viernes, 27 de marzo de 2020

EL BOGOTAZO LIMPIO 3-(1-2)



SEGUNDA PARTE:
FIDEL CASTRO
PRIMERA SECCION

Una característica común de todos los oficiales de inteligencia es que posee n una mente abierta. Para ellos nada es imposible por e l sólo hecho de ser improbable. Thomas Powers, The Man Who Kept the Secrets. Cuando eliminamos lo imposible, lo que quede, por improbable que pa rezca, tiene que ser la verdad. ( Sherlock Holmes, The Sign of the Four ) .      Al mediodía del 9 de abril de 1948, el abogado y popular líder político Jorge Eliécer Gaitán, quien muchos vaticinaban que sería el próximo presidente de Colombia, fue asesinado cuando salía del edificio en que se hallaba su oficina. Fidel Castro y otros tres estudiantes de la Universidad de La Habana, Rafael del Pino, Enrique Ovares y Alfredo Guevara (sin parentesco con Che Guevara), se encontraban en Bogotá en esos momentos. Habían arribado unos pocos días antes de la inauguración de la Novena Conferencia Panamericana que había de celebrarse en esa ciudad. El motivo alegado para justificar la presencia de los cubanos en el país era su participación en un congreso estudiantil antiimperialista que había sido planeado para que coincidiera con la Conferencia.      


Tan sólo unos días antes, Castro y del Pino había contactado a Gaitán con el pretexto de invitarlo a hablar en la sesión inaugural del congreso estudiantil, y Gaitán había aceptado reunirse con ellos ese día para hablar sobre el asunto. Pero, poco menos de dos horas antes de la reunión, alguien le hizo varios disparos, y pereció unas horas más tarde.       Cuando Gaitán fue asesinado, Castro y del Pino se hallaban muy cerca del lugar donde ocurrieron los hechos.      El asesinato de Gaitán desató una frenética orgía de muerte, destrucción y saqueo que destruyó la mayor parte del centro de la populosa ciudad de Bogotá y que virtualmente cortó las comunicaciones con el resto del país por varios días. Los disturbios causaron la muerte de más de mil personas. 150 edificios importantes fueron totalmente quemados o parcialmente destruidos.      Los disturbios marcaron el comienzo de un período sangriento en la historia de Colombia que se conoce como “la Violencia”, que ha costado la vida a más de 200,000 personas y ha continuado casi hasta el presente. La Violencia fue la causa principal de una emigración masiva de colombianos del campo a las ciudades. También creó las condiciones necesarias para el surgimiento de grupos guerrilleros que aun subsisten.      Algunos de los libros que se han escrito sobre la CIA, mencionan brevemente los sucesos de Bogotazo como el primer fracaso de la CIA. Según estos autores, la recién creada CIA no alertó al gobierno norteamericano sobre la posibilidad de que tal incidente ocurriera. Sin embargo, lo que ninguno de los libros que se han escrito sobre la CIA menciona es que el Bogotazo fue en realidad la primera operación exitosa de guerra psicológica (psiop) en gran escala llevada a cabo por la recién creada Agencia Central de Inteligencia siguiendo órdenes de sus verdaderos amos: un grupo de banqueros de Wall Street, magnates petroleros, y ejecutivos de corporaciones transnacionales aglutinados en el Consejo de Relaciones Exteriores.      En esta operación la CIA probó nuevas técnicas de guerra encubierta, propaganda y técnicas de control mental que luego usó en operaciones similares que van desde el asesinato del presidente John F. Kennedy hasta la psiop del 11 de septiembre del 2001.      Más aún, el Bogotazo fue la operación en la que los conspiradores del CFR usaron por primera vez a su nuevo agente que habían reclutado poco antes: un joven estudiante de la Universidad de La Habana llamado Fidel Castro.      Hace algunos años, una psiquiatra de Washington D.C. cuyos pacientes incluían miembros y ex miembros de la CIA, aprendió tanto de éstos que decidió crear el típico perfil de la
personalidad del espía. Según ella, los espías encajan perfectamente en la descripción clásica de los individuos con personalidad antisocial, también conocidos como psicópatas. Los psicópatas son gente incapaz de profesar lealtad a individuos o grupos. Son inmensamente narcisistas y egoístas. También son insensibles, manipulativos y desprecian a las otras personas. Son incapaces de sentir culpa, remordimiento o arrepentimiento por sus acciones y no aprenden como resultado de la experiencia o el castigo. La mayoría de los psicópatas son impulsivos, muestran muy poca tolerancia por sus frustraciones, y tienden a culpar a otros por sus errores. Aunque superficialmente encantadores, en realidad son desconfiados, mentirosos y poco sinceros.      La mayoría de los psicópatas son incapaces de sentir amor o amistad de ningún tipo, y nunca sienten ansiedad o conflictos interiores, pues, por lo general, son gente de acción, no de sentimientos. Son dramáticos, exhibicionistas, e impostores. Es común que cometan actos delictivos.     Como veremos más abajo, esta descripción de un psicópata se ajusta perfectamente a la personalidad de Fidel Castro. Los localizadores de talentos de la CIA en la embajada norteamericana en La Habana ya conocían de las actividades de Fidel Castro y decidieron reclutarlo y enviarlo a Bogotá como agente provocador en una misión importante. Al pare-cer, el ya impresionante historial de Fidel Castro como gánster, asesino y psicópata total-mente carente de ética, moral y principios, los convenció de que era la persona indicada para llevar a cabo esa misión delicada e importante. No cabe duda de que no se equivocaron. 1. El gánster Fidel Castro      El 8 de diciembre de 1946, cuando todavía era estudiante de la Universidad de La Habana, Fidel Castro fue detenido y acusado de atentar contra la vida de Leonel Gómez, su oponente a la candidatura en las próximas elecciones para la presidencia de la Federación Universitaria de la Escuela de Derecho. Pero el juez decidió que no había suficiente evidencia. Por tanto, decidió suspender la acusación y ordenó poner a Castro en libertad.      A mediados de 1947, Fidel Castro se sumó a un grupo de cubanos y dominicanos que se entrenaban militarmente en un pequeño islote cerca de la costa norte de la provincia de Oriente. El objetivo era derrocar a Rafael L. Trujillo, el presidente–dictador de la República Dominicana. La expedición terminó en un fracaso total cuando los participantes fueron apresados por la Marina de Guerra de Cuba. Castro pudo escapar sin ser detenido y, pocos meses después, participó en un atentado fallido contra la vida de Rolando Masferrer, uno de los líderes de la fracasada expedición.      Pocos meses después, el 22 de febrero de 1948, Manolo Castro, ex presidente de la Federación Estudiantil Universitaria, fue asesinado cuando salía de un cine en el centro de La Habana, en un tiroteo al estilo de los gánsteres de Chicago. Dos días después, Castro fue detenido y acusado del asesinato. Pero, al igual que en el caso anterior, luego fue puesto en libertad cuando el juez alegó que no había evidencia suficiente de que había cometido el crimen.      No obstante, las actividades criminales del joven Fidel Castro fueron difundidas en la prensa, eran del conocimiento público, y los oficiales de inteligencia de la CIA en la embajada norteamericana tomaron nota de ello. Un mensaje confidencial fechado el 26 de Abril de 1948, enviado al departamento de Estado y formado por el Consejero de la Embajada, prueba que las actividades de Castro eran conocidas, Él [Castro] es un líder estudiantil de la Escuela de Dere cho de la Universidad de La Habana que llamó la atención de la Embajada en relación con el tiroteo y el asesinato de Manolo Castro (sin parentesco con Fidel), ex presidente de la Federación Estudiantil Universitaria. Se cree que Fidel Castro es miembro de la Unión Insurreccional Revolucionaria (UIR), una banda de “estudiantes” matones y asesinos que se sospecha fueron los asesinos de Manolo Castro como la culminación de una larga rencilla entr e la policía y los estudian tes.      Un documento confidencial para dejar constancia, escrito por J.L. Topping, Jefe de Estación de la CIA en la Embajada de los EE.UU. en La Habana, indica que el interés de la CIA por las actividades criminales de Castro no había sido una cosa pasajera. Según este documento, desclasificado en el 2002.  El 20 de diciembre de 1957, Manuel Márquez Sterling y Domínguez, hijo menor del Dr. Carlos Márquez Sterling, dec laró que, según su conocimiento personal, sabía que Fidel Castro había tenido una participación activa en la conspiración para asesinar a Manolo Castro, cuando Fidel era estudiante de la Universidad de La Habana. Manuel exp licó que, aunque Fidel no estaba en su misma clase, era compañero de su her mano mayor. Manuel no explicó cómo obtuvo la información, pero agregó que Fidel Castro había actuado como vigilante o apuntador [watcher or finger - man] de los asesinos. Fidel se ha bía disfrazado de vendedor de billetes de lotería, y se había situado al frente del cine, desde donde mantenía vigilancia en espera de que Manolo saliera del cine .      Tal parece que los agentes de la CIA en la embajada norteamericana no fueron los únicos que compartieron la sospecha de que Fidel Castro había sido el asesino de Manolo Castro. Se rumora que Ernest Hemingway, quien era amigo personal de Manolo Castro, tomó como modelo a Fidel Castro para crear el personaje principal de su cuento corto The Shot (El disparo). Pero Hemingway no fue el único escritor motivado por las actividades gansteriles de Fidel Castro. El escritor venezolano Rómulo Gallegos, a la sazón exiliado en Cuba, expresó que se había inspirado en Fidel Castro para la creación del personaje ficticio Justo Rigores, “El Caudillo”, uno de los gánsteres principales de su novela La brizna de paja en el viento.      Mucha gente sabía que, cuando era estudiante en la Universidad de La Habana, Castro siempre portaba una pistola calibre .45. Tan pronto como comenzó a asistir a la escuela de derecho en la Universidad de La Habana, Castro creó su propia pandilla al estilo de las SA nazis, a la que llamó “los Manicatos.” Después se unió a una de las pandillas que pululaban en la Universidad, el Movimiento Social Revolucionario (MSR) y, luego de una disputa con Rolando Masferrer, el líder del MSR, Castro se pasó a la facción rival, la Unión Insurreccional Revolucionaria (UIR). Las dos organizaciones combinaban la política con el más puro gansterismo. Luis Conte Agüero, en esa época uno de los mejores amigos de Castro, afirmó que Fidel Castro tenía “la mentalidad de un gánster.” Los miembros de la UIR se peleaban a tiros con la policía, con otros estudiantes, y con casi todo el mundo, sobre cuestiones que tenían más un carácter puramente personal que político. Fidel Castro encontró en la UIR su hábitat natural.      Fue en la UIR en 1945 cuando Castro comenzó su verdadera carrera como gánster profesional. Los asesinos de la UIR tenían la costumbre de dejar junto a sus víctimas una nota que decía, “La justicia tarda, pero llega.”, y Castro hizo suya la frase. Ernst Halperin, uno de los estudiosos que ha analizado la vida de Castro, notó la alta frecuencia en la que la palabra “justicia” aparece en sus discursos. Es posible, especuló Halperin, que esta fijación de Castro con la palabra “justicia” pudiese haber surgido mientras preparaba las notas macabras.      Lo más sorprendente de la pasión de Castro por el gansterismo es que esta no comenzó en la Universidad de La Habana cuando se unió a los grupos gansteriles, sino varios años antes, en su adolescencia, cuando todavía era alumno de escuela secundaria. Tan pronto como Fidel comenzó a asistir al Colegio de Belén en La Habana, organizó una banda con cuatro o cinco de sus compinches y la utilizaba para acosar a sus compañeros de clase. Los
padres jesuitas estaban aterrorizados. Nunca antes habían tenido un alumno como Fidel Castro.      Un día uno de sus maestros lo expulsó de la clase por pelearse con otro compañero. Fidel amenazó al maestro, gritándole: “Voy a traer mi pistola y te voy a matar”, y salió corriendo del aula. Nadie lo creyó, pero unos minutos más tarde regresó empuñado una pistola 45.      Otro día comenzó una pelea a puñetazos con Ramón Mestre, un compañero de clase. Sin embargo, Mestre ganó la pelea, y el enfurecido Fidel regresó con la pistola .45. Sólo la intervención del padre Larracea, uno de los maestros, quien convenció a Fidel de que le diera la pistola, salvó la vida de Mestre. Pero ahora viene lo más increíble. Cuando el padre Larracea lo convenció de la impropio de su comportamiento, Fidel, en un acto de arrepentí-miento, fue a su habitación y regresó con otra pistola .45 que le entregó al asombrado padre Larracea. 2. Los conspiradores del CFR reclutan a Fidel Castro      Muchos han tratado de hallar una explicación racional al hecho de que, a pesar de su incesantemente proclamado odio antinorteamericano, en realidad Fidel Castro nunca ha sido molestado por los EE.UU. Tan sólo unos pocos, entre los que se encuentra este autor, llegaron a la conclusión de que la única explicación a esta anomalía era que en realidad Fidel Castro trabajaba en secreto para aquellos a quienes decía odiar. En mi caso, logré hallar abundante evidencia circunstancial que lo confirmaba.17 Sin embargo, no fue hasta 1995 cuando alguien aportó la primera evidencia directa de que Fidel Castro había sido reclutado por los servicios de inteligencia norteamericanos.      En un libro que él mismo publicó en 1995, Ramón B. Conte, un cubano que colaboraba con la CIA en actividades menores donde la fuerza bruta podría ser necesaria, menciona en cierto detalle cómo el reclutamiento de Castro se llevó a cabo a comienzos del 1948 durante una reunión secreta que tuvo lugar en la residencia de Mario Lazo. Lazo era un abogado cubano educado en los Estados Unidos, que representaba los intereses demuchos negocios de norteamericanos en Cuba.      Conte y otro operativo de la CIA estaban en un auto estacionado en la calle frente a la casa de Lazo. Según Conte, ambos estaban armados y listos para intervenir en caso de que Castro, conocido por su exaltado temperamento y pasión por las armas de fuego, rechazara la oferta que le iban a hacer y se tornara violento.      Según afirma Conte, Castro llegó a la reunión acompañado de su amigo Rafael del Pino Siero, un colaborador de la CIA que había sido miembro del ejército norteamericano durante la Segunda Guerra Mundial. Entre los que asistieron a la reunión se hallaban el propio Lazo, los oficiales de la CIA Richard Salvatierra e Isabel Siero Pérez, el ex embajador de los E.U. en Cuba Willard Beaulac, así como otros dos norteamericanos que Conte tan sólo identifica como el Coronel Roberts y un oficial de la CIA sólo conocido como Mr. Davies.      Varios años después de que Conte publicó su libro, tuve la oportunidad de entrevistarlo por teléfono desde su casa en Miami. En la entrevista, Conte añadió a la lista de personas que asistió a la reunión un nombre importante que no había mencionado en su libro: William D. Pawley. Cuando se llevó a cabo la reunión, Pawley, un hombre de negocios millonario y amigo cercano tanto del presidente Eisenhower como de Allen Dulles, era el embajador norteamericano en Brasil. Desde los tiempos de la Oficina de Servicios Especiales (OSS) durante la Segunda Guerra Mundial, Pawley había estado estrechamente ligado a los servicios de inteligencia norteamericanos. Uno de sus asociados, el Coronel J.C. King, llegó a ser Jefe de la División del Hemisferio Occidental de la CIA. Mas aún, Pawley era uno de los organizadores de la Novena Conferencia Panamericana de Cancilleres que iba a tener lugar en abril en Bogotá.
     Según Conte, una semana después de la reunión inicial, Castro y del Pino se reunieron de nuevo con el oficial de la CIA Richard Salvatierra, a quien se le había asignado la tarea de ser el controlador del recién reclutado nuevo agente Fidel Castro, el cual había adoptado el pseudónimo “Alejandro”. En esta segunda reunión, Salvatierra informó a Castro sobre su primera misión al servicio de la CIA (en realidad, al servicio de los conspiradores de Wall Street que controlan la CIA). Es probable que Salvatierra no le haya informado a Castro en detalle sobre la totalidad del plan, porque posiblemente el propio Salvatierra lo ignoraba. La misión de Castro consistía en viajar a Bogotá, Colombia y, fiel a su papel de agente provocador, participar en el asesinato de Gaitán, que sería el pretexto para desatar los disturbios que luego se conocieron como el Bogotazo.       Una parte importante de esta misión era plantar pistas falsas que luego serían usadas para inculpar a los comunistas colombianos por los sucesos. El Secretario de Estado norteamericano George Marshall (CFR) usó los disturbios para atizar el miedo al comunismo y para convencer a los delegados que asistían a la Novena Conferencia de que la amenaza del comunismo era real y peligrosa. 3. La Unión Soviética y América Latina      No obstante, a pesar de todos los esfuerzos de los conspiradores del CFR por involucrar a la Unión Soviéticas en los hechos del Bogotazo, la actitud del Kremlin en relación a América Latina en las décadas previa y posterior al Bogotazo muestra un cuadro totalmente diferente. La estrategia soviética en relación con América Latina en los años de la postguerra podría calificarse de comedida y cautelosa. La causa de este cambio de conducta había sido dictada tanto por la debilidad de sus partidos comunistas títeres en América Latina como por la carencia de un proletariado industrial, condición necesaria (según el dogma marxista) para el surgimiento de movimientos revolucionarios.      Por lo tanto, es poco probable que Stalin hubiese tratado de iniciar un experimento comunista en América Latina en esos momentos. Todo indicaba que, por el momento, los soviéticos preferían mantener buenas relaciones con los Estados Unidos que incitar revolúciones comunistas en México, Argentina, Cuba, Chile o, en especial, Colombia.      En esos días la Unión de Repúblicas Socialistas Soviética (URSS) había acabado de salir de una devastadora guerra que la había dejado altamente debilitada económicamente. Por consiguiente, el reconocimiento por parte de los Estados Unidos de la Unión Soviética como una potencia en política internacional, el acceso a la alta tecnología y los equipos industriales norteamericanos, así como la ayuda económica como resultado de la alianza victoriosa, eran mucho más importantes para los soviéticos que un éxito comunista relativamente menor en un área geográfica donde tradicionalmente los EE.UU. habían centrado su interés y cimentado su influencia.      Prueba de lo anterior es que en los años 1930, cuando una situación revolucionaria muy volátil se produjo en México, el gobierno soviético no le dio apoyo alguno a los comunistas locales en su lucha por tomar el poder político en el país. A tono con esta política, durante todos esos años las actividades de la partidos comunistas latinoamericanos eran reportadas sin mucho interés en la prensa soviética. Los norteamericanos habían llegado a aceptar a regañadientes el diminuto Partido Comunista de los EE.UU., pero un estado comunista en las américas, razonaban los dirigentes soviéticos, habría provocado una violenta reacción norteamericana que los soviéticos no necesitaban en esos momentos.      Por supuesto, los líderes soviéticos estaban al tanto de la creciente ola de sentimiento antinorteamericano entre miembros de la intelectualidad latinoamericana, así como los crónicos problemas económicos y sociales que sufría el continente. No obstante, a pesar de los primeros indicios del comienzo de la Guerra Fría y los rápidos cambios en la estructura
de poder en América Latina, al parecer la prudencia les había aconsejado continuar con su política cautelosa aún después del exitoso fin de la Segunda Guerra Mundial.      Pero esto no era nada nuevo, sino la continuación de una política establecida desde hacía mucho tiempo. Por ejemplo, el 7 de noviembre de 1933, coincidiendo con el aniversario de la revolución bolchevique en Rusia, los comunistas cubanos trataron de implementar una revolución propia y establecieron un “Soviet” de obreros y campesinos en la provincia de Oriente, al este de Cuba. Los campesinos se apropiaron de las tierras en las que trabajaban, y un régimen mini comunista, apoyado por una milicia de “guardiasrojos”, tomó el control.      Para sorpresa de los revolucionarios, los soviéticos expresaron su descontento, y no dieron ningún tipo de aliento o ayuda material a los sublevados. Como resultado, el experimento “comunista” cubano duró tan sólo unos pocos meses y terminó en un rotundo fracaso.      Paradójicamente, fue el Presidente cubano Fulgencio Batista, el mismo que años después se convirtió en dictador y luego fue derrocado tras una rebelión popular en la participaron varias organizaciones además del Movimiento 26 de Julio al que Castro pertenecía, quien en su primer período como presidente legalizó el Partido Comunista cubano. Primero, Batista autorizó a los comunistas a que publicaron su diario, Noticias de Hoy, que comenzó su publicación en mayo de 1938. Luego, en septiembre, Batista legalizó el Partido Comunista por primera vez en la historia de Cuba.      En los años subsiguientes, los comunistas avanzaron en Cuba como nunca antes lo habían logrado hacer. En las elecciones de 1940, diez miembros del Partido Comunista fueron elegidos a la Cámara de Representantes, y un comunista fue elegido alcalde de la ciudad de Santiago de Cuba, la segunda en importancia en el país.      Durante la Segunda Guerra Mundial, la colaboración entre los comunistas y Batista se tornó aún más estrecha y, en 1943, el Presidente, en pago por el apoyo que recibía, nombró a algunos comunistas miembros de su gabinete. Aún más importante, Batista permitió que los comunistas se infiltraran en el movimiento laboral y hasta llegaran a controlar la Confederación de Trabajadores de Cuba, el sindicato obrero más importante del país, así como que ocuparan ciertos cargos en el Ministerio del Trabajo.      De modo que, mucho antes de 1959, el año en que Fidel Castro tomó el poder en Cuba, ya existía en el país un núcleo comunista cohesivo y eficiente. Pero todo indica que, a pesar de sus crecientes victorias políticas, los comunistas cubanos se sentían satisfechos con sus magros avances y nunca demostraron entusiasmo alguno por tomar el poder político en Cuba por medio de elecciones democráticas, y mucho menos en forma revolucionaria, por medio de la violencia armada. Y esta política de moderación era vista con agrado por sus amos en el Kremlin.      El derrocamiento del presidente de Guatemala Jacobo Arbenz en 1954, tras una burda operación de la CIA para proteger los intereses de la United Fruit, tan sólo suscitó una débil protesta diplomática de la Unión Soviética. Esta prudencia en política internacional pareció comenzar a desaparecer en 1957, cuando los éxitos soviéticos en materia de tecnología espacial conmovieron al mundo y el Primer Ministro Nikita S. Krushchov lanzó su agresiva campaña de “diplomacia Sputnik” a escala global.      Pero, a pesar de todos esto éxitos, es evidente que los soviéticos no consideraban que el clima político en América Latina estaba maduro para una revolución y, por lo tanto, no la veían como uno de sus objetivos políticos inmediatos. Por el contrario, el Kremlin se dedicó a expandir la presencia Soviética en el área, proyectando una imagen internacional respetable y mostrando a la Unión Soviética como un país con una base industrial desarrollada, cuya avanzada tecnología había logrado enormes triunfos en el campo espacial; un país ansioso de compartir esos logros con otros países a través de relaciones económicas y
culturales tradicionales. Esa nueva política, que Krushchov denominó de “coexistencia pacífica”, tenía como objetivo “mostrarle al mundo la superioridad del comunismo sobre el capitalismo.”      Según Krushchov, la lucha entre el comunismo y el capitalismo debía continuar, pero tan sólo en el plano económico, político y social, no en el militar. Nikita Krushchov, que había experimentado directamente la lucha contra los nazis y la muerte de 20 millones de soviéticos en la Segunda Guerra Mundial, sabía que en una guerra nuclear no habría vencidos ni vencedores, sino la aniquilación de gran parte de la vida en el planeta.      Esto preocupó altamente al complejo militar-industrial norteamericano. La doctrina de coexistencia pacífica de Krushchov era una amenaza directa al florecimiento de sus lucrativos negocios. El complejo militar industrial norteamericano, que los banqueros de Wall Street controlan, se nutre de guerras, revoluciones, conflictos de baja intensidad y terrorismo, pues esos son los elementos que les permiten mantener al pueblo aterrorizado y así garantizar que el Congreso apruebe grandes sumas de dinero para invertir en la carrera armamentista. Y Krushchov, sin proponérselo, con su doctrina de la coexistencia pacífica les quería estropear su negocio.      No en balde estaban tan preocupados. Un análisis de la política soviética hacia América Latina en ese período muestra varias tendencias interesantes. En primer lugar, aunque los soviéticos siempre habían estado listos para aprovecharse de cualquier acontecimiento político en el área, ésta no tenía prioridad alguna en la política exterior soviética. En segundo lugar, a pesar de todos sus esfuerzos en avanzar en América Latina en el campo diplomático y comercial, hasta 1960 estos esfuerzos no habían tenido mucho éxito.     Finalmente, ni siquiera pareció entusiasmarlos el inesperado cambio político en Cuba en 1959, que tal vez les permitiría extender su esfera de influencia en el continente. Al parecer, los líderes soviéticos no estaban convencidos de que les convenía asumir responsabilidades (ya fuesen económicas o políticas) que les habían caído inesperadamente en el regazo como resultado de la extraña e inexplicable revolución castrista.      Antes de 1959, los objetivos de la política exterior soviética habían sido dos: por una parte, el objetivo del Kremlin a corto plazo era aumentar el número de países que reconocían diplomáticamente a la Unión Soviética. Por otra parte, y en cierto modo en conflicto con el anterior, el objetivo a largo plazo continuaba siendo el mismo: lograr, en nombre de la ideología marxista, influencia y control sobre los países de América Latina.      En las cuatro décadas anteriores, los soviéticos habían tenido algún éxito en lograr reconocimiento diplomático. En los años ´20 México y Uruguay fueron los primeros países latinoamericanos que establecieron relaciones diplomáticas con la Unión Soviética. Colombia lo hizo en 1935, pero, poco después, México y Uruguay rompieron relaciones, de modo que, al comienzo de la Segunda Guerra Mundial, Colombia era el único país de América Latina que mantenía al menos relaciones diplomáticas limitadas con la URSS. Sin embargo, la alianza de la Unión Soviética con los Estados Unidos e Inglaterra en la lucha contra la Alemania nazi persuadió a varios países latinoamericanos de que extendieran su reconocimiento diplomático a la URSS; Cuba en 1942; Nicaragua, Chile y Costa Rica en 1944; Bolivia, Brasil, República Dominicana, Ecuador, Guatemala y Venezuela en 1945; y Argentina en 1946.      Pero el comienzo de la Guerra Fría, que el Bogotazo sirvió como pretexto para implementar, marcó el inicio de una tendencia contraria. Basándose en la acusación de que los soviéticos se inmiscuían en los asuntos internos de los países con los que mantenían relaciones diplomáticas (probablemente cierta en alguna medida, pero aplicable también a otras potencias), 34 varios países latinoamericanos rompieron relaciones diplomáticas con la URSS.  A
comienzos del 1948, la Unión Soviética tan sólo tenía embajadas en Argentina, Bolivia y México, así como una delegación comercial en Uruguay y un consulado general en Colombia. 4. ¿Era Castro comunista en 1948?      Algunos autores como Nathaniel Weyl y Angel Aparicio Laurencio, han tratado de explicar el Bogotazo como una operación llevada a cabo por los comunistas y que desde temprana edad Castro era un comunista activo. Ambos autores se han basado fundamentalmente en el libro de Alberto Niño “Antecedentes y secretos del 9 de abril”. Niño era el Jefe de Seguridad de Colombia cuando los disturbios, y su libro muestra un evidente prejuicio anticomunista que se manifiesta en la tendencia a verlo todo como resultado de las acciones de los comunistas.      Por ejemplo, según Niño, “Por estos mismos días llegaron a Bogotá los reconocidos comunistas cubanos Fidel Alejandro Castro y Rafael del Pino.” No obstante, contrariamente a lo que alega Niño, no existe ni un ápice de evidencia que indique que, antes del Bogotazo, Castro o del Pino estuvieran ligados en forma alguna al Partido Comunista cubano o a alguna organización internacional de comunistas. Por el contrario, algunos que lo conocieron de cerca afirman que Castro nunca fue comunista y que del Pino era un anticomunista furibundo. Sin embargo, a pesar de ser un anticomunista convencido, Niño muestra una ignorancia supina sobre la ideología y las tácticas de los comunistas. Por ejemplo, como prueba de que Castro y del Pino eran comunistas, Niño provee la información de que, el día previo a los disturbios, los cubanos asistieron a una reunión de la Organización Colombiana del Trabajo, en la que disertaron sobre las técnicas del golpe de estado y la organización de un paro general. Sin embargo, tan sólo un estudio superficial de la literatura comunista muestra que los comunistas siempre se han opuesto a los golpes de estado, por considerarlos una técnica fascista.      En un esfuerzo por convencer al público de que Castro era comunista, un parte de prensa de la United Press, fechado el 19 de abril de 1948, detalla como, según un empleado del Hotel Claridge, dos detectives colombianos se personaron en el hotel y, después de registrar minuciosamente la habitación de los cubanos, hallaron parte de su correspondencia personal, la cual abrieron en su presencia. Según el empleado, la correspondencia evidenció que los cubanos eran miembros del Partido Comunista cubano.      Según el parte de prensa, los detectives también encontraron, y confiscaron como evidencia, carnets de identificación con fotos, que identificaban a Castro y a del Pino como agentes de primera clase del Tercer frente de la Unión Soviética en América Latina. Otras fuentes mencionaron que en algunas de las cartas de los cubanos los investigadores hallaron planos del Capitolio colombiano y del edificio donde se celebraba la conferencia.      Alberto Niño también menciona que, entre las cosas de los cubanos ocupadas el 3 de abril por la policía, se encontraba una carta de una tal “Mirtha” dirigida a Fidel Castro (se trataba de Mirtha Díaz-Balart, la novia de Castro, con la que contrajo matrimonio poco después. Aunque esencialmente se trataba de una carta de amor, la misma contenía una frase reveladora: “Recuerdo que tú me dijiste que ibas a Bogotá para provocar el estallido de una revolución”.      Otra fuente menciona que, al despedirse en Cuba de su novia, Castro le dijo que viajaba a Colombia para comenzar una revolución. La frase de la carta también parece confirmase por el hecho de que el día antes de que estallaran los disturbios, Castro y del Pino habían asistido a la reunión antes mencionada, donde Castro habló sobre las técnicas de una huelga general y la toma del poder por vía de las armas; lo que se conoce como putsch o golpe de estado.
     Después del Bogotazo, Castro mantuvo su preferencia por la táctica fascista del golpe de estado. En 1957, cuando estaba en las montañas de la Sierra Maestra enfrascado en su lucha guerrillera contra el régimen del presidente-dictador Fulgencio Batista, Castro hizo un llamado a una huelga revolucionaria como paso inicial para provocar un alzamiento para derrocar al presidente Batista.      Pocos hicieron caso a su llamado, y la huelga resultó un fracaso total. El Partido Comunista cubano no prestó su apoyo a la huelga, a la que llamó “otro putsch fracasado de Castro.” Pero lo más significativo es la fecha que Castro escogió para efectuar el alzamiento: el 9 de abril, aniversario del Bogotazo. 5. Los comunistas cubanos y Fidel Castro      El Partido Comunista cubano había languidecido por largos años en la apatía normal de los partidos comunistas latinoamericanos, sin mostrar interés alguno en tomar el control político en Cuba. En 1958, cuando Castro ya estaba en las montañas de la Sierra Maestra enfrascado en su lucha guerrillera contra las fuerzas de Batista, los comunistas establecieron el primer contacto con Castro.       Aunque en ese momento las fuerzas de Castro no pasaban de unos pocos cientos de hombres y su victoria era incierta, los días de Batista parecían contados y Castro se estaba convirtiendo (con la ayuda de los medios de difusión norteamericanos) en el símbolo de la resistencia armada contra la dictadura de Batista. Bajo esas circunstancias, una alianza con el hombre que lideraba la mayor fuerza armada contra Batista parecía lo más indicado. Sin embargo, si tenemos en cuenta la estricta disciplina pro soviética de los comunistas cubanos, no es desacertado concluir que este acercamiento tuvo que haber sido autorizado, y tal vez sugerido, por el Kremlin.      En realidad esto no era nada anómalo, particularmente en esos momentos de alianzas soviéticas con movimientos nacionalistas y líderes tales como Nasser en Egipto, Sukarno en Indonesia, Nkrumah en Ghana, Sekou Touré en Guinea y el FNL en Argelia. De modo que, cualquiera que haya sido el motivo, es evidente que el Kremlin les dio la luz verde y, desde mediados de 1958, los comunistas cubanos comenzaron a darle un tímido apoyo a Castro.      Poco se ha escrito sobre el papel real del Partido Socialista Popular (PSP, nombre que adoptó el Partido Comunista Cubano en 1944) durante la lucha contra Batista. Pero era vox populi en Cuba que los ñángaras (apodo despectivo con el que muchos cubanos designaban a los comunistas locales) nunca demostraron mucha amistad por Fidel Castro. Por el contrario, la animosidad era mutua, y el primer choque de Castro con los comunistas ocurrió en diciembre de 1944, cuando éste cursaba su último año de bachillerato en el Colegio de Belén en La Habana.      Lo que motivó la querella inicial, fue que Castro usó Belén como tribuna para atacar una propuesta de ley en el Congreso, popularmente conocida como la Ley Marinello, debido a que su creador era el presidente del Partido Socialista Popular y Senador, Juan Marinello. En su ataque, que se publicó en la prensa nacional, Castro insinuó que el plan había sido concebido acorde a la ideología de la Rusia soviética o la Alemania nazi. Sin embargo, el verdadero motivo del ataque de Castro era que, caso de ser aprobada por el congreso, la ley afectaría negativamente la educación privada en Cuba, incluyendo el Colegio de Belén, lugar donde los jesuitas educaban a los hijos privilegiados de los ricos.      A pesar de que en esos momentos el joven Fidel Castro era tan sólo un alumno de bachillerato, los comunistas se indignaron tanto con su ataque que contraatacaron con un fuerte artículo en la páginas de Hoy, el periódico oficial de los comunistas. El autor del artículo llamó a Castro “pichón de jesuita” y “come gofio”; que en el habla popular cubana significa imbécil.
     Posiblemente ésa haya sido la primera vez que los oficiales de inteligencia norteamericanos en la Embajada de los EE.UU. en La Habana oyeron mencionar a Fidel Castro.      Pocos años después, en 1947, cuando Castro era estudiante en la Universidad de La Habana, se postuló para vicepresidente de la Escuela de Derecho. Como sabía que los comunistas tenían amplio arraigo entre los estudiantes, inmediatamente comenzó a utilizar la retórica antiimperialista y antinorteamericana propia de los comunistas, y logró atraer ciertos estudiantes que luego votaron por él. Pero, una vez elegido, comenzó una virulenta campaña anticomunista en la Universidad. Los comunistas ripostaron tildándolo de traidor. Desde esa época temprana, las relaciones entre los comunistas cubanos y Castro se tornaron aún más borrascosas.       A fines de febrero de 1948, el diario Hoy publicó en primera plana una información sobre la detención de los presuntos asesinos del líder estudiantil Manolo Castro. El artículo continuaba en una página interior, en la que se incluía una foto de los acusados, entre ellos Fidel Castro. No obstante, aparte de las discrepancias personales y la antipatía de los comunistas por Fidel Castro, esa actitud era el resultado de la adherencia ciega de los comunistas cubanos a la versión soviética de comunismo dogmático y doctrinario. Por esa razón, los comunistas soviéticos tienen que haber sido los primeros sorprendidos cuando, en 1961, sin la guía y apoyo del sacrosanto partido comunista cubano, Castro afirmó haber llevado a cabo una revolución comunista en las mismas narices del imperialismo yankee.      No hay que olvidar que, cuando Castro y sus hombres atacaron el Cuartel Moncada en Santiago de Cuba el 26 de julio de 1953, varios líderes del Partido Socialista Popular se encontraban en la ciudad para asistir a una reunión semi clandestina. Tan pronto como Batista supo del ataque al cuartel Moncada, culpó a los sospechosos usuales: los comunistas. Éstos se defendieron alegando que no habían tenido participación alguna en el asalto, y que se hallaban en Santiago por pura casualidad, para asistir a la celebración del cumpleaños de Blas Roca, uno de los fundadores del partido comunista cubano y miembro del buró político del Partido Socialista Popular.      Acto seguido, los comunistas denunciaron y criticaron fuertemente el asalto al Moncada. Uno de los líderes del PSP, Joaquín Ordoqui, se distinguió del resto por sus vituperios en contra de Fidel Castro. Los comunistas tenían sobradas razones para estar indignados con Castro. A pesar de no haber estado implicados en la acción, el asalto al Moncada les trajo serias repercusiones. Acto seguido, Batista ilegalizó todas las publicaciones de los comunistas y, poco después, ilegalizó el PSP.      Como resultado, el resentimiento de los comunistas cubanos hacia Fidel Castro se acrecentó. Unas semanas después, los comunistas cubanos emitieron una declaración que, debido a que sus publicaciones locales habían sido ilegalizadas, tan sólo fue publicada en el periódico comunista Daily Worker de New York, en la que fuertemente criticaban el ataque al Moncada,  “Nos oponemos a las acciones de Santiago de Cuba y Bayamo. Los métodos putschistas que se usaron son característicos de ciertos grupos burgueses. Este ha sido un intento aventurerista de capturar bases militares. El heroísmo manifestado por los participantes h a sido erróneo e improductivo, basado en ideas burguesas erróneas . . . El país sabe bien quién organizó, dirigió y llevó a cabo las acciones en contra de los cuarteles. La línea política del PSP y los movimientos de masas siempre ha sido y es la misma: lu char contra la tiranía de Batista y desenmascarar a los putschistas y aventureros de la oposición burguesa que actúan en contra de los intereses del pueblo. El PSP considera necesario consolidar las masas en un frente unido en contra del gobierno para hall ar una vía democrática que permita salir de esta situación, resucitar la Constitución cubana, garantizar las libertades
cívicas, celebrar elecciones generales y formar un gobierno del frente nacional democrático. En su lucha, el PSP basa su apoyo en las ma sas, y condena el aventurerismo putschista dirigido en contra de las masas y la solución democrática que busca el pueblo.”      Es altamente revelador que los comunistas cubanos hayan usado repetidamente la palabra putschista (que en el lingo comunista de la postguerra significaba “fascista”) para criticar los métodos revolucionarios de Fidel Castro.      La animadversión que sentían los comunistas cubanos por Fidel Castro estaba más que justificada. Aunque varios de los amigos de Castro en la Universidad de La Habana eran comunistas, lo cierto es que Castro nunca fue miembro del PSP. Más aún, hay evidencia de que la animosidad era mutua.       En 1956 Castro se vio mezclado en una polémica debido a un artículo aparecido en la prestigiosa revista Bohemia titulado “El grupo 26 de julio en la cárcel”, en que se le acusaba de comunista. El artículo había sido escrito por Luis Dam, un republicano español en el exilio. Según Dam, la policía mexicana tenía pruebas de que Castro era miembro del partido comunista.      La airada respuesta de Castro, escrita desde la prisión en México donde estaba detenido por preparar la invasión de Cuba desde territorio mexicano, no se hizo esperar. En el siguiente número de Bohemia Castro publicó un apasionado artículo que tituló “¡Basta ya de mentiras!”. Según Castro, “ Naturalmente, la acusación de que soy com unista es absurda a los ojos de todos los que conocen mi conducta públ ica en Cuba, sin ningún tipo de nexos con el Partido Comunista. Niego to talmente el informe del Sr. Dam en el que afirma, “Incidentalmente, la Poli cía Federal de Seguridad afirma que Fidel es miembro del Partido Comuni sta”. El propio Capitán Gutiérrez Barros me leyó el informe enviado al Presidente de México después de una semana de investigación minuciosa; entre sus observaciones se afirma categóricamente que no tenemos [desde esa época Castro ya usaba el plural retórico para refer irse a su persona] nexo ninguno con organiza ciones comunistas. Tengo ante mí el [periódico] Excélsior del 26 de julio, página 8, columna 6, párrafo 5, donde se lee: “El Buró Federal de Seguridad enfatizó que el grupo 26 de julio no tiene nexos comunistas ni re cibe ayuda de los comunistas.”      Castro continuó su ataque contra Dam, acusando al gobierno de Batista de complotar en su contra y también recordando la pasada colaboración de los comunistas con el dictador cubano,  “ La intriga es ridícula y sin el menor fundame nto porque tan sólo he militado en un partido político, y es el [Part ido Ortodoxo] que fundó Eduardo Chibás. Además, ¿qué moral tiene el señor Batista para hablar de comunis mo, si fue candidato presidencial del Part ido Comunista en las elecciones de 1940, si sus pasquines electorale s se cobijaron bajo la hoz y el martillo, si por ahí andan las fotos junt o a Blas Roca y Lázaro Peña, si media docena de sus ministros actuales y colaboradores cercanos eran bien conocidos m iembros del Partido Comunista.”      Las palabras de Castro recordando la pasada colaboración de Batista con los comunistas era el peor ataque que tanto el dictador como los comunistas podían recibir. Y mucho más aún su insinuación difamatoria de que los comunistas todavía estaban colaborando con Batista. Theodor Draper, uno de los autores que mejor ha estudiado esa etapa de la historia de Cuba, señaló certeramente que es muy difícil de creer que un comunista se justificara en una forma tan extraña.
     Por su parte, los comunistas no se quedaron callados, y ripostaron de varias formas, entre ellas insinuando que Castro estaba loco y que era homosexual. Un columnista del periódico Hoy, que firmaba con el pseudónimo “Esmeril”, lo llamó en varios artículos “el casto Fidel”, un apodo injurioso con connotaciones homosexuales inspirado en el título de una película de moda por entonces.      Por otra parte, sería injusto culpar a los comunistas cubanos por criticar a Castro en la forma en que lo hicieron. A pesar de todas las teorías aportadas que acusan a Castro de haber sido comunista en esa época, en realidad existe una enorme cantidad de evidencia circunstancial y documental que indica que, al menos en esa época, Castro no lo era, y muchos lo confirman. Por ejemplo, Javier Felipe Pazos, que se entrevistó personalmente con Castro cuando éste estaba en las montañas de la Sierra Maestra, expresó su total falta de convencimiento de que Castro era comunista y de que su revolución desde el principio había sido una conspiración comunista.      No obstante, después que Castro inesperadamente declaró en 1961 que siempre había sido marxista, algunos autores, con intenciones diferentes, han tratado de probar a posteriori la veracidad de sus palabras. Por ejemplo, Lionel Martin afirma que la dirigencia del núcleo que atacó el Moncada realizaba estudios de marxismo y, sobre esta base, traza un círculo de ideología marxista alrededor de varios líderes del Movimiento 26 de julio quienes, según él, se relacionaron con los comunistas cubanos. Por su parte, Nathaniel Weyl, afirma que Castro había sido reclutado por agentes del comunismo internacional mucho antes del Bogotazo, y enfatiza las relaciones de Castro con algunos políticos radicales.      Ahora bien, vamos a aceptar tan sólo por un momento que en la época previa al Bogotazo Fidel Castro era un cripto comunista y un agente secreto del comunismo internacional. Si esto hubiese sido cierto, a su regreso de Colombia, donde había “quemado” su cubierta, ya que toda la prensa oficialista colombiana lo había acusado de comunista, lo más lógico hubiera sido que los comunistas cubanos lo hubiesen recibido como un héroe y Castro se hubiera hecho miembro oficial del PSP. De hecho, si Castro se hubiera declarado comunista públicamente, eso no habría sido motivo para escandalizarse. La historia de Cuba está llena de nombres de figuras políticas, como Julio Antonio Mella, Carlos Baliño y Rubén Martínez Villena, quienes declararon su militancia comunista secreta después de haber logrado cierta preeminencia política.      Pero, por el contrario, a su regreso a Cuba, Castro y del Pino no se hicieron miembros del PSP, sino del Partido del Pueblo Cubano (Ortodoxo), dirigido por el líder nacionalista y anticomunista Eduardo Chibás. Según Ramón Conte, ambos Castro y del Pino sirvieron por algún tiempo de informantes para la CIA que, fiel a su trabajo en beneficio de las banqueros de Wall Street, veía a todos los líderes nacionalistas de América Latina, Chibás entre ellos, como “rosados”, es decir, simpatizantes del comunismo.      Más aún, lejos de mostrar alguna inclinación comunista, después del Bogotazo Castro continuó expresando sus ideas fascistas. Por ejemplo, el 26 de julio de 1960, en un discurso que pronunció en la conmemoración del fallido ataque al Cuartel Moncada, Castro declaró su dedicación a la “liberación” del resto de América Latina. Lo que no aclaró, fue que la vía por la que pensaba lograr su objetivo consistía esencialmente en el uso indiscriminado de golpes de estado putschistas del más puro estilo fascista, que incluían el asesinato de algunos presidentes elegidos democráticamente por el voto popular.      En conclusión, si los datos históricos que he mencionado son correctos, y la abundancia de fuentes confiables lo confirma, todo indica que Fidel Castro no era comunista ni antes, ni durante, ni después de los sucesos del Bogotazo. Además, es muy probable que el reclutamiento de Castro por los servicios de inteligencia norteamericanos efectivamente tuvo
lugar, así como su papel durante los funestos sucesos del Bogotazo como agente provocador al servicio de los conspiradores del CFR que controlan la CIA.      En su típico estilo cantinflesco que lo caracteriza, Castro ha tratado muchas veces de probar que durante el Bogotazo, aunque no era miembro del Partido Comunista cubano, en realidad en su mente y corazón ya era un comunista militante convencido. Por ejemplo, en la entrevista que le concediera a Arturo Alape en 1983, Castro hace uso de su extraordinario malabarismo lingüístico, en el que entremezcla mentiras y verdades en un esfuerzo por probar que, aunque en 1948 no era comunista, en realidad sí era comunista,      En ese momento yo ya había entrado en conta cto con la literatura marxista, ya había estudiado la Economía Política, po r ejemplo, y tenía conocimiento de las teorías políticas. Me sentía atra ído por las ideas fundamentales del marxismo, yo fui adquiri endo una concien cia socialista a lo largo de mi carrera universitaria, a medida q ue fui entrando en contacto con la literatura marxista. En aquel tiempo había un os pocos estudiantes comunistas en la Universidad de La Habana y yo tenía relaciones amistosas con ellos, pero yo no era de la juventud com unista, yo no era militante del Partido Comunista. Mis actividades n o tenían absolutamente nada que ver con el Partido Comunista de aquell a época. Podríamos decir que yo tenía u na conciencia antiimperialista. Había tenido ya los primeros contact os con la literatura marxista y me sentía inclinado a las ideas marxistas, pero no tenía ninguna filia ción, n i n g u n a v i n c u l a c i ó n c o n l a j u v e n t u d c o m u n i s t a , s a l v o r e l a c i o n e s d e a m i s t a d con dis tintos jóvenes comunistas, muy trabajadores, muy estoicos, con los cuales yo simpati zaba y a los q ue admiraba. Pero ni el Partido Comunista de Cuba ni la juventud comunista t uvieron absolutamente nadaq ue ver con la organización de este Congreso en Bogotá.      Pero los hechos, que son mucho más creíbles que sus palabras, desmienten categóricamente que en algún momento Castro haya sido atraído por la ideología marxista. 6. El mito del comunismo de Fidel Castro      Fidel Castro es un caso único en la historia de la humanidad: un líder político al que sus enemigos acusan de lo mismo que él se jacta de ser: comunista. A nadie en su sano juicio se le hubiera ocurrido acusar a Stalin de comunista, a Mussolini de fascista o a Hitler de nazi. Sin embargo, a pesar de que no existe ni un ápice de evidencia que pruebe que Fidel Castro ha sido comunista, los anticastristas del exilio, salvo raras excepciones, han estado acusando a Fidel Castro de serlo por más de medio siglo, y aun lo siguen haciendo. No hay peor ciego que el que no quiere ver.      Por otra parte, esta actitud tal vez explique la verdadera causa de los continuos fracasos de los anticomunistas cubanos en su lucha contra Castro. Si hubiesen leído a Sun Tzu, habrían comprendido por qué el teórico más antiguo de la inteligencia y el espionaje afirmó que sólo quien conoce a su enemigo y se conoce a sí mismo ganará todas las batallas. Desafortunadamente, los cubanos anticastristas han demostrado una y otra vez que ni conocen a su enemigo ni se conocen a ellos mismos. Es difícil tratar de hallar una explicación a esta conducta tan irracional de la mayoría de los anticastristas cubanos en el exilio, pero considero que son dos los motivos que justifican esta anomalía. Uno es el hecho de que, desde el principio, el exilio original anticastrista estuvo controlado casi en su totalidad por la CIA, y a los conspiradores del CFR, que siempre han controlado la Agencia, el mito del comunismo castrista les convenía para sus planes. Es por eso que la CIA inculcó el mito del castro comunismo en la mente de los cubanos anticastristas del exilio originario, y éstos, para congraciarse con sus “amigos” de la CIA, lo aceptaron sin chistar.      Otra razón, es que la mayoría de los cubanos del exilio inicial eran católicos militantes, y promover el mito del castro comunismo les ayudaba a ocultar la dura verdad de que, lejos
de ser el producto de las asambleas del Partido Socialista Popular [comunista], Fidel Castro es un fascista de pura cepa producto de las aulas jesuitas del Colegio de Belén.      En su enfrentamiento contra el hombre que les había quitado de las manos el control político y económico del país, los oligarcas cubanos, la mayor parte de ellos ya en el exilio en la Florida, desesperadamente trataron de hallar una posición ideológica que justificara su oposición a Castro, sin admitir que tal vez la razón principal era tan sólo porque les había robado sus propiedades y los había forzado a abandonar el país.      No obstante, lo que no podían ignorar era que Fidel Castro, el hijo de un rico terrateniente que había amasado su fortuna al servicio de los intereses de la United Fruit Company, era uno de ellos. Prueba de esto es que, tal como acostumbraban los miembros de la oligarquía cubana, Angel Castro envió a su hijo a estudiar a La Habana con los jesuitas en el exclusivo Colegio de Belén. Y cuando Fidel Castro se casó con la hija de un alto miembro de la oligarquía, también siguiendo la tradición viajó a los Estados Unidos a pasar su luna de miel, y a gastar los mil dólares que el Presidente Batista, buen amigo del padre de Castro, les había enviado como regalo de bodas.      De modo que los anticastristas del exilio se vieron atrapados en el dilema de que, si atacaban a Fidel Castro por lo que realmente era, se iban a hallar en la difícil situación de tener que atacarse ellos mismos. Por eso abrazaron el mito del comunismo castrista.      En noviembre del 2002, la revista cultural mexicana Letras Libres dedicó un número al tema “Futuros de Cuba”, en el que apareció un interesante artículo de Antonio Elorza, titulado “Fidel Castro, el poder y su máscara.” En su oportuno y necesario artículo, Elorza centró su análisis en la doblez, la mentira y la simulación en la conducta de Fidel Castro, a quien calificó no sólo de “excelente embaucador”, sino de haber sido quizás “el mejor demagogo del siglo XX”. Sin embargo, a pesar de que existen innumerables pruebas, como las que aporta Elorza, de que Castro es un mentiroso contumaz, la mayoría dela gente (y no me refiero tan sólo a sus admiradores, sino también a sus críticos) aún se empeña en creer a pie juntillas las afirmaciones del tirano.      Desafortunadamente, esa imagen prevaleciente de Castro, que Elorza se esfuerza en esclarecer, se basa en lo que éste dice. Pero si nos fijamos en lo que hace, descubrimos a un individuo muy diferente. Tomemos, por ejemplo, el tantas veces repetido mito del marxismo y el comunismo de Castro. En un esfuerzo por descifrar ideológicamente a Castro, Theodor Draper, uno de los más agudos analistas del fenómeno castrista, concluyó, Desde el punto de vista histórico el castrismo es, pues, un líder en busca de un movimiento, un movimiento en busca del poder y un poder en busca de una ideología. Desde sus oríge nes hasta ahora h a tenido el mismo líder y el mismo camino del poder, pero ha cambiado su ideología.      No obstante, considero que, contrariamente a lo que afirma Draper, Fidel Castro nunca ha cambiado su ideología. Fidel Castro siempre fue, es, y será, profundamente castrista, es decir, un gánster psicópata asesino al estilo de Al Capone o Lucky Luciano. El hecho explica el por qué a lo largo de su larga carrera político-gansteril, Castro ha cambiado ideologías con la misma facilidad que una serpiente cambia la piel, por la sencilla razón de que carece de ideología política. Pero la piedra angular de la ideología personal de Fidel Castro consiste en asesinar a todo aquel que se le oponga o constituya un obstáculo para llevar a cabo sus planes secretos; algo que tal vez aprendió de sus preceptores jesuitas.      Luis Ortega, un periodista cubano que lo conoció de cerca, también llegó a la conclusión de que Castro es simplemente un vulgar pandillero cuya única ideología es la violencia. Según Ortega,
En la rebusca de los orí genes del castrismo se ha cometido el error de simplificar excesiva mente las cosas encuadrando a Castro dentro de una actividad simplemente gansteril, lo cual no es enteramente cierto, porque se ignora deliberadamente que la etapa del ganste rismo corresp onde al momento final de los grupos de acción. Antes de caer en el gansteris mo estos grupos habían sido otra cosa. Y en esa otra cosa, en ese ambiente de violencia delirante, de justicia expeditiva, es donde hay que ir a buscar las raíces más hondas del c as trismo. La conducta posterior de Castro resulta perfectamente explicable si se refiere al centro de donde emana. La gran aportación de Castro a las luchas políticas de Cuba consis te, precisamente, en haber trasplantado la dinámica de las pandillas a la s zonas rurales, lo cual en 1956 parecía irrealizable. Las desacreditadas pandillas del año 1946 llegan a jerar quizarse en el proceso que va del 56 al 59 con el nombre, más sugestivo, de guerrillas. El carácter delirante es el mismo. El método es similar. Los códigos que se aplican son los mismos. Laterminología se ajusta a la de los grupos de acción. La ausencia de una doctrina sigue predominando en la guerrilla. 7. El “marxista” Fidel Castro      La prueba esencial de la supuesta verdadera filiación ideológica de Fidel Castro, que aparece citada una y otra vez por casi todos los autores “serios” que han estudiado el tema, es la auto confesión ofrecida por el propio Castro el 2 de diciembre de 1961 en un discurso en el que proclamó, después de varias horas de su cantinfleo típico en el que se empeñó en explicar lo inexplicable, como, a pesar de que nunca fue miembro del Partido Socialista Popular, de que los comunistas lo detestaban, y de que era un ignorante total en materia de teoría marxista, siempre había sido marxista de corazón, y lo sería hasta el último instante de su vida.      La inesperada revelación tomó por sorpresa no sólo a los comunistas cubanos, sino también a los soviéticos, quienes la recibieron con justificado escepticismo. Paradójicamente, fueron los anticastristas cubanos en la Florida quienes la acogieron con beneplácito. Los anticastristas del exilio siempre han mantenido que Castro es un mentiroso compulsivo (fue Mario Lazo quien le puso el mote de “el gran mentiroso”), en lo que coinciden con la mayoría de quienes conocieron personalmente al tirano en sus años de juventud.      De modo que, cuando Castro afirmó que Cuba era ahora el país más democrático del mundo, los exiliados anticastristas respondieron: ¡Mentira! Cuando Castro dijo que había acabado con el analfabetismo, dijeron: ¡Miente! Cuando Castro afirmó que en Cuba no había desempleo, clamaron: ¡Mentiroso!, y así por estilo. Pero, cuando un buen día el gran mentiroso afirmó que toda la vida había sido marxista y comunista, los anticastristas del exilio gritaron todos a una: “Vean: Dice la verdad. Es marxista. Es comunista.”      En su desesperada urgencia por hallar un argumento que desacreditara al tirano, los anticastristas del exilio adoptaron sin reservas una definición castrista del castrismo. Implícitamente aceptaron las palabras del mentiroso en un área ideológica clave en la que nunca debieron haber aceptado sus ideas sin un previo análisis profundo. Sin proponérselo, de esa forma ayudaron no sólo a la legitimización del tirano, sino que contribuyeron a adjudicarle a la ideología marxista un papel cardinal que nunca había tenido en América Latina.      Un oficial de inteligencia habría llegado a la conclusión de que el fenómeno era un típico ejemplo de los individuos que han sido conquistados por la propaganda enemiga. Los exiliados anticastristas han basado su análisis del castrismo en lo que quieren creer, no en los que los hechos señalan. Se empeñan en creer que Castro es comunista, por consiguiente han creado una infraestructura ideológica inexistente para apoyar esa creencia. Sin saberlo, han caído en una de las trampas más comunes usadas por los servicios de inteli
gencia para engañar al enemigo, que se basa en este principio: si uno desea que lo engañen, alguien lo hará.      Por otra parte, hay algo que añade más elementos a la confusión ideológica del exilio anticastrista: el hecho bien documentado de que los servicios de inteligencia castristas han exitosamente penetrado la mayoría de las organizaciones anticastristas del exilio. Un axioma del trabajo de inteligencia y espionaje es que las cosas rara vez son lo que parecen ser. Tal vez nunca lleguemos a determinar hasta qué punto el anticomunismo de los exilados anticastristas ha sido autogenerado o artificialmente implantado en sus mentes por la CIA y los servicios de inteligencia castristas, aunque lo más posible es que sea producto de todos esos factores.       Una regla esencial del trabajo de inteligencia y espionaje es que la desinformación no puede crearse en el vacío, sino que debe basarse en las creencias ya existentes en la mente de la persona o personas que son blanco del ataque psicológico. Es por eso que los servicios de inteligencia usan la desinformación para terminar de convencer a la persona de algo de lo que ya está medio convencida. En el caso de los exiliados anticastristas, el blanco ya estaba maduro para recibir la desinformación.      Pero el problema de aceptar el autorretrato de Castro como comunista tiene más implicaciones que las simplemente ideológicas. En primer lugar, porque es una imagen inventada por el mismo gran mentiroso para crear una cortina de humo detrás de la que podía ocultar su verdadera cara. Pero los comunistas cubanos y soviéticos, verdaderos expertos en comunismo, nunca creyeron ni por un instante que Castro fue, o tal vez algún día se convertiría, en comunista. Su asociación con los soviéticos fue un matrimonio forzado, con Castro portando la escopeta, consumado porque los soviéticos creían que iban a beneficiarse de la asociación.      Pero, como muchos otros, los soviéticos muy pronto comprobaron que no es fácil obtener beneficio alguno de una relación con Fidel Castro. En segundo lugar, porque la reducción del problema castrista a la dicotomía de comunismo/anticomunismo trajo como consecuencia el error de simplificar un fenómeno mucho más complejo. La prueba de que nunca ha sido una buena idea es que, después de más de medio siglo, Castro sigue en el poder en Cuba y los exiliados cubanos anticomunistas aún se encuentran en los EE.UU. y continúan inventando elaborados planes para derrocarlo.      Por último, debido a que básicamente son más anticomunistas que anticastristas, los exiliados cubanos nunca se dieron cuenta de los profundos desacuerdos entre Castro y la Unión Soviética (los soviéticos trataron infructuosamente de derrocar a Castro en 1962, en 1968, y probablemente lo estaban planeando de nuevo en 1998) y al parecer nunca pensaron en utilizar esas diferencias a su favor mediante una alianza con la Unión Soviética. Por cierto, no ha sido fácil para los exiliados cubanos explicar cómo, después de la caída del comunismo en la Unión Soviética y la Europa del este, Castro, el supuesto títere soviético, todavía está vivo y en el poder en Cuba.      No obstante, a pesar de la abrumadora evidencia que indica que Fidel Castro nunca fue miembro del pro soviético partido comunista de Cuba, ni que siquiera leyó mucho de literatura marxista, algunos autores se han empeñado en probar los vínculos secretos de Fidel Castro con el comunismo internacional. Por ejemplo, Salvador Díaz-Versón, un periodista cubano en el exilio, alega que en febrero de 1948 la agente de la inteligencia soviética Frances MacKinnon Damon reclutó a Fidel Castro en La Habana, y le ordenó que viajara a Bogotá para organizar la Federación Mundial de Juventudes Democráticas, un frente comunista.      En mayo del mismo año Díaz-Versón testimonió algo similar ante un Subcomité de Seguirdad Interna del Senado norteamericano en Washington, D.C. Sin embargo, Díaz-Versón no
pudo presentar ante el subcomité los documentos que probaban su alegato porque, según él “su archivo privado que contenía las fichas personales de 943 comunistas cubanos”, habían sido confiscados en enero de 1959 y luego destruidos por las tropas castristas. Según Díaz-Versón, el dossier de Castro contenía documentos y fotografías de sus reuniones secretas con miembros de la embajada soviética en La Habana.      Esta teoría parece haber sido confirmada por Alberto Niño, quien fuera Jefe de Seguridad de Colombia durante el Bogotazo. Según Niño, ambos Castro y del Pino llegaron a Colombia portando credenciales de la Federación Mundial de Juventudes Democráticas. De ser cierta, esa información le da validez a la tesis de que el Bogotazo fue una operación comunista, llevada a cabo por los servicios de inteligencia soviéticos.      Pero existe abundante información circunstancial que indica que nada de eso es cierto. La más importante es el hecho irrefutable de que Fidel Castro nunca fue miembro del partido comunista de Cuba. En su declaración ante el subcomité del Senado norteamericano, Díaz- Versón mencionó su estrecha relación con el Teniente Castaño Quedado, jefe del Buró de Represión de Actividades Comunistas (BRAC) en La Habana. Por consiguiente, dado que Díaz-Versón no tenía una organización capaz de obtener directamente esos documentos y fotos de vigilancia, no es desacertado suponer que gran parte de la información que DíazVersón tenía en sus archivos procedía del BRAC.      Sin embargo, hay un detalle poco conocido sobre el BRAC, y es que fue una organización creada por la CIA. De hecho, el BRAC se creó en enero de 1955 debido a una propuesta de Allen Dulles, un agente secreto del CFR que llegó a ser director de la CIA. A ese fin, Dulles viajó a La Habana para certificar su apoyo a la nueva organización. Por consiguiente, dado el interés de los conspiradores que controlaban la CIA en validar la relación inexistente de Fidel Castro con el comunismo, hay que llegar a la conclusión que los famosos documentos y fotos que según Díaz-Versón poseía en sus archivos no pasaban de ser desinformación creada por la CIA.      Otro autor, Nathaniel Weyl, escribió que el joven Fidel Castro había sido reclutado por una conspiración internacional comunista, y enfatizó las actividades estudiantiles de Castro en la política radical de Cuba. Pero, a pesar de lo que alega Weyl, no existe evidencia que pruebe esta acusación. Por su parte, Hugh Thomas, uno de los estudiosos que ha analizado en detalle la vida de Castro, expresó categóricamente que “Castro no era marxista en 1953.”      Después de que Castro sorprendió al mundo cuando declaró en 1961 que toda su vida había sido un marxista de corazón, algunos autores han tratado de probarlo a posteriori, tal vez con intenciones diferentes. Por ejemplo, Lionel Martin alega que la dirigencia del grupo que participó en el ataque al cuartel Moncada había realizado estudios de marxismo, y añade que varios líderes del Movimiento 26 de Julio habían sido adoctrinados en el marxismo y tenían estrechas relaciones con el partido comunista cubano.      En un esfuerzo por probar su teoría de que Castro era marxista, Martin alega que en la Universidad de La Habana Castro era amigo de Leonel Soto, Alfredo Guevara, Flavio Bravo y Luis Más Martín, todos ellos miembros de la Juventud Comunista. Pero esta amistad no prueba nada, porque Castro también era amigo de varios estudiantes homosexuales, y no existe evidencia de que fuese homosexual.      El propio Carlos Franqui, un exmiembro del partido comunista que conoció a Castro de cerca, expuso sus dudas sobre el marxismo castrista en los tiempos en que Fidel era alumno de la Universidad de La Habana, Fidel, que se pinta marxista desde aquella época, ¿cómo explica que fuera miembro de la UIR [Unión Insurreccional Revolucionaria], organización anticomunista militante, que tiene
en su historia el atentado y muerte del líder sindical comunista Aracelio Igl esias, secretario general de los obreros portuarios de La Habana?      Otro aspecto que los que acusan a Fidel Castro de ser comunista se esfuerzan en desconocer es la ignorancia supina de Castro sobre la doctrina y teoría marxista. En un discurso que pronunció poco después del ataque aéreo que precedió a la invasión de Bahía de Cochinos, Castro proclamó por primera vez que su revolución era democrática y socialista. Aún con el calificativo “democrática” antes de socialista, lo más probable es su discurso haya causado un tremendo revuelo en el Kremlin.      Finalmente, el 2 de diciembre de 1961, Castro le dio otra vuelta a la tuerca cuando, después de admitir sus “prejuicios” burgueses, declaró que siempre había sido Marxista-Leninista de corazón. Castro comenzó su maratónico discurso la medianoche del 1ro de diciembre y lo terminó cerca de las 5 de la mañana del día siguiente. Loree Wilkerson, la investigadora que ha hecho el mejor estudio del discurso, observó que el autoanálisis de Castro no era sino un desesperado intento de alterar el pasado para que se ajustara al presente.      La auto confesión de fe marxista de Castro fue recibida con sorpresa por los líderes del Kremlin y con extrema sospecha por los jefes de los servicios de inteligencia soviéticos. Cualquier persona con un mínimo de entrenamiento en este campo habría notado que lo que Castro había tratado de crearse era lo que en inteligencia y espionaje se conoce como una “leyenda”, una biografía falsa usada por agentes secretos para cubrir su verdadera identidad. Los soviéticos no fueron los únicos sorprendidos. La inesperada conversión de Castro al comunismo causó revuelo en los círculos procomunistas e izquierdistas de todo el mundo. Sin embargo, fiel al dicho de que quien mucho habla mucho yerra, en enero de 1962 Castro le confesó a un periodista francés que nunca había leído más allá de la página 370 del primer volumen del Capital de Marx.       El historiador Hugh Thomas, quien hizo unos de los estudios más detallados sobre la historia moderna de Cuba, afirmó que, si lo que Castro afirma es cierto, debe ser el primer líder Marxista-Leninista que casi no ha leído nada de los maestros del marxismo y cuyos discursos no evidencian ninguna influencia de la terminología y los conceptos marxistas.      Thomas no se equivocó. Muchos años después, Gabriel García Márquez, quien indudablemente conoce a Castro de cerca, tuvo que admitir que, “Nunca se le ha oído repetir ninguna de las consignas de cartón piedra de la escolástica comunista ni utilizar el dialecto ritual del sistema.”      Y la causa por la que nunca se le ha oído a Castro repetir ninguna de las consignas del dogma comunista es porque Castro es un ignorante total en materia de marxismo y comunismo. Si Castro es marxista, tal vez lo sea de la tendencia Groucho. Lo que Fidel Castro siempre ha sido, es, y será hasta el último instante de su vida, es castrista de pura cepa, aunque con una gran admiración por el fascismo.      Es interesante comprobar cómo los conspiradores del CFR han usado la prensa y la CIA para cambiar la supuesta ideología castrista ajustándola a las necesidades del momento. Cuando lo del Bogotazo lo convirtieron en comunista, porque eso era lo que les convenía si querían achacarle los sucesos a los comunistas. Después, cuando Castro estaba en la Sierra Maestra en su lucha contra Batista, lo convirtieron en anticomunista, para no asustar a sus ingenuos seguidores y a quienes lo apoyaban en los Estados Unidos. Esta fachada del Castro anticomunista les fue útil hasta comienzos del 1961.      Después que le sirvieron a Castro en bandeja de plata la victoria de Bahía de Cochinos que lo consolidó en el poder, cambiaron la tonada y lo transformaron de la noche a la mañana de nuevo en comunista, porque eso era lo que necesitaban para vendérselo a los incautos soviéticos, que estaban desesperados por ganarse nuevos amigos. Desafortunadamente, nadie le advirtió a los soviéticos que no era prudente aceptar regalos de los norteamericanos, especialmente cuando el regalo era un caballo.      

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