CAPITULO IV
EL ENEMIGO NECESARIO: LA AMENAZA FASCISTA O EL ARTE DE RESUCITAR A UN CADÁVER
Todo lo descrito hasta aquí permitirá hacerse una idea de las
características de una estructura de dominio cuyo poderío intrínseco,
con ser inmenso, se ve apuntalado por la labor sistemática de intoxicación
ideológica y manipulación de la realidad llevada a cabo por su
maquinaria propagandística, la voz de su amo: los grandes medios de
comunicación.
Pero, a pesar de todo, el edificio presenta grietas que se hace necesario
taponar. Y es que los eslóganes humanistas, la verborrea filantrópica
y los cánticos demagógicos a las bondades del capitalismo
progresista no son sino la espúrea retórica que enmascara una
realidad social completamente antagónica, una realidad regida por
patrones de comportamiento que discurren por cauces diametralmente opuestos a
todos esos artificios. Y cuanto más ausentes están de la realidad
esos pretendidos "valores" sobre los que se asienta el edificio, más
intensa y agobiante es la propaganda que los exhibe y apela a ellos.
Por supuesto, el Poder conoce perfectamente esa realidad, y hace todo lo
posible por enmascararla, tratando así de atemperar el vacío
inherente al modelo existencial alumbrado por el materialismo moderno. Pero esos
anestesiantes, con ser potentes y estar dotados de una considerable capacidad de
alienación, no pueden tener más que la eficacia limitada de todo
lo artificial. A la postre, e indefectiblemente, los estímulos
consumistas, los estereotipos humanistas, la escatología sexual, la
mitomanía deportiva, el culto a los ídolos de barro, los paraísos
psicodélicos y demás artificios al uso, acaban revelándose
como lo que son, simples coberturas a una situación de decrepitud y vacío.
Pese a todos los intentos, una y otra vez acaba aflorando la verdadera
naturaleza del modelo existencial pergeñado por la sociedad materialista,
una y otra vez vuelve a hacer acto de presencia el vacío, la naúsea,
la nada.
Este estado de cosas se refleja en todos los ámbitos, y muy
particualrmente en el terreno político-ideológico, donde el
Sistema necesita cabezas de turco sobre las que proyectar sus propios estragos,
identificándolas por añadidura como los grandes enemigos que
amenazan el dulce itinerario de la humanidad hacia el edén nihilista del "progreso"
material. Poco importa que esos pretendidos adversarios no constituyan sino el
detritus generado por la degradación inherente al proceso en curso, que
no sean en realidad más que síntomas flagrantes de la patología
de una sociedad enferma, o que no representen, como así es, el memor
peligro para el Poder, que antes al contrario, se sirve de ellos como eficaces
instrumentos de intoxicación. Todo ello no supone el menor inconveniente
para la maquinaria propagandística del Sistema, acostumbrada a magnificar
el tamaño de oponentes ridículos y, cuando es necesario, a
crearlos de la nada.
La instrumentalización que hace el Sistema de tales elementos
responde a mecanismos muy simples, aunque de acreditada eficacia. Así,
cada vuelta de tuerca en el afianzamiento del totalitarismo plutocrático-oligárquico,
que es el único que opera hoy de forma efectiva y omnipresente, va acompañada
del correspondiente despliegue de cortinas de humo y de la oportuna campaña
de alarma e intoxicación acerca de los fantasmagóricos peligros
que amenazan al "modelo democrático".
Como es fácil advertir, son varios los candidatos al título de
"gran adversario", aunque serán las necesidades coyunturales de
cada momento las que sitúen a uno u otro en el primer lugar. En el pelotón
de cabeza de los enemigos predilectos, el fundamentalismo islámico
aparece como la gran amenaza exterior, mientras que en el ámbito interno,
es el fascismo el globo sonda por excelencia. Sea como fuere, lo que se muestra
como un axioma es que la dialéctica del Sistema precisa de adversarios
que le permitan enmascarar quién monopoliza el dominio absoluto y dónde
reside la única amenaza real.
Como se apuntara en el párrafo anterior, uno de esos grandes
adversarios está representado por una muchedumbre de parias y
desheredados abocados al extremismo religioso por la explotación económica
y la colonización política y cultural del Occidente "progresista",
aliado en esa labor con las pútridas oligarquías de los países
tercermundistas. Pero el tema del fundamentalismo islámico, además
de no ser el objeto central de este apartado, exige por su complejidad de una
tratamiento exhaustivo imposible de abordar en unas cuantas páginas, máxime
si se tiene en cuenta que ese trabajo, para ser completo, debería ir
acompañado del correspondiente análisis de otros fundamentalismos
desencadenantes, como es el que en nombre del progresismo viene laminando desde
hace décadas todo aquello que le sale al paso. Por el momento, pues, y en
espera de una mejor ocasión, bastará con adelantar aquí un
par de apuntes sobre este asunto.
Lo primero que conviene significar es que la cristalización política
del integrismo islámico, que hasta ese momento no pasaba de ser un fenómeno
prácticamente reducido al ámbito iraní, se gestó
durante la Conferencia de Guadalupe celebrada en enero de 1979. Fue allí
donde los trilateralistas Jimmy Carter, Helmuth Schmidt y Valery
Giscard D'Estaing acordaron impulsar un cambio de régimen en Irán,
contemplándolo como un factor estratégico de primera utilidad en
el marco de las pugnas hegemónicas que por entonces mantenían los
dos bloques en sus zonas limítrofes de influencia. Acto seguido
comenzaron las presiones dirigidas a lograr la "expulsión" de
Jomeini de la localidad iraquí de Nedjef (donde el
ayatollah había permanecido exiliado desde 1964 hasta 1978) y su traslado
a París. Mientras residió en Nedjef, las posibilidades de
comunicación del líder religioso con sus seguidores iraníes
fueron mínimas, entre otras razones porque el régimen de Sadam
Hussein no tenía el menor interés en la
implantación en la vecina Persia de un gobierno comandado por el clero
chiíta. En esa época, el único conducto por el que llegaban
las consignas de Jomeini a oídos de la población iraní,
eran las emisiones realizadas desde Londres por la BBC, extraña compañera
de viaje del ayatollah. Pero una vez instalado en la capital francesa, la
capacidad de maniobra de Jomeini se multiplicó por mil. Luego empezaría
el baile de los manejos turbios, en cuyo catálogo aparecen los expertos
en el arte de fabricar tensiones de siempre, con la Comisión Trilateral y
el Consejo de Relaciones Exteriores subvencionando económicamente a la
Hermandad Musulmana de los Chiítas por conductos diversos, y con el Sha
abandonado a su suerte por sus patrones y valedores de un día antes.Y así
hasta el desencadenamiento del conflicto irano-iraquí, que en palabras
del ex-ministro persa de Asuntos Exteriores, Bani Sadr, fue
planificado en los laboratorios organizadores de "los juegos de guerra"
y llevado al terreno por Giscard D'Estaing y el embajador
estadounidense en Arabia Saudita.
Otro episodio que respondió a motivaciones similares fue la ayuda
masiva y el aprovisionamiento militar facilitado por la Administración
americana a las milicias islamistas durante la guerra de Afganistán, que
acabaría convirtiéndose en un gigantesco campo de adiestramiento
para numerosos grupos integristas procedentes de varios países
musulmanes. Allí se curtieron, entre otros, los fundadores argelinos del
GIA, cuya necia brutalidad ha proporcionado una coartada inmejorable al
terrorismo estatal, y cuyos métodos han sido desautorizados
reiteradamente por el Frente Islámico de Salvación, lo que no
impide que la intoxicación occidental siga identificándolos a
ambos, del mismo modo que identifica en un batiburrillo infame islamismo,
arabismo, integrismo y terrorismo.
El otro apunte que conviene añadir hace referencia precisamente a la
situación sobrevenida en Argelia a raíz del triunfo electoral
islamista y del golpe militar que lo abortó, con el beneplácito unánime
de los gobiernos "democráticos" del área occidental. Un
golpe de Estado que daría paso al sagriento proceso que desde entonces
vive aquel país, y sobre el que los medios occidentales informan con su
habitual imparcialidad, denunciando las docenas de muertos ocasionados por los
atentados del GIA, y silenciando los bombardeos con napaln de poblados enteros y
los miles de asesinatos perpetrados por el ejército (500 víctimas
semanales como promedio). Y en ese país basta con ser joven y vivir en un
barrio mísero para merecer la consideración de "terrorista"
y convertirse en blanco del régimen criminal que gobierna allí.
De poco ha servido que la Liga Argelina para la Defensa de los Derechos
Humanos, nada sospechosa de simpatizar con el integrismo, haya calificado la
represión militar de "genocidio a puerta cerrada".
Eso no impide a los "humanistas" occidentales justificar el
exterminio, cuando no aplaudirlo abiertamente. Y es que los parias argelinos han
tenido la mala ocurrencia de no envolver sus reivindicaciones en la bandera del
progresismo, bandera que, por el contrario, sí enarbolan sus verdugos,
los carniceros del régimen militar.
Resta aún el asesinato del antiguo líder del FLN Mohamed
Budiaf, un hombre íntegro exiliado durante décadas
por sus discrepancias con el régimen corrupto que ha asolado Argelia, y
al que llamaron sus compatriotas para encabezar la salida del cepo mortífero
que atenaza a esa nación, razón por la cual sería eliminado
por elementos del ejército. Pues bien, durante el juicio de uno de sus
verdugos, un ex-miembro de la escolta presidencial, éste efectuó
unas declaraciones más que significativas para cualquiera que sepa leer:
"Existe una mafia, una estructura de poder, que está por
encima de políticos, militares y opositores al régimen, y que nos
sobrepasa a todos".
Dicho esto, no queda sino abordar el asunto fundamental de este capítulo,
ese fantasma que a toda costa se pretende resucitar, y que no es otro que el
fascismo. Dado que el tema del fascismo ya ha sido analizado repetidamente en
varios trabajos precedentes, centrando la atención en cada uno de ellos
en alguna faceta específica de las varias que configuraron aquel fenómeno,
no parece oportuno repetir aquí dichos análisis. Queda, no
obstante, un aspecto de la cuestión escasamente tratado hasta ahora y
sobre el que será preciso detenerse, que es la instrumentalización
que de un tiempo a esta parte viene haciéndose desde el Poder de ese
espectro del pasado.
Convendría, no obstante, reiterar que, en lo esencial, el fascismo no
constituyó sino una simple modalidad de la corriente o matriz ideológica
central instaurada por las revoluciones burguesas. De hecho, todos los
componentes básicos de la ideología fascista se habían
manifestado ya bastante antes de que cristalizara aquel movimiento político,
desde el culto al Leviatán estatal, hasta la profesión de fe
materialista y antropocéntrica, pasando por la concepción
totalitaria del Poder sustentado sobre la sumisión absoluta de una masa
gregaria.
En efecto, los fundamentos ideológicos del fascismo no brotaron
repentinamente, sino que hunden sus raíces en una serie de concepciones "filosóficas"
incorporadas a la sociedad moderna por las revoluciones capitalistas.
En lo referente al concepto de superioridad racial, bastaría con
recordar la filosofía y la praxis de las oligarquías rectoras del
Imperio Británico para constatar que, tal concepto, estuvo profundamente
arraigado en la mentalidad burguesa prácticamente desde el mismo
instante en que ésta se convirtiera en la ideología dominante. Y
los procedimientos con que el sentido de superioridad racial anglosajón
se llevó a la práctica fueron, cuando hizo falta, drásticos
y contundentes. Lo que ocurre es que esa "raza superior" siempre ha
dispuesto de la desvergüenza suficiente y de los medios propagandísticos
necesarios para presentar sus exterminios genocidas como hazañas épicas
(el caso de los aborígenes amerindios de Norteamérica no es más
que una muestra). Por lo demás, esas ínfulas de "pueblo
elegido" y de "civilización superior" características
del espúreo mesianismo anglosajón, han sido en todo momento el
sustento ideológico del imperialismo y la depredación
anglo-yanqui. Justamente las mismas ínfulas que se encuentran
invariablemente en el meollo doctrinal de todos los cenáculos
mundialistas descritos a lo largo de este ensayo. Cuando Cecil Rhodes
escribiera: "sostengo que somos la primera raza del mundo y que
cuanta mayor porción del planeta esté habitada por nosostros tanto
más se beneficiará la humanidad", no estaba sino
expresando con meridiana claridad una parte de esa filosofía racial. Pero
aún queda un segundo aspecto de esta cuestión, más sórdido
si cabe que el ya expuesto, y en el que la burguesía angloparlante también
sería pionera, como veremos seguidamente.
El darwinismo social fue una corriente ideológica que, si bien no
llegó a cristalizar como programa político de forma explícita,
mantuvo en todo momento un acusado arraigo entre los círculos dirigentes
de la burguesía decimonónica anglosajona, aunque sus efectos también
se dejaron sentir en la Europa continental. Dicha corriente no sólo
sentaba la superioridad biológica de unas razas sobre otras, sino también
(y aquí viene ese segundo matiz aludido en el párrafo anterior) la
de determinados individuos sobre los restantes dentro del propio cuerpo social
de la "civilización superior". Por otra parte, tales tesis
fueron sostenidas indistintamente por elementos dirigentes tanto de la derecha
como de la izquierda burguesa. Como un simple avance de lo que nos encontraremos
más adelante, pueden citarse las palabras pronunciadas por Jules
Ferry, líder de la izquierda republicana francesa, en
el Parlamento galo (julio 1885):"Señores, hay que
hablar más alto y proclamar la verdad. Hay que decir abiertamente que las
razas superiores tienen un derecho ante las razas inferiores; y hay un derecho
para las razas superiores porque hay un deber para ellas, que es el de civilizar
a las razas inferiores".
Las tesis del darwinismo social, entre cuyos más conspicuos
doctrinarios sobresalieron los ingleses Herbert Spencer y
Walter Bagehot y el norteamericano W.Graham Summer,
fueron ampliamente esgrimidas como soporte del capitalismo liberal basado en el
"laissez faire", así como para justificar la estratificación
social en razón de las desigualdades biológicas existentes entre
los individuos. De acuerdo con dichas tesis, la riqueza y la posición
social no eran sino el resultado de la adaptación al medio (capitalista)
de los mejor dotados, por lo que la competitividad debería mantenerse sin
restricción alguna como medio para garantizar la selección
natural. Llegados a este punto, no estará de más hacer un pequeño
inciso para preguntarse por qué razón los abanderados de tan
ingeniosos planteamientos no propugnaron también, como hubiera sido lo lógico,
la abolición de los derechos sucesorios, para que así, partiendo
de cero, los herederos de las grandes fortunas pudieran demostrar su
superioridad biológica en igualdad de condiciones con los más "inadaptados".
En el plano internacional el darwinismo social fue esgrimido como argumento
o soporte ideológico del imperialismo y del colonialismo, dos conceptos
fundamentados sobre la idea de la superioridad biológica y cultural de
anglosajones y arios. Conviene insistir una vez más en que todos estos
planteamientos, tan brillantemente llevados a la práctica por el
imperialismo anglo-norteamericano, formaban parte del catecismo ideológico
burgués con muchas décadas de adelanto a la aparición del
fascismo alemán, al que después se le adjudicaría su
invención.
Sin embargo, el asunto no acaba aquí. Si en un principio los
doctrinarios del darwinismo social estimaron que las leyes de la competitividad
capitalista bastarían para garantizar la debida selección biológica
y para cribar a los individuos más débiles, no tardaron en surgir
una serie de adelantados que consideraron oportuno ayudar activamente a que esa
criba se acelerara. Fue así como comenzaron a tomar cuerpo las tesis
eugenésicas en pro de la esterilización de individuos considerados
como un peligro para la salud de la raza, tesis que se trasladaron a la práctica
en la patria pionera de la filantropía moderna y de los derechos humanos,
la República Norteamericana..
En efecto, fue en la colonia virginiana de Linchburg donde se puso en marcha
por primera vez un concienzudo programa de esterilización, la mayor parte
de cuyas víctimas no fueron precisamente deficientes mentales, como
rezaba el proyecto oficial , que de esa forma pretendía adoptar una
imagen más favorable, sino desarraigados sociales, indigentes, vagabundos
y huérfanos, todos ellos de raza blanca. Sólo en la colonia de
Lynchburg fueron esterilizados entre 1924 y 1932 alrededor de ocho mil personas,
en su mayoría adolescentes sin taras de ningún tipo, pero pobres y
sin domicilio fijo.
El término eugenesia había sido acuñado en 1883 por el
científico británico sir Francis Galton, primo
de Charles Darwin y acérrimo doctrinario del darwinismo social. El
soporte de sus tesis fueron las leyes de la herencia, según las cuales
los progenitores cretinos o deformes producían sucesores de idénticas
características. Se hacía preciso por ello, concluyó el tal
Galton, que desde el Estado fueran adoptadas las medidas oportunas para impedir
el declive de la raza británica. Por otro lado, no será ocioso
significar que la esterilización eugenésica fue defendida desde
principios de siglo por las más destacadas figuras del socialismo fabiano
(H.G.Wells, George Bernard Shaw), así como por varios líderes
del conservadurismo británico, Winston Churchill entre
ellos.
En los Estados Unidos dichas tesis gozaron pronto de una favorable acogida ,
tanto por parte de la población (Hollywood se volcó en su apología),
como de las autoridades políticas y judiciales. Aunque su puesta en práctica
comenzó ya en la primera década del siglo XX, el espaldarazo
definitivo no llegaría hasta 1926, con la aprobación en la Corte
Suprema estadounidense de una ley de esterilización. El
borrador de dicha ley había sido elaborado por un equipo de prestigiosos
biólogos, e incluía a ciegos, sordos, deformes, alcohólicos,
tuberculosos, sifilíticos, leprosos, criminales, idiotas, pobres y
personas sin domicilio fijo. En cuanto al objetivo perseguido, el proyecto legal
lo enunciaba sin ambages: "preservar la pureza de la raza blanca".
La decisión de la Corte Suprema fue adoptada a raíz del caso
Carrie Buck, una adolescente pobre y madre de una niña engendrada tras
una violación, y a la que se consideró "imbécil
moral" por tener un hijo sin estar casada, siendo condenada por ello
a la esterilización. Igualmente digno de mención es el papel
decisivo jugado en favor de la constitucionalidad de las prácticas eugenésicas
por el juez Holmes, un miembro del Tribunal Supremo conocido
por su férvida militancia ideológica en la izquierda liberal
norteamericana.
A raíz de aquella disposición legal se abrió la veda, y
27 Estados de la Unión emprendieron una carrera de esterilizaciones
masivas practicadas en un principio sobre residentes en establecimientos
mentales, y aplicadas inmediatamente después a pobres y marginados
sociales.
Las leyes y tesis eugenésicas estadounidenses sirvieron luego de base
a la normativa racial del Tercer Reich, cuyas autoridades rindieron homenaje público
al doctor Harry Laughlin, cerebro del programa eugenésico
norteamericano, reconociéndole como a su gran inspirador. Por otro lado,
durante la década de los treinta fueron numerosas las voces que, desde
las más altas instancias científicas, académicas y políticas
estadounidenses, elogiaron las medidas eugenésicas adoptadas por el régimen
hitleriano, llegando incluso a lamentar el hecho de que aquél hubiera
tomado la delantera en tan encomiable labor de profilaxis social.
Significar por último que después de la 2ª Guerra Mundial
las prácticas eugenésicas continuaron a buen ritmo en los Estados
Unidos, donde todavía hoy gozan del estatuto de constitucionalidad.
Pero el curso inexorable de los hechos sigue avanzando, como lo hacen las tácticas
de intoxicación empleadas por las oligarquías occidentales, que
ayer militaban en el darwinismo social (su auténtica ideología) y
hoy nos abruman con sus falaces campañas filantrópicas y
antirracistas, aunque maldito lo que le importa a esa ralea y a sus secuaces la
suerte de los "inadaptados" del Tercer Mundo, a los que llevan dos
siglos "civilizando" y expoliando en comandita con los caciques
locales de cada país. Todo lo cual no impide a los psicópatas "filántropos"
del Nuevo Orden Mundial sembrar la alarma y mostrar su preocupación por
el recrudecimiento de las actitudes racistas, que atribuyen, claro está,
al espantajo fascista que a toda costa pretender revitalizar.
El procedimiento utilizado por la intoxicación es simple. El primer
paso consiste en identificar la xenobobia con el racismo ideológico, lo
que constituye un acto de puro terrorismo intelectual. La xenofobia, esto es, la
reacción espontánea de desconfianza, recelo e incluso rechazo
hacia los individuos de cultura, costumbres o raza diferente, es algo inherente
a la condición humana, un hecho que se ha dado en todos los tiempos y
latitudes de manera universal. Otra cosa muy diferente es el racismo, del que sólo.puede
hablarse en propiedad cuando esas actitudes se convierten en el eje central de
un programa político-ideológico y en la base de un sistema de
poder. Un fenómeno, este último, que también se ha
producido en numerosas ocasiones ( y se sigue produciendo) sin que ello guardara
el menor parentesco con el fascismo político, y mucho antes de que éste
hubiera nacido. Sería imposible recoger aquí todos los casos de
opresión racial y todos los exterminios de carácter tribal que se
han registrado a lo largo de la historia.
Para envenenar y tergiversar todavía más la realidad, el
mecanismo intoxicativo se refuerza asimilando la xenofobia a un cúmulo de
fricciones y de comportamientos diversos cuyas causas son las más de las
veces de origen socio-económico. A título de ejemplo, las
tensiones que se producen en Estados Unidos entre negros e hispanoparlantes, dos
comunidades económicamente deprimidas en aquel país, tienen
bastante menos de fobia racial que de lucha por la supervivencia, y no difieren
mucho de las que se manifiestan en los países de la Europa occidental
entre los estratos más bajos de su población y los inmigrantes
tercermundistas, aunque las razones del rechazo esgrimidas por los primeros
carezcan en no pocos casos de fundamento real. Por lo demás, no será
preciso extenderse aquí acerca de la relación existente entre la
emigración de los parias del Tercer Mundo y la miseria reinante en sus países
de origen, y entre esta última circunstancia y la rapiña
expoliadora de esas oligarquías occidentales que luego instrumentalizan
en su beneficio las tensiones ocasionadas por su explotación infame,
atribuyéndoselas al "fascismo" (las dos terceras partes del
armamento vendido cada año por la todopoderosa industria bélica
va a parar a los países del Tercer Mundo; por no hablar de la humanitaria
labor "civilizadora" que desarrollan las grandes multinacionales en
dichos países).
Después de establecida la identificación entre las actitudes
real o pretendidamente xenófobas y el racismo político-ideológico,
el segundo paso consiste en asimilar todos los fenómenos con algún
contenido racial (habidos y por haber) a un modelo único, a un prototipo
de aplicación universal: el fascismo. De ahí que los serbios de
Bosnia, marxistas hasta antes de ayer, sean tachados de fascistas, y de ahí
que el terrorismo etarra sea calificado como "fascismo", aunque todo
su entorno político y social se haya cansado de proclamar y demostrar su
militancia izquierdista; hasta tal extremo llega la manipulación. Son
fascistas aunque ellos mismos lo ignoren, como le ocurriera al gañán
que hablaba en prosa sin saberlo. Por supuesto, los actos de vandalismo juvenil,
cada día más frecuentes en la decrépita y vacua sociedad
occidental, también son fascismo.
Una vez realizada esa espúrea concatenación de artificios
ideológicos, todo lo demás resulta sencillo. Dado que las
conductas xenófobas siempre se producirán, máxime en una
situación de conflictividad social que las propicia; puesto que nunca
faltará el transtornado de turno que canalice su frustración
agrediendo a un inmigrante, máxime en una sociedad enferma que rinde
culto a la violencia; y como resulta que los medios de comunicación
desplegarán toda su capacidad intoxicadora cada vez que alguno de esos
hechos se produzca, pues ya tenemos al espectro del fascismo convertido en
amenaza omnipresente y en camuflaje permanente del Sistema. Hasta que se decida
articular otro enemigo mejor, claro está.
Para que el globo siga creciendo ya no se precisa siquiera del oportuno acto
vandálico. Bastará con que aparezca una pintada racista en
cualquier tapia para que los medios informativos y las organizaciones
antirracistas nos anuncien la inminente invasión de Europa por la
Wehrmacht.
Pero, ¿qué es lo que indican las cifras reales sobre tan
alarmante fenómeno? Para saberlo, nada mejor que acudir a un escenario idóneo,
en el que residen más de cuatro millones de inmigrantes, la República
Francesa, florón en la actualidad de la ultraderecha europea y del
amarillismo antirracista. Según un informe elaborado por la Comisión
Nacional Consultiva de los Derechos del Hombre, un organismo integrado por las más
demagógicas y beligerantes asociaciones antirracistas de aquel país,
a lo largo de 1994 se produjeron en Francia 53 actos delictivos de carácter
racista. Si se considera que el número total de delitos cometidos en
territorio galo durante ese mismo año superó la cifra de cuatro
millones, y que en ese territorio habitan cincuenta y siete millones de
personas, lo verdaderamente sorprendente es que sólo 53 cretinos hayan
tenido la ocurrencia de desahogar sus amarguras por esa vía.
Pero todavía existe en este asunto una realidad siniestra y subterránea
que permanece solapada por la demagogia oficial, ya que las actitudes xenófobas
hacia los inmigrantes obedecen bastante menos al color de su piel que a su
situación de pobreza e inferioridad. ¿O es que los ídolos y
los encumbrados de otras razas son rechazados por la población
occidental?
La intoxicación y la falsificación de la realidad son, pues,
los procedimientos utilizados como norma para alimentar el espectro del
fascismo, que no es más que una cortina de humo tras la que nada se
encuentra que no sea la manipulación habitual de quienes constituyen la única
amenaza y el único peligro real existente en la actualidad.
A la luz de los hechos, quiénes componen esa caricatura terrorífico-grotesca
fabricada por la intoxicación oficial, sino un rebaño de parias
desplazados de la sociedad del bienestar y unos cuantos grupúsculos de
marginales que canalizan su frustración por la vía del pataleo
violento. Y qué es el neofascismo posmoderno, sino uno más de los
muchos detritus generados por la sociedad del nihilismo materialista y del culto
a la decadencia, una sociedad que, saturados ya los canales de desagüe de
sus desechos, los recicla convirtiéndolos en fantasmagóricos
adversarios.
Cierto es que, aunque escasos, tampoco faltan los especialistas solventes
que ofrecen una visión del asunto más cercana a la realidad que a
las servidumbres del pesebre. Tal es el caso de Stanley Payne,
uno de los más acreditados expertos en esta materia, a la que ha dedicado
varios trabajos, y entre cuyos juicios sobre el particular figuran afirmaciones
tan elementales como éstas:
"El fascismo fue definitivamente derrotado en la 2ª Guerra
Mundial, y el neofascismo actual no representa el menor peligro para los regímenes
políticos de Occidente".
"El neofascismo ha estado entre nosotros desde el final de la 2ª
Guerra Mundial, pero los verdaderos neofascistas sólo son hoy sectas
minoritarias".
"Existen grupúsculos neofascistas en todas partes, aunque
su influencia en la vida política de los países es nula, como lo
prueba el hecho de que, cuando un partido neofascista quiere obtener votos,
tiene que moderar su mensaje y acaba siendo una organización simplemente
derechista y conservadora".
Pero más contundentes y categóricos aún que los análisis
de expertos como Payne, son los informes elaborados sobre el terreno (y conforme
al más frío pragmatismo) por los propios servicios policiales
occidentales. En España, el Ministerio del Interior, a través
de un dossier hecho público en septiembre de 1995, definía
el fenómeno Skin-Head como "grupos marginales cuyo reducido
alcance real suele ser agrandado por la amplia difusión mediática
de sus acciones". Entre otros juicios relativos a este asunto, dicho
informe hacía notar también "el riesgo de que la
violencia urbana se adjudique solamente a los Skin, y pueda servir de cobertura
para que otros grupos actúen impunemente" (cosa que, dicho
sea de paso, hace ya tiempo que viene ocurriendo). El repaso se completaba con
una referencia a la edad de los activistas Skins, que se sitúa entre los
14 y los 22 años. Por su parte, el Gobierno Civil de Barcelona, ciudad
donde se registra la mayor incidencia de estos grupos, describía el
asunto como "una serie de fenómenos superpuestos, en los que
se mezclan diversas tribus urbanas poco organizadas y con culto a la estética
totalitaria, una delincuencia común que actúa amparándose
en la vestimenta Skin, y las típicas broncas juveniles de discoteca".
Bien es verdad que, ante la insignificancia real del fenómeno en no
importa qué país occidental, siempre queda el recurso de acudir al
estereotipo alemán, señalado habitualmente como la muestra más
elocuente del "renacimiento nazi". Lo malo es que, también en
este caso, la realidad de los hechos guarda muy poca semejanza con el panorama
que presenta la intoxicación mediática. Y ya no sólo se
trata de los raquíticos resultados electorales cosechados en aquel país
por los partidos neofascistas, cuyo discurso se atempera y deviene en mero
conservadurismo tan pronto como atisban la menor posibilidad de colocación
política. Si dirigimos la mirada hacia los grupúsculos más
reducidos, marginales y extremistas, lo más relevante de cuanto se
relaciona con ellos es la frenética actividad desplegada por los cuerpos
policiales, no ya para neutralizar sus exabruptos vandálicos, sino para
secuestrar sus panfletos propagandísticos, algo de tan escasa entidad que
sería muy fácil de refutar con argumentos de peso si no fuera
porque el régimen de "la libertad de expresión" y del "pluralismo
democrático" ha optado por hacerlo mediante la ley de la mordaza, lo
que ofrece una buena muestra de la confianza que éste tiene en sus dogmas
ideológicos.
Como una prueba más de la sólida entidad de tales grupúsculos,
en febrero de 1995 era ilegalizado el FAP (Partido Liberal de los Trabajadores
Alemanes), organizador hasta ese momento de la marcha anual en memoria del
antiguo dirigente nazi Rudolf Hess, y poco después era
otro grupo afín, la denominada Lista Nacional, quien corría la
misma suerte. La ilegalización del FAP, que hace el número diez de
las decretadas desde 1989 por el Gobierno germano contra organizaciones
neonazis, fue llevada a cabo, al igual que las nueve anteriores, por vía
administrativa, después de que el Tribunal Constitucional de
aquel país la desestimara tras dictaminar que: "La falta de
una estructura organizativa sólida, el bajo número de militantes y
el nulo eco conseguido entre el electorado, descalifican al FAP como organización
política".
Esta es la envergadura real del temible peligro que amenaza al beatífico
orden establecido, si bien aquí no se agota el asunto, ya que aún
podrían decirse algunas palabras sobre las fuerzas que operan en la
trastienda de esos grupúsculos, orquestando y patrocinando las
actividades de la inmensa mayoría, por no decir de todos ellos. En lo
concerniente al caso alemán, existe ya información abundante,
contrastada y concluyente que sitúa a los Servicios Secretos de la
antigua Alemania del Este detrás de las organizaciones neofascistas de
Alemania Occidental, todas las cuales estuvieron promovidas, infiltradas y
manipuladas por la Inteligencia de la RDA hasta el mismo instante de la
desaparición de ésta. Por lo que se refiere al llamado terrorismo
negro neofascista, que operó en Italia desde mediados de los años
setenta, también abundan los testimonios autorizados (ex-agentes de la
CIA) que vinculan a la Agencia norteamericana y a la logia Propaganda-Dos con
aquél. Y es que reclutar a una recua de energúmenos sin cerebro y
utilizarlos como títeres para que den vida al espectro del fascismo es
algo que no reviste la menor dificultad.
Mucho podría escribirse todavía sobre cualquiera de los temas
tratados a lo largo de estas páginas, aunque no parece oportuno después
de haberse dicho ya bastante más de lo necesario para comprender la
situación. El mero hecho de tener que demostrar lo evidente, cuando la
verdadera amenaza y el auténtico adversario no cesan de mostrarse incluso
con descaro, es ya una señal elocuente del punto al que han llegado las
cosas, y del que aún les queda por alcanzar.