III.2.1. LA SUPERFICIE DEL PODER MUNDIAL
CAPITULO III
EL SISTEMA FINANCIERO MUNDIAL Y SUS NÚCLEOS DE PODER
III.2. LOS CÍRCULOS CONCÉNTRICOS: ANILLOS EXTERIORES Y ANILLOS INTERIORES
III.2.1.1. LA COMISIÓN TRILATERAL
Tras año y medio de intensos tanteos y reuniones preparatorias
auspiciadas por el Chase Manhattan Bank, en julio de 1973 hacía su
presentación oficial la Comisión Trilateral, un organismo de carácter
privado que su más destacado ideólogo, Zbigniew Brzezinski,
iba a definir como "el conjunto de potencias financieras e intelectuales
mayor que el mundo haya conocido nunca".
Después de varias reuniones del Comité Ejecutivo, en las que
se estableció una declaración de principios y se trazaron las líneas
maestras de la organización, en mayo de 1975 tuvo lugar en la localidad
japonesa de Kyoto la primera sesión plenaria de la Trilateral. Los
delegados asistentes a la misma representaban en su conjunto alrededor del 65%
de las firmas bancarias, comerciales e industriales más poderosas del
planeta. Figuraban entre ellos los máximos dirigentes de las bancas
Rothschild y Lehmann, del Chase Manhattan Bank, de las multinacionales Unilever,
Shell, Exon, Fiat, Caterpillar, Coca Cola, Saint-Gobain, Gibbs, Hewlett-Packard,
Cummins, Bechtel, Mitsubishi, Sumitono, Sony, Nippon Steel, etc., así
como los mandatarios de varias Compañías públicas
nacionalizadas de proyección multinacional. En definitiva, los mayores
productores mundiales de petróleo, de acero, de automóviles y de
radiotelevisión, y los principales grupos financieros del planeta estaban
en manos de miembros activos de la recién creada Comisión
Trilateral. Con el transcurso del tiempo y las sucesivas incorporaciones, la
concentración de grandes firmas en el seno de la Comisión iría
a más. Los dos temas que constituyeron el objeto central de aquel
encuentro no podían llevar títulos más expresivos: "La
distribución global del Poder" y "Perspectivas y
asuntos claves de la Comisión Trilateral".
El organigrama de la Comisión se articula atendiendo a las tres
regiones hiperdesarrolladas del globo para las que fue concebida, esto es, América
del Norte (EEUU y Canadá), Europa y Japón..Cada una de estas tres
zonas dispone de un Comité Ejecutivo que, entre otras cosas, se encarga
de elaborar la relación de empresarios, políticos, sindicalistas,
académicos y dirigentes de medios de comunicación considerados idóneos
para su incorporación a la entidad; todos ellos constituyen la base sobre
la que se levanta la estructura piramidal de la Comisión. El órgano
supremo trilateralista es el Comité Directivo Mundial, presidido por
David Rockefeller e integrado por los presidentes, los
diputados presidentes y los directores de cada una de las tres grandes zonas en
que está implantada la organización. Dado que la extensa nómina
de miembros de la Comisión Trilateral ya fue expuesta en un trabajo
precedente, no parece oportuno reproducirla nuevamente. Aquí bastará
con significar que entre sus integrantes se encuentran indistintamente
individuos adscritos tanto a la derecha como a la izquierda política, por
emplear una terminología que, si bien carece de significado en lo
esencial de los planteamientos de unos y otros y en la práctica de los
hechos, resulta de uso obligado en el terreno de lo convencional.
Tampoco estará de más referirse a las inclinaciones pseudoesotéricas
manifestadas por los promotores de esta organización, inclinaciones que
han incorporado a la simbología de la misma. En efecto, el emblema de la
Comisión consiste en un círculo periférico dividido en tres
trazos de los que parten otras tantas flechas que convergen en un círculo
interior. Se pretende con ello reflejar el clásico arcano de la Unidad
que se despliega en el dos y en el tres, y a la que, a su vez, se llega por
medio de éstos; simbología que, en este caso, no es más que
una siniestra parodia tras la que nada se encuentra que no sea el culto al
demiurgo inspirador de la religión "humanista" del poder y del
dinero, que es el culto que se oficia en los aerópagos del Nuevo Orden
Mundial.
En cuanto a los objetivos de la Comisión, éstos se componen de
una amalgama de enunciados teóricos y de planteamientos prácticos
sin ninguna relación entre sí. Se trata, pues, de separar la retórica
de la realidad, cosa que tampoco reviste excesiva dificultad.
Entre los primeros figuran los consabidos estereotipos característicos
de la demagogia oficial. La declaración trilateralista enunciada en el
World Affairs Council de Filadelfia (24-10-1975) ofrece una buena
muestra de lo dicho: "Todos los pueblos forman parte de una
comunidad mundial, dependiendo de un conjunto de recursos. Están unidos
por los lazos de una sola humanidad y se encuentran asociados en la aventura común
del planeta tierra....La remodelación de la economía mundial exige
nuevas formas de cooperación internacional para la gestión de los
recursos mundiales en beneficio tanto de los países desarrollados como de
los que están en vías de desarrollo"
Efectivamente, desde que fuera creada la Comisión Trilateral, y después
de veinte años de "distribución" de los recursos
mundiales, éstos son acaparados en más de un 80% por los países
pertenecientes a la órbita de la Comisión, países que
apenas representan en su conjunto el 10% de la población mundial.
Prescindiendo de las declamaciones altisonantes y de los efectismos hipócritas,
lo cierto es que uno de los objetivos para los que fue creada la Comisión
se basa justamente en lo contrario, esto es, en consolidar la hegemonía
del bloque desarrollado sobre los países del Tercer Mundo y en impedir
que éstos puedan obstaculizar el futuro de ese predominio. De ahí
que una de las primeras propuestas del ideólogo trilateralista Z.
Brzezinski, consistiese en "el establecimientos de
un sistema internacional que no pueda verse afectado por los "chantajes"
del Tercer Mundo". En ese mismo sentido se manifestaría
durante la cumbre de Kyoto de 1975, donde señaló explícitamente
que "el eje esencial de los conflictos ya no se sitúa entre
el mundo occidental y el mundo comunista, sino entre los países
desarrollados y los que aún no lo están", una
declaración que reflejaba adicionalmente la doctrina desarrollada por la
Comisión Trilateral en sus relaciones con el bloque marxista.
En efecto, las reuniones plenarias de la Trilateral contaron desde el
principio con la asistencia de una delegación soviética, habida
cuenta que los analistas de la Comisión estimaban que, en su conjunto, la
situación reinante en la URSS no suponía el menor impedimento para
una mutua comprensión. Muy al contrario, los expertos trilateralistas
calificaron como "óptimo" para los objetivos de la Comisión
"el gran conjunto económico soviético, donde se afirma
la concentración de fuertes unidades de producción que, aunque
todavía nacionales, operan con fundamentos y capacidad de acción
multinacional".
Ignorando, pues, la situación interna de la Unión Soviética
y sus violaciones sistemáticas de los cacareados derechos humanos, ya que
lo contrario, según Brzezinski, no haría sino
obstaculizar una futura y más estrecha colaboración, y bajo el eslógan
"el comercio es la paz", los diversos trusts económicos
integrados en la Trilateral mantuvieron un lucrativo negocio con la extinta URSS
y sus satélites, procurándoles todo tipo de equipamientos
industriales, sistemas electrónicos, productos petroquímicos,
cereales, etc. La magnitud de esas operaciones crediticias y comerciales
implicaba, como consecuencia adicional, una dependencia casi absoluta del régimen
soviético respecto del área de implantación de la Comisión
Trilateral , sumamente interesada, a su vez, en no malograr con humanitarismos
extemporáneos tan importante mercado. Por otro lado, la situación
hacía perfectamente tolerable el enfrentamiento indirecto entre ambos
bloques y sus guerras en el Tercer Mundo, siempre y cuando se mantuviesen en un
nivel que no perturbara los intereses de las grandes potencias en el plano
internacional. Una confrontación, por lo demás, que nunca fue más
allá de las habituales pugnas limítrofes entre ambos bandos en sus
respectivas zonas de influencia, y que resultaba necesaria, además, para
dar salida a sus excedentes armamentísticos y para justificar su
industria militar.
Pero el caballo de batalla de la Comisión Trilateral, y aquí
ya entramos de lleno en sus motivaciones esenciales, es la interdependencia, un
concepto que, en la práctica, no es sino el elemento básico en
torno al cual se articula la tesis y el propósito fundamental de la
organización, a saber, el Gobierno Mundial.
La idea según la cual los Estados nacionales deben renunciar a su
soberanía en aras de un proyecto supranacional, controlado e
instrumentalizado, naturalmente, por los cónclaves plutocrático-tecnocráticos,
aparecía ya esbozada en un comunicado emitido por el Comité
Directivo de la Trilateral a raíz de la cumbre de 1975:
"La comisión Trilateral espera que, como feliz resultado de
la Conferencia, todos los gobiernos participantes pondrán las necesidades
de interdependencia por encima de los mezquinos intereses nacionales o
regionales". Posteriormente, las manifestaciones en ese mismo
sentido, pero expresadas ya de forma más explícita, se han venido
sucediendo como algo habitual. A título de muestra, bastará con
citar algunas de ellas.
Así, en una entrevista publicada por el New York Times
(1-8-76), el inefable Brzezinski afirmaba que "en
nuestros días, el Estado-Nación ha dejado de jugar su papel".
En términos parecidos se expresaba el financiero Edmond de Rothschild
en la revista Enterprise. "La estructura que debe
desaparecer es la nación". Otro destacado trilateralista, R
Gardner, significaba en el Foreign Affairs
(revista del Consejo de Relaciones Exteriores) "los diversos
fracasos internacionalistas acaecidos desde 1945, a pesar de los esfuerzos por
evitarlos llevados a cabo por las distintas instituciones de reclutamiento
mundial", proponiendo como refuerzo alternativo a esa situación
"la creación de instituciones adaptadas a cada asunto y de
reclutamiento muy seleccionado, al objeto de tratar caso por caso los problemas
específicos y corroer así, trozo a trozo, las soberanías
nacionales". Declaraciones similares a las citadas, pero más
contundentes aún, ya fueron reproducidas al principio del este capítulo,
por lo que bastará con remitirse a ellas.
Todos estos planteamientos, que conforman el eje de la actuación de
la Trilateral, constituyeron el leiv motiv de su nacimiento, justificado en razón
de la necesidad de que los problemas de Norteamérica, Europa y Japón
se resolviesen en común a través de su interdependencia económica
y tecnológica. Planteamientos que, como será fácil
advertir, son los mismos que han inspirado el alumbramiento de otros foros de ámbito
multinacional (Fondo Monetario Internacional, GATT, Maastricht, etc.) dominados
por los poderes económicos y gestionados por sus peones político-burocráticos.
El principio básico, que es el mismo en todos los casos, sería
perfectamente enunciado por David Rockefeller con estas
palabras: "De lo que se trata es de sustituir la autodeterminación
nacional que se ha practicado durante siglos en el pasado por la soberanía
de una élite de técnicos y de financieros mundiales".
Para conocer el exacto significado de esa interdependencia, perfectamente
claro por otra parte, basta con prescindir de la retórica practicada por
dichos foros supranacionales y acudir a las conclusiones que adoptan en sus
cumbres periódicas. La Conferencia de Davos de 1971 ofrece una
buena muestra al respecto: "En los próximos treinta años,
alrededor de trescientas multinacionales geocéntricas regularán a
nivel mundial el mercado de los productos de consumo, y no subsistirán más
que algunas pequeñas firmas para abastecer mercados marginales. El
objetivo deberá alcanzarse en dos etapas: primeramente, diversas firmas y
entidades bancarias se reagruparán en el marco multinacional; después,
hacia finales de la década, esas multinacionales se acoplarán al
objeto de controlar, cada una en su especialidad, el mercado mundial".
Si nos situamos en la más inmediata actualidad, la última reunión
de Davos tenía lugar entre el 26 y el 31 de enero de 1995, con la
asistencia de los dirigentes de las más poderosas Multinacionales del
planeta y de un nutrido elenco de tecnócratas y líderes políticos.
En el curso de dicho encuentro, uno de los principales animadores del Foro Económico
Mundial, el trilateralista y ex-ministro francés Raimond Barre,
se dirigió a los asistentes lamentando el hecho de que, pese al
indudable avance experimentado en los últimos años por el proceso
de globalización de la economía mundial, éste no progrese
al ritmo adecuado, añadiendo como colofón que "tal vez
sea necesaria la experiencia de un crack económico para que queden
definidas las nuevas reglas de juego".
A la vista de todo esto, no resulta complicado conocer las claves de esa "benéfica"
interdependencia. Traducida a la práctica, y a medida que avanza el
proceso de cesión de las soberanías nacionales a los organismos
supranacionales, no significa otra cosa que la sumisión progresiva a las
directrices de estos últimos, o lo que es lo mismo, a los dictados de la
Alta Finanza. La globalización de la economía bajo la férula
del Gran Capital supone igualmente la garantía más eficaz para que
ningún país se salga del redil, so pena de verse abocado a una
debacle económica. Todo lo cual no impide que las tesis mundialistas
vayan acompañadas de la vitola del progresismo (aunque gozan del beneplácito
general, nadie las propaga con más ahínco que los medios de
izquierdas), ni que cualquier tentativa por desenmascarar su trasfondo
totalitario sea tachada de reaccionaria.
En el ámbito europeo, la instancia oficial que mejor encarna todo lo
apuntado es el Tratado de Maastricht. Tratado que no es producto de la
improvisación sino que obedece a los designios trazados desde tiempo atrás
por los núcleos oligárquicos de poder. Con arreglo a tales
directrices, esbozadas públicamente en más de una ocasión
(ver El País de 19-11-89) por el ex-presidente de la Unión
Europea, Jacques Delors, el territorio europeo habrá de
ajustarse a un modelo supranacional basado en la delegación progresiva de
las soberanías estatales a través de acuerdos comunitarios cada
vez más estrechos; un modelo en cuyo núcleo se situaría una
red de empresas multinacionales conectadas entre sí a nivel mundial. Otro
de los elementos tácticos de ese diseño ha sido el fomento de las
aspiraciones regionalistas, algo que en no pocos casos constituye un factor más
de desestabilización y debilitamiento de las estructuras estatales, y que
no responde sino al viejo aforismo del "divide y vencerás". No
se necesitan grandes dosis de perspicacia para constatar que los fenómenos
independentistas debilitan la estructura de los Estados europeos donde se
manifiestan, lo que redunda en beneficio de las superestructuras de alcance
multinacional.
Si, a título de ejemplo, nos detenemos en el caso español,
tampoco resultará difícil reparar en la actitud de los
nacionalismos más recalcitrantes (vasco y catalán), cuyos líderes
políticos se muestran tan contrariados por la falacia del yugo españolista
como entusiastas del dogal europeísta. Y no deja de ser significativo que
los mismos sujetos que abominan del pretendido centralismo de Madrid sean
fervientes partidarios del centralismo plutocrático-tecnocrático
consagrado por los acuerdos de Maastricht.
Por lo demás, ese mecanismo soterrado de disolución tampoco ha
sido ajeno al desencadenamiento del conflicto yugoslavo, en cuyos inicios jugaría
un papel crucial el reconocimiento de las repúblicas secesionistas por
parte de varias cancillerías occidentales.
Por lo que se refiere al ámbito político, las intervenciones
directas en el mismo por parte de la Comisión Trilateral comenzaron a
producirse al poco de su creación, al punto que ya en 1977, con motivo de
las elecciones que llevaron a Jimmy Carter a la presidencia de
los Estados Unidos, salió a la luz una de sus muestras más
flagrantes. En efecto, una vez constituida la Administración Carter pudo
comprobarse que, además del presidente, varios de los altos cargos del
nuevo gobierno estaban vinculados a la Comisión. Figuraban entre ellos
Walter Mondale, vicepresidente del gabinete, Cyrus Vance,
titular de la secretaría de Estado, Harold Brown,
secretario de Defensa, y Zbigniew Brzezinski, en la jefatura
del Consejo Nacional de Seguridad.
El rotativo francés Le Monde Diplomatique se haría
eco de esa situación, describiéndola en los siguientes términos:
"La candidatura del Sr.Carter ha estado preparada desde lejos y
sostenida hasta la victoria por un grupo de hombres que representan el más
alto nivel del poder. Figuran entre ellos los presidentes del Chase Manhattan
Bank, del Bank of America, de Coca Cola, Caterpillar, Bendix, Lehman Brothers,
Hewlett-Packard, CBS, etc. Estos hombres, junto con varios tecnócratas,
algunos sindicalistas y unos cuantos políticos constituyen la rama
americana de la Comisión Trilateral".
Simultáneamente, un destacado dirigente trilateralista, George
Franklin, se pronunciaba sobre el particular con estas
palabras. "En el caso Carter creo que hemos jugado un papel
considerable; él, por su parte, merece la confianza de la Comisión
por su educación en política extranjera".
Más rotundas serían aún las observaciones vertidas en
la revista Penthouse por el analista Graig Harpel,
quien escribió: " La presidencia de los Estados Unidos y los
ministerios clave del gobierno federal han sido acaparados por una organización
privada consagrada a lograr la subordinación de los intereses intrínsecos
de los Estados Unidos a los de los bancos y empresas multinacionales. El dominio
de los intereses privados sobre el poder público es el mayor escándalo
político de la historia de América. El asunto Watergate fue un
robo con fractura cometido durante la noche por un tal Martínez en las
oficinas del comité nacional demócrata. El Cartergate, en cambio,
es la irrupción de David Rockefeller en el despacho oval en plena luz del
día. Sería inexacto decir que la Comisión Trilateral manda
en la Administración Carter. La Trilateral es la Administración
Carter".
Con todo, tales comentarios no ofrecían sino una visión
incompleta, diríase incluso que intencionadamente equívoca, de la
realidad, toda vez que la intervención de los círculos plutocráticos
en la política norteamericana no era nada nuevo, sino algo que se venía
produciendo con mucha anterioridad desde instancias bastante más
discretas y poderosas que la Comisión Trilateral, que en último
extremo no representa sino la parte visible del iceberg. Todo lo cual tiene su
explicación si se considera que los medios citados, pese a sus denuncias
ocasionales y siempre calculadas, son devotos partidarios del modelo
establecido, cuya validez global no cuestionan, aunque puedan manifestar sus
discrepancias con ciertas anomalías. Anomalías que los medios
pseudocríticos imputan en todo caso a determinadas conductas aisladas,
pero nunca al Sistema en su conjunto, que está diseñado
precisamente para que esas "anomalías" sean la norma.
Entre las actividades internas de la Comisión Trilateral merece
citarse la elaboración de informes redactados por equipos de expertos de
la organización, y a través de los cuales se analizan los asuntos
más relevantes del mundo actual, siempre enfocados desde la perspectiva
de los intereses trilateralistas. Dado su número (hasta el momento más
de 40), sería imposible ocuparse aquí, siquiera brevemente, de
todos ellos. Pero hay uno sobre el que merece la pena detenerse. Se trata del
informe nº 8, de 211 páginas de extensión, que lleva por título
"La Crisis de la Democracia". Este trabajo, elaborado por
los trilateralistas Michel Crozier, sociólogo, Samel
Huntington, profesor de Harvard e ideólogo del plan de
devastación de las aldeas vietnamitas, y Joji Watanuki,
profesor de sociología en la Universidad Sophia de Tokyo, contiene análisis
y recomendaciones tan sugestivas como éstas:
"En el curso de los últimos años el funcionamiento
de la democracia parece haber provocado un desmoronamiento de los medios clásicos
de control social, una desligitimación de la autoridad política y
una sobrecarga de exigencias a los gobiernos.....De igual modo que existen unos
límites potencialmente deseables de crecimiento económico, también
hay unos límites deseables de extensión democrática. Y una
extensión indefinida de la democracia no es deseable.....Un desafío
importante ha sido lanzado por ciertos intelectuales y por grupos próximos
a ellos, que afirman su disgusto por la corrupción, el materialismo y la
ineficacia del sistema, al mismo tiempo que ponen de manifiesto la subordinación
de los gobiernos democráticos al capitalismo monopolístico. Los
contestatarios que manifiestan su desagrado ante la sumisión de los
gobiernos democráticos al capitalismo monopolístico constituyen
hoy un serio peligro. Se hace preciso reservar al gobierno el derecho y la
posibilidad de retener toda información en su fuente".
Tampoco nada de esto representaba ninguna novedad, habida cuenta que los análisis
vertidos en ese informe se ajustaban rigurosamente al esquema de la
pseudodemocracia oligárquica implantado por las revoluciones burguesas y
perfeccionado después por las "democracias populares"
marxistas.
Ese fue el concepto que compartieron también los padres fundadores de
la República norteamericana, como tendremos ocasión de ver más
adelante, y el mismo que ha inspirado las actividades de diversas sociedades
clandestinas, entre las que figuraría la logia Propaganda-Dos,
una entidad íntimamente vinculada a la Trilateral, según se
desprende de un informe elaborado en 1984 por una Comisión del Parlamento
italiano. Informe que, asimismo, identificó a la Trilateral como una
emanación de la masonería internacional. Cabe recordar que, entre
las actividades de dicha logia, célebre después por sus prácticas
delictivas, figura la creación (en comandita con la CIA y la francmasonería
americana) de la sociedad secreta Gladio, constituida para "velar" por
el correcto funcionamiento de las "democracias" occidentales e
integrada por altos mandos de la OTAN. En consonancia con todo lo apuntado, el
propio Gran Maestre de la logia Propaganda-Dos, Licio Gelli
(antiguo SS y ex-agente del KGB y de la CIA), se declaró en varias
ocasiones un férvido "demócrata" y, como tal, firme
partidario de "una democracia limitada y dirigida oligárquicamente
para así poder gobernar con eficacia y sin contratiempos".
Dicho esto, bueno será dedicar ahora unas palabras a los dos
principales estrategas e ideólogos de la Comisión Trilateral,
Zbigniew Brzezinski y Henry Kissinger, cuyos valiosos servicios a la misma son
merecedores de alguna atención.
Zbigniew Brzezinski, modelo de tecnócratas, nació
el año 1928 en Varsovia, ciudad desde su familia se trasladó a
Canadá a raíz de la implantación en territorio polaco del régimen
comunista. Poco antes de afincarse en los Estados Unidos, Zbigniew contrajo
matrimonio con una sobrina del que fuera Presidente de la República
Checoslovaca y gran maestre de la masonería de aquel país, Eduard
Benes, un personaje cuya entrada triunfal en Praga al término
de la 2ª Guerra Mundial constituye un episodio digno de mención: con
motivo del recibimiento dispensado por sus acólitos a tan ilustre filántropo
el 13 de mayo de 1945, centenares de alemanes, adultos y niños, ardieron
a modo de antorchas humanas, rociados de gasolina y colgados boca abajo de los árboles
de la Avenida de San Wenceslao.
Una vez instalado en los Estados Unidos, Z.Brzezinski se matriculó en
Harvard, donde obtuvo el doctorado en Ciencias Políticas con una tesis
sobre las purgas estalinistas. Fue en los inicios de los años cincuenta,
con la nacionalidad norteamericana ya conseguida, cuando Brzezinski comenzó
a destacar en los círculos académicos y políticos
estadounidenses por sus trabajos sobre los regímenes marxistas, no
tardando en labrarse una gran reputación como experto en asuntos soviéticos.
Esto posibilitaría su salto definitivo a las altas esferas del Poder a
comienzos de la década de los setenta.
En diciembre de 1971, Zbigniew organizó un seminario para el estudio
de los problemas comunes a las tres grandes zonas desarrolladas del planeta.
Aquel foro, convocado para becarios de la Brookings Institution, reputado feudo
de la izquierda liberal norteamericana, suscitó la atención de
David Rockefeller, quien a la vista de las especiales
aptitudes del tecnócrata polaco se apresuró a reclutarlo para su
causa. De tal modo que, cuando en julio de 1972 tuvo lugar en Pocantico Hills
(residencia familiar de los Rockefeller) el encuentro tripartito en el que se
ultimó la creación de la Comisión Trilateral, Z.Brzezinski
se hallaba ya entre los miembros de la delegación americana destacada en
dicha reunión, al lado del propio David Rockefeller, George
Franklin, Fred Bergsten y George Bundy. Como colofón, en el otoño
de ese mismo año fueron designados los tres presidentes territoriales de
la recién nacida Trilateral, recayendo en Brzezinski el nombramiento de
Director Coordinador. Poco después pasó a desempeñar la
dirección de la sección norteamericana de dicha entidad, cargo en
el que permanecería hasta su designación por Jimmy Carter
para la presidencia del Consejo Nacional de Seguridad.
En su calidad de iniciado en las altas esferas del Poder, Z.Brzezinski es
colaborador habitual de las publicaciones oficiales editadas por diversas
organizaciones de corte mundialista: Trialogue (órgano de la comisión
Trilateral), Foreign Affairs (revista del Consejo de Relaciones Exteriores),
International Affairs y The World Today (publicaciones del Real Instituto de
Asuntos Internacionales, homólogo británico del CFR), etc.
Prescindiendo de sus colaboraciones puntuales en los citados medios de
expresión, el grueso de la doctrina de Brzezinski puede encontrarse en
"La Era Tecnotrónica" y en "Entre dos Eras:
el papel de América en la Era Tecnotrónica", dos obras a
través de las cuales el tecnócrata polaco expone sus análisis
y "previsiones" de futuro.
El núcleo de las tesis sustentadas en dichas obras gira en torno a
unos cuantos conceptos básicos. Algunos estaban concebidos para el período
de la guerra fría, como es el que preconizaba la necesidad de avanzar
hacia un sistema mundial que se extendiese a la zona donde el poder permanecía
en manos de gobiernos marxistas. Para alcanzar ese objetivo, Brzezinski abogó
repetidamente por la comprensión y la transigencia con los regímenes
comunistas en todo lo relativo a la violación de los derechos humanos, ya
que de lo contrario se pondría en peligro la colaboración entre
ambos bloques ( es decir, los pingües negocios de las multinacionales) y la
futura integración de la URSS en el Nuevo Orden Mundial. Nótese
que ésta es la línea de actuación que sigue practicándose
hoy con la China Continental, un mercado demasiado apetecible como para
supeditarlo a los hipócritas cacareos humanitaristas característicos
de la retórica oficial.
Entre los planteamientos básicos de las susodichas obras figura
igualmente la supresión progresiva de las soberanías nacionales,
que en aras de un nuevo orden de "paz y progreso" deberán
ser transferidas a instituciones supranacionales dirigidas por una "élite"
científica y financiera mundial. Brzezinski preconiza
asimismo "el ocaso de las ideologías y de las creencias
religiosas tradicionales, pues sólo los elementos suministrados por la
tecnología y la electrónica podrán permitir a las
sociedades humanas avanzar hacia el bienestar y el progreso", los
dos grandes pilares de la Era Tecnotrónica.
Otra de las más significativas "previsiones" de futuro del tecnotrónico Brzezinski reza textualmente así: "La Era tecnotrónica va diseñando paulatinamente una sociedad cada vez más controlada. Esa sociedad será dominada por una élite de personas que no dudarán en realizar sus objetivos mediante técnicas depuradas con las que influirán en el comportamiento del pueblo y controlarán con todo detalle a la sociedad, hasta el punto que llegará a ser posible ejercer una vigilancia casi permanente sobre cada uno de los ciudadanos del planeta".
Otra de las más significativas "previsiones" de futuro del tecnotrónico Brzezinski reza textualmente así: "La Era tecnotrónica va diseñando paulatinamente una sociedad cada vez más controlada. Esa sociedad será dominada por una élite de personas que no dudarán en realizar sus objetivos mediante técnicas depuradas con las que influirán en el comportamiento del pueblo y controlarán con todo detalle a la sociedad, hasta el punto que llegará a ser posible ejercer una vigilancia casi permanente sobre cada uno de los ciudadanos del planeta".
Y no hay duda de que los "pronósticos" que hiciera
Brzezinski son una realidad cada día más consolidada gracias al
desarrollo progresivo de las técnicas de control social desarrollados por
los modernos regímenes policíacos de "derecho". A este
respecto conviene destacar el papel crucial desempeñado por el
terrorismo, cuyas acciones le han servido al Sistema de inmejorable pretexto
para ampliar y reforzar sus mecanismos de dominio.
En todo este asunto no puede pasarse por alto la labor desarrollada por la
socialdemocracia alemana, a la que muy bien podría considerarse como
pionera en el desarrollo del proceso en curso. Fue precisamente bajo uno de sus
períodos de gobierno cuando Alemania se convirtió en una especie
de campo de pruebas para el ensayo y puesta en práctica de los más
sofisticados métodos de control social, métodos que posteriormente
se irían extendiendo a todo el ámbito occidental de la mano de los
foros de reflexión patrocinados por la fundación Ebert, una
poderosa herramienta del socialismo germano dotada de proyección
internacional. La razón esgrimida para el desarrollo de dichos métodos
fueron las andanzas de la banda Baader-Meinhoff, un grupúsculo
subversivo que nunca contó con más de doce miembros y que carecía
de la menor implantación social, circunstancias que explican su escasa
consistencia y el tratamiento expeditivo que les fue aplicado a sus integrantes
(varios de ellos se "suicidaron" en prisión). Una vez zanjado
aquel insignificante escollo, Klaus Croissant, el abogado
sobre quien recayera en su día la defensa de los miembros de la banda,
explicaría la situación con estas palabras: "La
socialdemocracia alemana garantiza la existencia de la sociedad capitalista y
camufla sus contradicciones; la socialdemocracia alemana juega un papel de suma
importancia en el escenario internacional, y a través de ella se coordina
e integra la represión en toda Europa".
El repertorio de los mecanismos de control social que se han ido implantando
es amplio, y comprende, desde la adopción de disposiciones legales que
introducen una suerte de estado de excepción permanente, hasta el uso de
técnicas diversas. Entre estas últimas figuran los documentos de
identificación provistos de una banda magnética donde consta una
completa ficha de su titular, las cámaras de vídeo instaladas ya
en la vía pública de numerosas urbes, y las grandes computadoras
centralizadas donde se archivan los datos personales de toda la población.
Aunque tales técnicas podrían hasta calificarse de rudimentarias
si se comparan con otras más sofisticadas que sólo están a
la espera de la oportuna razón "democrática" que
aconseje su implantación. Así, la compañía
estadounidense Nielsen Media Research, en colaboración con el Centro de
Investigación David Sarnoff (organismo controlado por el CFR y la
Pilgrims Society), ha desarrollado desde hace tiempo un dispositivo que, una vez
instalado en el televisor, permite observar e identificar desde una estación
de seguimiento a los espectadores sentados frente a la pequeña pantalla.
No menos digno de mención es el necio alborozo con el que los medios
occidentales celebraron durante la Guerra del Golfo el hecho de que los satélites
norteamericanos filmasen y transmitiesen con detalle todo lo que ocurría
en cada palmo del territorio iraquí.; un "adelanto" técnico
que, conociendo la catadura de quienes lo manejan, sólo puede constituir
motivo de alegría para los desalmados y los imbéciles.
Las iniciativas en pro de la seguridad "democrática"
desarrolladas por la socialdemocracia alemana no tardaron en hacerse extensivas
a otros países europeos, entre los que España no iba a ser una
excepción. En nuestro país, esa gran computadora central
mencionada líneas atrás está ubicada en El Escorial , y su
planificación contó con el asesoramiento de un grupo de expertos
del Departamento Informativo de la policía federal alemana. El banco de
datos de dicho ordenador dispone de doscientas terminales distribuidas por toda
la geografía española, y el personal que lo atiende está
integrado en su totalidad por funcionarios policiales. Todos y cada uno de los
ciudadanos españoles tienen allí su correspondiente ficha magnética,
en la que figura un amplio historial elaborado a partir de la información
suministrada por múltiples fuentes fragmentarias; un historial compuesto
por innumerables datos, muchos de ellos ya olvidados e incluso desconocidos por
los propios afectados.
A la vista de la concatenación sistemática que se lleva a cabo
desde las altas instancias políticas, utilizando la lucha antiterrorista
como medio para la adopción de medidas excepcionales de aplicación
global y discrecional, nada tiene de sorprendente el hecho de que detrás
de no pocas acciones terroristas haya algo más que un atajo de violentos
y de oligofrénicos, dos especímenes, por lo demás, nada difíciles
de reclutar y menos aún de manipular. Después, sus matanzas
indiscriminadas las sufrirá la población y las rentabilizará
el Poder.
Acerca de las turbias tramas que se mueven en el submundo del terrorismo,
existen trabajos rigurosos y harto ilustrativos de los sórdidos manejos y
de los intereses supuestamente antagónicos que aparecen entrecruzados en
algunas de ellas. Un asunto, éste, que volverá a suscitarse más
adelante, aunque no estará de más citar ahora una muestra bien
conocida. Durante la década de los ochenta operó en Italia,
Francia y Portugal un grupo terrorista que reivindicaba sus acciones bajo el
nombre de La Llamada de Jesucristo (nótese el nombrecito que se le puso
al engendro), y cuyos atentados se dirigieron siempre contra intereses
norteamericanos y judíos en los países citados. Tanto los medios
policiales como los informativos señalaron al régimen libio del
coronel Gadafi (ogro de moda por entonces) como el instigador
y patrocinador de dicho grupo, que en realidad no era sino un dispositivo
organizado por los servicios secretos españoles y franceses, e integrado
en su mayoría por confidentes policiales.
Por lo que se refiere al otro gran estratega de la Trilateral, Abraham
ben Elazar, más conocido como Henry Kissinger,
nació el año 1923 en la localidad alemana de Fürth (Baviera),
desde donde emigró en 1939, junto con su familia, a los Estados Unidos,
país cuya nacionalidad adoptaría en 1943. En 1947 obtuvo una beca
del Fondo
Rockefeller merced a la cual cursó estudios y se graduó
en Ciencias Políticas en la Universidad de Harvard, reputado centro
fabiano del Establishment en el que posteriormente desempeñaría
varios cargos docentes y directivos.
Su participación en la vida pública estadounidense comenzó
a principios de los años sesenta, desempeñando desde entonces e
ininterrumpidamente a lo largo del mandato de cuatro presidentes norteamericanos
diversos cometidos políticos de alto nivel. Fue asesor de la Oficina de
Coordinación Gubernamental, del Consejo Nacional de Seguridad, de la
Agencia de Control de Armamento y del Departamento de Estado, todo ello durante
las Administraciones Kennedy y Johnson, hasta que en 1969
Richard Nixon le nombró su consejero personal, empleo
que simultaneó con la presidencia del Consejo Nacional de Seguridad.
Cuatro años después fue designado por Nixon Secretario de Estado,
cargo en el que sería ratificado por el siguiente inquilino de la Casa
Blanca, Gerald Ford.
Pese a la enorme relevancia de sus cometidos políticos, éstos
no constituyeron más que una parte de la dilatada trayectoria de nuestro
protagonista, cuyos episodios más enjundiosos habría que buscarlos
en otros ámbitos.
Experto, como Brzezinski, en política internacional y en asuntos soviéticos,
el profesor Kissinger no tardó en concitar el interés del Consejo
de Relaciones Exteriores, que ya en 1955 le encomendó la dirección
de una investigación para el análisis de las posibles respuestas a
la amenaza soviética. Este poderoso club, a cuya presidencia accedería
Kissinger años después, fue una de sus catapultas políticas.
La Fundación Rockefeller Brothers habría de ser la otra. En
efecto, la dirección del Programa Especial de Estudios de dicha entidad,
que le fuera confiada en 1956, no constituyó más que el primer
episodio de una estrecha e ininterrumpida colaboración entre Henry
Kissinger y el clan Rockefeller. Desde finales de los años
cincuenta, el profesor Kissinger se convirtió en el principal asesor de
las campañas políticas de Nelson Rockefeller, puesto que ocuparía
hasta el momento mismo en que ambos se incorporaron a la Administración
Ford, el primero como Secretario de Estado y el segundo en
calidad de Vicepresidente de los Estados Unidos. Paralelamente a todo ello
discurrieron las actividades compartidas por Kissinger y David Rockefeller
en el seno del Consejo de Relaciones Exteriores, colaboración que se
estrecharía todavía más cuando el plutócrata fichó
al tecnócrata para la Comisión Trilateral.
No será necesario exponer las tesis de Henry Kissinger en materia de
política internacional y en asuntos soviéticos, toda vez que, en
lo esencial, son las mismas que ya viéramos al hablar de Brzezinski. Lo
que sí es digno de reseñarse son las actividades que desarrolló
nuestro protagonista en aplicación de tales planteamientos, así
como las controversias que suscitó como consecuencia de todo ello. Y no
solamente fue la curiosa política de distensión aplicada por
Kissinger lo que provocó la perplejidad de los más diversos círculos
políticos, sino también los nombramientos que efectuara desde su
puesto como secretario personal de Nixon y, posteriormente,
desde la jefatura del Consejo Nacional de Seguridad y la dirección del
Departamento de Estado. Nombramientos entre los que figuraron varios personajes
conocidos por su filiación pro-marxista, como sería el caso de
Helmuth Sonnenfeld, James Sutterlin, Boris Closson, William Hall y
Arnold Wiesner.
La perplejidad de los primeros momentos acabó dando paso a la
sospecha abierta, que terminaría concretándose en una serie de
informes, tanto privados como oficiales, que iban a desvelar con pruebas
contundentes el origen de tan extraños hechos.
El primero de ellos fue elaborado por Frank Capell,
experto en cuestiones de espionaje y analista de varias revistas políticas
estadounidenses, una de las cuales, The Herald of Freedom, lo publicó
íntegramente en octubre de 1971. Dicho informe fue posteriormente leído
en el Congreso por el diputado John Rarick, y recogido en el
tomo 117 de los Informes Oficiales de Sesiones Congressional Records de
28-10-71. Con arreglo al mismo, las relaciones de Henry Kissinger
con varios de sus colaboradores y subordinados en el Consejo Nacional de
Seguridad y en el Departamento de Estado se remontaban al período
1943-1946,durante el cual Kissinger permaneció en Alemania como
integrante de las fuerzas de ocupación norteamericanas, que le nombraron,
pese a su escasa graduación militar (sargento), administrador de la
ciudad de Bensheim. Fue en ese período cuando Kissinger entró en
contacto con sus correligionarios Helmuth Sonnenfeld, Gunter Guillaume,
agente de los servicios secretos de la Alemania del Este y más tarde
secretario de Willy Brandt, y Egon Bahr,
colaborador de la inteligencia soviética y futuro artífice de la
Ostpolitik. Todos ellos se integrarían en una célula de espionaje
en favor de la URSS, en la que el sargento Kissinger operaba bajo el seudónimo
de Bor.
Tales imputaciones, que la Administración norteamericana se limitó
a negar sin más, fueron posteriormente confirmadas por dos ex-oficiales
del KGB, Golitsin y Goleniewski, así como por un
completo dossier elaborado por un equipo de agentes de la CIA, en el que se
revelaban todos los lazos existentes entre Kissinger y la Inteligencia soviética.
El contenido de dicho dossier, archivado en su día por Stansfield
Turner, director de la Agencia norteamericana y miembro del
Consejo de Relaciones Exteriores, ha visto la luz recientemente gracias a un
trabajo publicado por tres expertos en asuntos de espionaje, William Corson
y los esposos John y Susan
Trenton ("Four american Spies, the wives they deft
behind and the KGB's crippling of American Intelligence").
Este tipo de hechos, que tampoco suponían ninguna novedad, eran
habitualmente interpretados por la ultraderecha conservadora, siempre tan
perspicaz, como parte de un plan dirigido a colocar a Occidente bajo las garras
del Imperio Soviético, cuando lo que realmente significaban es que se
estaba operando la deseada simbiosis entre el capitalismo expansivo y los
estereotipos humanistas propios de la demagogia marxista, para dar paso así
al capitalismo multinacional y progresista vigente en la actualidad.
Por lo demás, el contenido de los informes mencionados no empañó
en lo más mínimo la carrera política de Henry Kissinger,
que sólo se vio momentáneamente truncada cuando la Suprema Corte
Rabínica de Estados Unidos decretó en 1976 su excomunión, a
raíz de las maniobras desplegadas por el entonces Secretario de Estado
para maquillar las conquistas de Israel durante la Guerra del Yon Kippur. Un
conflicto a cuyo desencadenamiento "preventivo" no fue ajeno el propio
Kissinger, y que reportó a las arcas de sus patrocinadores, los
Rockefeller, y a las multinacionales petrolíferas en
general, enormes beneficios.
Con todo, el ostracismo de Kissinger, aunque severo mientras pesó
sobre él la excomunión, se iba a prolongar durante poco tiempo, ya
que la Corte Rabínica no tardaría en rehabilitarle en atención
a las nuevas contribuciones del penado a la causa sionista. La doctrina sugerida
por Kissinger, consistente en la fragmentación del Líbano
en varios compartimentos político-confesionales como la mejor fórmula
para garantizar la seguridad de Israel, se resumiría en su célebre
sentencia: "Si queréis la paz en Oriente Medio, entregad el Líbano
a Siria".
Desde que abandonara la política activa, al menos de forma oficial,
la actividad de Kissinger se ha desplegado a través de sus continuos
desplazamientos de un extremo a otro del planeta, como comisionado y embajador
de proyectos e intereses equivalentes a los que ya representó en su época
anterior. Tal actividad no se reduce al terreno de lo político, aunque
frecuentemente ejerza labores de emisario especial de la Administración
norteamericana, sino que, de acuerdo con su posición en la Comisión
Trilateral, se desarrolla fundamentalmente en el ámbito económico,
que es el esencial y el que determina el curso de todos los demás. Ése
es el terreno en el que se desenvuelve actualmente Henry Kissinger,
a quien la Alta Finanza suele encomendar diversos asuntos relacionados con la
deuda pública, asuntos que el eficiente tecnócrata solventa sin
estridencias públicas y con pingües beneficios para sus arcas a través
de su compañía de consultores Kissinger Associates, cuyos clientes
son, lógicamente, los Estados deudores y las Multinacionales acreedoras.
Como será fácil suponer, el plantel de los asociados de dicha
compañía está compuesto por elementos bien introducidos en
las altas esferas financieras y políticas. Figuran entre ellos Lawrence
Eagleburger (ex-subsecretario de Estado y director del LBS
Bank), Brent
Scowcroft (ex-asesor presidencial de Seguridad y director del
National Bank de Washington), lord Carrington (ex-secretario
general de la OTAN y directivo del Barclays Bank y del Hambros Bank), lord Eric
Roll (director del Banco de Inglaterra), Per Gyllemhammer
(directivo de Volvo y del Banco Sueco de Crédito Naval; miembro de la
junta de asesores del Chase Manhattan Bank), Saburo Okita
(ex-ministro de Asuntos Exteriores, miembro del Club de Roma y de la Comisión
Trilateral), William Simon (ex-secretario de Hacienda y
directivo de la firma bancaria Salomon Brothers), y sir Y.Kahn
(directivo del grupo financiero S.G. Warburg y de la China International Finance
Company).
Quienes estén interesados en solicitar los servicios de Kissinger
Associates deben saber que la tarifa anual por el solo hecho de figurar en su
cartera de clientes ronda los treinta millones de pesetas.
En la órbita de la Comisión Trilateral e íntimamente
vinculada a la misma, compartiendo programas y proyectos, se desenvuelven una
serie de entidades entre los que sobresalen dos: el Instituto Aspen y el Club
de Roma.
El Instituto Aspen de Estudios Humanísticos fue fundado en
1949 por iniciativa de varios miembros del Real Instituto de Asuntos
Internacionales británico y de su equivalente norteamericano, el
omnipresente Consejo de Relaciones Exteriores. El objetivo de este organismo se
centra en llevar a cabo un vasto análisis de los elementos que han
configurado el curso de las sociedades humanas, para poder así, una vez
conocidos éstos y sometidos al oportuno control, planificar el venturoso
futuro de la humanidad. Y todo ello, claro está, bajo la inspiración
de los consabidos estereotipos "humanistas", cuya verdadera
significación no se le escapará a ningún observador
medianamente imparcial de la moderna sociedad occidental.
A tal efecto, el benemérito Instituto no sólo explora el
pensamiento de los grandes maestros y pensadores del pasado, sino que también
promueve foros de reflexión en los que reúne a los grandes
maestros tecnocráticos del presente: ejecutivos de empresas
multinacionales, políticos, académicos, científicos, líderes
sindicales, etc. El propósito fundamental de dichas reuniones, en las que
oligarcas y pseudocontestatarios de izquierdas confraternizan y hacen causa común,
se centra en lograr que aquellas posiciones que en principio pudieran ser
divergentes confluyan finalmente en un punto básico de entendimiento común,
cosa, por lo demás, nada difícil de conseguir entre individuos
que, en lo esencial, comparten una misma mentalidad.
Por derroteros similares se desenvuelve el Club de Roma, nacido en
abril de 1968 a instancias de Aurelio Peccei, miembro
destacado del Bilderberg Group, del comité directivo de la empresa FIAT y
del consejo de administración del Chase Manhattan Bank; el perfil
característico, como se podrá comprobar, del filántropo
benefactor.
Desde que fuera creado, este organismo se ha distinguido por sus informes
apocalípticos sobre el crecimiento demográfico, informes
elaborados en la línea del más puro fabianismo malthusiano y en
los que se aboga por un drástico control de la natalidad, en estrecha
conexión con las campañas proabortistas promovidas por las
Fundaciones Ford y Rockefeller. Lo malo es que los
artificiosos planteamientos y los errores de bulto del programa elaborado por el
Club en "Los Límites al Crecimiento", han sido
contundentemente refutados por varios especialistas (Alfred Sauvy
entre ellos) ajenos a los abrevaderos oficiales. Después, varios de esos
errores de bulto han sido reconocidos por el propio Club de Roma, aduciendo que
tan solo se trataba de elementos de provocación.
En 1981 el Club de Roma auspició la creación de un organismo
apéndice cuyo cometido sería proyectar "una nueva
humanidad". Tras varios días de debates en la Universidad
Gregoriana de Roma, un feudo de la Orden jesuita propuesto por ésta como
marco del encuentro, nació el Forum Humanum, cuyo principal patrocinador
económico ha venido siendo desde sus inicios la multinacional FIAT.
Entre los postulados ideológicos sostenidos por el Club de Roma para
alumbrar esa "nueva sociedad" figura, cómo no, la necesidad de
implantar un Gobierno supranacional. En ese sentido se han manifestado
reiteradamente sus más destacados dirigentes, desde el ya fallecido
Aurelio Peccei, quien en su momento significó que
"uno de los mayores obstáculos para el progreso de la
humanidad es el concepto de la soberanía de cada nación",
hasta su discípulo y sucesor en la jefatura del Club, Alexander King,
según el cual "la sociedad mundial requiere una única
dirección, un gran capitán que guíe la tierra hacia un
destino común". Ni el Gran Hermano de la pesadilla orwelliana
se habría expresado mejor.
Entre los miembros más relevantes del Club figuran individuos como
Daniel Jensen (Trilateral, Bilderberg), Sol Linowitz
(Trilateral, CFR), Edgar
Pisani (Instituto Aspen, Bilderberg), Jimmy Carter
(Trilateral, CFR) y Kurt
Rothschild. Por lo que se refiere a sus socios españoles
cabe citar dentro de los más conocidos a José Luis Cerón,
Carlos Robles Piquer, Federico Mayor Zaragoza, Joaquín Ruiz Jiménez
Cortés, Fernando Morán, Javier Solana y Mercedes Sala.
Otra de las lumbreras de este distinguido aerópago es el ideólogo
marxista Adam Schaff, cuyos vínculos con diversos foros
plutocrático-oligárquicos le hacen acreedor a una mención
especial. Las razones de su pertenencia al Club de Roma las ha expuesto él
mismo con afirmaciones como éstas:
"Me gusta tratar con los capitalistas del Club de Roma; son los únicos
que se atreven a hablar abiertamente del futuro de la humanidad; son tan
poderosos que no tienen nada que temer".
Al igual que ocurre con otras entidades afines de carácter
mundialista, la Comisión Trilateral cuenta con una serie de émulos
surgidos en diversos países a modo de prolongación o réplica
a escala regional del modelo trilateralista. Uno de tales organismos, con sede
en Francia, ya fue citado por el rotativo L'Humanité en 1977, aunque hubo
que esperar hasta 1991 para que la indiscreción de una colaboradora del
mismo permitiera conocer su relación de integrantes. El grupo en cuestión
se denomina Le Siècle, y en su seno confraternizan y hacen
proyectos de futuro la oligarquía plutocrática y la vanguardia "proletaria".
En la nómina de esta conmovedora hermandad aparecen personajes como
(la relación no es exhaustiva) Jean Louis Beffa,
director de la multinacional Saint-Gobain, J.H.David,
presidente de la Banca Stern, Guy
Delorme, director de la Banca Monod, Vincent Bollard,
presidente de la Compañía Financiera Privada, Raimond Lévy,
director de Renault, Chistian Maurin, director de la Banca
Sofinco, Jacques Mayoux, vicepresidente de la Banca Goldman
Sachs Europa, André Wormser, presidente de Sovac,
filial de la Banca Lazard. Por parte "obrera" cabe significar la
presencia, entre otros, de Jacques Attali, ex-consejero de
Mitterrand, Maurice Faure, ex-ministro radical socialista,
Pierre Joxe, ministro en los gobiernos socialistas Rocard,
Cresson y Bérégovoy, Jacques Julliard, director
de redacción del diario socialista Le Nouvel Observateur, Anicet
le Pors, ex-senador comunista y ministro del gobierno Mauroy,
Roger G. Schwartzemberg, diputado radical de izquierda, Gilles
Menage, ex-director del gabinete presidencial de Mitterrand y
por último, para que no falte de nada, René Remond,
director de la Revista Histórica y destacado representante del llamado "cristianismo"
de izquierdas.