III.1.2. LA FUNDACIÓN DE LA REPÚBLICA NORTEAMERICANA
CAPITULO III
EL SISTEMA FINANCIERO MUNDIAL Y SUS NÚCLEOS DE PODER
III.1. LA URDIMBRE EN SUS ORÍGENES
El 4 de julio de 1776, los delegados de los trece Estados de Nueva
Inglaterra proclamaban la Declaración de Independencia de los Estados
Unidos de América. De los trece firmantes del Acta de Independencia,
nueve eran francmasones (Ellery, Franklin, Hancock, Hewes, Hooper,
Paine, Stockton, Walton y Whipple). Idéntica condición
compartían nueve de los trece delegados que rubricaron los artículos
de la nueva Confederación (Adams, Carroll, Dickinson, Ellery,
Hancock, Harnett, Laurens, Roberdau y Bayard Smith), así como
los trece firmantes de la Constitución estadounidense (Bedford,
Blair, Brearley, Broom, Carroll, Dayton, Dickinson, Franklin, Gilman, King,
McHenry, Paterson y Washington). La gran mayoría de los
congresistas que ratificaron dichos acuerdos eran igualmente miembros de la
hermandad masónica, lo mismo que la práctica totalidad de los
mandos del ejército republicano que combatió a las tropas
realistas de la metrópoli inglesa.
La influencia de la francmasonería se haría patente desde el
principio en todos los ámbitos del incipiente Estado, modelando sus
componentes ideológicos y políticos e inspirando buena parte de su
simbología.
Inmediatamente después de proclamar la Declaración de
Independencia, el Congreso reunido en Filadelfia adoptó una resolución
encargando a John Adams, Benjamín Franklin y Thomas Jefferson
la confección del sello oficial del nuevo Estado. A tal efecto, cada uno
de los tres miembros del comité sugirió un diseño para el
sello de la Unión. Jefferson propuso una imagen que representase al
pueblo de Israel marchando hacia la Tierra Prometida. Franklin proyectó
una alegoría en la que aparecía Moisés conduciendo a los
israelitas a través del Mar Rojo. John Adams, por su parte, se inclinó
por un tema de la mitología griega que representaba a Hércules. A
estas primeras propuestas se les fueron añadiendo las de sucesivos comités
hasta que, finalmente, fue aprobado el diseño definitivo propuesto por el
secretario del Congreso, Charles Thomson, maestre de una logia
masónica de Filadelfia dirigida por Benjamín Franklin.
El reverso de dicho sello no era (es) sino una transcripción de la
simbología iluminista. En su parte central figura una pirámide
truncada de trece escalones, el último de los cuales contiene una fecha
escrita en caracteres romanos: MDCCLXXVI, esto es, 1776. Coronando la cima de la
pirámide aparece un triángulo radiante con un ojo en su interior.
Tal ideograma era el símbolo de los Illuminati de Baviera, y el que figuró
en las portadas de los textos jacobinos más radicales durante la Revolución
Francesa. El reverso del Gran Sello incluye también dos leyendas, una en
su parte superior, circundando el triángulo, que reza "Annuit
Coeptis", y otra en su parte inferior, que circunda la base de la
pirámide y dice "Novus Ordo Seclorum".
Los trece escalones de la pirámide representan a los trece Estados
firmantes de la Declaración de Independencia. La leyenda "Annuit
Coeptis" se traduce como "(él) ha favorecido
nuestra empresa", refiriéndose al ojo encerrado en el triángulo,
que representa a una fuerza providencial cuya naturaleza será mejor dejar
para otra ocasión. Esta consigna refleja fielmente esa especie de
mesianismo pseudorreligioso que ha impregnado desde sus comienzos la
idiosincrasia nacional estadounidense. No será necesario extenderse aquí
sobre las pretensiones "salvíficas" de ese país,
pretensiones que se han venido manifestando como una constante prácticamente
desde su nacimiento. De ahí los innumerables atropellos "libertadores"
cometidos por tan emérita nación sobre sus vecinos continentales
del sur, por no hablar de los perpetrados contra los nativos amerindios, y de ahí
sus ínfulas contemporáneas que le llevan a erigirse en faro de la
humanidad, pese a tratarse una de las sociedades en las que con mayor virulencia
se manifiestan todas las lacras de la patología occidental. Aunque justo
es reconocer que también se trata de uno de los pocos países, por
no decir el único, en el que aún subsiste una prensa independiente
digna de ese nombre, minoritaria y arrinconada, naturalmente. Entendiendo por
prensa independiente, claro está, aquélla que desenmascara al
Sistema en su conjunto, y no la que practica la nauseabunda farsa de censurar
las irregularidades de alguna de las facciones políticas que lo componen,
santificando simultáneamente al Sistema que está por encima de
todas ellas.
En cuanto a la otra frase del sello, "Novus Ordo Seclorum",
su traducción correspondiente vendría a ser "El Nuevo
Orden de los Siglos" o "El Nuevo Orden de las Eras".
Como podrá apreciarse, las referencias a un Nuevo Orden y a una Nueva
Era, tan recurrentes a todo lo largo de la época moderna, no son nada
nuevas. Esta frase, tomada del filósofo romano Virgilio, es interpretada
en su sentido más superficial como una equiparación del nuevo
Estado norteamericano con la antigua Roma Imperial. Pero en la simbología
iluminista la leyenda en cuestión no se refiere a nada de eso, sino a la
"Nueva Era de Acuario" ( otro concepto muy en boga hoy),
que habrá de suceder a la Era de Piscis o Era Cristiana. Con arreglo a
dicha simbología, la fecha que figura en el Gran Sello norteamericano,
1776, que es la fecha en la que tuvo lugar tanto la Declaración de
Independencia como la fundación de la Orden de los Iluminados, marca el
inicio de un período de 250 años durante el cual deberá
consumarse la transición de la Era de Piscis a la de Acuario. Y en esa
transición, tal y como pensaban los diseñadores del Sello, los
Estados Unidos desempeñarían un papel determinante.
Un buen colofón de todo lo apuntado hasta aquí podría
ser la carta que el propio George Washington le escribiera en
1798 al pastor protestante G.W. Snyder, y en la que se
expresaba en estos términos:
"Yo no tenía la intención de poner en duda que la
doctrina de los Iluminados y los principios del jacobinismo se habían
extendido en los Estados Unidos. Al contrario, nadie está más
convencido de ello que yo. La idea que yo querría exponeros era que yo no
creía que las logias de nuestro país hayan buscado, en tanto que
asociaciones, propagar las diabólicas doctrinas de los primeros y los
perniciosos principios de los segundos, si es que es posible separarlos. Que las
individualidades lo hayan hecho, o que el fundador o los intermediarios
empleados para crear las sociedades democráticas en los Estados Unidos
hayan tenido ese proyecto , es demasiado evidente para permitir la duda".
Como culminación del proceso, en 1945 otro hermano francmasón,
el presidente Franklin Delano Roosevelt, ordenó que el
reverso del Gran Sello norteamericano se imprimiera en la cara posterior del
billete de dólar, sin duda el lugar más idóneo. Todo un símbolo
de la religión humanista del poder y del dinero que impera en la
actualidad y que tiene sus centros de culto en la Sala de Oración del
Capitolio, en el Templo del Entendimiento de Washington y en el Salón de
Meditaciones de la ONU.
Desde el primer presidente de la nación, George Washington,
iniciado en la logia Fredicksburg nº 4 de Virginia, y con el tiempo Gran
Maestre de la logia Alejandría nº 22, quince han sido sus sucesores
en la suprema magistratura de los Estados Unidos que han vestido el mandil
francmasón:
James Monroe, presidente de 1817 a 1824. Maestre de la
logia Williamburg nº 6 de Virginia.
Andrew Jackson, presidente de 1829 a 1836. Gran Maestre de la logia Harmony nº1 de Nashville (Tenessee).
Andrew Jackson, presidente de 1829 a 1836. Gran Maestre de la logia Harmony nº1 de Nashville (Tenessee).
James Knox Polk, presidente de 1845 a 1849. Maestre de la
logia Columbia nº 31 de Tenessee. James Buchanan, presidente de 1857 a
1861. Maestre de la logia nº 43 de Lancaster (Pensilvania).
Andrew Johnson, presidente de 1865 a 1868. Grado 33 del
rito escocés.
James Garfield, presidente en 1881. Grado 14 en la logia
Mithras de Washington.
William McKinley, presidente de 1897 a 1901. Caballero del
Templo en la logia Canton nº 60 de Ohio.
Theodore Roosevelt, presidente de 1901 a 1909. Maestre en
la logia Matinecock nº 806, de Oyster Bay (Nueva York).
William Howard Taft, presidente de 1909 a 1913. Gran
Maestre de la masonería de Ohio.
Warren G. Harding, presidente de 1921 a 1923. Grado 33 en
la fraternidad nº 26 de Ohio.
Franklin Delano Roosevelt, presidente de 1933 a 1945.
Grado 32 del rito escocés.
Harry S. Truman, presidente de 1945 a 1953. Gran Maestre
de la masonería de Missouri y, posteriormente, grado 33, el máximo
de la organización.
Lyndon B. Johnson, presidente de 1963 a 1969. Iniciado en
la masonería de Tejas.
Gerald Ford, presidente de 1974 a 1977. Miembro de la
logia Columbia nº 3 de Washington e Inspector General Honorario del grado
33.
Y George Bush, grado 33 del Supremo Consejo, además
de Gran Carnicero de Panamá y Gran Devastador de Irak, aunque este tipo
de títulos no suelan ser reconocidos oficialmente por la filantropía
francmasónica.
Esto no es más que una muestra de la presencia de la francmasonería
en la vida pública estadounidense, ya que la nómina de todos los
adeptos pertenecientes a las altas esferas económicas, políticas y
sociales sería, por su extensión, imposible de reproducir aquí.
Junto a las logias adscritas al rito escocés, es decir, a las
Constituciones de Anderson, y en estrecha relación con las mismas, opera
en los Estados Unidos otra masonería con identidad propia agrupada en
torno a la Logia B'naï B'rith y reservada exclusivamente a los
ciudadanos de origen judío. Esta entidad, cuyo peso e influencia en las
altas esferas del Poder serán analizados más adelante, cuenta con
ramificaciones distribuidas por 47 países, y el número de sus
afiliados supera la cifra de 600.000. De cualquier modo, el hecho de pertenecer
a la logia B'naï B'rith no impide la militancia de sus miembros en otras
logias de la masonería regular, cosa, por lo demás, harto
frecuente, si bien el flujo en sentido inverso no es posible.
Por otro lado, el papel desempeñado por los francmasones judíos
en la fundación y desarrollo de la masonería norteamericana fue,
desde los mismos inicios de ésta, más que notable.Y nada mejor
para constatarlo que acudir a la valoración efectuada sobre ese
particular por la publicación Jurisdiction Sud, boletín
oficial del rito escocés reservado a los adeptos, en cuyo número
correspondiente a marzo de 1990, el francmasón de grado 32 Paul M.Bessel
escribía lo siguiente:
"Los judíos han estado activamente vinculados a los
inicios de la francmasonería en los Estados Unidos. Numerosos detalles
prueban, en efecto, que ellos estuvieron entre los fundadores de la francmasonería
en siete de los trece Estados primitivos: Rhode Island, New York, Pennsylvania,
Mayland, Georgia, Carolina del Sur y Virginia".
"Un francmasón judío, de nombre Moisés
Michael Hays, fue el primero que introdujo el rito masónico escocés
en los Estados Unidos. Fue igualmente Inspector General delegado para la
francmasonería de América del Norte en 1768, y Gran Maestre del
Estado de Massachussets de 1788 a 1792".
"Los francmasones judíos jugaron un papel importante en
el curso de la Revolución Americana: 24 de ellos fueron oficiales del ejército
de George Washington, y otros muchos ayudaron con su dinero a la causa
americana. Hayim Salomon, un masón de Filadelfia que, junto con otros,
contribuyó a la colecta de fondos destinados a sostener el esfuerzo de
guerra americano, también prestó dinero a Jefferson, Madison y Lee".
"Se dispone de pruebas de que numerosos judíos, rabinos
incluidos, permanecieron vinculados al movimiento francmasón americano a
todo lo largo de la historia de los Estados Unidos. Ha habido al menos una
cincuentena de Grandes Maestres judíos americanos. Hoy, numerosos judíos
son activos francmasones en los Estados Unidos, así como en otros países.
A título indicativo, el Estado de Israel cuenta con unas sesenta logias
que comprenden un total de casi trece mil miembros. Sin hablar de los afiliados
a la logia B'naï B'rith".
Tiempo antes, el Masonic Service Association of the United States había
incluido en su publicación confidencial "Short Talk Bulletin"
(vol. XLV, nº3) una lista de los Grandes Maestres judíos de la
francmasonería estadounidense.
Por lo demás, la relación existente en el ámbito
francmasónico no es más que un reflejo de la estrecha vinculación
que, a todos los niveles, se ha dado siempre entre el protestantismo
norteamericano y el universo judío. Vinculación que no sólo
se manifiesta en los altos círculos sociales de ese país, donde la
trabazón entre la oligarquía protestante y la plutocracia judía
ha sido y sigue siendo íntima, sino también en la esfera ideológico-religiosa
del fundamentalismo anglosajón. Es, por lo tanto, una solemne patraña,
o si se prefiere, pura intoxicación, la idea que, desde los medios
voceros del capitalismo progresista, atribuye al fundamentalismo protestante
norteamericano un contenido antijudaico (como muestra perfecta de dicha
intoxicación léase un artículo aparecido en el rotativo
El Mundo el 29-4-95 bajo el título "Del Mayflower a
Forrest Gump"). Intoxicación que, como se habrá podido
comprobar, arreció con ocasión del atentado de Oklahoma, un suceso
a partir del cual los manipuladores de costumbre han pretendido extender al
conservadurismo protestante en su conjunto los planteamientos de los supuestos
autores del delito, individuos pertenecientes a unos círculos ideológicos
marginales y absolutamente minoritarios en aquel país. Baste decir a este
respecto que los militantes de tales grupúsculos ultras no superan en los
Estados Unidos la cifra de unas cuantas docenas, cantidad a todas luces
irrisoria en un territorio habitado por doscientos cincuenta millones de
personas, y en el que cualquiera de las aberraciones y extravagancias que lo
recorren cuenta con millares de adeptos. A título de anécdota
grotesca, tampoco será ocioso recordar la intervención del
presidente Clinton, que se dirigió a los niños
norteamericanos que vieron las escenas de la catástrofe por televisión
para mitigar el impacto traumático de tales imágenes y recordarles
que "las personas mayores son buenas". Como si los niños
norteamericanos no estuviesen hasta las criadillas de ver violencias y carnicerías
de toda índole en la televisión de su país.
Lo cierto, pues, con arreglo a los hechos, y la auténtica realidad es
que los sectores más conservadores del republicanismo estadounidense
simpatizan con la causa sionista con el mismo entusiasmo que lo hacen los
progresistas del partido demócrata. Y tal cosa ha sido así desde
los mismos comienzos de esa nación.
El fundamentalismo norteamericano moderno hunde sus raíces en los
puritanos pilgrims que arribaron a las costas de Nueva Inglaterra a principios
del siglo XVII. Ahítos de Biblia e imbuidos de una especie de fanatismo
mesiánico, los tripulantes del Mayflower y del Arbella se consideraban a
sí mismos los elegidos de Dios, un concepto que, por aberrante que a la
luz de los hechos pueda parecer, ha estado siempre presente en el protestantismo
estadounidense.
Concepciones similares a aquéllas fueron reproducidas después
por "teólogos" más cercanos en el tiempo, entre los que
cabría citar a John Wilson, un frenólogo
londinense que en 1840 publicó un libro titulado "Our
Israelitisch Origin", donde se establecían las bases "históricas"
y "científicas" del mesianismo anglosajón. Según
el citado autor, a raíz de las invasiones asirias un contingente del
pueblo judío marchó al exilio. Con el transcurso del tiempo esos
judíos exiliados se convirtieron en los escitas, que, a su vez, eran los
antepasados de los sajones. Una vez establecida semejante cadena genealógica,
y tras afirmar que la palabra "sajón" significaba "hijo de
Israel", el tal Wilson concluyó finalmente que los ingleses eran
descendientes por línea directa de la tribu judía de Efraín.
Como será fácil de suponer, Wilson no estuvo sólo en
esa labor de búsqueda "científica". Muy pronto sus
fantasmagóricas pesquisas se vieron secundadas e incluso sobrepasadas por
otros lunáticos de parecido calibre. Uno de ellos fue el reverendo
Glover, que identificó al león británico
con el león de Judá y, al igual que Wilson, afirmó que los
ingleses descendían de la tribu de Efraín, y los galeses y
escoceses de la tribu de Manasés. Poco después aparecería
otro investigador similar, Edward Hine, quien en 1870 publicó
una obra donde se ratificaban y ampliaban las conclusiones de sus predecesores ("The
English nation identified with the lost house of Israel by twenty-seven
identifications"). La primera edición de dicha obra fue seguida
cuatro años más tarde de una segunda edición revisada según
la cual los anglosajones ya no estaban entroncados con varias de las antiguas
tribus hebreas, sino con todas ellas.
Todo esto no pasaría de ser una anécdora esperpéntica
si no fuera por el hecho de que tales dislates no sólo alcanzaron una
considerable aceptación en su época, sino que todavía hoy
se incluyen como conceptos básicos en los libros de texto del
fundamentalismo protestante anglosajón.
Con el declive del Imperio Británico, semejantes lucubraciones mesiánicas,
tan idóneas por otra parte para servir de soporte ideológico al
expansionismo y a la dominación, se afincaron en el nuevo centro de
gravedad del mundo capitalista, donde encontrarían un terreno abonado
para su arraigo en las mistificaciones del protestantismo pilgrim.
No hará falta decir que el enemigo supremo fue identificado durante años
por el fundamentalismo norteamericano con la URSS. Pero ésa no era la única
amenaza que se cernía sobre tan benemérita nación. Entre
algunos sectores de los más adinerados e influyentes círculos del
ultraconservadurismo republicano, también estuvo extendida la idea de que
la Bestia de las Diez Diademas del Apocalipsis, era la Comunidad Europea,
integrada entonces por diez naciones. Aunque es de suponer que la posterior
incorporación de nuevos países a la Comunidad dejaría un
tanto desconcertados a tan sagaces cabalistas, que a buen seguro estarán
escudriñando con redoblada atención en el esoterismo numérico
en busca de nuevas combinaciones que confirmen su tesis según la cual
"la CE reducirá a la esclavitud a Gran Bretaña y a
Norteamérica".
Otro de los elementos recurrentes del fundamentalismo protestante es el célebre
Harmagedón, una idea que reviste especial importancia entre amplios
sectores de la oligarquía económica y política del
conservadurismo estadounidense. Así, durante la campaña
presidencial de 1980, y en el curso de una alocución pronunciada ante un
grupo de dirigentes del lobby judío neoyorquino, Ronald Reagan
se refirió a ese tema asegurando que "Israel es la única
democracia estable en la que podemos confiar en la zona donde puede llegar el
Harmagedón". No será ocioso significar que uno de los
mentores "espirituales" de Ronald Reagan era por entonces Jerry
Falwell, destacado predicador fundamentalista y presidente de
la llamada "Mayoría Moral" de los Estados Unidos, colectivo que
tiempo después se integraría en la Liberty Federation. Por otra
parte, las opiniones de Reagan eran compartidas por varios altos cargos de la
Administración, entre los cuales figuraban James Watt,
secretario de Interior, James Watkins, jefe de Operaciones
Navales, John Vessey, jefe del Estado Mayor conjunto, y Caspar
Weinberger, secretario de Defensa. Este último también
se manifestó sobre el particular durante una conferencia celebrada en la
Universidad de Harvard, donde afirmó que, por su condición de judío
practicante, estaba familiarizado con los temas bíblicos, señalando
su convicción de que la gran batalla del Harmagedón se libraría
en la colina de Meggido, un pequeño promontorio situado a unos
veinticinco kilómetros de la localidad israelita de Haifa.
Por lo demás, la importancia que los postulantes del Harmagedón
otorgan al territorio israelí es algo común y reiterativo en esos
ambientes ideológicos, importancia que, en cualquier caso, no tiene más
fundamento que sus estrafalarias interpretaciones de ciertos pasajes bíblicos.
Muy distinto, por el contrario, es el criterio sobre ese respecto de quienes han
sabido valorar la verdadera relevancia estratégica de dicha zona basándose
en elementos de juicio bastante más pragmáticos y realistas. Tal
fue el caso de Nahum Goldmann, fundador del Congreso Judío
Mundial y, posteriormente, presidente de Israel, quien en el curso de la 7ª
sesión plenaria del Congreso Judío Canadiense se refirió
a ese tema en los siguientes términos: "El Medio Oriente,
situado entre tres continentes, cruce de Europa, Asia y Africa, es probablemente
la región estratégica más importante del mundo....Recuerdo
que el encargado de la administración del petróleo en Norteamérica
durante la guerra, el señor Ickes, me manifestó que los informes
de los expertos confirmaban la presencia de más petróleo en el
Medio Oriente que en toda América del Norte y Central juntas, de diez a
veinte veces más. Y ustedes saben lo que el petróleo significa
para el mundo. Una vez que hayamos establecido un Estado judío en
Palestina, todo estará a nuestro favor.....Palestina es hoy el centro de
la estrategia política mundial, y los hombres de Estado que se ocupan
ahora del sionismo piensan así. Querría que los sionistas lo
comprendieran. No siempre lo que se sustenta en la justicia y la honradez es lo
que cuenta en este mundo. Las naciones y los gobernantes del mundo determinan su
actitud con arreglo a sus intereses realistas. Esas serán las
consideraciones decisivas. Todos los aspectos humanitarios del problema
palestino no serán, pues, decisivos, y nosotros debemos adaptar nuestra
política a los aspectos realistas del asunto".(Seventh
Plenary Session, National Dominion Canadian Jewish Congress, May 31, 1947).
Para concluir este breve repaso relativo a las claves mentales propias del
fundamentalismo protestante estadounidense, bueno será dedicar unas
palabras a la Liberty Federation, auténtico núcleo ideológico
de la antigua "Mayoría Moral" y del movimiento ultraconservador
actualmente encabezado por Gingrich bajo el lema del Contrato con América.
Dicha Federación mantiene una especie de índice de libros
proscritos en el que, a juzgar por el puritanismo exacerbado del que hacen gala
sus mentores, sólo sería previsible encontrar textos atentatorios
contra la moral sexual, cosa que, por supuesto, no es así. Esa hipócrita
obsesión por todo lo referente al sexo es simplemente la clásica y
manida fachada conservadora, de la que tan buen partido suelen sacar sus "rivales"
y equivalentes de la burguesía progresista, el otro bando del muladar,
que aprovechan tal circunstancia para proponer a cambio su característico
repertorio de esnobismos sórdidos y para intensificar sus campañas
de disolución global. Pero el meollo fundamental de ese índice de
lecturas malsanas no son los panfletos pornográficos, sino las obras que
cuestionan el liderazgo político y militar de los Estados Unidos, las que
se muestran críticas con el culto al dinero, las que desenmascaran la "ética"
de las finanzas y de las sociedades anónimas, y las que ponen en solfa el
sacrosanto "liberalismo" económico. Aunque todavía hay más.
Entre los libros censurados figuran títulos como "1984", de
Orwel, y "Un Mundo Feliz", de Huxley,
dos retratos premonitorios del totalitarismo posmoderno. También aparece
en la lista negra la obra de
Solzhenitsin "Un día en la vida de Iván
Denisovich", uno de los más preclaros alegatos que se hayan podido
escribir contra la dictadura soviética.
De esta forma, con un paso hacia atrás de los fariseos piadosos, y
dos hacia adelante de sus homólogos progresistas, se va culminado el
proceso