domingo, 8 de marzo de 2020

CUARTA PARTE LECCIÓN XIV


CUARTA PARTE
LECCIÓN XIV

Sócrates hace llamar a uno de los esclavos griegos que están al servicio de Menón, a fin de probar su tesis de que saber es recordar y que, por lo tanto, el discípulo más bien que ser informado por el maestro, saca el saber de su propia alma, una vez que le ha sido procurado el hilo conductor.


Es como si las certeras y graduadas preguntas del maestro fueran despertando en su alma, el recuerdo de saberes olvidados aunque no del todo, porque en ese caso no habría solicitud magisterial que pudiera ser evocativa. Un recuerdo totalmente desvanecido de la memoria no volvería a encontrarse ni se lo buscaría jamás. Todos los hombres aman la verdad y buscan la verdad, incluso los que viven engañando a otros porque tampoco ellos quieren ser engañados; así que “ellos aman también la verdad, porque no quieren ser engañados y amando la felicidad que no es otra cosa que la alegría nacida de la verdad, aman naturalmente la verdad; y no la amarían, si, en su memoria no subsistiera alguna idea” 146. 146 SAN AGUSTÍN, Confesiones, X, 23, 33.    
Aprender es como recordar, diríamos con estricta propiedad y poniendo en su debido lugar a cada una de las operaciones intelectuales. El apotegma platónico aprender es recordar, puede resultar equívoco si no se tiene en cuenta que el mito poético expresa lo que es por medio de una analogía sensible, de una comparación  con algo más próximo y más visible para nosotros que vivimos casi siempre ocupados con las cosas y los usos materiales. Una niñita canta a la estrella y dice: 
Flor del cielo,  lucecita de cristal  que alumbras mi Patria.  Yo te canto  estrellita  y te amo. 
A nadie se le ocurrirá interpretar que la estrella es una flor; más bien comentará que la estrella es como una flor del cielo, dando su justo valor metafórico a la imagen. Lo grave es que muchos expositores y críticos de la filosofía de Platón no tienen en cuenta el carácter de este recurso poético –ajeno a la estricta forma del pensar filosófico-, al que vuelve siempre y acaso muy a pesar suyo, el artista-filósofo insuperable. La “explicación mítica” no desarrolla la esencia de la cosa en ella misma, pero la va sugiriendo por su analogía intrínseca con el proceso imaginativo que realmente describe. Claro está que el signo alegórico, el símbolo empleado para traducir el sentido de la actividad pura de conocer, es necesariamente inferior a ella, aunque pertenece al mismo orden de la vida intelectual como un grado subordinado. Tal es la memoria con relación a la especulación pura o teoría. Sócrates le hace ver al esclavo una figura que acaba de trazar sobre la arena y le pregunta: 
SÓCRATES. - Dime, joven: ¿sabes que esto es un cuadrado? ESCLAVO. – Sí. SÓCRATES. – El espacio cuadrado, ¿no es aquel que tiene iguales las cuatro líneas que ves? ESCLAVO. – Seguramente [...] SÓCRATES. – ¿No puede haber un espacio semejante más grande o más pequeño? ESCLAVO. – Sin duda. SÓCRATES. – Si este lado fuese de dos pies y este otro también de dos pies, ¿cuántos tendría el todo? Considéralo antes de esta manera. Si este lado fuese de dos pies y éste de un pie sólo, ¿no es cierto que el espacio tendría una vez dos pies? ESCLAVO. – Sí, Sócrates. SÓCRATES. – Pero como este otro lado es igualmente de dos pies, ¿no tendrá el espacio dos veces dos? ESCLAVO. – Sí. SÓCRATES. – ¿Luego el espacio tiene dos veces dos pies? ESCLAVO. – Sí. SÓCRATES. – ¿Cuántos son dos veces dos pies? Dímelo después de haberlos contado. ESCLAVO. – Cuatro, Sócrates 147. 147 Menón, 82 b d.   
Hasta aquí las preguntas magistralmente graduadas conducen como de la mano y con perfecta desenvoltura, al improvisado discípulo que despierta de un largo sueño; abre los ojos de la inteligencia y va descorriendo en su alma, el velo de un mundo olvidado, de una antigua sabiduría escondida que va saliendo, paso a paso, al encuentro de la pregunta oportuna. El maestro no le enseña propiamente nada y no hace más que interrogarle; con toda habilidad, ha escogido un tema geométrico porque así la secuencia lógica, el desarrollo del razonamiento se ve facilitado por la imaginación que permite entender por medio de la representación sensible. El discurso matemático no se desenvuelve en el elemento puro del pensamiento, sino que la razón se asiste necesariamente con un elemento intuitivo, plástico, que le hace entender imaginando, viendo sensiblemente. Es un razonamiento que se ilumina a si mismo representándose exteriormente, casi diríamos plásticamente. La explicación geométrica es indivisible de la proyección intuitiva, de la construcción imaginativa, pero no a título de auxiliar didáctico para mejor aclarar o comprobar las conclusiones a que va llegando el discurso, sino como parte constitutiva de la explicación misma. Por esto es que no puede prescindirse del pizarrón para enseñar o aprender matemáticas; pero se puede e incluso se debe eliminarlo para estudiar el alma o la virtud que es una cualidad del alma. En rigor, el método de enseñar es el método de la ciencia misma de la que se trata. Es lo que no debieran olvidar nunca los pedagogos y que Aristóteles expresó con absoluta precisión: el que mejor sabe una cosa es el que mejor la enseña 148. 148 Cita ad sensum. Cf. Metafísica I, 982 a 12, 13.
Es preciso tener en cuenta que la cantidad es la materia inteligible; en consecuencia, permanece en la forma de la exterioridad al ser objetivada por la inteligencia, es decir, que no puede ser abstraída de ese carácter, de su determinación esencial, que es ser en otro, ser fuera de sí; sería eliminarla a ella misma y quedarse con las manos vacías. De donde resulta que incluso la cantidad pura no se puede entender sin intuirla o sin representarla imaginativamente. La Academia Platónica llegó a estar saturada de matematicismo: no entre aquí el que no sepa geometría; no tan intensamente como la mentalidad que padecemos en el día de hoy, pero en medida peligrosa para el completo desarrollo de la inteligencia metafísica. La superioridad indiscutible de Aristóteles en el plano del puro pensar filosófico, se acusa en ese rechazo del more geométrico, como de un enemigo o, al menos, como una interferencia peligrosa para la especulación metafísica.  No cabe duda de que el saber matemático y su forma de demostración, constituyen un grado necesario en el ascenso de la inteligencia racional hasta su actividad más alta, más propia y más pura, el conocimiento de las esencias reales, de las sustancias. Una cosa es facilitar el acceso a una forma superior de pensar, al modo de un peldaño importante en la escala del saber; y otra cosa es constituirse en la forma universal, absoluta y exclusiva del saber. Repárese, una vez más, en la manía de los gráficos y de la transposición numérica o geométrica de todos los conocimientos, que se ha apoderado de la didáctica contemporánea. Es un claro síntoma de que las matemáticas no sólo hacen de monitor de la educación común, sino también de la educación superior. Volviendo al diálogo entre Sócrates y el esclavo de Menón, consideramos oportuno insistir, después de esta digresión, en el acierto de haber escogido un ejemplo matemático para la prueba del origen y del desarrollo del saber, justamente por su carácter de razonamiento imaginativo. Sócrates se propone ahora, mostrar a Menón, el valor insustituible y la eficacia de la duda para corregir en sí mismo, uno de los defectos más frecuentes de nuestro discurso y causa inevitable de error: dejarse llevar ingenuamente por la corriente del discurso con engañosa seguridad acerca de su desarrollo futuro en vista de la anterior facilidad. 
SÓCRATES. – [...] ¿No dices que el espacio doble se forma con una línea doble? Por eso no entiendo un espacio largo por esta parte y estrecho por aquella; sino que es preciso que sea igual en todos sentidos, como éste; y que sea doble, es decir, de ocho pies. Mira si crees aun que se forma con una línea doble. ESCLAVO. – Sí. SÓCRATES. – Si añadimos a esta línea otra tan larga como ella, ¿no será la nueva línea doble que la primera? ESCLAVO. – Sin duda. SÓCRATES. – Con esta línea, dices, se formará un espacio doble, si se tiran cuatro semejantes. ESCLAVO. – Sí. SÓCRATES. – Tiremos cuatro semejantes a ésta. ¿No será éste el que llamarán espacio de ocho pies? ESCLAVO. – Seguramente. SÓCRATES. – En este cuadrado, ¿no se encuentran cuatro, iguales a éste que es de cuatro pies? ESCLAVO. – Sí. SÓCRATES. – ¿De qué magnitud es? ¿No es cuatro veces más grande? ESCLAVO. – Sin duda. SÓCRATES. – Pero, ¿lo que es cuatro veces más grande, es doble? ESCLAVO. – ¡No, por Zeus! SÓCRATES. – ¿Pues, qué es? ESCLAVO. – Cuádruplo. SÓCRATES. – De esta manera, joven, con una línea doble no se forma un espacio doble sino cuádruplo 149. 149 Menón, 83 a c.   
Mediante otra serie de preguntas, Sócrates lleva al esclavo a la más segura conciencia de su ignorancia acerca de lo que, un momento antes, creía saber con la misma seguridad. 
SÓCRATES. - Mira ahora de nuevo, Menón, lo que ha andado el esclavo en el camino de la reminiscencia. No sabía al principio cuál es la línea con que se forma el espacio de ocho pies, como ahora no lo sabe; pero entonces creía saberlo, y respondió con confianza, como si lo supiese; y no creía ser ignorante en este punto. Ahora reconoce su desconcierto, y no lo sabe; pero tampoco cree saberlo 150. 150 Menón, 84 a b.    
La verdad es que el discípulo está ahora en mejor disposición para descubrir la verdad; y la buscará con verdadero afán y con la más limpia curiosidad; cosa que no hubiera intentado siquiera antes de haber llegado a dudar. La convicción de su ignorancia le ha provocado el deseo de saber realmente, lo cual guarda una perfecta analogía con el deseo de encontrar una cosa olvidada en la memoria y que se sabe haber olvidado: 
SÓCRATES. – [dirigiéndose a Menón] Repara ahora cómo, partiendo de esta duda, va a descubrir la cosa, indagando conmigo; aunque yo no haré más que interrogarle, sin enseñarle nada. Observa bien por si llegas a sorprenderme enseñándole o explicándole algo; en una palabra, haciendo otra cosa que preguntarle lo que piensa. SÓCRATES. - Tú, esclavo, dime: ¿este espacio, no es de cuatro pies? ¿Comprendes? ESCLAVO. – Sí. SÓCRATES. – ¿No puede añadírsele este otro espacio que es igual? ESCLAVO. – Sí. SÓCRATES. – ¿Y este tercero igual a los otros dos? ESCLAVO. – Sí. SÓCRATES. – Para completar el cuadro, ¿no podremos, en fin, colocar este otro en este ángulo? ESCLAVO. – Sin duda. SÓCRATES. – ¿No resultarán así cuatro espacios iguales entre sí? ESCLAVO. – Sí. SÓCRATES. – Pero, ¿qué es todo ese espacio, respecto de este otro? ESCLAVO. – Es cuádruplo. SÓCRATES. – Pero lo que necesitábamos era formar uno doble; ¿no te acuerdas? ESCLAVO. – Sí. SÓCRATES. – Esta línea, que va de un ángulo a otro, ¿no corta en dos cada uno de estos espacios? ESCLAVO. – Sí. SÓCRATES. – ¿No ves aquí cuatro líneas iguales que encierran este espacio? ESCLAVO. – Es cierto.
SÓCRATES. – Mira cuál es la magnitud de este espacio. ESCLAVO. – Yo no lo veo. SÓCRATES. – ¿No ha separado cada línea de las antes dichas por mitad cada uno de estos cuatro espacios? ¿No es así? ESCLAVO. – Sí. SÓCRATES. – ¿Cuántos espacios semejantes aparecen en éste? ESCLAVO. – Cuatro [...] SÓCRATES. – ¿Cuántos pies tiene este espacio? ESCLAVO. – Ocho pies. SÓCRATES. – ¿Con qué línea está formado? ESCLAVO. – Con ésta. SÓCRATES. – ¿Con la línea que va de uno a otro ángulo del espacio de cuatro pies? ESCLAVO. – Sí. SÓCRATES. – Los sofistas llaman a esta línea diámetro. Y así, suponiendo que sea éste su nombre, el espacio doble, esclavo de Menón, se formará, como dices, con el diámetro. ESCLAVO. – Verdaderamente sí, Sócrates. SÓCRATES. – ¿Qué te parece, Menón? ¿Ha dado alguna respuesta que no sea suya? MENÓN. – No; ha hablado siempre por su cuenta 151. 151 Menón, 84 c – 85 c. 
En verdad, el esclavo se ha limitado a responder casi exclusivamente un lacónico sí, que pone en la forma del juicio afirmativo las sucesivas preguntas; pero no cabe duda de que tales afirmaciones son los eslabones de una cadena discursiva que se va desarrollando con perfecta coherencia en su alma. El discípulo va rehaciendo por sí mismo el razonamiento que el maestro articula en forma de preguntas graduadas; es un ir sacando, del fondo de su alma, la serie de razones que se implican entre sí y se llaman la una a la otra en necesaria secuencia y derivación. Esta lección magistral –modelo de adecuación perfecta y de tacto exquisito en la relación del maestro con el discípulo-, demuestra que aprendemos como si fuéramos recordando un saber que yace olvidado en nuestra alma. Solicitado y guiado constantemente por la autoridad de su maestro, el discípulo participa activamente y aprende por sí mismo, porque ya sabe, porque su “pasión curiosa”, estimulada decisivamente por la duda, supone algún indicio de la verdad. Es notorio que el fin –la posesión del saber y de la verdad en este caso-, está previsto necesariamente en la tendencia hacia él; hay como un pregusto en el apetito de aquello que lo satisface, al menos en su indeterminada generalidad.                       En términos aristotélicos, diríamos que la potencia se ordena al acto como a su fin y sólo tiene sentido en vista del acto. Más todavía, el acto es antes que la potencia, como la gallina es antes que el huevo; lo cual quiere decir que el saber no viene de la ignorancia sino del saber mismo. La ignorancia es como el sueño que sigue a la vigilia y aprender es para el alma como despertar de un profundo sueño y un irse reconociendo a sí misma en la verdad. El saber es viejo, el ser más antiguo que existe; la ignorancia, en cambio, es siempre novedosa y tan reciente como el día de hoy. Aprender es volver a encontrar la misma verdad que el alma conoce desde el principio. Santo Tomás levanta con mano delicada y segura el velo que cubre al misterio del conocimiento, en un texto soberano: Nada puede estar ordenado a algún fin si no preexiste una cierta proporción al fin, de donde proviene su deseo del fin. Y de ahí se sigue que una cierta incoación del fin se produce en el sujeto, ya que no puede desear nada a menos que tenga una cierta semejanza con la cosa deseada. Por esto es que en la naturaleza humana misma hay una cierta incoación de ese bien que le es proporcionado: principios de demostración que son como los gérmenes de la sabiduría; principios de derecho natural que son como los gérmenes de las virtudes morales 152. 152 De Veritate, q 14, a 2, corpus.