domingo, 8 de marzo de 2020

QUINTA PARTE LECCIÓN XX


QUINTA PARTE

LECCIÓN XX

Callicles es capaz de osarlo todo; acaba de saltar el último cerco, acusando un desprecio sin límites por los límites convencionales de la ley y del pudor. Su largo discurso quiere probar tanto por su contenido como por el hecho de haberse pronunciado que la verdadera ley de la naturaleza, el derecho natural consiste en entregarse y en acrecentar las pasiones, en lugar de resistirlas y de encauzarlas razonablemente. 


Esto significa declarar la piedra libre de las pasiones y que la justicia de la ley brilla tanto más cuanto más lozanas y más fuertes se manifiesten, al margen de toda distinción entre buenas y malas, excluida la presencia admonitoria de los falaces escrúpulos de la conciencia. La distinción del bien y del mal, tanto como los escrúpulos, no serían  más que recursos defensivos inventados por los débiles y los fracasados para impresionar y someter a los fuertes y poderosos. 
CALLICLES.- [...] Desde la juventud nos ganamos y nos llevamos a los mejores y más fuertes de entre nosotros; los formamos y los domamos como se doma a los cachorros de león, por medio de discursos llenos de encantos y prestigio, haciéndoles saber que es preciso subordinarse a la legalidad y que en esto consiste lo bello y lo justo 199. 199 Gorgias, 483 e.  
Pero la verdad es, sostiene Callicles con cínico aplomo, que si surge un varón magníficamente dotado 
[CALLICLES][...] que sacudiendo y rompiendo todas esas trabas encontrara el medio de desembarazarse de ellas y que pisoteando vuestros escritos, vuestros prestigios, vuestros discursos y leyes antinaturales y aspirando a elevarse sobre todos, de esclavo se convirtiera en vuestro señor, entonces se vería brillar la justicia tal como es, manifestando sus derechos. Píndaro, me parece, apoya estos sentimientos en una oda que dice: la ley es reina de los mortales y de los inmortales; ella misma, añade, lleva consigo la fuerza poderosa que su mano convierte en legítima, juzgo de ello por los trabajos de Hércules, que sin haberlos comprado... Estas son, poco más o menos, las palabras de Píndaro, porque no sé de memoria la oda. Pero su sentido es que Hércules se llevó los bueyes de Gerión sin haberlos comprado y sin que se los hubiesen dado, dejando comprender que su acción era justa según la naturaleza y que los bueyes y todos los demás bienes de los débiles e insignificantes pertenecen de derecho al más fuerte y al mejor [...] 200. 200 Gorgias, 484 a b c
Movido por estas poderosas razones y las que anteriormente expuso, Callicles quiere apartar a Sócrates de la filosofía, cuyo cultivo apenas se justifica en la dorada mocedad pero que considera pernicioso y funesto en la madurez de la vida ya que, en el fondo, es una escuela de debilidad, de impotencia y de humillación. El estudio continuado de la filosofía o sabiduría humana nos haría incapaces de defendernos y de defender a los próximos, de los agravios y de las ofensas recibidas. Se trata, repetimos una vez más, de elegir entre la sabiduría que nos entrega inermes a la rapacidad de los demás y la sofística que nos hace hábiles para existir a gusto y sacar el partido más ventajoso de cada situación. La sabiduría tiene el inconveniente de los principios inmutables y de las formas fijas que la hace poco apta para los acomodos circunstanciales y la priva de la necesaria flexibilidad para plegarse a las oportunidades que se presenten. La dialéctica de las apariencias que emplean los sofistas y los demagogos, tiene la ventaja de su extrema movilidad y de su fácil adaptación a las perspectivas cambiantes; puede pasar rápidamente del pro al contra desde que no está ceñida por la esencia, sino que se desplaza sobre los infinitamente multivariados y variables accidentes. Sócrates culpa a la ignorancia, su falta de visión y de acomodo con la realidad circundante; lo grave es que no termina de convencerse a pesar de la copiosa prueba de razones y de hechos con que lo abruman sus adversarios. Y por eso suplica a Callicles quiera indicarle lo que debe hacer; espera que tan hábil retórico, indiferente a cualesquiera escrúpulos y que discurre con toda libertad, franqueando todas las vallas, oriente sus pasos en la mudanza del alma. Tan sólo le queda una pequeña duda, aunque lo suficientemente inquietante como para no darle tregua; si Callicles consiguiera disipársela, quedaría convencido y acataría sin reservas sus condiciones. 
SÓCRATES.-¿Piensas en lo mismo cuando dices que uno es mejor y cuando dices que uno es más poderoso? Porque te confieso que no he podido comprender lo que querías decir, ni si por los más poderosos entendías los más fuertes y si es preciso que los más débiles estén sometidos a los más fuertes como parece lo insinuaste al decir que los grandes Estados atacan a los pequeños y más fuertes, lo que hace suponer que más fuerte, más poderosos y mejores son la misma cosa. ¿O se puede ser mejor y al propio tiempo más pequeño y más débil; más poderoso y también  peor? ¿O el mejor y el más poderoso están comprendidos en la misma definición? Hazme ver claramente si más poderoso, mejor y más fuerte expresan la misma idea o ideas diferentes 201.                                          
Para Callicles, mejor y más poderoso tienen el mismo significado, siempre que no se entienda más poderoso, en el sentido de más fuerte físicamente. Dos o más esclavos de Callicles no son mejores ni más poderosos que su amo, aunque reunidos sean más fuertes. Los mejores, aclara Callicles, son los que más valen y, por lo tanto, serán los más sabios y los que poseen virtudes análogas. Sócrates se apresura a concluir, en vista de la premisa aceptada por su adversario, que si un sabio es mejor que diez mil que no lo son, a él le corresponde mandar y a los otros obedecer; y que, además, su preeminencia lo hace acreedor a tener más que sus subordinados. Pero el hecho de ser mejor, de valer más que los otros y de tener derecho a mandarlos, ¿comporta, por ejemplo, que tenga una parte mejor de alimentos? ¿No es más razonable concluir que siendo el encargado de su distribución y habida cuenta de la diversa complexión y temperamento de cada uno, aspirará a tener la proporción y calidad que le conviene, es decir, más que unos y menos que otros? Y todavía agrega Sócrates: 
[...] y si por casualidad fuera el más débil, menos que todos, Callicles, no obstante ser el mejor. ¿No te parece posible, mi buen amigo? 202. 201 Gorgias, 488 c d. 202 Gorgias, 490 c.
De donde resulta que sea el mejor e incluso el que ejerza el poder y la autoridad sobre los otros, no exija poseer más que los otros; por ejemplo, ser los más fuertes físicamente o los más ricos no requiere tener una parte mejor en bienes materiales. Pero Callicles no acepta las analogías con el mundo de los cocineros y de los proveedores de los medios de subsistencia; insiste en que sólo se refiere a los más expertos en el gobierno y administración de la República, no sólo entendidos sino más valientes y capaces de ejecutar los proyectos que han concebido sin fatiga y que a ellos les corresponde tener más que los otros, puesto que son los que mandan y éstos los que obedecen. Sócrates le pregunta entonces si tales hombres de gobierno y de mando tienen imperio sobre sí mismos, es decir, si son temperantes, dueños de sí y capaces de dominar sus pasiones y apetitos. Callicles no puede menos que sonreír cínicamente al escuchar las candorosas apreciaciones sobre las almas temperantes que disimulan la impotencia para satisfacer sus apetitos y pasiones, haciendo ver que todo su empeño consiste en reprimirlas y en encuadrarlas dentro de la norma ética, predicando un falso ascetismo y coacción de sí mismos que pretenden erigirse en la verdadera fuerza y en el real poder del hombre, el imperio sobre sí mismo. En otros términos, se trata de una mentira necesaria para vivir y darle un aspecto elevado a la vida, en la que se hacen cómplices la gran mayoría de los mortales que suman todas las formas de la debilidad, de la cobardía y de la miseria humanas. La doctrina de las virtudes y las coacciones legales no son más que los medios de encadenar a los varones fuertes y bien nacidos, como ya se ha visto. El elogio de la temperancia, de la moderación y de la justicia, no es más que una pretendida sublimación de las pasiones y de los apetitos insatisfechos. Con su habitual desenfado y la libertad de expresión propia de los cínicos, nos repetirá Callicles que…  
CALLICLES.- [...] para tener una vida feliz es preciso que las pasiones tomen todo el incremento posible y no se las reprima, satisfaciendo cada una a medida que nace 203. 
He aquí el verdadero orden de la naturaleza, según la sofística y la demagogia de todas las épocas decadentes; el aparente estado de salud y de pujante vitalidad que resplandece con la liberación de los instintos primarios y el auge de la sensualidad. El ascetismo se presenta, entonces, como una violación contra natura y como una disciplina fingida de quienes no pueden vivir su vida y se retraen, pusilánimes, de sus íntimas apetencias. Ningún espectáculo más deplorable y más vergonzoso que ver a un hombre que dispone de un gran poder sobre otros hombres, mostrarse templado, ecuánime y generoso, es decir, privándose de disfrutar sin medida de todos los bienes de la vida, puesto que nadie podría impedírselo y sujetándose a las leyes, a los discursos y a las censuras de los abogados de los débiles e incapaces. Y Callicles concluye, una vez más: 
CALLICLES.- La molicie, la intemperancia, el desenfreno cuando nada les falta, son la virtud y la felicidad. Todas esas otras ideas, esas convenciones contrarias a la naturaleza, no son más que extravagancias humanas que no deben ser tenidas en cuenta en absoluto 204. 203 Gorgias, 491 e–492 a. 204 Gorgias, 492 c.  
Sócrates reconoce que muchos piensan lo mismo que Callicles, pero no se atreven a expresarlo; pocos son los que se resistirán a abrazar ese género de vida, si pudieran hacerlo impunemente y no encontrasen trabas en el camino. A pesar de ello, estima que la felicidad tiene, más bien, la forma de un reposo y de
                                                
una inmovilidad que la de una agitación y movilidad infinitas, como ocurre en el alma de los intemperantes, semejante a… 
SÓCRATES.- [...] un tonel agujereado a causa de su insaciable avidez 205. 205 Gorgias, 493 b.  
Resultaría así que la felicidad se alcanza con una vida ordenada que se satisface con lo que posee y procura contenerse en sus límites, dueña de sí y de sus actos. Por otra parte, resulta evidente que todo deseo es doloroso puesto que responde a alguna necesidad; satisfacerlo nos procura un placer que termina al consumarse, siempre que se trate de deseos sensuales. En este orden de apetitos ocurre que si se experimenta un placer es en función de dolor; de tal modo que estas dos sensaciones concurren juntas y se dan a un tiempo en la misma vivencia; por esto es que cuando estamos satisfechos, con la sed se apaga también el placer de beber. Más todavía, si seguimos bebiendo llegaremos a experimentar exclusivamente dolor hasta la náusea. Los placeres sensuales, aún dentro de sus límites inexorables de tiempo y de lugar, no se gozan sin su dosis correspondiente de dolor porque tienen la precariedad del momento propiamente dicho, es decir, del acto imperfecto que consiste en el devenir de una materia aunque su principio sea espiritual: la actualización se va cumpliendo a través de un padecer y se agota en el preciso momento que cesa el padecimiento. Por esto es, también, que los placeres y los dolores físicos tienen la individuación exclusiva y excluyente de la materia; se goza y se sufre en una soledad sin compañía, en un instante de máximo extrañamiento de toda comunidad y comunión en otras almas. De ahí que el hombre necesite rescatarse, por ejemplo, de la materialidad y de la soledad animal de sus comidas, restableciendo la comunión de las almas por medio del diálogo cordial o de la lectura elevada. La magia de la palabra comunicativa transfigura un goce puramente animal en uno de los actos más socialmente humanos y en el nobilísimo placer de la mesa tendida en la intimidad del hogar y de los amigos. 
Volviendo sobre la cuestión de los placeres y de los dolores, la argumentación de Sócrates demuestra que no es lícito identificar el bien con el placer y el mal con el dolor, puesto que hay placeres y dolores como los físicos que se experimentan y cesan de experimentarse al mismo tiempo; en cambio, no es posible que coincidan el bien y el mal y, más bien, cabe decir que se excluyen absolutamente. De donde resulta que una cosa es el bien y el mal y otra el placer y el dolor. Además, ocurre que los insensatos y los cuerdos, los cobardes y los valientes experimentan dolores y placeres. La verdad es, concluye Sócrates                                                  SÓCRATES.- [...] que el bueno y el malo experimentan de una manera igual el placer y el dolor y el malo quizás más 206. 
La tesis de Callicles, según la cual, lo bueno y lo justo es acrecentar las pasiones sin discernir entre honestas y deshonestas, así como procurarse la mayor suma de placeres que su satisfacción procura, ha quedado totalmente destruida, refutada y anulada por el examen de la condición de los placeres y dolores inferiores y de su relación con el bien y el mal. Claro está que el placer en sí mismo considerado, es cosa buena, sea cual fuere el placer de que se trate; siempre es un síntoma del acto, de la plenitud del ser; pero el placer no es el bien mismo sino que el bien es su medida y su fin. 
SÓCRATES.- Porque, si te acuerdas, convinimos Polo y yo, que tenemos que obrar en vista del bien en todas las cosas. ¿Opinas también como nosotros que el bien es el objetivo de todas nuestras acciones y que todo lo demás debe referirse a él y no el bien a las otras cosas? [...] Entonces hay que hacer todo, hasta lo agradable y placentero con miras al bien y no el bien con miras a lo placentero y agradable 207.  206 Gorgias, 499 a. 207 Gorgias, 499 e – 500 a.
Este orden se nos impone toda vez que distinguimos entre placeres buenos y placeres malos o entre placeres mejores y placeres peores. Preguntemos, otra vez, si aquellos que tienen la responsabilidad del gobierno y del mando, deben complacer a la multitud sin tener en cuenta su mejor ser o si la administración del placer y del dolor debe hacerse en vista del Bien Común.