QUINTA PARTE
LECCIÓN XX
Callicles es capaz de
osarlo todo; acaba de saltar el último cerco, acusando un desprecio sin límites
por los límites convencionales de la ley y del pudor. Su largo discurso quiere
probar tanto por su contenido como por el hecho de haberse pronunciado que la
verdadera ley de la naturaleza, el derecho natural consiste en entregarse y en
acrecentar las pasiones, en lugar de resistirlas y de encauzarlas
razonablemente.
Esto significa declarar la piedra libre de las pasiones y que
la justicia de la ley brilla tanto más cuanto más lozanas y más fuertes se
manifiesten, al margen de toda distinción entre buenas y malas, excluida la
presencia admonitoria de los falaces escrúpulos de la conciencia. La distinción
del bien y del mal, tanto como los escrúpulos, no serían más que recursos defensivos inventados por
los débiles y los fracasados para impresionar y someter a los fuertes y
poderosos.
CALLICLES.- [...]
Desde la juventud nos ganamos y nos llevamos a los mejores y más fuertes de
entre nosotros; los formamos y los domamos como se doma a los cachorros de
león, por medio de discursos llenos de encantos y prestigio, haciéndoles saber
que es preciso subordinarse a la legalidad y que en esto consiste lo bello y lo
justo 199.
199
Gorgias, 483 e.
Pero la verdad es,
sostiene Callicles con cínico aplomo, que si surge un varón magníficamente
dotado
[CALLICLES][...] que
sacudiendo y rompiendo todas esas trabas encontrara el medio de desembarazarse
de ellas y que pisoteando vuestros escritos, vuestros prestigios, vuestros
discursos y leyes antinaturales y aspirando a elevarse sobre todos, de esclavo
se convirtiera en vuestro señor, entonces se vería brillar la justicia tal como
es, manifestando sus derechos. Píndaro, me parece, apoya estos sentimientos en
una oda que dice: la ley es reina de los mortales y de los inmortales; ella
misma, añade, lleva consigo la fuerza poderosa que su mano convierte en
legítima, juzgo de ello por los trabajos de Hércules, que sin haberlos comprado...
Estas son, poco más o menos, las palabras de Píndaro, porque no sé de memoria
la oda. Pero su sentido es que Hércules se llevó los bueyes de Gerión sin
haberlos comprado y sin que se los hubiesen dado, dejando comprender que su
acción era justa según la naturaleza y que los bueyes y todos los demás bienes
de los débiles e insignificantes pertenecen de derecho al más fuerte y al mejor
[...] 200.
200 Gorgias, 484 a b c
Movido por estas
poderosas razones y las que anteriormente expuso, Callicles quiere apartar a
Sócrates de la filosofía, cuyo cultivo apenas se justifica en la dorada mocedad
pero que considera pernicioso y funesto en la madurez de la vida ya que, en el
fondo, es una escuela de debilidad, de impotencia y de humillación. El estudio
continuado de la filosofía o sabiduría humana nos haría incapaces de
defendernos y de defender a los próximos, de los agravios y de las ofensas
recibidas. Se trata, repetimos una vez más, de elegir entre la sabiduría que
nos entrega inermes a la rapacidad de los demás y la sofística que nos hace
hábiles para existir a gusto y sacar el partido más ventajoso de cada
situación. La sabiduría tiene el inconveniente de los principios inmutables y
de las formas fijas que la hace poco apta para los acomodos circunstanciales y
la priva de la necesaria flexibilidad para plegarse a las oportunidades que se
presenten. La dialéctica de las apariencias que emplean los sofistas y los
demagogos, tiene la ventaja de su extrema movilidad y de su fácil adaptación a
las perspectivas cambiantes; puede pasar rápidamente del pro al contra desde
que no está ceñida por la esencia, sino que se desplaza sobre los infinitamente
multivariados y variables accidentes. Sócrates culpa a la ignorancia, su falta
de visión y de acomodo con la realidad circundante; lo grave es que no termina
de convencerse a pesar de la copiosa prueba de razones y de hechos con que lo
abruman sus adversarios. Y por eso suplica a Callicles quiera indicarle lo que
debe hacer; espera que tan hábil retórico, indiferente a cualesquiera
escrúpulos y que discurre con toda libertad, franqueando todas las vallas,
oriente sus pasos en la mudanza del alma. Tan sólo le queda una pequeña duda,
aunque lo suficientemente inquietante como para no darle tregua; si Callicles
consiguiera disipársela, quedaría convencido y acataría sin reservas sus
condiciones.
SÓCRATES.-¿Piensas en
lo mismo cuando dices que uno es mejor y cuando dices que uno es más poderoso?
Porque te confieso que no he podido comprender lo que querías decir, ni si por
los más poderosos entendías los más fuertes y si es preciso que los más débiles
estén sometidos a los más fuertes como parece lo insinuaste al decir que los
grandes Estados atacan a los pequeños y más fuertes, lo que hace suponer que
más fuerte, más poderosos y mejores son la misma cosa. ¿O se puede ser mejor y
al propio tiempo más pequeño y más débil; más poderoso y también peor? ¿O el mejor y el más poderoso están
comprendidos en la misma definición? Hazme ver claramente si más poderoso,
mejor y más fuerte expresan la misma idea o ideas diferentes 201.
Para Callicles, mejor
y más poderoso tienen el mismo significado, siempre que no se entienda más
poderoso, en el sentido de más fuerte físicamente. Dos o más esclavos de
Callicles no son mejores ni más poderosos que su amo, aunque reunidos sean más
fuertes. Los mejores, aclara Callicles, son los que más valen y, por lo tanto,
serán los más sabios y los que poseen virtudes análogas. Sócrates se apresura a
concluir, en vista de la premisa aceptada por su adversario, que si un sabio es
mejor que diez mil que no lo son, a él le corresponde mandar y a los otros
obedecer; y que, además, su preeminencia lo hace acreedor a tener más que sus
subordinados. Pero el hecho de ser mejor, de valer más que los otros y de tener
derecho a mandarlos, ¿comporta, por ejemplo, que tenga una parte mejor de
alimentos? ¿No es más razonable concluir que siendo el encargado de su
distribución y habida cuenta de la diversa complexión y temperamento de cada
uno, aspirará a tener la proporción y calidad que le conviene, es decir, más
que unos y menos que otros? Y todavía agrega Sócrates:
[...] y si por
casualidad fuera el más débil, menos que todos, Callicles, no obstante ser el
mejor. ¿No te parece posible, mi buen amigo? 202. 201 Gorgias, 488 c d. 202 Gorgias,
490 c.
De donde resulta que
sea el mejor e incluso el que ejerza el poder y la autoridad sobre los otros,
no exija poseer más que los otros; por ejemplo, ser los más fuertes físicamente
o los más ricos no requiere tener una parte mejor en bienes materiales. Pero
Callicles no acepta las analogías con el mundo de los cocineros y de los
proveedores de los medios de subsistencia; insiste en que sólo se refiere a los
más expertos en el gobierno y administración de la República, no sólo
entendidos sino más valientes y capaces de ejecutar los proyectos que han
concebido sin fatiga y que a ellos les corresponde tener más que los otros,
puesto que son los que mandan y éstos los que obedecen. Sócrates le pregunta
entonces si tales hombres de gobierno y de mando tienen imperio sobre sí
mismos, es decir, si son temperantes, dueños de sí y capaces de dominar sus
pasiones y apetitos. Callicles no puede menos que sonreír cínicamente al
escuchar las candorosas apreciaciones sobre las almas temperantes que disimulan
la impotencia para satisfacer sus apetitos y pasiones, haciendo ver que todo su
empeño consiste en reprimirlas y en encuadrarlas dentro de la norma ética,
predicando un falso ascetismo y coacción de sí mismos que pretenden erigirse en
la verdadera fuerza y en el real poder del hombre, el imperio sobre sí mismo.
En otros términos, se trata de una mentira necesaria para vivir y darle un
aspecto elevado a la vida, en la que se hacen cómplices la gran mayoría de los
mortales que suman todas las formas de la debilidad, de la cobardía y de la
miseria humanas. La doctrina de las virtudes y las coacciones legales no son
más que los medios de encadenar a los varones fuertes y bien nacidos, como ya
se ha visto. El elogio de la temperancia, de la moderación y de la justicia, no
es más que una pretendida sublimación de las pasiones y de los apetitos
insatisfechos. Con su habitual desenfado y la libertad de expresión propia de
los cínicos, nos repetirá Callicles que…
CALLICLES.- [...] para
tener una vida feliz es preciso que las pasiones tomen todo el incremento
posible y no se las reprima, satisfaciendo cada una a medida que nace 203.
He aquí el verdadero
orden de la naturaleza, según la sofística y la demagogia de todas las épocas
decadentes; el aparente estado de salud y de pujante vitalidad que resplandece
con la liberación de los instintos primarios y el auge de la sensualidad. El
ascetismo se presenta, entonces, como una violación contra natura y como una disciplina
fingida de quienes no pueden vivir su vida y se retraen, pusilánimes, de sus
íntimas apetencias. Ningún espectáculo más deplorable y más vergonzoso que ver
a un hombre que dispone de un gran poder sobre otros hombres, mostrarse
templado, ecuánime y generoso, es decir, privándose de disfrutar sin medida de
todos los bienes de la vida, puesto que nadie podría impedírselo y sujetándose
a las leyes, a los discursos y a las censuras de los abogados de los débiles e
incapaces. Y Callicles concluye, una vez más:
CALLICLES.- La
molicie, la intemperancia, el desenfreno cuando nada les falta, son la virtud y
la felicidad. Todas esas otras ideas, esas convenciones contrarias a la
naturaleza, no son más que extravagancias humanas que no deben ser tenidas en
cuenta en absoluto 204. 203 Gorgias, 491 e–492 a. 204 Gorgias, 492 c.
Sócrates reconoce que
muchos piensan lo mismo que Callicles, pero no se atreven a expresarlo; pocos
son los que se resistirán a abrazar ese género de vida, si pudieran hacerlo
impunemente y no encontrasen trabas en el camino. A pesar de ello, estima que
la felicidad tiene, más bien, la forma de un reposo y de
una inmovilidad que la
de una agitación y movilidad infinitas, como ocurre en el alma de los
intemperantes, semejante a…
SÓCRATES.- [...] un
tonel agujereado a causa de su insaciable avidez 205. 205 Gorgias, 493 b.
Resultaría así que la
felicidad se alcanza con una vida ordenada que se satisface con lo que posee y
procura contenerse en sus límites, dueña de sí y de sus actos. Por otra parte,
resulta evidente que todo deseo es doloroso puesto que responde a alguna
necesidad; satisfacerlo nos procura un placer que termina al consumarse,
siempre que se trate de deseos sensuales. En este orden de apetitos ocurre que
si se experimenta un placer es en función de dolor; de tal modo que estas dos
sensaciones concurren juntas y se dan a un tiempo en la misma vivencia; por
esto es que cuando estamos satisfechos, con la sed se apaga también el placer
de beber. Más todavía, si seguimos bebiendo llegaremos a experimentar
exclusivamente dolor hasta la náusea. Los placeres sensuales, aún dentro de sus
límites inexorables de tiempo y de lugar, no se gozan sin su dosis
correspondiente de dolor porque tienen la precariedad del momento propiamente
dicho, es decir, del acto imperfecto que consiste en el devenir de una materia
aunque su principio sea espiritual: la actualización se va cumpliendo a través
de un padecer y se agota en el preciso momento que cesa el padecimiento. Por
esto es, también, que los placeres y los dolores físicos tienen la
individuación exclusiva y excluyente de la materia; se goza y se sufre en una
soledad sin compañía, en un instante de máximo extrañamiento de toda comunidad
y comunión en otras almas. De ahí que el hombre necesite rescatarse, por
ejemplo, de la materialidad y de la soledad animal de sus comidas,
restableciendo la comunión de las almas por medio del diálogo cordial o de la
lectura elevada. La magia de la palabra comunicativa transfigura un goce
puramente animal en uno de los actos más socialmente humanos y en el nobilísimo
placer de la mesa tendida en la intimidad del hogar y de los amigos.
Volviendo sobre la
cuestión de los placeres y de los dolores, la argumentación de Sócrates
demuestra que no es lícito identificar el bien con el placer y el mal con el
dolor, puesto que hay placeres y dolores como los físicos que se experimentan y
cesan de experimentarse al mismo tiempo; en cambio, no es posible que coincidan
el bien y el mal y, más bien, cabe decir que se excluyen absolutamente. De
donde resulta que una cosa es el bien y el mal y otra el placer y el dolor.
Además, ocurre que los insensatos y los cuerdos, los cobardes y los valientes
experimentan dolores y placeres. La verdad es, concluye Sócrates SÓCRATES.-
[...] que el bueno y el malo experimentan de una manera igual el placer y el
dolor y el malo quizás más 206.
La tesis de Callicles,
según la cual, lo bueno y lo justo es acrecentar las pasiones sin discernir
entre honestas y deshonestas, así como procurarse la mayor suma de placeres que
su satisfacción procura, ha quedado totalmente destruida, refutada y anulada
por el examen de la condición de los placeres y dolores inferiores y de su
relación con el bien y el mal. Claro está que el placer en sí mismo
considerado, es cosa buena, sea cual fuere el placer de que se trate; siempre
es un síntoma del acto, de la plenitud del ser; pero el placer no es el bien
mismo sino que el bien es su medida y su fin.
SÓCRATES.- Porque, si
te acuerdas, convinimos Polo y yo, que tenemos que obrar en vista del bien en
todas las cosas. ¿Opinas también como nosotros que el bien es el objetivo de
todas nuestras acciones y que todo lo demás debe referirse a él y no el bien a
las otras cosas? [...] Entonces hay que hacer todo, hasta lo agradable y
placentero con miras al bien y no el bien con miras a lo placentero y agradable
207. 206 Gorgias, 499 a. 207 Gorgias, 499 e – 500 a.
Este orden se nos
impone toda vez que distinguimos entre placeres buenos y placeres malos o entre
placeres mejores y placeres peores. Preguntemos, otra vez, si aquellos que
tienen la responsabilidad del gobierno y del mando, deben complacer a la
multitud sin tener en cuenta su mejor ser o si la administración del placer y
del dolor debe hacerse en vista del Bien Común.