¿Qué pasará después de que, si todo sale bien, se aplane la curva?
Por Diego Goldberg
- 24/03/2020
Por Diego Goldberg
- 24/03/2020
En plena cuarentena obligatoria por pandemia de covid-19 a la que se han plegado la mayoría de los países, muchos se preguntan hasta cuándo. El presidente lo había decretado hasta el 31 de marzo, luego anunció que se extendería hasta el 6 de abril y ahora es probable que sea hasta el 12.
La idea es “aplanar la curva” para al menos tener una esperanza de que el sacrificio de aislarse tiene sus frutos. Pero, ¿qué va a pasar después de que, si todo sale bien, se aplane la curva? Lo más probable: cuarentenas cada tantos meses cada vez que se incremente significativamente el número de ingresos a terapia intensiva.
Según una investigación del Imperial College de Londres, desglosado en este sitio, el estilo de vida que conocíamos no va a volver nunca.
La mejor estrategia para frenar la pandemia de coronavirus requiere que nos confinemos durante dos de cada tres meses. Y el mes que podamos salir, las normas sociales deberán cambiar drásticamente, algo que afectará principalmente a los más vulnerables.
Para detener la pandemia de coronavirus debemos cambiar drásticamente nuestra forma de hacer casi todo lo que hacemos: cómo trabajamos, hacemos deporte, salimos, compramos, controlamos nuestra salud, educamos a nuestros hijos y cuidamos a los miembros de la familia.
Todos queremos volver a la normalidad cuanto antes. Pero parece que la mayoría de nosotros todavía no somos conscientes de que nada volverá a la normalidad después de unas semanas, ni siquiera de unos meses. Algunas cosas nunca volverán a ser como antes.
Aunque por fin se ha alcanzado un consenso generalizado sobre que cada país debe "aplanar la curva". Todas las naciones deben imponer el alejamiento social para frenar la propagación del virus y que el número de personas enfermas no provoque un colapso de los sistemas sanitarios. Eso significa que la pandemia debe avanzar a un ritmo más lento hasta que suficientes personas se hayan contagiado para lograr la inmunidad de grupo (suponiendo que la inmunidad dure años, algo que aún no se sabe) o hasta que se descubra una vacuna (algo que no pasará como pronto hasta 2021, si es que llega).
Mientras haya una sola persona en el mundo con el virus, los brotes pueden y seguirán ocurriendo sin controles estrictos para contenerlos.
En un reciente informe, los investigadores del Imperial College de Londres propusieron una forma de actuación: imponer medidas de alejamiento social más extremas cada vez que las internaciones en las unidades de cuidados intensivos empiezan a aumentar, y suavizarlas al reducirse la cantidad de las personas internadas. Así lo presentan en este gráfico.
La línea naranja representa a los internados en terapia. Cada vez que se eleva por encima de un umbral, por ejemplo, 100 a la semana, el país cerraría todas las escuelas y la mayoría de las universidades e impondría el confinamiento social.
Cuando los ingresos vuelven a caer por debajo de 50, esas medidas se levantarían, pero las personas con síntomas o cuyos familiares tuvieran síntomas deberían seguir en sus hogares.
Según este modelo, los investigadores concluyen que el alejamiento social y el cierre de escuelas deberían producirse aproximadamente dos tercios del tiempo, es decir, dos meses sí y uno no, hasta que haya una vacuna disponible, algo que no se espera, como mínimo hasta dentro de 18 meses.
A la pregunta de por qué no se puede simplemente construir más hospitales con terapia intensiva para tratar a más personas a la vez, la respuesta, según el modelo de estos investigadores, es que esa estrategia no logró resolver el problema. Sin el alejamiento social de toda la población, el modelo predice que incluso la mejor estrategia de mitigación, que significa aislamiento o cuarentena de los enfermos, de los ancianos y de los que han estado expuestos, además del cierre de escuelas, aún provocaría un aumento de las personas gravemente enfermas.
Incluso si las fábricas empezaran a producir más camas y respiradores y todas las demás instalaciones y suministros, aún harían falta muchos más médicos y enfermeras para atenderlos a todos.
¿Y si solo se imponen restricciones durante unos cinco meses? Tampoco serviría: cuando se levantan las medidas, la pandemia vuelve a estallar.
¿Y qué pasaría si decidiéramos actuar de forma brutal? Es decir, ¿qué pasaría si decidimos mantener las UCI hasta el tope para instigar el alejamiento social, aunque eso suponga un aumento de los fallecidos? Resulta que eso tampoco supondría una gran diferencia. Incluso en el escenario menos restrictivo del Imperial College, deberíamos permanecer encerrados más de la mitad del tiempo.
Esto no es una alteración temporal. Se trata del inicio de una forma de vida completamente diferente.
Cómo vivir en una pandemia permanente
A corto plazo, esto será muy perjudicial para los negocios que dependen de juntar a grandes cantidades de personas: restaurantes, cafeterías, bares, discotecas, gimnasios, hoteles, teatros, cines, galerías de arte, centros comerciales, ferias de artesanía, museos, músicos y otros artistas, centros deportivos (y equipos deportivos), lugares de conferencias (y organizadores de las mismas), cruceros, aerolíneas, transporte público, escuelas privadas, guarderías.
Por no hablar de las tensiones que los padres tendrán para educar a sus hijos en casa, de las personas que cuidan a sus parientes de edad avanzada para no exponerlos al virus, de las personas atrapadas en relaciones abusivas y de cualquiera sin ahorros para lidiar con los cambios en su economía.
Pero es lo que hay, así que tendremos que adaptarnos: los gimnasios podrían empezar a vender máquinas para casa y sesiones de entrenamiento online, por ejemplo. Veremos una explosión de nuevos servicios en lo que ya se ha denominado como la "economía confinada". También se puede esperar el cambio en algunos hábitos: menos viajes contaminantes, más cadenas de suministro locales, más paseos y ciclismo.
La paralización de tantas empresas y medios de vida será imposible de manejar. Y el estilo de vida confinado durante períodos tan largos simplemente no es sostenible.
Entonces, ¿cómo podremos vivir en este nuevo mundo? Con suerte, parte de la respuesta será que tendremos mejores sistemas sanitarios, con unidades de respuesta ante pandemias capaces de actuar rápidamente para identificar y contener brotes antes de que empiecen a propagarse, y con la capacidad de aumentar rápidamente la producción de equipos médicos, kits de prueba y medicamentos. Aunque todo esto no ha llegado a tiempo para detener al covid, sí nos ayudará con las futuras pandemias.
Los cines podrían eliminar la mitad de sus butacas, las reuniones se llevarán a cabo en salas más grandes con sillas más separadas y los gimnasios requerirán reserva de turnos con antelación para que no se llenen de gente.
Israel ya está utilizando los datos de ubicación de los teléfonos móviles con los que sus servicios de inteligencia rastrean a los terroristas para seguir a las personas que han estado en contacto con los confirmados portadores del virus. Singapur realiza un exhaustivo seguimiento de contactos y publica datos detallados sobre cada caso confirmado, sin identificar a las personas por su nombre.
Es posible imaginar un mundo en el que, para tomar un vuelo, a lo mejor haya que registrarse en un servicio que rastree los movimientos de los pasajeros a través del teléfono. La aerolínea no podría ver dónde habían ido, pero recibiría una alerta si algún pasajero ha estado cerca de personas infectadas confirmadas o de puntos calientes de enfermedades. Habría requisitos similares en la entrada a grandes sitios, como edificios gubernamentales o centros de transporte público. Habría escáneres de temperatura en todas partes, y su lugar de trabajo podría exigirle usar un monitor que controle su temperatura u otros signos vitales. Actualmente, las discotecas hacen controles de edad y puede que, en el futuro, también exijan un justificante de inmunidad: una tarjeta de identidad o algún tipo de verificación digital a través del teléfono que demuestre que la persona ya se ha recuperado y vacunado contra la última cepa del virus.
Nos adaptaremos y aceptaremos esas medidas, de la misma forma que nos hemos acostumbrado a los cada vez más estrictos controles de seguridad en los aeropuertos a raíz de los ataques terroristas.
La vigilancia intrusiva se considerará un pequeño precio a pagar por la libertad básica de estar con otras personas.
Como de costumbre, además, el costo real será asumido por los más pobres y los más débiles. Las personas con menos acceso a la sanidad y las que vivan en áreas más propensas a enfermedades también serán excluidas con mayor frecuencia de lugares y oportunidades abiertas para todos los demás.
Los trabajadores autónomos, desde conductores hasta plomeros e instructores de yoga, verán que sus trabajos se precarizan aún más.
El mundo ha cambiado muchas veces, y ahora lo está haciendo de nuevo. Todos tendremos que adaptarnos a una nueva forma de vivir, trabajar y relacionarnos. Pero como con todo cambio, habrá algunos que perderán más que la mayoría, y probablemente serán los que ya han perdido demasiado.