III.2. LOS CÍRCULOS CONCÉNTRICOS: ANILLOS EXTERIORES Y ANILLOS INTERIORES
CAPITULO III
EL SISTEMA FINANCIERO MUNDIAL Y SUS NÚCLEOS DE PODER
III.2.3. LOS CÍRCULOS HERMÉTICOS
Con la descripción de los organismos vistos en el epígrafe
anterior (RIAI, CFR) concluye el análisis de los círculos más
discretos e internos de lo que podría calificarse como la parte visible
del iceberg. Entre aquéllos y el núcleo central del entramado se
sitúan las entidades ya descritas al comienzo de este capítulo
(Club Ruskin, Rhodes House, Round Table, Milner Group, Pilgrims Society, Fabian
Society), que, a su vez, no serían sino conexiones o emanaciones directas
del nivel más profundo y hermético del que se tiene noticia,
constituído por los círculos iluministas.
Después de su disolución oficial, que en la práctica
habría de tener un carácter meramente formal, la logia de los
Illuminati se perpetuó a través de dos vías: una, mediante
la creación de logias clandestinas; y la otra, merced a la penetración
en la francmasonería regular, a la que los iniciados iluministas se
incorporaron formando de esa forma una suerte de núcleo específico
dentro de la misma. Como se recordará, cuando se analizaron los
acontecimientos que dieron paso a la Revolución Francesa, ya se dio
cuenta de la pertenencia de varios francmasones jacobinos (Mirabeau,
Marat, Robespierre, Danton) a una célula del iluminismo galo
denominada Comité Secreto de los Amigos Reunidos. Y fue en los años
que precedieron a la Revolución cuando unos de los lugartenientes de
Weishaupt, el judío-portugués
Martínez de Pascualis, organizó varios grupos
iluministas en la Francia pre-revolucionaria.
De hecho, tan pronto como se produjo su proscripción oficial, la
Orden de los Iluminados inició un proceso de implantación en
diversos países occidentales, donde sus iniciados de alto rango
penetraron en las logias masónicas y crearon varias sociedades adscritas
a la disciplina de Weishaupt. Por lo que a los Estados Unidos se refiere, el
primer grupo del que se tiene conocimiento data de 1785, año en que fue
constituída la logia Columbia de la Orden de los Iluminados de Nueva
York, entre cuyos miembros fundadores figuraron Clinton Roosevelt,
antepasado de Franklin D.Roosevelt, M. de Witt, gobernador del
Estado de Nueva York, Horace
Greeley, director del rotativo Tribune, que más tarde
se convertiría en el actual International Herald Tribune, y Thomas
Jefferson, futuro presidente de la nación.
Actualmente, y desde hace largo tiempo, los dos principales focos
iluministas del mundo anglosajón tienen su centro en las Universidades de
Oxford (G.Bretaña) y Yale (EEUU).
En Inglaterra, el núcleo en torno al cual se han aglutinado las
diversas células iluministas radicadas allí es la sociedad The
Group, cuyos principales patrocinadores fueron los Astor y los Rothschild, en
estrecha colaboración con la oligarquía británica ligada a
la Round Table. Uno de los mejores conocedores de los cículos iluministas
británicos fue el historiador Carroll Quigley, cuya
vinculación a los mismos le permitió el acceso a fuentes
documentales vedadas a cualquier otro investigador. Fueron, en efecto, sus
indagaciones en los archivos reservados de la Universidad de Oxford lo que le
permitió conocer y desvelar algunas de las actividades de los diversos
cenáculos iluministas (The Rhodes Crowd, The Times Crowd, Cliveden Set,
Chatham House Crowd y Alls Souls Group) que convergen en la sociedad The Group.
En los Estados Unidos, el foco principal se localiza en la Universidad de
Yale, feudo de la sociedad The Order, fundada en 1832 con el propósito de
coordinar las actividades de las quince logias iluministas existentes por
entonces en territorio norteamericano. Desde su nacimiento, esta poderosa
entidad viene nutriendo sus filas de individuos pertenecientes a la oligarquía
pilgrim, a los cuales se irían sumando progresivamente diversos elementos
procedentes de la plutocracia estadounidense. En su seno convergen, pues, los
apellidos más acreditados de los clanes dominantes de aquel país,
clanes a menudo emparentados entre sí. Junto a los Whitney,
los Adams, los Allen, los Wadsworth,
los Lord o los Bundy, cuya genealogía
se remonta al Brewster transportado por el Mayflower a las costas del Nuevo
Mundo, nos encontramos a los Davison, los Harriman,
los Rockefeller, los Khun Loeb, los
Lazard, los Schiff o los Warburg,
entre otros representantes de la Alta Finanza. A esta hermandad pertenece desde
1947 el ex-presidente norteamericano George
Bush, descendiente de una de las más rancias dinastías
de Nueva Inglaterra.
El método operativo de The Order se ajusta fielmente a las
directrices marcadas por los protocolos de la Orden de los Illuminati, cuyo
contenido es perfectamente conocido desde que cayeran en manos de la policía
bávara hace dos siglos. Pero, además de los citados protocolos,
existen otras fuentes de información sobre la secta iluminista harto
ilustrativas de su metodología y objetivos; objetivos que se resumen en
la consecución del Poder y en el control absoluto de la sociedad, todo
ello, claro está, bajo la carpa de los consabidos estereotipos humanistas
característicos del progresismo francmasón. Un capítulo
notable de dicho caudal informativo lo constituye la correspondencia mantenida
por Giusepe Mazzini y su cofrade iluminista Albert Picke,
correspondencia que reposa desde el pasado siglo en los archivos del Museo Británico,
y en la que aparecen claramente previstas la revolución bolchevique y las
dos grandes guerras del siglo XX, como pasos necesarios para la implantación
de un Gobierno Mundial.
Básicamente, el modus operandi de la logia The Order consiste en la
penetración de sus iniciados en los organismos y centros decisorios de
poder, lo que adicionalmente puede ir acompañado de la cooptación
de nuevos adeptos reclutados en las altas esferas institucionales; "pocos y
bien situados", como rezaba una de las máximas del maestro
Weishaupt. De esta forma, una vez ocupado el núcleo de
los centros de dominio e influencia, basta con dar el primer impulso hacia el
objetivo deseado para que toda la maquinaria se ponga en marcha. Dado ese primer
impulso, el engranaje funcionará de forma automática, siguiendo un
curso equiparable al efecto dominó. Dicho de otro modo, el hecho de
constituir el núcleo central de los círculos concéntricos
permite que las decisiones adoptadas por las cabezas rectoras de The Order y The
Group se propaguen de la misma manera que lo hacen las hondas producidas por la
piedra arrojada al agua de un estanque.
Sin ninguna discusión, la máxima autoridad en esta materia y
el mejor conocedor de los entresijos y métodos operativos de la sociedad
The Order, es el profesor de la Universidad de Stanford Antony C.Sutton,
que ha escrito sobre el particular cuatro obras de obligada recomendación:
"An Introduction to The Order", "How The Order controls
Education", "How The Order creates War and Revolution" y "The
Secret Cult of The Order".
Todo lo expuesto a lo largo de este capítulo no es el resultado de
ninguna desviación del concepto de democracia instaurado por las
revoluciones burguesas, sino, muy al contrario, su más fiel y exacta
materialización. Se trata de la rigurosa puesta en práctica del
ejercicio del Poder tal y como éste fuera entendido desde los mismos
comienzos por los artífices del sistema vigente en la actualidad; un
hecho que se ha venido produciendo sin solución de continuidad desde el
nacimiento de los regímenes burgueses hasta el más inmediato
presente.
Refiriéndose a los padres de la República estadounidense, máximo
y primer exponente del modelo en vigor, el historiador Joyce Appleby
subrayaría con acierto que el propósito de aquéllos no fue
sino "que las nuevas instituciones políticas republicanas
funcionaran en torno a una élite políticamente activa y un
electorado sumiso". Ése fue, en efecto, el criterio de la
oligarquía norteamericana, y el que expresarían insistentemente
varios de sus más conspicuos miembros, George Washington
entre ellos. A título de ejemplo, la máxima predilecta de John
Jay, primer presidente del Tribunal Supremo, no podría
ser más elocuente. "las personas que son dueñas del país
deben ser también quienes lo gobiernen". No menos
ilustrativos al respecto serían los términos empleados por el
gobernador Morris en una carta que éste
dirigiera al citado John Jay en 1783: "tú y yo,
querido amigo, sabemos por experiencia que cuando unos pocos hombres sensatos y
de buen ánimo se reúnen y declaran que ellos son la autoridad, a
los pocos que discrepen se les puede convencer fácilmente de su error
mediante ese poderoso argumento que es el yugo".
Si nos situamos en épocas más recientes, las manifestaciones
en ese mismo sentido tampoco han escaseado, e incluso diríase que
expresadas de forma aún más contundente. En la década de
los treinta, Harold Lasswel exponía en su Enciclopedia
of the Social Sciences todo un recital de ciencia democrática, señalando,
entre otras cosas, la necesidad de no caer en "ese dogmatismo democrático
según el cual los hombres son los mejores jueces de sus propios intereses",
para concluir que sólo las "élites" están en
condiciones de disponer cuál ha de ser lo mejor para el bien de la
comunidad. Por ello, añadía Lasswell, las corrientes sociales que
discrepen del recto juicio de esas "élites" y pongan en tela de
juicio su autoridad deben ser reconducidas al buen camino "mediante
una técnica de control completamente nueva basada sobre todo en la
propaganda, dada la ignorancia y superstición de las masas".
Huelga decir que esa técnica entonces nueva es la que constituye hoy la
herramienta fundamental del Sistema y de su maquinaria propagandística,
los grandes medios de comunicación, cuya labor consiste en procurar que
el engranaje funcione sis estridencias, cosa que se consigue haciendo que sean
los propios siervos del régimen oligárquico quienes asuman con
entusiasmo las falacias pseudodemocráticas de éste. Y ése
es un logro que sólo está al alcance de los Mass Media, cuya tarea
de intoxicación y adulteración sistemática resulta mucho más
eficaz que las coacciones drásticas, a las que sólo se recurre
cuando la manipulación no es suficeinte para obtener el consenso de las
masas, una circunstancia, por lo demás, harto infrecuente.
También en los años treinta, un coetáneo de Lasswel, el
teólogo protestante y doctrinario marxista Reinhold Niebuhr,
significaba sin ambages "la estupidez del ciudadano medio"
y la necesidad de proporcionar a las masas proletarias "las
simplificaciones emocionales" capaces de conducirlas por ese buen
camino que sólo una "elite de observadores fríos"
podrían establecer. Tales conceptos, que a la postre contituyen el
denominador común de todos los sistemas de dominio, hicieron
perfectamente posible que el marxista Niebuhr se convirtiera tiempo después
en el teólogo oficial del Establishment estadounidense. Repárese,
por otra parte, en el hecho de que ese "estúpido ciudadano medio"
es al que luego denominan eufemísticamente "pueblo soberano"
los mismos embaucadores que llevan dos siglos dominándolo.
Después de la 2ª Guerra Mundial, otro iniciado en las capillas
del Sistema, el historiador Thomas Bayley, señalaba la
incapacidad de las masas para discernir lo más adecuado y la conveniencia
de "llevarlas con cierto engaño hacia una toma de conciencia
de sus propios intereses a largo plazo", añadiendo a
continuación que "engañar a la gente puede llegar a
hacerse cada vez más necesario si se quiere dejar las manos libres a los
líderes políticos". En la misma línea, el británico
sir Lawis Namier escribía que "en los
pensamientos de las masas no hay más libre voluntad que en la rotación
de los planetas o en las migraciones de los pájaros", y el
guru trilateralista Samuel P.Huntington apelaba al uso de las
técnicas propagandísticas necesarias para justificar la política
exterior nortemericana, de modo que "se llegue a crear la falsa
impresión de que es la Unión Soviética aquello contra lo
que se está luchando", para apostillar que "eso
es lo que los EEUU han venido haciendo desde la doctrina Truman". En
ese mismo contexto se inscriben igualmente las palabras, ya citadas, del
inefable David Rockefeller apelando a "la soberanía
de una élite de técnicos y de financieros internacionales".
En definitiva, nada de lo que ha venido ocurriendo a lo largo de los dos últimos
siglos obedece a la casualidad, sino que se ajusta estrictamente a las
necesidades y exigencias de uns sistema de Poder diseñado por y para el
dominio de una reducida oligarquía, y en el que la población deberá
limitarse a refrendar las "filantrópicas" decisiones adoptadas
para su bien desde las alturas oligárquicas. Nada tiene de extraño,
por ello, que cuando esa situación resulta cuestionada por unos pocos
disidentes o por la disconformidad eventual de algún colectivo social,
los estrategas del Sistema hablen de "crisis de la democracia", pues,
en efecto, tales anomalías no figuraban en el programa ni se ajustan a
una correcta interpretación de lo que debe ser "el régimen
democrático"(recuérdese el informe elaborado por un equipo de
expertos trilateralistas bajo la dirección de Samuel P.Huntington, y que
ya fue debidamente comentado al hablar de la Comisión Trilateral).
Los términos, por tanto, no pueden estar más claros. Dada la
incapacidad de los súbditos para discernir lo adecuado, y puesto que su
propio albedrío no podría reportarles más que sufrimientos
y desgracias, una "élite" de "filántropos" ha
de decidir qué es lo mejor para ellos y tomar las riendas del mando en
aras del bien común y de la felicidad universal. Y no será aquí
donde se planteen objecciones a la primera parte de ese teorema, cuyas premisas
ya se encarga el Sistema de que se cumplan a rajatabla. Dos siglos de putrefacción
burguesa, de materialismo "humanista" y de adulteración sistemática
han rendido los frutos apetecidos y cubierto los objetivos marcados: hacer de la
población una masa envilecida e idiotizada. Lo que, sin embargo, resulta
un tanto endeble es la segunda parte del argumento, ya que esa pretendida "élite"
constituye justamente la hez de la decrépita sociedad occidental, pergeñada
a su imagen y semejanza.