Dios se lo permitiere. Como decía San Juan de la Cruz: “Hay algunos que se
arrojan impetuosamente a la acción careciendo de contemplación. Creen que van a
salvar el mundo con sus predicaciones y sus obras. ¿Qué hacen ellos en el
fondo? Muy poco bien. Algunos nada. Otros positivamente dañan”. Por eso ese
“hacé algo” que lanza en lenguaje publicitario una fórmula política
presidencial, queriendo decir simplemente “votaNOS”, es una necedad que al fin
logra tranquilizar a algunos haciéndoles creer que “hicieron algo”. Bueno,
fueron a votar. Y no cambió nada.
Muchos se preguntan, de frente
a la catástrofe y el peligro: “¿Qué hacer?”. Pero antes de hacer esa pregunta,
habría que hacerse esta otra: “¿Qué hicimos, o qué dejamos de hacer, para
llegar a esta situación?”. Las buenas respuestas vienen siempre tras las buenas
preguntas. Quizás luego siga preguntarse: “¿Qué es lo que no debemos hacer?”. Y
finalmente: “¿dejamos hacer a Dios lo que Él quiere hacer, o se lo impedimos
porque nos ponemos en lugar suyo?”.
¿Qué hacer? Lo primero que hay
que hacer es dejar de pecar.
“Es en castigo del pecado que
los impíos llegan al poder con permisión de Dios”
“Así concluye Santo Tomás
cuando examina los medios de remediar la tiranía (De regemine Principum, lib.
1, cap. IV):
“Hay que acabar de pecar para
que cese la plaga de los tiranos”.
(R.P. Charles Maignen, “La
souveraineté du peuple est une hérésie”, 1892, Éditions Saint Remi, 2007).
Lo segundo es saber fundar
bien y lúcidamente nuestra esperanza.
Para que el coraje no sea temeridad, ni el esfuerzo inútil, ni la caridad
sentimentalismo o liberal coartada.
No somos ideólogos. Por lo
tanto, el prójimo existe. Dios nos manda amarlo, y hacer lo que está a nuestro
alcance. Ni menos ni más. Pero con discernimiento. La prudencia, bien
entendida, debe gobernarnos.
Decía Joubert, con su
excelente y diáfana pluma: “Las personas de bien son fáciles de engañar porque,
como aman apasionadamente el bien, creen con facilidad todo lo que les ofrece
la esperanza”. En efecto, esto ocurre porque muchos aman apasionadamente el
bien, pero, se olvidan de algo tan importante como esto: odiar apasionadamente
el mal. Como decía otro francés, Ernest Hello: “Quienquiera que ama la verdad
aborrece el error y este aborrecimiento del error es la piedra de toque
mediante la cual se reconoce el amor a la verdad. Si no amáis la verdad,
podréis decir que la amáis e incluso hacerlo creer a los demás; pero estad
seguros que, en ese caso, careceréis de horror a lo que es falso, y por esta
señal se reconocerá que no amáis la verdad”. Dijo el mismo autor también que
“Las tinieblas que nos rodean son particularmente profundas porque la humanidad
ha dejado morir este fuego sagrado que es el odio al mal”. En la misma línea,
afirmaba Monseñor Lefebvre: “Dios ciega a los que no resisten el error, a los
que no quieren defender la verdad”.
Cuán cierto es esto, lo
estamos viendo en aquellos que han ido cayendo, uno tras otro, en la ilusión de
creer que mediante su participación en el juego electoral democrático (hoy todo
un obsceno espectáculo mass-mediático), podían reducir, afrontar o hasta hacer
retroceder ese mismo e imparable “tsunami” democrático (el “tsunami” celeste,
escenificado fantasiosamente en un spot de campaña electoral, precisamente no
se produjo en las urnas, porque la democracia sabe cómo volver ineficaz la
mejor de las iniciativas). Recordemos que los que han querido introducir los procedimientos
de la política-agonal en el sistema de la política-juego han fracasado. Y así
como los demócratas afirman que “los males de la democracia se curan con más
democracia”, estos “nacionalistas-votantes” parecieran opinar que “el mal de la
democracia se puede combatir con democracia”. Es como ponerle unas gotas de
agua al vino del borracho, para curarle su alcoholismo. Aunque juren una y otra
vez que están contra el liberalismo y la democracia, finalmente, por esa falta
de aborrecimiento al error y sus deseos de lograr algún bien, terminan cegados,
aceptando las reglas del juego democrático, donde el número es meramente lo que
decide acerca del bien y el mal, lo justo y lo injusto, si Dios existe o no. Y
aceptando las reglas del juego mediante su participación en el mismo, deberán
forzosamente aceptar esas reglas cuando impongan lo que pretenden evitar: el
aborto o cuanto crimen se le ocurra a la Sinagoga de Satanás que sostiene y
promueve la democracia. Nuevamente recordamos a Joubert: “Se adquiere derecho a
consolarse de todos los males que existen haciendo todo el bien que se puede”.
Debemos hacer todo el bien que podamos. No lo que no podamos, lo que no está en
nuestra manos. La ilusión está todavía en muchos que creen que pueden hacer un
bien mediante la democracia, la cual es una creación diabólica de la Revolución
que puso al hombre en lugar de Dios y cuyo objetivo no es el bien común, sino
evitar que el bien común exista. La democracia nos conduce al Anticristo, que
será sin dudas “democratísimo”. Desde luego que el mal puro no existe, pero el
bien que podría derivarse de la noble acción de una persona de bien inserta en
el sistema democrático, es, además de una rara excepción, proporcionalmente
ínfimo en relación al mal inmenso general que el sistema produce de continuo y
cada vez en mayor escala. Año tras año vemos la degradación que va en aumento,
las leyes anticristianas que se imponen, y no porque no hubiere oposición
católica en el sistema, sino porque es la lógica de la democracia seguir ese
derrotero: libertad religiosa, libertad de prensa, blasfemias, pornografía,
divorcio, concubinato, “matrimonio” homosexual, ideología de género, aborto,
miseria espiritual y material, corrupción moral, degeneración, violaciones,
crímenes, robos, demencia, satanismo, etc., etc.
Decía Sardá y Salvany que en
España, a fines del siglo XIX, había 99 % de católicos de acuerdo a
estadísticas oficiales. En Francia, en 1870 había un 95 % de católicos. Tras la
democracia, queda una sociedad casi totalmente secularizada. Como bien señala
Guennaël de Pinieux, este balance desastroso reposa sobre la misma naturaleza
del sistema democrático: “La tentación es grande para los católicos de no ver
en el voto más que una técnica política indiferente por sí misma, a lo sumo manchada
por algunas trampas electorales ocasionales. Hemos visto más arriba sobre una
base histórica que eso no era nada. Lejos de ser indiferente este sistema sirve
invariablemente los intereses del infierno.
“Santo Tomás dice que “la
forma es necesaria al fin de la acción”. Luce Quenette lo dice de la manera
siguiente “si el fin es intrínsecamente perverso, los medios que lo concretan
lo son igualmente”. No hay duda que el fin de los enemigos de la Iglesia es
intrínsecamente perverso. Al nivel histórico no quedan dudas que el sufragio
universal tuvo éxito en relación a este fin. Conclusión: el sufragio universal
es intrínsecamente malo. “El terreno y los medios de la revolución son
intrínsecamente perversos. Usar de los medios de la revolución, es ya pertenecerle”.
“…hay medios que…engendran automáticamente fenómenos revolucionarios y exigen
de quienes los utilizan una moral revolucionaria” (Guennaël de Pinieux, Voter:
piège ou devoir?, Editions Chiré, 2016). Recordemos que Pío IX dijo en varias
oportunidades que “el sufragio universal es la mentira universal”. Y como dice
también Guennaël de Pinieux, “por el sufragio universal, los enemigos de Cristo
Rey han elegido juiciosamente una forma de acción adaptada al fin que ellos
persiguen. El fin que los masones han asignado al sufragio universal es el
establecimiento de la ciudad del hombre dios y la desaparición de la ciudad del
Dios que se hizo hombre. Este fin lo obtienen progresivamente desde que el
sufragio universal existe, no por medio de tal o cual partido o programa, tal o
cual triunfo en las elecciones, sino por el funcionamiento mismo del sistema.
El sistema es perverso tanto por su forma como por su fin. Esta perversión
actúa discretamente, pasivamente, como una podredumbre. (…) ‘Se trata acá menos
de saber quién será el vencedor, que sobre qué terreno uno se batirá’. Y para
terminar parafraseamos a ese gran autor que es Augustin Cochin: “el sufragio
universal no es el liberalismo, sino el medio donde él está seguro de
desarrollarse y de vencer” (ob. cit.) Y no queremos dejar de citar, aunque sea
largo, lo que sigue:
“Es por eso que los masones
quieren absolutamente que la gente vote. Es por eso que las sociedades de
pensamiento someten a los electores a una larga paleta de ideas, de preguntas,
de programas, de candidatos porque hacen falta partidos para todos los gustos,
es el reino de la libertad. Tener una fuerte oposición sobre su derecha es
vital para el sistema, aunque el mismo sea fundamentalmente de izquierda, eso
suscita una lucha esencial a su funcionamiento el cual implica la
izquierdización progresiva del conjunto de los espíritus. Las personas son
apasionadas por ese juego que ellos no dominan por sus resortes, tienen la
impresión de gobernarse a sí mismas mientras que están a merced de sus pasiones
y de las sociedades de pensamiento. Luce Quenette lo había visto bien: “la
oposición dentro de su terreno es vivificante para la revolución. Yo lo invito
a que venga hacia mí: rito vital, obligatorio de la revolución”.
“Es así que un partido, conocido
como contestatario, como el Frente Nacional, se encuentra en realidad siendo
eminentemente útil y vital para la revolución porque hace falta hacer entrar a
los católicos en un “terreno de juego” en el cual la revolución es quien manda,
lo que constata Pierre Sidos cuando dice que “uno de los elementos deplorables
del Frente Nacional, es que él convierte al democratismo y al electoralismo a
gentes que no habrían jamás pensado en meterse en ese terreno”.
Pero además, quien va a votar
en esta democracia, se reduce inevitablemente –inadvertidamente, por supuesto,
pues se cree “soberano”- a la categoría de número, porque no otra cosa son los
sufragantes. Explicaba Pío XII: “Por todas partes, hoy la vida de las naciones
se halla disgregada por el culto ciego del valor numérico. El ciudadano es
elector. Pero, como tal, el ciudadano en realidad no es otra cosa que una mera
unidad cuyo total constituye una mayoría o una minoría, que puede invertirse
por el desplazamiento de algunas voces o quizás de una sola. Desde el punto de vista de los partidos, el
ciudadano no cuenta más que por su valor electoral, por el apoyo que presta su
voz; de su posición y de su papel en la familia y en la profesión no se hace
cuenta alguna” (Discurso del 6-4-1951). De manera tal que el votante, sea un
energúmeno barra brava, un ejemplar padre de familia, un piquetero a sueldo del
gobierno o un profesor nacionalista católico, es simplemente “una mera unidad”
que se computa numéricamente. A tal condición de unidad numérica se degradan
los nacionalistas que creen que en realidad están siendo “combatientes de
Cristo rey”. Pero Cristo no necesita de números, sino de personas singulares.
Como decía Nicolás Gómez Dávila: “Cuando el individuo encaja en estadísticas,
ya no sirve para novelas”.
Enseña este mismo genial
autor: “La democracia es el sistema para el cual lo justo y lo injusto, lo
racional y lo absurdo, lo humano y lo bestial se determinan no por la
naturaleza de las cosas, sino por un proceso electoral”. Y, como sabemos, ya
desde la elección de Barrabás, si es por el número, el diablo lleva siempre las
de ganar (salvo en el cine de Hollywood donde las mayorías apoyan a los
“buenos”).
Más aún todavía, el maestro
nacido en Cajicá enseñaba también lo que ahora los participantes de la
democracia NOS quieren hacer olvidar: “La democracia no es procedimiento
electoral, como lo imaginan católicos cándidos; ni régimen político, como lo
pensó la burguesía hegemónica del siglo pasado; ni estructura social, como lo
enseña la doctrina norteamericana; ni organización económica, como lo exige la
tesis comunista. La democracia es una religión antropoteísta. Su principio es
una opción de carácter religioso, un acto por el cual el hombre asume al hombre
como Dios. Su doctrina es una teología del hombre Dios, su práctica es la
realización del principio en comportamientos, en instituciones, y en obras”. Si
la democracia se propone arreligiosa y laicista, en realidad se impone el mismo
laicismo como la religión en sí, sustitutivo de la religión cristiana. Por eso
decía J. Cau: “En Occidente, el cristianismo no se ha invertido sino lentamente
descompuesto en democratismo igualitario…Después las balanzas se trastornan, el
platillo cristiano cambia de nombre y se llama democracia”. Lo que se
corresponde con aquello que decía Castellani en “Su Majestad Dulcinea”: “A la
manera que la Iglesia dice: Extra Ecclesiam nulla salus, ahora esta
Contra-Iglesia o mejor dicho Pseudo-Iglesia proclama: Fuera de la
"democracia" no hay salvación”. Raymond Aron la llamaba “una religión
secular”. Según Georges Burdeau, “La democracia es hoy una filosofía, una forma
de vida, una religión y casi, accesoriamente, una forma de gobierno”
(Democracy: Synthetic Essay, Brussels, Office of Publicity, 1956, p.5.). Y si
Stan Popescu llamaba a la democracia la “anti-religión”, era simplemente porque
la democracia es el medio perfecto para acabar con la única verdadera religión,
la Católica (por cierto, digamos ya que estamos, que la candidata protestante
Cynthia Hotton, a la cual apoyan algunos “nacionalistas católicos” en la
fórmula NOS, fue quien presentó en el Congreso nacional el proyecto de Libertad
e Igualdad Religiosa, otro paso fundamental para acabar con la influencia de la
Iglesia católica en la Argentina, poniéndola en pie de igualdad con todas las
sectas del diablo, ¡es decir que estos nacionalistas llaman a votar a una
anticatólica que trabaja activamente contra la Iglesia a la que ellos dicen
pertenecer!).
A esta altura del partido,
nadie puede hacerse el desentendido, considerando a la moderna democracia
simplemente como un régimen político, el cual sería mejorable participando de
él. La democracia es una cosmovisión o religión basada en la negación del
pecado original. Su “Carta magna” es la Declaración de los derechos del Hombre,
sustitución de los Diez Mandamientos de Dios.
Hugues Bousquet, en su
artículo titulado “Mgr Delassus et la démocratie” (Le Sel de la terre n° 81,
ÉTÉ 2012) reseña la enseñanza de aquel gran obispo, en parte siguiendo a Le
Play, afirmando claramente el problema de fondo: “los pueblos que reconocen el
pecado original y fundan sus instituciones en consecuencia son pueblos
prósperos. Le Play insistía sobre el fundamento principal de la prosperidad: la
moral. Más generalmente, el fundamento de la prosperidad de los pueblos es la
teología católica que informa la moral, gobernando ésta los órdenes político y
económico, controlando el progreso técnico y su uso como las diversas
organizaciones sociales. Retengamos esta conclusión importante: hay un primer
dogma capital a enseñar, el pecado original y sus consecuencias sobre el género
humano”
Ahora en palabras de Mons.
Delassus citando a Le Play, en relación con la democracia, decía: “Las
consideraciones anteriores muestran hasta qué punto estuvo fundamentado M. Le
Play al escribir en 1868: "Es absolutamente necesario atacar de frente la
teoría democrática […] Es en los espíritus donde debe hacerse el cambio [...]
La espera de un golpe de Estado o de elecciones antes que los hombres sean
esclarecidos, es la más ingenua de las ilusiones [...] Para que Francia, - y podemos
decir el mundo, porque está enteramente desquiciado- tenga aún un futuro, hace
falta que la civilización sea inmersa en su principio, es decir en el
cristianismo; hace falta que la fe cristiana vuelva a las almas, no a algunas
almas, sino a la masa [...] No hay otra
manera más que volver a la teología”. (Mons. Delassus, Vérités sociales et
erreurs démocratiques, p. 384, 385, 394 y 398).
Negada la soberanía de Cristo
Rey sobre la sociedad, esa soberanía reside (en teoría) en el pueblo, que es un
dios, o más bien una serie de dioses, de los cuales el más poderoso es el que
tiene mayor número de votos. Es la fuerza del número quien determina al más
poderoso dios. Y ese número, por supuesto, viene determinado por el poder de
Mammón. “Poderoso caballero es don dinero” (falso caballero).
Recordemos que la democracia
moderna viene indirectamente del protestantismo, esto lo admitía el mismo León
XIII que luego no llevó a cabo en el terreno la claridad de sus conceptos: “Es
de esta herejía (la Reforma protestante) que nacieron el siglo último la falsa
filosofía y lo que se llama el derecho moderno, la soberanía del pueblo y esta
licencia sin freno fuera de la cual muchos ya no saben ver la verdadera
libertad” (Diuturnum illud, 29/6/1881). Todos los pensadores de la democracia
fueron protestantes o se hicieron en ambiente protestante: Hobbes, Descartes, Locke, Rousseau, Kant, Hegel,
Hume. Y todos ellos están imbuidos de una metafísica moderna, que viene desde
ciertos pre-socráticos y pasa por Epicuro, Lucrecio, Giordano Bruno, David de
Dinant, etc.: el panteísmo. Como dice Maxence Hecquard, el protestantismo es
una etapa hacia la metafísica democrática: “…dicen todos la misma cosa: la
naturaleza es todo. La materia es animada. Materia y espíritu son una sola sustancia.
La vida aparece en la materia por la combinación de átomos al azar. No hay otro
dios que esta materia” (Protestantisme et démocratie moderne, Le Sel de la
terre n° 100, printemps 2017). ¿Quizás se comprenda un poco mejor el por qué la
Iglesia conciliar debe promover el culto de la “naturaleza” en esta avanzada
etapa bergogliana, para aprender de ella cómo comportarnos?
Sigue el mismo autor en otro
pasaje de su artículo: “Si el mundo está en evolución perpetua, si la especie
humana tiende a su perfección, es conveniente que el progreso del hombre sea de
aquí en más colectivo. Es la sociedad que progresa más que los cuerpos que se
transforman. La ley que se aplica a todos, borra las diferencias entre los
individuos y permite la libre determinación de la libertad. Por la ley que ella
establece y protege, la democracia permite así la paz y asegura el
florecimiento de la libertad. De ahí que ella no es otra cosa que la condición
del progreso de la especie.
“Y es precisamente porque ella
es condición del progreso que la democracia deviene obligatoria. Ella se hace
imperativo moral, porque el progreso no es facultativo: él constituye el diseño
mismo de la naturaleza. El derecho deviene así como una moral real. En verdad
la democracia es a partir de ahora la única obligación a respetar”. Más
claramente aún: “Epicuro es la bandera de los enemigos de Dios y de la Iglesia.
El panteísmo afirma que todo es Dios. Es la negación y el rechazo de todo Dios
creador que sería distinto del mundo”. Los principales “filósofos” de hoy son
todos epicúreos. Estamos ahora en la etapa previa de esa rotunda afirmación
explícita, mas en los hechos cada ser se comporta como un dios que no tiene
sino derechos que nadie puede impedir o discutir, y ya las encíclicas
bergoglianas nos invitan no a tener temor de Dios sino reverencia por la
natura, la “madre tierra” o “casa común”. “Si la democracia- continúa el mismo
autor- es la afirmación de una metafísica panteísta, su esencia es la negación
misma a la vez de la metafísica del primer motor de Aristóteles y de la
Revelación cristiana”. Interesante que, como nos señala este autor, el primer
parágrafo del Syllabus de Pío IX se refiere al panteísmo y el naturalismo. Y
los primeros cánones promulgados en anexo de la constitución dogmática Dei
Fillius del concilio Vaticano I condenan solemnemente la filosofía panteísta y
evolucionista. Nuestro Hugo Wast tituló su rechazada Tesis para optar al grado
de Doctor en derecho “¿A dónde nos lleva nuestro panteísmo de Estado?”.
“Sí, sí, muy bien –nos dirán
seguramente los nacionalistas vueltos momentáneamente democráticos-,
comprendemos eso, no lo objetamos, pero todavía se puede hacer algún bien desde
dentro de la democracia”. Ese famoso
“bien” no se ve ni se ha visto hasta el momento, quizás oculto o cubierto por
la ola excrementicia que vierte de continuo el sistema democrático
anticristiano legitimado por sus votantes, sus pobres votantes que en su
mayoría no tienen idea de lo que significa este sistema, pero que sí conocen
los nacionalistas que ahora se pliegan incoherentemente al mismo. Más bien
vemos el mal que provocan, dividiendo las fuerzas nacionalistas católicas,
armando revuelo, y ¿por qué? ¡Por nada! Porque, en definitiva, si van a votar
para obtener presencia política, apenas si sacan el 3% de los votos, o sea, no
tienen ningún peso político y capacidad de decisión o influencia. Y si van a
votar para “dar testimonio público”, pues su voto es simplemente testimonio de
que la democracia es tolerante con el pensamiento diverso o disidente en el que
se encuentran ubicados. Eso es todo lo que el barullo de la campaña electoral
les habrá regalado. Dicen algunos: “Nos parece lícito trabajar dentro del
sistema, aún con sus peligros, no para salvar la Argentina o cambiar la
democracia moderna desde adentro, lo cual es una utopía, sino para colocar
piedras en el camino al Enemigo”. Ese “colocar piedras en el camino al Enemigo”
suena más bien como alguien que arroja un puñado de piedras al tren blindado
que pasa trepidante por las vías, sintiendo apenas el débil golpeteo que no le
impide seguir su poderosa marcha. Porque si se quieren poner piedras estando
dentro del tren, pronto habrá de intervenir la seguridad contra los
minoritarios revoltosos fácilmente controlados. En fin, como dice el Eclesiástico:
“¿Quién tendrá compasión del encantador mordido de la serpiente, ni de todos
que se acercan a las fieras?” (XII, 13), a lo cual comenta Mons. Straubinger:
“La misma naturaleza nos muestra que la manzana picada pudre la buena, y no es
ésta la que sana a aquella”. Otros (o quizás los mismos) patalean contra los
que “Creen que pueden lanzar dardos virtuales a raudales”, pues ellos mismos
heroicamente “se preocupan por frenar el genocidio infantil apostando a una
acción precaria y circunstancial como es la política de partido, aun cuando
existe la plena conciencia y convicción de que de un partido político no saldrá
la restauración de la Patria y de la Cristiandad; pero –quién sabe- tal vez
Dios nos dé una tregua y un respiro si nos unimos colectivamente intentando
salvar algo, o frenar, o demorar un fracaso inminente”. Y se preguntan:
“¿Acaso, no es lícito hacer lo posible aun cuando las circunstancias son
desfavorables en vistas a producir un efecto favorable por mínimo que sea?”.
Luego de las recientes PASO
quedó completamente demostrado, como si hiciera alguna falta, que de un partido
político no sólo “no saldrá la restauración de la Patria y de la Cristiandad”
sino tampoco el frenar “el genocidio infantil”, pues a pesar de los numerosos
manifestantes pro-vida, el partido mayoritario de los pro-vida, llamado NOS,
obtuvo menos del 3% de los votos quedando en quinto lugar, incluso debajo de la
más recalcitrante izquierda (si hay países donde todavía no logró imponerse el
aborto, eso es a pesar de la democracia y no gracias a ella, seguramente meced
a los rezos y sacrificios ocultos de miles de almas católicas que actúan fuera
de la politiquería, es decir, en países donde aún queda bastante fe católica, a
pesar de la fe democrática). La mayoría votó por sus verdugos, votó por los
autores de la degeneración y el crimen, votó por los delincuentes y ladrones,
votó por el circo. La democracia es una máquina perfectamente preparada para
repeler lo que pueda ponerla en riesgo, pues quien tiene su manija es el enemigo
de Dios, el príncipe de este mundo. Es el arma de destrucción masiva del
Anticristo. Como dijera Gil de la Pisa Antolín: “La Democracia (liberal y
partitocrática) es el más genial y trascendental de los inventos de la Sinagoga
de Satanás para liquidar la Sociedad Cristiano-occidental, nacida de la
libertad del hombre y de la inteligencia de sus mejores pensadores (…) Salvo el
sacerdocio y la consagración a Dios por la vida religiosa vivida con fe, no
creo que haya otro trabajo más digno del hombre que intentar liquidar este
engendro de Satanás (en persona). Puesto que gracias a semejante invento, la
propia nave de Pedro (desde que se olvidó que es Jerárquica para convertirse en
“democrática”) está en peligro de naufragar”. Decía Aldous Huxley que “La dictadura
perfecta sería una dictadura que tendría la apariencia de democracia, una
prisión sin muros cuyos prisioneros no pensarían en escapar, un sistema de
esclavitud donde, a través del consumo y el entretenimiento, los esclavos
tendrían amor de su servidumbre” (Un mundo feliz). Las elecciones son mero
entretenimiento para tener a las masas cautivas creyendo que son libres, cuando
no hacen más que aumentar la pérdida de su libertad, en la medida que se alejan
de la verdad. ¿Quieren los nacionalistas católicos entrar a esa prisión sin
muros, y así cumplir un pequeño papel –lastimoso papel de “extras”- en la
película de horror llamada “Democracia”?
Es de una ingenuidad garrafal
creer que el sistema delincuencial que es la democracia permitirá que haya
alguna fuerza que la ponga en entredicho o haga peligrar alguno de sus
siniestros planes abonados con millones de la usura internacional. El
Imperialismo Internacional del Dinero no está compuesto precisamente por bobos.
Ah, pero el candidato a presidente del partido pro-vida (hasta ayer macrista),
apoyado por varios nacionalistas (incluso alguno que otro historiador) dice en
televisión ante un periodista del establishment televisivo: “No hay que volver
a cruzar los Andes”. Y eso que el hombre combatió en Malvinas. ¿Qué quiere
decir con eso? Que hoy las cosas no son tan difíciles, que no son necesarias
hazañas, proezas, héroes, ya no hace falta el combate de las armas para
reconquistar a la patria. Con las urnas basta…Eso demuestra que ha comprendido
bien que la democracia no se vale de figuras arquetípicas, sino de figuras
payasescas, como lo hemos podido comprobar a lo largo de las últimas décadas
(dicho esto con todo el respeto que nos merece el Sr. Gómez Centurión por su
pasado de combatiente). Hay que recordar con Gustave Thibon que “las naciones
tienen necesidad de héroes y de santos como la masa tiene necesidad de
levadura”. Los héroes los tuvimos en la guerra de Malvinas, pero no los tenemos
en el juego espurio de la democracia. Por supuesto, no estamos diciendo con
esto que tengamos que salir arma en mano para arreglar las cosas, sino que no
se trata simplemente de un problema administrativo, como sugiere Gómez
Centurión. Como candidato democrático, debe decir cosas atractivas, y no cosas
políticamente incorrectas que asusten al electorado, como que estamos enfermos
como sociedad debido a la apostasía, empezando por la apostasía de la Jerarquía
eclesiástica, y a causa del liberalismo que se nos impuso con la derrota de
Caseros, y de la democracia partidocrática que se nos impuso tras la derrota de
Malvinas. Se trata entonces de rescatar una actitud de santidad y de coraje,
las cuales no son plebiscitables, ni surgen de las urnas, de la publicidad
televisiva o de las campañas electorales partidocráticas. Más bien allí se
termina toda actitud combativa, toda lucidez y libertad de movimientos. Allí
empieza el doble lenguaje, la incoherencia y la tibieza.
Castellani les decía a los
nacionalistas que “No hay remedio” (como no lo traiga Cristo): “El consejo de
Santo Tomás en nuestra situación actual es tener paciencia y hacerse mejor
cristiano. "A Dios rogando y con el mazo dando". —Justo: pero primero
alcanzar a Dios que te dé el mazo; ahora no tienes ningún mazo.” (P.
Castellani, Revista Jauja N° 12). Estos nacionalistas votantes de ahora no
tienen ni el mazo, ni a la masa. ¿Entonces? Entonces con el mazo les van a dar
a ellos, por plegarse a la política de masas.
En fin, quizás como Francisco,
que gusta decir “Prefiero mil veces una Iglesia accidentada a una enferma"
mientras arrastra la Iglesia a su abyección ante los poderosos del mundo,
vengan ahora a decir algunos nacionalistas católicos: “Preferimos un
nacionalismo accidentado antes que uno enfermo”. Enfermo de “purismo” o de
“caballería virtual”, por supuesto.
Al sistema democrático le
importa un rábano que haya disidentes, pues lo importante es que éstos se
pliegan a sus reglas de juego electorales. El sistema se conforma con negar la
soberanía de Dios, y que un puñadito de “nacionalistas” patalee un poco, lo
tiene sin cuidado. ¿Qué es un perro sin pulgas?
Pero, ¿y el bien de la
propagación de la palabra disidente, de la palabra crítica, de la palabra de la
verdad, no es un bien que sólo se alcanza mediante la participación democrática
que le da difusión masiva? Digamos de entrada que la circulación de la verdad,
por varias razones, es cada vez más dificultosa. El político que quiere llegar
“a las masas” debe ir a los “medios de masas” a maquillarse, sonreír y tratar
de no decir nada especialmente incorrecto o chocante ante el periodistucho
(generalmente sodomita) de turno. Esa es toda la difusión que pueden ofertarle.
Si por esas casualidades llegase al Congreso, se le reirán en la cara.
Nuevamente, digamos que al sistema no le molestan las voces disidentes, porque
en eso consiste el sistema, en tolerar que haya disidentes, pluralidad de
voces. El asunto es que esos que disienten y dicen verdades participen de sus
reglas de juego, porque de ese modo el sistema queda legitimado y aparece
indiscutible, indebatible, inexorable. Pero no se puede dejar en claro que se
está en contra del sistema cuando se está al mismo tiempo participando del
mismo y según sus reglas y sus principios. Porque participar de sus reglas es
más que tolerarlo, es aceptarlo, aunque mas no sea momentáneamente. No es
coherente ni creíble quien se contradice de esa manera (sería imitar a Groucho
Marx cuando decía: “Estos son mis principios. Si no le gustan, tengo otros”).
Por otro lado, como decíamos, el sistema mismo tiene sus propios mecanismos de
propaganda que hacen que las voces disidentes tengan un espacio mínimo, ínfimo,
de manera que no lleguen a una audiencia masiva, la cual a estas alturas está
desenfrenadamente hipnotizada por el fútbol o los espectáculos lascivos de
diversos degenerados de la “tele”. Año tras año vemos que la degradación de la
población avanza, y la verdad se retira cada vez más, gracias a la democracia.
“Temed a la verdad que se retira”, decía Castellani.
Decía aquel gran obispo
antiliberal que fue Monseñor Delassus: “[muchos] han puesto su esperanza de
salvación en la lucha electoral, es decir en la soberanía del pueblo en
ejercicio. ¡Qué de tiempo, qué de dinero, qué de actividad ha hecho gastar esta
ilusión! La décima parte de todo ello, empleado desde hace veinte años en
reformar las ideas, hubiera salvado el país desde hace diez años. El esfuerzo
desplegado para hacer elegir candidatos pone siempre la idea en segundo plano,
si no se borra enteramente, y prepara así para el futuro pérdidas abrumadoras.
Lo que habría que hacer, es arrancar a los hombres influyentes de la acción
electoral para lanzarlos en la propaganda de la verdad. Ahí está la dificultad.
Es cómodo agrupar e interesar a las masas conservadoras a una acción concreta y
simple como el voto. Hace falta emplear mucho talento, coraje y perseverancia
para llegar a hacer comprender a esas mismas masas que ellas están en el error,
y para mostrárselo hacer admitir los principios del orden social, librando su
espíritu de los principios democráticos” (Mons. Henri Delassus, Vérités
sociales et erreurs démocratiques, Villegenon, éd. Sainte-Jeanne-d’Arc, 1986, p
132-133).
Esos que, o han puesto su
esperanza en la lucha electoral, o simplemente creen que es un deber del
católico participar de la misma, suelen usar al papa San Pío X
para justificarse, haciendo pasar a aquel gran papa como si fuese
democrático o poco menos. En las normas que da a los católicos españoles, en
abril de 1911, -citadas por los católicos liberales- intenta simplemente que
las fuertes disensiones que dividen a los españoles de entonces no se
conviertan en una mutua agresión que se salga de sus cauces, y que, como hemos
visto, llevó inexorablemente dos décadas después a la guerra civil. Para evitar
esto, pacificando los ánimos, el papa daba instrucciones precisas, algunas de
las cuales son de aplicación general, pero otras propias de la circunstancia y
el lugar a que él las dirige, por lo que tomarlas para aplicarlas aquí y ahora
no tiene sentido.
La primera directiva que da es
muy clara: “Es deber, además, de todo católico el combatir todos los errores
reprobados por la Santa Sede, especialmente los comprendidos en el Syllabus, y
las «libertades de perdición» proclamadas por el llamado «derecho nuevo o
liberalismo», cuya aplicación al gobierno de España es ocasión de tantos males.
Esta acción de «reconquista religiosa» debe efectuarse dentro de los límites de
la legalidad, utilizando todas las armas lícitas que aquélla ponga en manos de
los ciudadanos españoles”.
La democracia moderna es el
anti-Syllabus y promueve las “libertades de perdición” del liberalismo, por lo
tanto debe combatirse, no “mejorarse”. No puede combatirse al liberalismo con
el liberalismo, ¿o sí? Y si hace cien años la democracia estaba apenas
mostrando de lo que era capaz, hoy es indudable que se ha transformado en un
perfeccionado sistema anticristiano, en la anti-religión o la nueva religión
mundial del Anticristo. Su legalidad le da instrumentos absolutamente
inoperantes a quien desee oponérsele mediante esos medios. En cuanto a los partidos políticos –que
finalmente terminaron dividiendo a España tras lo cual tuvo que aparecer Franco
para volver a la unidad perdida- indica el papa simplemente que “La existencia
de los partidos políticos es en sí misma lícita y honesta en cuanto sus
doctrinas y sus actos no se oponen a la Religión y a la moral”. Y luego: “En
todos los casos prácticos en que el bien común lo exija conviene sacrificar las
opiniones privadas y las divisiones de partido por los intereses supremos de la
Religión y de la Patria, salva la existencia de los partidos mismos, cuya
disolución por nadie se ha de pretender”. Está hablando, por supuesto, de
partidos que están para “defender la Religión y los derechos de la Iglesia” o
simplemente no ponen ningún obstáculo para este fin. Hoy no existe ningún
partido que defienda a la Iglesia, y todo partido contagiado de liberalismo se
opone en mayor o menor medida a la religión. Cuando el papa habla de Religión,
por supuesto, habla de la única religión verdadera, la católica. Por lo tanto,
son lícitos los partidos que no sean opuestos al catolicismo y la moral. Ahora
bien, el sistema no tolera verdaderos partidos católicos (¡el actual papa los
desaconseja!), y si aparece alguno los números y la falta de dinero –para
obtener el cual debe corromperse o al menos comprometerse seriamente con sus
financistas- se encargan de ahogarlo y hacerlo desaparecer en poco tiempo. El
partido o más bien frente NOS es un rejunte variado, donde hay muchos
protestantes, que en sus doctrinas y sus actos se oponen a la religión
católica. Aunque lo hagan en su nombre y no en el del frente NOS, eso indica
doblez, falta de rectitud, liberalismo.
Dice luego San Pío X:
“Cooperar con la propia conducta o con la propia abstención a la ruina del
orden social, con la esperanza de que nazca de tal catástrofe una condición de
cosas mejor, sería actitud reprobable que, por sus fatales efectos, se
reduciría casi a traición para con la Religión y con la Patria”. Precisamente
dado el actual estado de cosas (de 1911 a 2019, las cosas empeoraron hasta un
punto inimaginable), de la catástrofe de la democracia no puede salir ningún
estado de cosas mejor; del régimen que lleva a la ruina del orden social, del
sistema que debate si matar o no a los niños por nacer, o que permite ya en
algunos países el culto público de Satanás, hay que abstenerse de participar,
porque la participación le sigue dando vida a ese sistema que está acabando con
la Religión y con la patria. Cuanta más democracia, peor.
De forma tal que las
condiciones dadas allí por el papa son muy restringidas, y vistas las
circunstancias actuales, impracticables. Por otro lado, si la democracia fuese
obligatoria, entonces deberíamos condenar a Franco, cosa que como vemos hace la
actual Iglesia conciliar junto con los gobiernos democráticos, llegando hasta
profanar su cadáver. Nueva muestra de hasta dónde nos ha llevado la maldita
democracia. Y de qué tajante es la división entre un régimen católico y el sistema
democrático moderno. ¡La guerra es a muerte! Y para ellos, incluso más allá de
la muerte. ¿Será posible que nuestros enemigos lo tengan más claro que
nosotros?
Por lo tanto, lo que dice
Mons. Delassus más arriba, no se opone a lo que dice San Pío X, y la voz de la
Iglesia, manifestándose claramente contra los errores, es la que debemos
seguir, más allá de las aplicaciones concretas que nosotros debemos darles a
esas verdades, haciendo un buen discernimiento y no siguiendo los errores
pastorales que pudieron tener algunos papas.
De manera que no estamos obligados a participar del
sufragio universal, sino más bien a combatirlo, para lo cual lo primero es no
hacerse su cómplice adhiriéndonos a él mediante su práctica. Dijo Pío IX, el
gran papa antiliberal: “Yo bendigo a todos los que cooperan a la resurrección
de Francia; los bendigo con el objeto de, dejadme que os lo diga, de verlos
ocuparse de una obra muy difícil, pero muy necesaria, que consiste en hacer
desaparecer, o disminuir, una herida horrible que aflige la sociedad
contemporánea, y que se llama sufragio universal” (en R.P. Limbour, Vie
populaire de Pie IX, 1904, Societé Saint Augustin, Paris, p. 114 et 115, cit.
en Guennael de Pinieux, ob. cit. p. 39).
El Padre Calmel, por su parte,
decía: “Seguramente usted no tiene que votar, digan lo que digan los obispos…Yo
no tengo ninguna confianza en el sufragio universal ni en un jefe que depende
del sufragio universal” (Roger-Thomas Calmel, o.p., cit. por P. Jean-Dominique
Fabre en Le père Roger-Thomas Calmel, Clovis, 2012, p. 358, en Guennael de
Pinieux, ob.cit.)
Como escribió Philippe
Ploncard d’Assac: “Es necesario volver a los principios constitutivos y cesar
esas afectaciones por la democracia que esperan que, mediante esta
"sumisión dialéctica", como lo explico en mi libro, el adversario,
muy amablemente, nos dará un lugar.
“Así, lo repito, la única
acción efectiva es formarse. Forme [a otros] a su alrededor, a sus hijos en su
familia, en su trabajo, en la sociedad. Explique de dónde vienen los males que
sufre nuestra sociedad, cuáles son los principios y los hombres responsables,
cuáles son las soluciones que podemos aportar a los problemas de nuestro
tiempo. ¿Cómo crees que procedieron los masones?” (Philippe Ploncard d’Assac,
Le Nationalisme français, cit. en Le Sel de la terre n° 36, printemps 2001).
Pero digamos sin vueltas lo
que aquí ocurre: es el liberalismo católico que hace su aparición desde el
terreno nacionalista. El tercer grado del liberalismo, el liberalismo católico,
aquel que viene desde Lamennais, Dupanloup, Larcordaire, Montalembert y fue
favorecido por el ralliement de León XIII (cfr. “Les rapports entre l’Église et
l’État”, Le Sel de la terre n°109, Été 2019), sostiene este principio: “la
Iglesia debe ceder a los tiempos y las circunstancias”. Es decir, hay una
resignación a la situación de hecho, que hace impracticables los principios
católicos, por la cual hay que plegarse a los nuevos tiempos y actuar según
ellos nos lo indican y de acuerdo a sus principios. Por ejemplo, en un reciente
y pésimo artículo, plagado de insultos hacia los católicos antiliberales o
“puristas” que sostienen sus principios contra viento y marea (artículo
amparado en el blog de un sacerdote, nada menos), se dice esto: “El sistema es
perverso. Nadie lo discute. Es a toda evidencia perverso. Pero es lo que
materialmente tenemos entre manos. Es lo que nos dejó años de perversión
política. Y hasta podríamos decir que sabemos muy bien que es la causa de la
perversión” (en negritas en el original). Tras lo cual se afirma que con eso
hay que hacer la restauración anhelada, “se hará con lo que tenemos entre
manos”, o sea, con la democracia. ¡Por la democracia al Reinado social de
Cristo! No vamos a extendernos sobre el tema de lo que tenemos “materialmente
entre manos” –veremos algunos de los escritos con que complementamos éste lo
que podemos hacer-, pero una cosa es que debamos tolerar –porque no nos queda
más remedio- el sistema o régimen que de hecho nos han impuesto –culpa en gran
parte de nuestros pecados, por no buscar el Reino de Dios que nos daría la
añadidura- y otra cosa es que tengamos que servirnos de éste mismo para
combatirlo, porque “no tenemos otra cosa”.
Porque “si no tenemos otra cosa”, eso quiere decir que el enemigo ha
triunfado, pues es él quien nos daría las armas para combatirlo, y el Enemigo
no es ningún zoquete. Al diablo –mentiroso y homicida- no se lo vence con las
armas del diablo. Como dice Gómez Dávila: “El demonio nos venció, cuando
permite que lo derrotemos con sus armas”. Cualquier victorita que pueda
arrebatársele al sistema, es en realidad un triunfo suyo. Y la democracia
continúa su avance impetuoso, demoledor, gracias a todos –repito, todos- los
que votaron (más allá del grado de consciencia o la intención de cada uno, pues
no juzgamos en el fuero íntimo a nadie). Lo malo no son sólo las consecuencias
del sistema, sino el sistema en sí. Y como sólo Dios puede sacar bien del mal,
nosotros no podemos afirmar la soberanía de Dios en palabras mientras la
negamos en los hechos. Como decía el Padre Meinvielle, lamentablemente
tergiversado por un articulista: “Desde el punto de vista católico, que asigna
como programa fundamental de toda política la realización del bien común de la
ciudad temporal, es inaceptable la forma impura de democracia que revisten las
repúblicas modernas”. Para aquellos que acusan a los Caponnetto y demás de
“puristas” (aunque en general sin nombrarlos, sabemos que es a esa línea de
pensamiento que se dirigen), pues bien, acá se nos está diciendo que esta
impura –por no decir putrefacta- democracia es inaceptable. Luego sigue
Meinvielle -sin usar un “pero” en su escrito que le agregó el articulista que
mencionábamos (de paso digamos que “pero” es la palabra favorita de los
liberales, conjunción que sirve para unir cosas irreconciliables, esto lo
enseñaba ya Sardá y Salvany en su “El liberalismo es pecado”): “La Iglesia
tolera esa forma como hecho irremediable; nunca ha legislado expresamente sobre
su legitimidad, aunque haya expuesto sobradamente en documentos públicos su
doctrina sobre el ordenamiento de la ciudad para que podamos apreciar que la
actual organización de la ciudad terrestre no es propiciado por ella. ¿Y cómo
podría coincidir con los divinos postulados de la Iglesia una sociedad forjada
por los impíos y ridículos delirios del filosofismo y de la revolución?
(Concepción católica de la política, ed. Theoria, pág. 107). Es decir que la
Iglesia tolera este estado de cosas, y lo que se tolera es siempre un mal. Pero
no lo propicia. Sin embargo, para los actuales nacionalistas-votantes, además
de tolerar esta perversión, debemos usarla para luchar contra la perversión que
surge de un sistema perverso. Es decir que ya no se trata sólo de tolerar, sino
además de usufructuar el mismo sistema, que en su origen y su praxis y sus
medios es la negación de la soberanía de Dios sobre los hombres y de la
preeminencia de la Iglesia en su relación con el Estado. ¿Pero entonces no hay
contradicción cuando el Padre Meinvielle dice a continuación: “Pero nunca les
ha obligado a reconocerlas de derecho; si los exhorta a adherirse a la
república como León XIII exhortó al ralliement a los católicos franceses, es
porque quiere que trabajen por la extensión del reinado de Dios dentro de los
medios actuales posible”? Si se trata de trabajar por el reino de Dios con los
medios revolucionarios, decimos que sí es contradicción. Si decimos que en
medio de esta situación que debe tolerarse, hay que seguir trabajando por el
Reino de Cristo sin valerse de los medios revolucionarios pero con aquellos que
éste no nos impide, entonces no. El ralliement de León XIII –papa que fue
inobjetable en cuanto a doctrina- fue catastrófico para Francia y para todos
los países occidentales cristianos, y hoy seguimos pagando sus consecuencias.
Esto está muy claro. Si todavía no se entiende, es porque subsiste un grado de
papolatría o se busca justificar la propia posición en aquello que no ha sido
enseñanza infalible de la Iglesia. Como dice Roberto de Mattei: “…de simple
evento histórico, el Ralliement devino (…) paradigma pastoral y modo de
gobierno eclesiástico de profundas consecuencias” (Le Ralliement de Léon XIII,
l’échec d’un projet pastoral, Ed. du Cerf, 2016). Lo mismo ha ocurrido luego
del Vaticano II y la política liberal que se ha difundido desde Roma. Pero quien quiera hacerle decir al P.
Meinvielle que él llama a utilizar el sufragio universal porque “es lo que
hay”, lo hace entrar en contradicción, y no es eso lo que dice explícitamente
Meinvielle con sus palabras. Pues es contradictorio afirmar que se puede
trabajar por la extensión del reinado social de Cristo mientras se utiliza el
sistema de la soberanía del pueblo o reino social de Satanás. El fin no
justifica cualquier medio.
Enseña Sardá y Salvany que
“Todo el dogma revolucionario se reduce a tres negaciones fundamentales:
negación del pecado original, negación de la divinidad de Cristo, negación de
la autoridad de la Iglesia” (El año cristiano, 1892). La democracia liberal
partitocrática se basa en esas tres negaciones. El católico, teniendo un
concepto totalitario de la vida, no puede con sus actos contribuir a diluir la
gravedad del dogma revolucionario, valiéndose del mismo con la excusa de
combatirlo, y dejando para el fuero privado la afirmación explicita que lo
contradiga. Eso es liberalismo. Con la excusa de “hacer algo”, en realidad se
priva de hacer lo más importante hoy: la confesión de la fe, de palabra pero
también con sus actos, negándose a prender el incienso en los sagrados domingos
electorales democráticos.
Puede que el grado de
liberalismo en estos nacionalistas sea pequeño, puede y es muy probable que no
se den cuenta que indirectamente están favoreciendo al sistema, pero de hecho
creemos que es así. Y pensamos que se debe a que no se entiende la naturaleza
de lo que son los dos combates, de los cuales hablara Jean Vaquié, resumen de
lo cual daremos en un anexo a este artículo. No se entiende el castigo que
estamos sufriendo y la manera en que debemos conducirnos para que Dios
intervenga en el curso de los acontecimientos. No se entiende, en fin, el
carácter religioso de la contienda.
Aclarado el asunto acerca de
este principio católico liberal de “transar” con el mundo y su sistema
negacionista de Cristo Rey, puesto que “así son las cosas hoy”, nos viene otra
pregunta: ¿es éste un problema de la inteligencia, o de la voluntad? Puesto que
personas muy inteligentes y formadas han caído en este yerro, conviene
dilucidar un poco el problema.
No vamos a hacer afirmaciones
tajantes, pero es un parecer el de que hay algunos que terminan desdeñando la
importancia de la doctrina y la inteligencia o desconfían de ellas porque han
tenido desviaciones en el terreno de la voluntad. Eso es lo que explicaba en su
momento el Padre Osvaldo Lira: “En su ignorancia absoluta de la estructura psicológica
del hombre, desconocen que muchísimos de los errores que han perturbado la vida
de la Humanidad han tenido su raíz en desviaciones no del entendimiento, sino
de la voluntad, porque, como ya apuntó Santo Tomás, con su sagacidad soberana,
el juicio práctico, para ser recto, o, lo que es igual en este caso, para ser
verdadero, supone la rectificación del apetito, uno de cuyos sectores es esa
misma voluntad. De aquí proviene, de esa ignorancia a que aludimos, que esos
católicos corran afanosos en pos de diferentes ersatz o sustitutos de la
inteligencia, tales como el sentido práctico, la prudencia o el buen criterio
(vocablos todos que vienen a padecer en sus labios cierta violenta capitis
diminutio), como si fuese posible aniquilar o siquiera alterar en lo mínimo el
plan de Dios, aquel plan que reserva a nuestra facultad captadora y catadora de
esencias la misión de regir en último término todas las acciones humanas del
hombre. Y los resultados están a la vista. La vida habitual y ordinaria de ese
tipo de católicos termina siempre por resolverse en un tejido de
contradicciones, cuya característica más alarmante es la de ser inconscientes.
Así es también como, sin sospecharlo y con la mejor intención del mundo –se
dice que el infierno está cuajado de buenas intenciones–, se erigen real y
verdaderamente en auxiliares, preciosos por lo insospechados, de todos los
enemigos del cristianismo. Es el eterno error de renunciar a los beneficios que
brotan de una perfección determinada por los peligros que ella entraña; el
error, en una palabra, de los cobardes, de los que no se han parado jamás a
pensar que cuando un don de Dios produce en nosotros frutos de perdición, no se
debe a su origen divino, sino al pésimo manejo que de él hacemos los hombres”
(Defensa de la inteligencia, 31 de agosto de 1947).
Parecería hacerse eco de la
sentencia de Chesterton, cuando decía que “cuando las cosas andan realmente
mal, ya no se necesita al hombre práctico, sino al contemplativo”. Este trato
despectivo de algunos hacia el maestro que es tachado de inoportuno porque la
urgencia y gravedad de la situación implicaría ir hacia un frenesí de actividad
que se reduce a las prácticas políticas de la moderna sociedad democrática,
confunde inmovilidad con inactividad, o como decía el P. Lira, el reposo de la
inercia con el de la actividad infinita. Pedía además este gran sacerdote que
“no desquiciemos, pues, el ejercicio de nuestro propio ser, de nuestra propia
condición humana, en nombre de activismos incontrolados, cuya única
calificación acertada es la de fanáticos. El Doctor Angélico nos afirma
categóricamente que el primer principio de los actos humanos es la razón. En
virtud de este aserto, abandonemos todo recelo contra la más noble de nuestras
facultades, contemplémosla en toda la amplitud de su trascendencia magnífica y
dejémonos guiar por su magisterio, pues es en ella misma o, a lo menos, por su
necesario intermedio, donde brotan las sugerencias salvadoras con que el
Espíritu divino quiere conducirnos suave y eficazmente al lugar de nuestra
eterna felicidad”. Dicho lo cual, se comprende que si nos dejamos guiar por el
activismo cualquiera fuere, sin la debida preeminencia de la contemplación, lo
cual es una flaqueza de la voluntad que se impone a la inteligencia, entonces
puede terminarse por no saber dar testimonio del bien. Como decía el Padre
Emmanuel: “El alma que no tuvo la fuerza de rendir testimonio del bien, pierde
algo del conocimiento mismo del bien: por¬que es una ley de la justicia divina
que el espíritu paga las flaquezas de la voluntad. Estas flaquezas son el fruto
ordinario de las desgraciadas concupiscencias y Dios las castiga dejando que
un comienzo de ceguera se difunda en las almas, justo castigo de nuestras
flaquezas y de nuestras cobardías. Con el fin de que la voluntad sea más
fuertemente llevada a adherirse al bien y a rechazar el mal es de suma
importancia saber con toda claridad discernir dónde está el bien y dónde está
el mal” (Las dos ciudades, Editorial Iction, Bs. As., 1980).
Podemos encontrar entonces
fallas en el conocimiento o la comprensión de la guerra en que estamos
inmersos, desconocimiento del enemigo y de lo que es la Revolución; también
defección en la voluntad, cansada de remar sin llegar nunca a ninguna orilla;
pero también está obrando el diablo con su tentación. Creemos que esto sin
dudas ocurre. Decía Louis Veuillot, en referencia a las tentaciones que sufrió
Cristo en el desierto:
“El liberalismo renueva esta
escena: la Iglesia es pobre, tiene hambre; pero si la Iglesia se hace liberal,
será rica, y las piedras se convertirán en pan. Pero el hambre que atormenta a
la Iglesia, el mismo que atormentaba a Jesús, es la caridad. La Iglesia tiene
hambre por alimentar a las almas que languidecen en el error. El pan que ella
quiere distribuirles, el pan que las hará fuertes, es la palabra salida de la
boca de Dios, es la Verdad. El liberalismo le dice: Si sois de Dios, si tenéis
la palabra de Dios, ningún riesgo correréis en abandonar el pináculo del
Templo: echaos abajo, id hacia la muchedumbre que no llega ya a vos, despojaos
de aquello que en vos a ella no agrada, decidle las palabras que le gusta
escuchar, y la reconquistaréis; total, Dios está con vos. Mas las palabras que
a la muchedumbre le gusta escuchar, no son precisamente las palabras salidas
de la boca de Dios, y siempre está prohibido tentar al Señor” (La ilusión
liberal. Ed. Nuevo Orden, 1965).
Ahora viene la tentación sobre
el nacionalismo católico: es pobre, tiene hambre; si se hace democrático, será
rico, tendrá votos y una multitud podrá escuchar su palabra. Si sois de Dios,
echaos abajo, hacia la multitud, nada os pasará. Despojaos de aquello que a la
multitud no le agrada, dadles el pan que esperan y que nadie más les da,
decidles lo que les gusta escuchar. Así los conquistaréis. Así ganaréis terreno
para la patria. Dios está con vosotros...
Sin embargo, cada día que pasa
se confirma más el escolio gómezdaviliano: “La providencia resolvió entregar al
demócrata la victoria y al reaccionario la verdad”. Y parafraseando a Santa
Juana de Arco, que decía que “los hombres de armas combatirán y Dios otorgará
la victoria”, podríamos ahora decir que “los hombres nacionalistas votarán, y
Dios dará la derrota”. Esto no falla.
Quizás algunos podrían llegar
a condenarnos, vituperarnos y tildarnos con una serie de desaforados epítetos
denigratorios e insultantes como “Cruzados Virtuales” de una “mentalidad
binaria”, “cavernícolas virtuales” que “no son capaces de hacer algo complejo
por la Patria porque creen que se contaminan”, “caballeros conceptuales” que “seguirán tejiendo intrigas entre el
escritorio, el teclado y la chocolatada”, “amargos caballeros virtuales que
gustan de tirar tópicos por doquier escupiéndole el asado a los que se foguean
entre las brasas y los humos cotidianos de la mundanidad”, que “creen que la
cristiandad se construyó en una biblioteca y con argumentos dialécticos creen
que van a hacer algo por la Patria «diciendo la verdad»”, “puristas” que
“esperan un mesías que sea de perfecta procedencia, inmaculado currículum,
intachable reputación” y además “puritanos” que “rebuznan contra la que llaman
“fe del carbonero” y también “adulan su propio ingenio cuando hacen lógicos y
razonados comentarios en los blogs más cotizados”, etc., etc., como hace poco
–escudándose en el nombre del Padre Castellani, ¡pobre Castellani!- hicieran
tristemente desde un blog bastante conocido en un artículo confuso y resentido.
Es inevitable que surjan a lo largo del camino personas resabiadas de
liberalismo (tolerantes en los principios e intolerantes con las personas, que,
tras atacar duramente, luego se victimizan). Como decía el Padre Ramière: “La
intolerancia hacia los defensores de los principios es, junto con la tolerancia
para con los jefes del error, uno de los síntomas más característicos del
contagio liberal”. Así que, más allá del pesar que causan estas cosas, hay que
tenerlas en cuenta y saber que podrán venir en el transcurso de nuestro camino.
Hagámoslas servir para revisar nuestras posiciones y así poder afirmarnos más
en la Verdad, a la que deseamos servir desde nuestra condición de siervos
inútiles, sin medallas o prosapia que ostentar más que la cruz de Cristo. Y que
los que caen en tales invectivas, siendo como son cristianos, puedan
recapacitar. El deslizamiento hacia el liberalismo, que todo lo ha invadido, está
siempre acechándonos. El diablo nos arrastra con nuestras mejores intenciones.
El sentimentalismo hace estragos. El orgullo siempre es mal consejero.
En este combate de las dos
ciudades, ya no se puede ser débil en la fe, en la doctrina, en las decisiones.
Pues si débiles somos de medios, de virtud, de sabiduría, nuestra fuerza,
nuestra sabiduría, nuestro coraje, como los de David, están en Dios. Y esa
fuerza la tendremos siempre y cuando seamos intransigentes y rectos de corazón.
En palabras de Luce Quenette: “Tenemos el deber urgente, absoluto, cotidiano de
combatir a la revolución. ¿Cómo? Por la intransigencia absoluta, la
intolerancia sin condición […] Todo el resto es traición, sentimentalismo,
tentación, inserción en el engranaje […] la verdad es reina absoluta y toda
concesión un error; la esencial caridad hacia el error es la expresión clara de
la verdad”. “La contra revolución pide ante todo que la acción no sea
precipitada ni idolatrada. El establecimiento de convicciones absolutas debe
precederla y la meditación y el estudio jamás abandonarla”. “Hay que hacer todo
eso con el fuego sagrado…las almas de caballería así decididas son temibles
para la revolución. Y la revolución, delante de ellas, se deja ver vulnerable”
(Revolución y contra-revolución, cit, en Guennaël de Pinieux, Voter: piège ou
devoir?, Editions Chiré, 2016, p. 45).
Concluimos con nuestro al
parecer hoy olvidado por muchos Jordán Bruno Genta, que firmó con sangre sus
propias palabras:
“Esta es la hora de la
intransigencia, esta es la hora de hablar el lenguaje que Cristo nos recomienda
en el Sermón de la Montaña: Sí, sí. No, no. Esta es la hora de la obstinación
invencible, de la constancia persistente, de la fidelidad continuada. Es
cierto, nosotros no tenemos la fuerza del número, no tenemos la fuerza del
dinero, no tenemos la fuerza de las armas, no tenemos la fuerza de las logias
ni de los poderes ocultos pero nosotros tenemos la fuerza de Cristo y en la
manera en que esa fuerza irradie en nosotros y Cristo viva en nosotros más que
nosotros mismos en esa misma medida seremos invencibles aún en la derrota
porque después de todo este es un lugar de paso, de prueba y de testimonio y lo
importante es que seamos capaces de ser hasta la muerte y sobre todo en la hora
de la muerte testigos de la verdad”.
¡Viva Cristo Rey! ¡Viva la
Inmaculada Concepción! ¡Viva San José!
Flavio Mateos
ANEXOS
Este escrito va con algunos
anexos, que se adjuntan aparte, como un pequeño aporte para esclarecer en temas
que es necesario profundizar, dedicando cierto tiempo de estudio:
ANEXO 1:
Conclusión del libro “La souveraineté du peuple est une hérésie” del
Padre Charles Maignen, 1892.
Dice en la introducción este
buen autor:
“Lo que divide a Francia en
dos campos no es la forma de gobierno, es el principio de autoridad.
Estamos en presencia de dos
doctrinas:
-la de la Iglesia:
“Todo poder viene de Dios”,
-y la de la Revolución:
“Todo poder viene del pueblo”.
Luego, destaca muy
perspicazmente, el problema de siempre, el que hoy percibimos en el
nacionalismo católico argentino:
“Si los católicos están
divididos, es porque ellos no están bastante separados de sus enemigos”.
Otros asertos para destacar:
“Muchos se dejan llevar de las
apariencias o de las fórmulas; hace falta iluminar y poner en evidencia el
objeto fundamental del debate y mostrar dónde está el enemigo, si
verdaderamente se lo quiere vencer.”
“El dogma revolucionario de la
soberanía del pueblo; ¡he ahí el enemigo!”
“Tomemos parte en las luchas
políticas para instruir y no para seducir”.
“Enseñemos al pueblo que si él
quiere buenos gobernantes, debe consentir en tener maestros”.
Este autor va hasta el fondo
del asunto, mediante un realismo teológico evidente.
ANEXO 2:
Síntesis de La batalla
preliminar o los dos combates de Jean Vaquié, destacado intelectual francés,
especialista en temas como Gnosticismo y Ocultismo, Masonería, Revolución y
Subversión en la Iglesia. Creemos es muy útil para ubicarse mejor en el combate
contrarrevolucionario que estamos llevando a cabo.
ANEXO 3:
De alguna manera continuando
las enseñanzas de Jean Vaquié, Christian Lagrave, autor francés miembro
fundador de Lecture et Tradition, hace un buen resumen de las fuerzas que
actualmente combaten por establecer el reinado del Anticristo, y saca sus
conclusiones, las cuales traducimos.
ANEXO 4:
El Gran Maestre de la
Masonería francesa llama a votar en las elecciones presidenciales.
ANEXO 5:
La Masonería Argentina celebra
la democracia.
ANEXO 6:
Finalmente un artículo a
título informativo. Hemos visto que frecuentemente, incluso a raíz de la
reciente discusión mediática del nacionalismo, surge la famosa “frase de San
Agustín”: “Unidad en las cosas necesarias, libertad en las cosas dudosas, caridad
en todas las cosas”. Es como las famosas frases del Quijote que no están en el
Quijote. Bueno, esta frase no es de San Agustín, sino de un teólogo luterano y
suele usarse de manera irenista, por lo cual es absolutamente recomendable no
usarla. He traducido un breve artículo al respecto.
A.M.D.G.
Nacionalismo Católico San Juan Bautista