LA FALACIA BOLCHEVIQUE
CAPITULO II
Un examen mínimamente riguroso de la evolución y el desarrollo
del capitalismo moderno basta para constatar el papel fundamental desempeñado
en la consolidación de éste por las dos grandes corrientes político-ideológicas
que habrían de presentarse como sus más encarnizados adversarios.
Y es que, como bien muestran los hechos, cada confrontación con esos
pretendidos adversarios se ha traducido invariablemente en un reforzamiento
progresivo del Sistema en vigor. Algo lógico, por otra parte, si se tiene
en cuenta que los fundamentos básicos del capitalismo burgués
(materialismo, cientificismo, economicismo, etc) constituyeron también la
fuente de inspiración de sus teóricos enemigos, el marxismo y el
fascismo, que en realidad no serían sino variaciones circunstanciales de
un mismo tema. De ahí que esas diversas corrientes, antagónicas en
las formas y apariencias, pero complementarias en lo esencial, hayan contribuido
a configurar un proceso único plenamente consolidado en la actualidad.
De lo que significó el fascismo, de las causas que lo motivaron, de
quiénes lo promovieron y de las utilidades que en su momento rindió,
ya se habló en un ensayo precedente. Lo que aún queda por desvelar
son las motivaciones que empujan a quienes a toda costa pretenden resucitar su
fantasma, cosa que se hará cumplidamente en el último capítulo.
Pero de lo que ahora toca ocuparse es del bolchevismo marxista y del régimen
soviético.
De entre las diversas contribuciones del marxismo a la configuración
de la sociedad contemporánea caben destacarse dos. En el ámbito
ideológico, su mayor aportación, su verdadero cometido no sería
otro que actuar como amplificador de los postulados materialistas inherentes a
la mentalidad burguesa, postulados sin cuyo extendido arraigo el modelo
socio-económico vigente en la actualidad nunca se habría impuesto
de la forma abrumadora que lo ha hecho. En modo alguno es casual que los grandes
foros del mundo capitalista se manifiesten en el presente abiertamente "progresistas".
Pero todavía queda un segundo aspecto que merece resaltarse, y para
ello bastará con comprobar los efectos inmediatos producidos por el
sistema capitalista a raíz de su implantación. Al hacerlo podremos
ver que el régimen de explotación que dicho sistema instauró,
las condiciones de vida en las que sumió a sus víctimas, y el
inexorable descrédito de las falacias que sirvieron de sustento a su
modelo político e ideológico, habrían desembocado
inevitablemente en el colapso sin la aparición "providencial"
de la "alternativa" marxista, que, entre todas las opciones posibles
era, sin duda, la más nefasta, aunque para el Sistema (y no por
casualidad) resultara ser la mejor. A mayor abundamiento, la táctica que
el discurso marxista empleó no fue otra que reeditar en una nueva versión,
y adaptados a las nuevas circunstancias, los clichés humanistas y los
reclamos democráticos esgrimidos tiempo atrás por las revoluciones
burguesas para implantar su régimen político. Una táctica
que con el marxismo volvió a funcionar de nuevo, provocando aún
mayores expectativas entre las masas desheredadas y desencadenando un régimen
de opresión todavía mayor tan pronto como fue llevada a la práctica.
Aunque tributario de la dictadura jacobina, cuyos procedimientos le sirvieron de
inspiración, fue en el terreno de la filosofía y de la técnica
totalitarias donde el marxismo desarrolló algún grado de innovación,
y no en los señuelos liberadores de la clase obrera o en las tesis
igualitarias, conceptos, ambos, muy anteriores al credo marxista, y que en éste
nunca pasaron de ser espúreos adornos, como se pondría de
manifiesto reiteradamente, y sin ninguna excepción, en sus sucesivas
manifestaciones prácticas. De hecho, bajo la férula del régimen
marxista instaurado en la URSS, la mayor máquina de picar carne que
recuerdan los siglos y el modelo prototípico de todos los siguientes, la
explotación y la opresión de los parias alcanzarían cotas
desconocidas hasta entonces.
Hecha esta breve introducción, lo oportuno ahora será abordar
más detenidamente dos aspectos fundamentales del régimen marxista
por excelencia, el de la Rusia soviética, al objeto de poner de
manifiesto la auténtica realidad de unos hechos permanentemente
falsificados por la maquinaria ideológica oficial.
Esos dos aspectos a los que se ha hecho mención se corresponden con
sendas falacias ya consagradas en el ámbito occidental, una de ellas
merced a la intensa tarea manipuladora desplegada al efecto por el bando
progresista, y la otra gracias a la desarrollada por el Sistema en su totalidad.
La primera de tales falacias es la que ha atribuido al estalinismo todos los
males de la puesta en escena del programa marxista, cuando lo cierto es que el régimen
estalinista no supuso en realidad sino su más fidedigna y genuina
interpretación.; y ahí están como muestra reciente los
escritos del ínclito Althusser, un purista de la causa.
La segunda falsificación está aún más arraigada, y
goza de un consenso mayor, pues no en vano se trata de un dogma oficial
compartido, a izquierda y derecha, por todas las facciones del Sistema. Un dogma
en virtud del cual el régimen bolchevique se ha venido presentando como
la alternativa antagónica y como una amenaza mortal para el capitalismo
occidental, lo que nunca pasó de ser una solemne patraña. Muy
pronto lo comprobaremos al describir los apoyos financieros que, desde un
principio, y durante largo tiempo, afluyeron desde el bloque capitalista al "ogro"
soviético.
Por lo que se refiere al primer punto, esto es, a la falacia de la "desviación"
estalinista, se trata de un argumento que comenzó a utilizarse con
profusión una vez finalizado el gobierno de Stalin en
la URSS, y precisamente por aquéllos que, hasta ese mismo momento, habían
negado sistemáticamente los excesos criminales de esa supuesta desviación,
aunque las pruebas concluyentes se acumularan desde hacía tiempo. No
obstante, lo más endeble de semejante argumento es que en todas las
ocasiones y latitudes en que el marxismo se implantó, lo hizo siguiendo
los cauces de la "desviación" totalitaria, incluso después
de que el autócrata georgiano hubiera muerto. Y es que esa pretendida
anomalía no fue sino la pura normalidad desde los primeros momentos, algo
implícito e inherente al propio modelo, como bien demuestran los hechos;
sirvan como muestra elocuente los que se exponen a continuación.
En pleno fragor de la revolución bolchevique, con Lenin
y Trotzki al mando de la misma, la ciudad de Petrogrado fue
escenario de graves convulsiones sociales, que comenzaron en los círculos
proletarios de esa localidad, extendiéndose muy pronto a los marineros de
la flota del Báltico, vanguardia durante 1917 del levantamiento soviético.
El 28 de febrero de 1921, la tripulación del acorazado Petropavlosk emitió
una resolución en la que se formulaban las reivindicaciones de la tropa
naval, resolución que sería aprobada al día siguiente en el
curso de una asamblea de toda la guarnición de Cronstadt.
Los principales puntos del programa aprobado eran la reelección de
los soviets, la libertad de palabra y de prensa para los obreros, la libertad de
reunión, el derecho a fundar sindicatos, y el derecho de los campesinos a
trabajar la tierra del modo que lo deseasen. Reivindicaciones, todas ellas,
fieles al más puro ideario soviético. Así pues, los
marineros de Cronstadt no se sublevaban contra la causa revolucionaria, sino
contra el régimen totalitario del Partido Comunista. De hecho, uno de los
párrafos de la resolución, cuyo elocuente título era "Por
qué luchamos", rezaba así: "Al efectuar la
Revolución de Octubre la clase obrera esperaba obtener su libertad. Pero
el resultado ha sido un avasallamiento mayor de la persona humana.....Cada vez
ha ido resultando más claro, y ello es hoy una evidencia, que el Partido
Comunista ruso no es el defensor de los trabajadores que dice ser, que los
intereses de éstos le son ajenos y que, una vez llegados al poder, no
piensan más que en conservarlo".
Como se podrá apreciar, volvían a reproducirse los mismos
hechos que ya tuvieran lugar durante la Revolución Francesa, y de nuevo
se levantaban los parias para reclamar la "soberanía del pueblo"
y los restantes señuelos en cuyo nombre habían sido movilizados
contra el régimen anterior. No será ocioso decir que también
el desenlace se reprodujo otra vez. El 2 de marzo, Lenin y Trotzki denunciaban
el movimiento de Cronstadt y lo calificaban de "conspiración blanca",
ordenando acto seguido la provisión de una fuerza de 50.000 hombres que,
al mando de Tukhatcchevski, salió para aplastar la
revuelta. En la noche del 17 al 18 de marzo, tras encarnizados combates, la
expedición punitiva penetró en la ciudadela rebelde defendida por
5.000 marinos y aplastó la insurrección. De entre los
supervivientes, una parte fueron fusilados, y el resto trasladados a los campos
de concentración de Arkangelsk y Kholmogory. La revuelta de Cronstadt,
había declarado Lenin durante el X Congreso del PCUS
celebrado en marzo de 1921, "es más peligrosa para nosotros
que Denikin, Yudenitch y Koltchak (jefes de la contrarrevolución) juntos".
La represión y el gulag fueron instituciones consustanciales al Estado bolchevique desde sus inicios. Así, en una fecha tan temprana como 1925, la cifra oficial de fusilados por el régimen marxista se elevaba a 1.722.747, de los cuales un setenta y cinco por ciento eran obreros, campesinos y soldados. No obstante, y debido precisamente a su carácter oficial, esa cifra no recogía las ejecuciones sumarias ni las muertes ocurridas en las prisiones, y mucho menos aún las masacres colectivas. Según otro recuento igualmente oficial elaborado por el propio régimen leninista, en 1922 había 825.000 personas internadas en los campos de concentración de Kholmo, Kem, Naryn, Mourmane, Tobolsk, Portaminsk y Solovski. Al final de la época estalinista, el balance total de víctimas, incluidas las ocasionadas por las hambrunas provocadas artificialmente, arrojaba una cifra que oscila, dependiendo de las estimaciones, entre los treinta y cinco y los cincuenta y cinco millones de muertos.
La represión y el gulag fueron instituciones consustanciales al Estado bolchevique desde sus inicios. Así, en una fecha tan temprana como 1925, la cifra oficial de fusilados por el régimen marxista se elevaba a 1.722.747, de los cuales un setenta y cinco por ciento eran obreros, campesinos y soldados. No obstante, y debido precisamente a su carácter oficial, esa cifra no recogía las ejecuciones sumarias ni las muertes ocurridas en las prisiones, y mucho menos aún las masacres colectivas. Según otro recuento igualmente oficial elaborado por el propio régimen leninista, en 1922 había 825.000 personas internadas en los campos de concentración de Kholmo, Kem, Naryn, Mourmane, Tobolsk, Portaminsk y Solovski. Al final de la época estalinista, el balance total de víctimas, incluidas las ocasionadas por las hambrunas provocadas artificialmente, arrojaba una cifra que oscila, dependiendo de las estimaciones, entre los treinta y cinco y los cincuenta y cinco millones de muertos.
Todos estos hechos, que incluso todavía hoy se pudren en el silencio,
fueron denunciados desde muy pronto por revolucionarios disidentes, si bien sus
acusaciones alcanzaron muy escaso eco en el ámbito occidental, ideológicamente
colonizado por la nutrida ralea de los pseudointelectuales acomodados de
izquierdas, cuya labor se vería propiciada, cuando no auspiciada
claramente, por un Sistema capitalista que empezaba ya a explotar la utilidad
que, en todos los órdenes, habrían de reportarle los estereotipos "progresistas".
La ocultación y la manipulación sistemáticas de lo que
realmente significó aquel evento ha sido de tal calibre que, pese a todo
lo ocurrido, el mero hecho de proclamarse de izquierdas sigue valiendo todavía
hoy como certificado de altruismo para un sinnúmero de fantoches, además
de constituir el mejor procedimiento para convertir en éxito la más
absoluta mediocridad. Por contra, los individuos íntegros que se
atrevieron a denunciar la mascarada criminal fueron metódicamente
silenciados y escarnecidos por una jauría de desalmados y medradores que,
a cambio de su bajeza, han venido recibiendo la correspondiente recompensa en
forma de reconocimiento y de estatus social. Vayan, pues, estas líneas en
homenaje y desagravio de André Gide (calumniado y
vejado tras sus denuncias de la infamia bolchevique por sus antiguos colegas de
La Liga de los "Derechos" del Hombre), de Victor Serge,
Boris Suvarin, Panaït Istrati, Artur
Koestler y, en fin, de tantos otros militantes de una causa
falaz que repudiaron tan pronto como los acontecimientos pusieron de manifiesto
que no era la suya.
Hubo que esperar al desmoronamiento del bloque marxista para que una pléyade
de farsantes se dieran cuenta de evidencias clamorosas que hasta poco antes
prefirieron ignorar. Farsantes que ahora abominan de sus pasados planteamientos
para abrazar con entusiasmo el nuevo credo progresista-liberal, esa fórmula
definitiva en la que ya se amalgaman felizmente la libertad de beneficio y los "valores"
de izquierdas. Aunque es lo cierto que, tanto los conversos recientes, como los
devocionarios perennes del sistema capitalista que hoy denuncian con afectación
los excesos del marxismo, deberían en realidad guardarle reconocimiento público,
ya que la labor de disolución en todos los órdenes llevada a cabo
por el materialismo marxista no ha hecho más que allanarle el terreno al
capitalismo multinacional. Fue necesaria, por tanto, la dictadura jacobina, como
lo sería después el totalitarismo soviético, para que el
sistema capitalista alcanzara el poderío de que disfruta en la
actualidad.
Todo lo dicho en el párrafo anterior enlaza directamente con la
segunda gran mistificación apuntada al comienzo de este capítulo.
Una falacia sostenida, como ya se señalara, por todas las facciones política
del Sistema, y en virtud de la cual se presentó al régimen
bolchevique como una amenaza mortífera para el capitalismo occidental. De
la envergadura de semejante patraña dan buena cuenta, entre otros hechos,
las cuantiosos aportaciones realizadas por la Alta Finanza en pro del
asentamiento y posterior desarrollo de su "temible" adversario,
algunas de las cuales se citan a continuación.
El 2 de febrero de 1918, el rotativo Washington Post recogía
una breve reseña en la que se consignaba la entrega de un millón
de dólares a los dirigentes bolcheviques por parte de la banca Morgan.
Un año después, el Anuario Judío reproducía
un informe fechado en Londres el 4 de abril de 1919, y firmado por su
corresponsal E.R.Fields, en el que se aportaban nuevas y más completas
informaciones al respecto. Dicho informe reseñaba las aportaciones a la
causa bolchevique del financiero judío-norteamericano Jacob Schiff,
patrón de la Banca Khun&Loeb, junto con las de sus asociados y
correligionarios Felix Warburg, Otto Kahn,
Jerónimo Hanauer, Max Breitung e
Isaac
Seligman.
Con todo, aquel documento no reflejaba al completo el alcance de la red
financiera que colaboró en el sostenimiento económico del régimen
leninista, ya que, junto a la Banca Khun&Loeb, que figuraba a la cabeza de
la causa, operaron también varias entidades bancarias adscritas a la
American International Corporation (Chase National Bank, de Rockefeller,
National City Bank, J.P.Morgan, Equitable Building, Bankers
Club, entre otras). así como diversas Corporaciones Comerciales (Guggenheim
Exploration, General Electric, Sinclair Gulf, Stone and Webster, etc).
Los fondos económicos enviados a Lenin y Trotzki recorrían un
largo circuito bancario hasta llegar a su destino final. Por lo regular, las
aportaciones financieras eran canalizadas hasta territorio europeo por Jacob
Schiff a través del establecimiento que la banca Warburg poseía en
Hamburgo, y esta última, a su vez, las hacía llegar a las diversas
cuentas abiertas por los intermediarios de Lenin en varias capitales europeas.
Los principales centros de aprovisionamiento fueron Copenhague, donde actuaba
como corresponsal recaudador un estrecho colaborador de Lenin llamado Israel
Gelphand (más conocido como Parvus), y Estocolmo,
ciudad en la que operaba otro fiel auxiliar de Lenin y Trotzki , de nombre Jacob
Furstemberg, aunque conocido en la nomenklatura bolchevique
como Hanecki. En la capital sueca, la entidad bancaria receptora de los fondos
destinados al gobierno soviético era el Nye Bank, dirigido por el
financiero judío-ruso Wladimir Olaf
Aschberg, quien a la muerte de Jacob Schiff, acaecida en 1920,
pasaría a desempeñar un papel similar al desarrollado por éste.
En 1921 Aschberg fundó la Banca Comercial Rusa, establecimiento a través
del cual se gestionaron entre las dos guerras mundiales buena parte de los empréstitos
concedidos por la Alta Finanza internacional a la Rusia soviética.
A todo esto deben añadirse las declaraciones públicas de
simpatía y los ofrecimientos de ayuda económica ( ayuda que se
hizo efectiva de forma cuantiosa) manifestados desde muy pronto al régimen
soviético por parte de los dos dirigentes más destacados del área
capitalista, el premier británico Lloyd George y el
presidente estadounidense Woodrow Wilson.
Otro personaje que desempeñó un relevante papel en este asunto
fue el financiero judío-nortemanericano Bernard Baruch,
quien ya durante el mandato presidencial de Woodrow Wilson le había "sugerido"
a éste el sexto punto de la Declaración de Apoyo a la Rusia soviética.
Aunque fue en los años de la Administración Roosevelt
cuando el peso y la influencia de Baruch alcanzaron su apogeo. Considerado unánimemente
como la eminencia gris de la Casa Blanca, así describía el
American Hebrew del 1-diciembre-1933 la posición de este
banquero en los círculos políticos: "Cuando el
presidente de los Estados Unidos sale de vacaciones de verano, Bernard Baruch es
oficialmente designado presidente suplente". Una vez concluida la 2ª
Guerra Mundial, el ínclito Baruch ocupó la primera presidencia de
la Comisión de Energía Atómica, si bien su labor más
significativa habría de desarrollarse en el marco de las negociaciones
tripartitas mantenidas por los vencedores de la Gran Guerra. Durante la
Conferencia de Londres de 1945, reservada a los ministros de Exteriores de las
potencias vencedoras, Bernard Baruch se trasladó a la capital británica
dispuesto a intervenir, cosa que hizo en efecto. Preguntado por el periodista
Victor Lasky sobre las razones de su presencia en dicha reunión,
el financiero respondió:"He venido a amenazar a los muchachos
grandes con el palo grande para asegurarme de que no estropeen la paz".
Una "paz" que, entre otras cosas, incluía la entrega de media
Europa al totalitarismo soviético.
Después de la 2ª Guerra Mundial, y hasta el momento mismo del
colapso del régimen bolchevique, los contactos económicos y
comerciales no dejaron de multiplicarse. Bien directamente, ya a través
de organismos creados al efecto, fueron varios los trusts económicos del área
capitalista que mantuvieron una relación fluida con la URSS, cuya economía
llegó a depender en no pocos aspectos de los empréstitos y
aprovisionamientos procedentes del bloque occidental. Durante todo ese tiempo el
suministro de cereales (trigo en especial) y de todo tipo de equipamientos
industriales, sistemas electrónicos, productos petroquímicos,
abonos, etc., fue vital para la supervivencia económica de la Unión
Soviética, al tiempo que proporcionó sustanciosos beneficios a sus
proveedores occidentales.
Entre los personajes que se distinguieron en las labores de mediación
y ayuda al bloque marxista destacan los nombres del magnate Edgard Bronfman,
presidente del Congreso Judío Mundial, y de su correligionario Armand
Hammer, otro poderoso financiero cuyos contactos con la URSS
se desarrollaron a través de la American Trading Organization, un
consorcio comercial controlado por él.
No menos digna de mención es la figura del multimillonario
estadounidense Cyrus Eaton, que en estrecha colaboración
con el clan
Rockefeller puso en marcha una sociedad comercial dedicada
específicamente a los países del Este. Dicho consorcio estaba
formado por la International Basic Economy Corporation, dirigida por Nelson
Rockefeller, y la Tower International Inc., encabezada por Cyrus Eaton junior.
La asociación de ambas entidades era descrita el 16 de enero de 1967 por
el New York Times (diario del Establishment) en estos términos:"El
esfuerzo mancomunado de la International Basic Economy y la Tower International
puede verse como una combinación de las habilidades inversoras y los
recursos de los Rockefeller con el privilegio de que goza la Tower dentro del
oficialismo comunista, como resultado de los contactos que a lo largo de los últimos
quince años ha venido cultivando Cyrus Eaton senior, recibido siempre
como un VIP en los países comunistas". Por otro lado, Cyrus
Eaton fue el promotor y organizador de la Conferencia de Pugwash, con la que se
iniciaron los contactos periódicos entre las altas esferas científicas
de ambos bloques.
Otros organismos que destacaron en esas mismas labores fueron el US-URSS
Trade and Economic Council (USTECO), y el American Committee on East-West Accord
(ACEWA), esta última una entidad adscrita a los círculos de la
Comisión Trilateral y creada por iniciativa de varios
miembros del poderoso Council on Foregn Relations (CFR) o
Consejo de Relaciones Exteriores, cuya importancia se irá viendo a lo
largo de las páginas sucesivas.
Por lo que se refiere al ámbito europeo, merece destacarse el papel
desempeñado en ese mismo sentido por la firma multinacional Royal-Dutch,
dependiente del grupo judio-británico Lazard, así
como el de los dos principales empresarios de Italia, Giovanni Agnelli,
patrón de la Fiat y figura destacada de la Comisión Trilateral, y
Carlo de Benedetti, miembro prominente de la comunidad
israelita de aquel país.
A mayor abundamiento, las cumbres periódicas convocadas por la Comisión
Trilateral (una especie de cónclave de grandes Multinacionales) contaron
desde el principio con la presencia de un delegado soviético. A esto podría
añadirse, entre otras "anécdotas", la consideración
de nación más favorecida otorgada por la Administración
norteamericana desde comienzos de los años 70 a la Unión Soviética.
Cabría significar por último el hecho de que los inicios de la
celebrada perestroika se vieron precedidos por una reunión de alto nivel
mantenida en Moscú entre una delegación del Comité
Ejecutivo de la Comisión Trilateral, con David Rockefeller
a la cabeza, y los principales dirigentes soviéticos, con Gorbachov,
Yacovlev, Dobrinin,
Arbatov y Primakov entre ellos. Por supuesto
que se trató de una simple coincidencia.
El breve recorrido efectuado a lo largo de este capítulo bastará
para constatar la puntualidad con la que se ha desarrollado la célebre
dialéctica hegeliana, y cómo de la antítesis de los falsos
opuestos (capitalismo y marxismo) ha resultado finalmente el capitalismo
multinacional y progresista, que es la síntesis deseada y la fórmula
más idónea para impulsar la expansión del modelo socio-económico
materialista y consumista vigente en la actualidad. Justamente el modelo que
mejor garantiza el dominio absoluto de la oligarquía plutocrática.