III.1.4. EL EASTERN ESTABLISHMENT
CAPITULO III
EL SISTEMA FINANCIERO MUNDIAL Y SUS NÚCLEOS DE PODER
III.1. LA URDIMBRE EN SUS ORÍGENES
En una de sus acepciones, el término establishment se traduce como un
conjunto de personas unidas por un propósito u objetivo común. Más
explícitamente, con la expresión Eastern Establishment se designa
al entramado plutocrático del Big Banking y del Big Business que domina
la vida económica, política y social de los Estados Unidos.
El origen de los grandes capitales estadounidenses se sitúa en la
Guerra de Secesión de 1861-65, con la confrontación entre la
economía comercial e industrial del Norte y el viejo modelo latifundista
y agrícola del Sur. No hará falta aclarar a estas alturas de los
tiempos que las razones humanitaristas (abolición de la esclavitud)
esgrimidas por el expansionismo nordista no eran otra cosa que espúreos
adornos. De hecho, las condiciones de vida del proletariado norteño diferían
muy poco de las reinantes en las plantaciones esclavistas del Sur. Lo que se
ventiló, pues, en aquel conflicto no fue otra cosa que la supremacía
del modelo económico del Norte, que era el que mejor respondía a
las exigencias del capitalismo expansivo.
El balance de aquella guerra, tan trágico para muchos como rentable
para unos pocos, ofrece por tal motivo dos caras bien distintas. En una de ellas
aparecen sus 600.000 víctimas y las cuantiosas pérdidas materiales
causadas por la contienda.Y en la otra figura el gran desarrollo industrial que
el esfuerzo bélico proporcionó a la zona Norte, así como el
espectacular enriquecimiento que de ello se derivó para los especuladores
y los proveedores del ejército. La transformación económica
operada por el conflicto permitió la acumulación de enormes
fortunas y dio paso al ulterior proceso de concentración mercantil e
industrial en beneficio de los grandes trusts económicos.
El curso iniciado con la guerra de Secesión, durante la cual se
gestaron los primeros imperios económicos (Vanderbilt, Carnegie,
Morgan, Rockefeller), daría paso a la concentración
monopolística que comenzó a desarrollarse a partir de aquel
evento. Desde entonces cada nueva contienda bélica supondría un
reforzamiento de esa dinámica. Así, la guerra
hispano-norteamericana de 1898 abrió el camino a los oligopolios
azucareros. A ésta le seguiría la 1ª Guerra Mundial, que
consolidó la concentración de la industria pesada y consagró
el ascenso de otros dos imperios económicos: el de la dinastía
Pont de Nemours, de Detroit (Unites States Rubber, General
Motors, National Bank of Detroit), y el del clan financiero Mellon,
de Pittsburg (Aluminium Co. of America, Westinghouse, Mellon Bank).
La concentración prosiguió a ritmo acelerado durante el boom
de 1925-29, período en el cual 4.583 sociedades industriales fueron
absorbidas por los grandes trusts, que se lanzaron preferentemente sobre las
empresas de servicios públicos (electricidad, agua, gas, ferrocarriles,
etc). Posteriormente, la 2ª Guerra Mundial y los conflictos sucesivos
incrementaron aún más los beneficios y el poderío de los
grandes complejos económicos, como tendremos ocasión de comprobar.
Pero antes convendrá retrotraerse nuevamente a los inicios de este
proceso para analizar más de cerca sus características y la
trayectoria de sus principales protagonistas.
De entre las grandes fortunas amasadas a partir de la guerra civil
norteamericana, cuatro nombres sobresalen en especial: Cornelius
Vanderbilt, Andrew Carnegie, John Pierpont Morgan y John Davison Rockefeller.
El primer apellido prácticamente ha desaparecido del concierto plutocrático
mundial y de las altas esferas de influencia política. Los dos últimos,
por el contrario, se sitúan actualmente en su vértice más
elevado. El hecho de que los Morgan y los Rockefeller ligaran el destino de sus
grandes empresas a un potente complejo bancario habría de jugar, sin
duda, un papel fundamental en su proyección futura.
Cornelius Vanderbilt era ya un próspero empresario
en los comienzos de la guerra. También era, y con diferencia, el de más
edad, 65 años, ya que el mayor de sus tres concurrentes no sobrepasaba la
treintena. Las concepciones empresariales de Vanderbilt y su forma de gestionar
los negocios estaban, por ello, más próximas a los viejos métodos
que a las técnicas que demandaba el capitalismo avanzado. Tampoco en esto
se asemejaba a los otros tres. Su imperio económico se articulaba en
torno a varias compañías navieras subvencionadas por el Estado.
Durante la guerra de Secesión, el "comodoro" Vanderbilt registró
enormes beneficios proporcionando al Gobierno nordista la flota de guerra
destinada a la toma de Nueva Orleans. Otro sector en el que desarrolló
una notable actividad fue el del tendido ferroviario.
La escalada de Andrew Carnegie se fraguó a partir
de su cargo como secretario del director de Transportes del Ministerio de la
Guerra. Valiéndose de su ventajosa posición, este ambicioso
inmigrante escocés montó una factoría de raíles a
través de la cual suministraba al Departamento de Transportes todos los
pedidos efectuados por éste. Los ingentes beneficios así obtenidos
constituyeron la base de la futura Carnegie Steel Co.of New Jersey, uno de los más
potentes complejos industriales estadounidenses hasta principios del siglo XX,
en que pasaría a la órbita del grupo J.P.Morgan.
Pero vayamos ya con los dos grandes de aquel cuarteto. John Pierpont
Morgan era hijo de un inmigrante inglés asociado a la
banca británica Peabody&Co., cuyos negocios estaban estrechamente
vinculados a los intereses nordistas. Su primera operación comercial,
realizada precisamente a través de dicha entidad bancaria, consistió
en suministrar cinco mil fusiles anticuados al ejército del Norte, embolsándose
en la transacción la nada despreciable suma de 92.500 dólares, una
fortuna por aquel entonces. Los sustanciosos beneficios obtenidos durante la
guerra constituyeron el punto de partida de su futuro imperio económico.
En 1901 fundó la United States Steel Corp., que con el tiempo se
convertiría en uno de los mayores trusts acereros del mundo, y en 1903
creó, mediante la fusión de varias empresas navieras, otro gigante
comercial, la International Mercantile Marine Co.. Tras su muerte, acaecida en
1913, fue su heredero, J.P.Morgan junior, quien consolidó el poderío
del trust, dotándole de una potente institución financiera, la
Banca Morgan and Co.
La influencia en los medios políticos de los grandes trusts económicos
fue significada ya en la década de los años veinte por el diplomático
americano James W.Gerard , quien se refirió al asunto
en estos términos:" Los factores económicos dominan
toda la vida nacional en este momento, y los hombres que reinan sobre las
fuerzas económicas reinan también sobre el país".
La 2ª Guerra Mundial supuso para la casa Morgan una
nueva oportunidad de incrementar su vasto imperio. Con motivo de dicha
contienda, el gobierno norteamericano destinó 17.000 millones de dólares
a la creación de modernas factorías para la fabricación de
material bélico, ya que la demanda armamentista amenazaba con desbordar
la capacidad productiva de la industria privada. Naturalmente, la mayor parte de
esas nuevas instalaciones (un 80% aprox.) fueron puestas a disposición de
las grandes compañías industriales, con todas las ventajas
derivadas de ello, pero con la particularidad añadida de que, una vez
finalizada la Gran Guerra, las factorías estatales, ya reconvertidas,
pasaron a manos de los esos grandes trusts en virtud de una disposición
de compra preferente ejecutada a precio de saldo. Uno de los mayores
beneficiarios de aquellas transacciones fue el imperio Morgan, que a través
de su macrocompañía United States Steel incorporó a su red
comercial las imponentes acerías de Geneva (Utah).
Como ya se señalara, el centro neurálgico de este gigantesco
trust es la Banca J.P. Morgan, que constituye el instrumento a través del
cual se articula toda su red empresarial. No será preciso extenderse aquí
sobre el decisivo papel desempeñado por las instituciones financieras
como núcleo fundamental de los grandes complejos económicos . El
hecho de que los más sobresalientes se articulen en torno a una poderosa
banca no obedece precisamente a la casualidad, sino a razones tan sencillas como
notorias, ya que los recursos financieros de que dispone un gran establecimiento
bancario son inmensamente superiores a los del más acaudalado
propietario. Como resulta evidente, el mecanismo operativo de las sociedades por
acciones y de las instituciones bancarias no se basa en las fortunas personales
de los plutócratas que las controlan, por cuantiosas que pudieran ser,
sino en las gigantescas sumas aportadas por los millares de pequeños
accionistas y depositantes de dichas entidades. El poder y la influencia de un
magnate económico no se mide, pues, por el volumen de su patrimonio
personal, sino en razón de los recursos que es capaz de movilizar y, lo
que es más importante aún, por su emplazamiento en los centros
decisorios de poder, esto es, en los organismos y cónclaves donde se
decide el curso de los acontecimientos.Y éste es un asunto sobre el que
conviene aclarar algunos conceptos.
El hecho de que en los últimos años varios bancos japoneses se
hayan situado en los primeros lugares del escalafón mundial (en volumen
de depósitos o de activos financieros), no tiene, ni por aproximación,
la trascendencia que le confieren no pocos expertos en el arte de la confusión.
Primeramente sería preciso significar que, tanto los activos de los
bancos de inversión japoneses, como su rentabilidad y radio de acción,
proceden y se circunscriben casi exclusivamente al mercado nipón. Así
pues, su enorme volumen de negocios y de beneficios proceden del mercado
nacional, mercado que dominan prácticamente en su totalidad. Sin embargo,
y debido a las circunstancias ya expuestas, la incidencia de los bancos de
inversión japoneses en el plano internacional es poco menos que
relevante.
A todo lo apuntado en el párrafo anterior deberá añadirse
todavía otra circunstancia no menos importante, como es el hecho de que
Japón, pese a haberse convertido en un emporio económico, no pasa
de ser un pigmeo en el terreno político y militar. Esto implica, entre
otras cosas, que, a diferencia de otras potencias, y de una muy en especial, el
Estado japonés no dispone de una poderosa maquinaria de proyección
internacional que actúe en beneficio de los intereses exteriores de sus
firmas económicas. Justamente lo contrario de lo que sucede en el caso de
la Administración estadounidense, cuyo dilatado historial de servicios a
los grandes trusts radicados en aquel país no será preciso (ni
posible por su extensión) reproducir aquí. Aunque se trata de algo
notorio , bastaría con repasar el contenido de diversos informes secretos
elaborados por la Administración yanqui para confirmar la evidencia.
Algunos de ellos, sacados recientemente a la luz por Noam Chomski,
resultan sobradamente explícitos al respecto cuando señalan que
"la mayor amenaza la constituyen los regímenes nacionalistas
que obedecen a presiones internas para mejorar el nivel de vida y promover
reformas sociales, sin prestar demasiada atención a las necesidades de
los inversores estadounidenses".
Indudablemente, el mayor banco japonés posee una envergadura económica
superior al Chase Manhattan Bank, pero, por citar un solo ejemplo, no fue al
presidente de ese banco nipón a quien recibió el gobierno de
Gorbachov para dirimir los términos del
desmantelamiento del caduco régimen soviético, sino a una selecta
delegación de la Comisión Trilateral comandada por David Rockefeller.
Del mismo modo, todavía no se ha interrumpido ningún Consejo de
Ministros del gobierno español para que el jefe del gabinete recibiera a
un financiero japonés, cosa que, por el contrario, sí ha ocurrido
tratándose del ínclito David Rockefeller.
Queda aún otro aspecto digno de mención , y es el artificio
fraudulento en virtud del cual los intoxicadores de oficio abundan en la falacia
del "libre mercado", apoyándose en la pugna que mantienen los
grandes consorcios multinacionales para encaramarse a las más altas
posiciones del escalafón empresarial. De tal modo que las fluctuaciones
en el ránking de los mejor colocados son aducidas por los oficiantes del
liberalismo económico como muestra de la libre competencia, competencia
que, obviamente, está reservada a un reducido pelotón de
oligopolios económicos, y cuyos resultados , sean cuales sean éstos,
en nada modifican lo esencial de la situación. Debe quedar claro, además,
que las rivalidades circunstanciales que se puedan producir en la superficie del
Sistema no afectan en lo más mínimo a los pilares sobre los que éste
se asienta. Como podrá comprenderse, las disputas entre los oligopolios
económicos, cuya importancia es en cualquier caso secundaria, pasan a un
segundo plano tan pronto como aparece en el horizonte algo que suponga un atisbo
de amenaza para sus intereses conjuntos, en cuyo caso todas las piezas del
engranaje actúan como un bloque granítico.
Esta mecánica, que constituye el denominador común de todos
los círculos oligárquicos, se manifiesta de idéntica forma
en el ámbito político, donde las rivalidades y los golpes bajos
entre las diversas facciones que conforman el cotarro se convierten en sólida
alianza desde el mismo instante en que algún elemento ajeno a la farsa
pseudodemocrática pone en tela de juicio la validez del Sistema del que
todas ellas son tributarias. Exactamente la misma línea seguida por los
grandes medios de comunicación, otro de los pilares del Establishment y
su más eficiente herramienta, pues no en vano el poder económico y
el aparato mediático se encuentran en las mismas manos. De ahí
que, más allá de sus sórdidas disputas de intereses y de su
adscripción a banderías políticas diversas, todos los
grandes medios compartan idénticos planteamientos en lo tocante a la
validez incuestionable del Sistema vigente. Unos y otros, partidos políticos
y medios de comunicación, no hacen sino interpretar con diferentes
matices una misma partitura, y es en los centros de poder plutocrático
donde se compone esa partitura y desde donde se dirige la orquesta.
Volviendo el tema central de este análisis, el otro gran protagonista
empresarial de la escena decimonónica estadounidense fue John Davison
Rockefeller, fundador de una dinastía financiera que, junto con la casa
Morgan y el grupo bancario Warburg-Lehman-Kuhn&Loeb, constituyó el
triunvirato plutocrático sobre el que habría de cimentarse el
Eastern Establishment. Por el momento, y a la espera del análisis más
detallado que se dedicará al clan Rockefeller en el próximo epígrafe,
bastará con adelantar aquí que su imperio económico,
gestado también durante los años de la guerra de Secesión,
se articuló en sus inicios en torno a una gran empresa, la Standard Oil,
afianzándose posteriormente sobre la base de una poderosa institución
financiera, el Chase Manhattan Bank.
Como ya se apuntara páginas atrás, uno de los autores que con
más conocimiento de causa ha descrito las claves ideológicas y los
métodos operativos del Eastern Establishment es el historiador Carroll
Quigley. En su análisis del asunto, que conocía
desde dentro, Quigley sitúa la génesis del sistema financiero
occidental en el vuelco de las relaciones de poder producido por las
revoluciones capitalistas o burguesas. Como consecuencia de la instauración
del sistema capitalista como modelo, el poder efectivo pasó de las
instituciones aristocráticas defenestradas a las oligarquías
burguesas, plenamente conscientes de que, una vez implantado dicho modelo, el
dinero habría de erigirse en el factor determinante del acontecer
moderno.
Seguidamente, Quigley describe el proceso a través del cual las
grandes dinastías bancarias (Rothschild, Baring, Lazard, Warburg, Schiff,
Seligman, Malet, Erlanger etc.) conformaron un sistema de alianzas financieras
de alcance internacional. El procedimiento seguido desde el primer tercio del
siglo XIX consistió en incorporar a su órbita de dominio un
creciente número de bancos provinciales, sociedades aseguradoras y
complejos industriales, para desarrollar a continuación, y a nivel
internacional, un mecanismo de control del dinero y de su circulación. De
esta forma, tanto la economía en desarrollo como las altas esferas políticas
entraron en una situación de absoluta dependencia.
Durante el apogeo del imperialismo inglés, el centro operativo desde
donde actuó la alta finanza internacional fue el Banco de Inglaterra, el
más eficiente de sus instrumentos de dominio por entonces.
Posteriormente, con el declive del Imperio Británico y la transferencia
de su papel hegemónico a los Estados Unidos, el principal núcleo
operativo pasó a ser la Reserva Federal o Banco Central estadounidense,
como veremos más adelante.
Por lo que se refiere a los ingredientes ideológicos del engranaje,
el citado historiador no duda en señalar como sus máximos mentores
a John Ruskin y a Cecil Rhodes, cuyas
concepciones basadas en un gobierno mundial regentado por una oligarquía
plutocrático-tecnocrática ya fueron debidamente comentadas con
anterioridad. De hecho, las sociedades creadas por ambos personajes fueron el
principal vehículo de expansión de sus doctrinas al otro lado del
Atlántico.
En los Estados Unidos, la configuración del Eastern Establishment se
desarrolló siguiendo los mismos cauces, y transcurrió de la mano
de los dos grandes de la economía norteamericana, Morgan y Rockefeller, a
quienes se sumaría en las postrimerías del siglo XIX otro poderoso
grupo financiero del que en breve se hablará. Quigley, por su parte,
refiere el modo en que, a partir del último tercio del pasado siglo, los
trusts Morgan y Rockefeller desarrollaron una labor sistemática de
absorción y de concentración económica ejercida
fundamentalmente sobre los bancos comerciales, las sociedades aseguradoras, la
industria pesada, las compañías de servicios públicos y el
ferrocarril. En su obra "Tragedy and Hope", Quigley también
hace alusión a las fundaciones "filantrópicas"
auspiciadas por ambos trusts. Instituciones que, además de constituir
plataformas inmejorables de penetración e influencia en todos los ámbitos
de la sociedad, habrían de revelarse muy pronto como instrumentos de
primer orden para burlar la inoperante legislación antitrust, otro de los
espúreos adornos de los regímenes "democráticos"
occidentales.
Para completar esta descripción, nada mejor que reproducir
textualmente algunos comentarios sumamente ilustrativos escritos por el propio
Quigley sobre el particular:
"La estructura de los controles financieros que crearon los
magnates del Big Banking y del Big Business en el período 1880-1933 era
de una extraordinaria complejidad. Una empresa feudo era erigida sobre otra,
ambas eran ligadas con firmas semi-independientes, y el todo creció hasta
formar dos cimas de poder económico y financiero, de las cuales, una, con
centro en Nueva York, era comandada por J.P. Morgan, y la otra, en Ohio, por la
familia Rockefeller. Cuando ambas trabajaban en común, como por lo
general hacían, podían influenciar la vida económica del país
en alto grado, y casi controlar su vida política, al menos a nivel
federal"
"En 1930, las doscientas grandes sociedades(estadounidenses)
poseían el 49,2% de los activos de cuarenta mil sociedades del país.
De hecho, en 1930 los activos de una sola sociedad, la American Telephone and
Telegraph, controlada por Morgan, eran superiores a la riqueza total de 21
Estados de la Unión. La influencia de estos dirigentes de la economía
era tan grande que los grupos Morgan y Rockefeller, cuando operaban
conjuntamente, o incluso Morgan actuando en solitario, hubieran podido destruir
el sistema económico de todo el país".
Otro buen conocedor del panorama reinante en la Norteamérica de
principios de siglo fue John Moody, fiel partidario, por otra
parte, del modelo capitalista, lo que no le impediría expresarse en una
obra publicada en 1904 ("The Trusts About the Trusts") en
estos elocuentes términos:"Consideradas en conjunto, las
influencias hegemónicas de los trusts obedecen a una intrincada red de
pequeños y grandes grupos de capitalistas, muchos de ellos aliados entre
sí por lazos de mayor o menor importancia, pero todos apéndice o
partes de grupos mayores que, a su vez, dependen y se alían con los dos
grupos mastodónticos de Rockefeller y Morgan. Estos dos gigantes
constituyen el corazón y la vida comercial del país. Los otros son
las arterias que se extienden en miles de ramificaciones por la vida nacional,
haciendo sentir su influencia en todos los lugares, sin dejar de estar
conectados y depender de esa gran fuente central, cuya influencia y política
domina a todos".
Finalmente, el tercer bloque financiero que, junto con los trusts Morgan y
Rockefeller, compuso la cima del poder plutocrático en los albores del
Eastern Establishment, fue el grupo Warburg-Lehman-Kuhn&Loeb. Este potente
complejo bancario se había configurado a través de las alianzas
familiares de varios financieros judío-alemanes que, en las últimas
décadas del siglo XIX., se instalaron en territorio estadounidense.
Entre los forjadores de dicho imperio económico, muchos de los cuales
ya salieron a relucir en páginas anteriores, figuran los nombres de Jacob
Schiff, máximo dirigente de la banca Kuhn&Loeb
hasta su fallecimiento en 1920, Isaac Seligman, cuya firma
bancaria ligó sus intereses a la casa Kuhn&Loeb tras su matrimonio
con la segunda hija de Loeb, Felix Warburg, casado, a su vez, con una hija de
Schiff, lo que estrechó los vínculos entre la banca Warburg y la
firma Kuhn&Loeb, Herbert Lehman, presidente de la banca Lehman Brothers,
antiguo gobernador de Arkansas y vicepresidente honorario del American Jewish
Committee, y por último, Lewis L. Strauss, consejero de
la familia Rockefeller, asociado de la firma Kuhn&Loeb, almirante de la
armada estadounidense durante la 2ª Guerra Mundial y, posteriormente,
presidente de la Comisión de Energía Atómica de los Estados
Unidos.
Este complejo bancario ha sido tradicionalmente el alma mater del American
Jewish Committee, así como de la Organización Sionista Americana y
de la United Jewish Appeal, organismos a través de los cuales se han
canalizado los fondos para el patrocinio de la causa sionista y los empréstitos
de la Administración norteamericana al Estado de Israel.
Entre los diversos instrumentos articulados por la plutocracia del Eastern
Establishment para dominar la vida pública estadounidense merecen
destacarse dos: el Council on Foreign Relations, o Consejo de Relaciones
Exteriores, y la Reserva Federal. Del primero, que es un club oligárquico
de carácter privado, han salido a lo largo de los últimos setenta
años la práctica totalidad de los altos cargos políticos de
la Administración norteamericana, con independencia de cuál haya
sido el partido político gobernante en cada momento. Más adelante
se dedicará a esta poderosa entidad la atención que indudablemente
merece. Por lo que se refiere a la Reserva Federal, esto es, al Banco Central
estadounidense, se trata de una institución de importancia crucial que,
en contra de lo que pudiera suponerse a tenor de su carácter público,
está gestionada y dirigida por la Alta Finanza privada.
La creación de este organismo se gestó durante una reunión
restringida convocada al efecto por Nelson Aldrich (abuelo de
Nelson Rockefeller) el 22 de noviembre de 1910 en Jekyl Island (Georgia), y en
la que participaron Benjamín Strong, en representación
del Bankers Trust Company, adscrito a la órbita de la casa Morgan, Henry
Davison, alto ejecutivo igualmente de J.P.Morgan, Frank
Vanderlip, presidente del National City Bank, de Rockefeller,
Paul Warburg, director de la banca Warburg, y Piatt
Andrew, secretario de Hacienda estadounidense. En dicha reunión
se redactaron los informes que poco después recogería con
puntualidad el Decreto del Federal Board System, refrendado oficialmente el 20
de diciembre de 1913.
En virtud de aquella disposición legal, que establecía el
sistema de la Reserva Federal vigente desde entonces, el Estado otorgó a
un grupo bancario privado la facultad de acuñar moneda y el derecho
exclusivo a la emisión de billetes, o dicho de otro modo, el control
absoluto de la circulación monetaria en todo el país. Desde que
dicho sistema fuera adoptado, el gobierno estadounidense se limita a emitir
bonos estatales, que son respaldados por la Reserva Federal gestionada por la
banca privada. Como consecuencia de ello, la banca privada titular del Board
System percibe anualmente en concepto de intereses miles de millones de dólares,
que son pagados, naturalmente, por el contribuyente norteamericano.
La adopción del Federal Board System respondía fielmente a la
dinámica señalada por el profesor Carroll Quigley cuando
describiera los mecanismos y procedimientos empleados por la oligarquía
financiera: "Se trataba, señala Quigley,
de la creación de un sistema internacional de hegemonía
financiera en manos de algunas individualidades capaces de dominar la política
de cada país y la economía mundial. El sistema así
estructurado descansaría sobre la autoridad de tipo feudal de los Bancos
Centrales, enlazados entre sí a través de acuerdos estipulados en
el curso de entrevistas periódicas y de reuniones privadas".
Efectivamente, desde que ese sistema fuera implantado de forma generalizada,
los gobernadores de los Bancos Centrales se reúnen con periodicidad,
aunque por encima de los encuentros de quienes a la postre no son sino meros
subalternos del Gran Capital, se sitúan los contactos entre los
financieros rectores del Establishment mundial, que, en palabras de Quigley:"conforman
un sistema de dominación nacional y de cooperación internacional más
potente y más discreto que el de los agentes de los Bancos Centrales".
El elemento sobre el que habría de basarse este proceso, iniciado en
el siglo XVIII, no fue otro que el papel moneda o billete bancario, cuya emisión
y control circulatorio fueron pronto prerrogativas exclusivas de los Bancos
Centrales, gestionados y dominados por la banca privada. Las ventajas que para
la Alta Finanza supondría la instauración de un sistema económico
basado en la moneda fiduciaria, aparecen reflejadas sin tapujos en una carta
enviada por los Rothschild de Londres a un banquero neoyorquino el 25 de junio
de 1863. Dicha carta, recogida en el documento nº 23 del National
Economy and the Banking System of the United States, dice así:
"Las escasas personas que puedan comprender el sistema -cheques y créditos-
mostrarán tanto interés por sus beneficios o dependerán en
tal manera de sus ventajas que no se debe esperar de ellas ninguna oposición,
mientras que, de otro lado, la gran masa de público, mentalmente incapaz
de comprender las enormes ventajas que el capital saca de ese sistema, soportará
los costes sin oponerse e, incluso, sin sospechar siquiera que ese sistema es
contrario a sus intereses".
El modelo de los Bancos centrales fue adoptado en los principales países
europeos a lo largo del siglo XIX, con la única excepción
sobresaliente de la Rusia zarista. Por lo que a los Estados Unidos se refiere,
uno de los más solventes especialistas en esta materia, Gustavus
Myers, describió en su obra "History of the
Great American Fortunes" el modo en que varios banqueros europeos, y
muy especialmente los Rothschild, ejercieron su poderosa
influencia para la adopción de las leyes financieras norteamericanas. Los
archivos legislativos, señala Myers, muestran claramente el poder de los
Rothschild en la antigua Banca de los Estados Unidos, suprimida por el
presidente Jackson en 1836.
Sin embargo, el financiamiento de de la guerra de Secesión ( la
guerra es uno de los elementos clave sobre los que ha pivotado el progresivo
endeudamiento de los Estados modernos) empujó al presidente Lincoln a
recurrir a los grandes bancos internacionales, que en 1863 le impusieron la
adopción de la National Bank Act, en virtud de la cual dichas entidades
compraban los bonos emitidos por el Estado para sufragar los gastos de guerra,
con los correspondientes intereses en su favor, obteniendo como contrapartida la
facultad de emitir billetes bancarios sin interés; es decir, beneficios a
dos bandas para la Alta finanza. Ése sería el régimen
bancario vigente en los Estados Unidos hasta que fuera adoptado el Federal Board
System, que no hizo sino completar el modelo anterior y garantizar todavía
mejor los intereses de sus beneficiarios.
No podría cerrarse este asunto sin mencionar el nombre de Edward
Mendel House, alias "coronel" House, un sujeto cuya
posición cerca del presidente Woodrow Wilson (del que
fue asesor especial y eminencia gris) hizo posible sus turbias maniobras en los
círculos políticos norteamericanos hasta lograr la aprobación
del sistema de la Reserva Federal. Un servicio inestimable a sus patrones del
club plutocrático estadounidense que éstos no dudarían en
reconocerle, como bien muestra esta carta que uno de ellos, el banquero Jacob
Schiff, le dirigió al eficiente peón:
Mi querido coronel House
Yo tengo que deciros cuánto aprecio el trabajo tan útil,
incluso más cuando se persigue en la sombra, que acabáis de
cumplir para la legislación bancaria....Esta ley es buena bajo muchos
aspectos; ella permite comenzar bajo felices auspicios, y dejará que el
tiempo cumpla su obra; y cuando pida algunos retoques, nosotros estaremos en
buena posición para proceder entonces. De todos modos, tenéis
excelentes razones para estar satisfecho con los resultados obtenidos, y yo
espero que ese sentimiento acrecentará el placer tomándoos unas
vacaciones.
Yo soy, con mis mejores votos, Jacob W. Schiff
Ese mismo sistema sería posteriormente adoptado como modelo
inspirador del Fondo Monetario Internacional, a través del cual la Alta
Finanza privada ejercita sus mecanismos de control del dinero y del crédito
a nivel mundial. Y es también el que sirve de marco al Banco Mundial,
otra institución financiera gestionada por la banca privada, aunque sus
fondos procedan de las aportaciones de los Estados, es decir, de los ciudadanos.
Una institución cuyas concesiones crediticias a los países
tercermundistas van invariablemente acompañadas de las directrices económico-políticas
que deben seguir. Ambas entidades fueron creadas en el curso de la Conferencia
de Bretton Woods (julio 1944), un foro promovido y auspiciado por el Grupo Económico
y Financiero del Consejo de Relaciones Exteriores estadounidense.