ORDENANDO LA INTELIGENCIA, SE ENTIENDE LA POLÍTICA.
Última parte del artículo: “El
Mensaje de la Antigua Roma”, publicado en SISINONO, enero 2014.
Para salvarse del mundialismo.
Para no envenenarse en el pantano del mundialismo, que ha
nacido entre las ruinas de la cristiandad, es menester remontarse a ese surtidor
de agua pura que es la recta razón esclarecida por la revelación. El derecho
romano y la ley natural, la filosofía perenne (1) y la palabra de Dios son
siempre actuales pese a su antigüedad; ésta no hace de ellos cosas caducas o
superadas. La filosofía perenne es la fuente pura en la cual podemos abrevarnos
sin intoxicarnos con los errores de la modernidad y la postmodernidad
filosóficas, unos errores que corrompieron el derecho romano y la filosofía
moral política (la virtud de la prudencia aplicada a la sociedad civil) en una
legislación contranatura y en la partidocracia o parlamentarismo, esto es, en
el vicio de la “cleptocracia” de sus “señorías”, contrario al bien común.
Nuestra fuentes o raíces filosófico-políticas son la de la
metafísica aristotélica, el derecho natural de la Roma antigua, los Padres
eclesiásticos (San Agustín, San Gregorio I, San Bernardo de Claraval), los
canonistas (Gregorio VII, Inocencio III, Bonifacio VIII), los doctores
escolásticos (Santo Tomás, San Roberto Belarmino, Suárez, Mariana), y el
Magisterio eclesiástico (de San Gelasio a Pío XII). Por desdicha, no conocemos
ya nuestras fuentes y raíces, porque la enseñanza “políticamente correcta” nos
remonta, con mucho, a la Revolución Francesa, a Montesquieu, al liberalismo, al
renacimiento, y al humanismo. Es una lástima que el catolicismo liberal moderno
y el modernismo democristiano actual nos tracen una imagen deformada de la
“doctrina política católicorromana”.
No se puede afrontar el futuro sin conocer el propio
pasado. “Llega a ser lo que eres” es un axioma más actual hoy que nunca. Hemos de
tomar a la “fuente pura” como “enanos a hombros de gigantes”. De lo contrario,
nos aguarda una catástrofe. El hoy deriva del ayer, y el mañana es fruto del
pasado. El porvenir debe basarse en los fundamentos presentes y anteriores, no
puede sostenerse en la nada: “(…) no, la
civilización no está por inventar, ni la ciudad nueva por construir en las
nubes. Ha existido, existe: es la civilización cristiana, es la ciudad
católica. No se trata más que de
instaurarla y restaurarla sin cesar sobre sus fundamentos naturales y
divinos contra los ataque siempre nuevos de la utopía malsana, de la revolución
y de la impiedad (…)”. (San Pío X, Carta Apostólica Notre charge apostolique, del 25 de agosto de 1910). La Roma
antigua, perfeccionada sobrenaturalmente por la Roma cristiana, tiene aún mucho
que decirnos y constituye el manantial en el cual hemos de beber para no morir
deshidratados o emponzoñados.
La lección que nos imparte la sana filosofía tocantes a
las relaciones entre el poder temporal y el espiritual, y sobre el derecho
romano antiguo perfeccionado por el canónico, puede abrirnos las puertas de un
futuro menos bestial que el que estamos viviendo y sufriendo hoy (la perfección
absoluta no es de este mundo). La senda que hemos de tomar –retornando a los orígenes,
mirando al futuro y viviendo en el momento presente- es áspera, más no
imposible de transitar; o mejor dicho, sigue siendo actual y posible
precisamente a fuer de perenne. Primero hay que conocerla y luego ponerla en
práctica en uno mismo, en la propia familia y en el ambiente de trabajo que nos
rodea, nihil volitum nisi praecognitum,
(nada se quiere si no se conoce previamente). El hombre debe vivir en tres dimensiones:
con los pies “en la tierra”, con la mente y el corazón “en el cielo” y con la acción
“al lado” de nuestros semejantes.
Si nos negamos a retornar a lo real, al derecho natural,
a la sana razón y a la recta “doctrina social”, seguiremos corriendo hacia el
báratro que, especialmente a partir de 1968, se abrió bajo nuestros pies de manera
clara y evidente para todos y que ha asumido el poder global en el universo con
el “Nuevo Orden Mundial” (1991-2001), el cual constituye el reflejo invertido
exacto del orden natural que la Roma antigua llevó al orbe y del orden sobrenatural
que nos enseñó la Roma cristiana. Las manifestaciones recientes del Nuevo Orden
Mundial son la crisis económico-financiera y las guerras en el África
mediterránea, en el Oriente medio y en Oriente próximo, que podrían extenderse
asimismo al extremo Oriente, con sus consecuencias inimaginables y humanamente irreparables.
La modernidad, que desde Descartes a Hegel se había propuesto divinizar al yo y
absolutizarlo, desembocó a la postre en el efecto opuesto, como era lógico: la
posmodernidad nihilista (Nietzsche, Marx y Freud) que se propone la destrucción
de la razón, la moral, el hombre y el ser mismo. Alcanzó su apogeo en la década
de los sesenta con la Escuela de Francfurt (Marcuse y Adorno) y el
Estructuralismo francés (Lévy-Strauss, Sartre y Ricoeur), y hoy (2001-2012)
está llegando a su fase terminal (Bush-Obama-Netanyahu) con el peligro de una
guerra nuclear de resultados apocalípticos. Ahora bien, cuando uno se da cuenta
de que ha tomado el camino equivocado es menester que vuelva atrás para que siga
avanzando, pero en la buena dirección. Conque si la modernidad fracasó y fue
asesinada por su hija, la postmodernidad, es necesario retornar a los
principios de la metafísica del ser, del derecho romano antiguo y cristiano y
de la filosofía política consiguiente.
La “política” actual, a la que le gustaría matar a Dios
(marxismo, nietzchismo, psicoanálisis), debe ser combatida, no son el idealismo
subjetivista (que quería divinizar al hombre y ponerlo en el lugar de Dios),
sino con la metafísica, el derecho natural y la filosofía política perenne y
tradicional, clásica, escolástica y canónica. Tertium non datur [lo tercero no se da]: o volvemos al realismo
aristotélico-tomista, a la armonía y la colaboración, en el seno de
subordinación jerárquica de los fines, entre el poder temporal y el espiritual,
al orden natural, o nos hundimos en el mar de la nada nihilista, donde todo
zozobra y nada se salva.
El mensaje de la Roma antigua, elevada al orden
sobrenatural de la gracia de la Roma cristiana, no sólo es actual para nosotros
hoy, sino que es absolutamente necesario para no vernos dispersados y
destruidos intelectual, moral y espiritualmente tanto como individuos y como
sociedad. ¡Que Dios ayude a la “vieja Europa” a reencontrar su identidad bajo
la égida de la Roma clásica y de la Cristiandad! +
Christianus.