SEPTIMA PARTE
LECCIÓN XXVII
El alma está unida
sustancialmente al cuerpo, es decir, está unida con el cuerpo en un mismo,
único e indivisible ser. De ahí que hasta la actividad más propia y más pura
del alma -el acto de comprender- mantenga una conexión íntima y una solidaridad
funcional con las actividades del compuesto, tales como sentir o impulsar.
Esto significa que a
pesar de ser una forma inmaterial, el alma no puede actuar sin que el cuerpo
participe de algún modo en su operación; así, por ejemplo, el más riguroso acto
de pensar cuyo contenido sea el objeto más abstracto y universal, lleva el
lastre de alguna pasividad material que impide la transparencia lúcida y plena
del alma ante sí misma. El alma racional por ser necesariamente alma de un
cuerpo, no alcanza la visión nítida y precisa, la intuición de su misma esencia
en el acto de conocer, pero asume conciencia de ella en la medida que actualiza
su potencia intelectual, su capacidad teórica y contemplativa. La natural
tendencia del alma hacia la identidad con su propio ser, se verifica en la
conquista del saber y de la verdad, en la vida de la sabiduría. En otros
términos, el alma se comprende a sí misma; tiene conciencia de sí y entra en
posesión de su propio ser, tanto como es capaz de comprender y de poseer idealmente
a los otros seres. Si no hubiera otras operaciones fuera de las que emanan del
compuesto como tal, entonces el alma estaría ceñida por el cuerpo, en
dependencia completa de sus necesidades materiales, y enteramente absorbida por
las circunstancias externas, lo mismo que el resto de los animales. Sería una
“monada sin ventanas hacia afuera”, aprisionada en una subjetividad radical,
completa, irremediable, tal como se revela toda vez que degrada hacia el
materialismo y se encierra en un sórdido egoísmo que dice: “beba yo mi taza de
té y que se hunda el mundo”; o de esta otra manera más disimulada que se
refugia en los sagrados Derechos del Hombre y en la augusta libertad
individual, comentada por nuestro Dogma Socialista: “La libertad es el derecho
que cada hombre tiene de emplear sin traba alguna sus facultades en el
conseguimiento de su bienestar y para escoger los medios que puedan servirle a
este objeto 257.”
257 ESTEBAN ECHEVERRÍA, El Dogma
socialista, III. Fue redactado en Buenos Aires, en agosto de 1837 y publicado
por primera vez en Montevideo en 1838. Sin datos respecto de la versión
utilizada por el autor.
Pero la verdad es que
el alma humana encierra un poder que sobrepasa la pasión corporal y los fuertes
instintos animales; un poder que le permite trascender la subjetividad de la
sensación y del impulso egoísta hasta alcanzar la objetividad del pensamiento y
de la voluntad. Ese poder es la abstracción. El alma se libera del cuerpo por
medio de la abstracción y en virtud de esta realísima operación intelectual
entra en posesión de su intimidad y puede actuar desde sí misma. El alma se
refleja sobre su propio interior, se abstrae de lo sensible y de lo instintivo
y se objetiva en un pensamiento libre y en una libertad pensada: yo pienso, yo
quiero, importa comenzar a ser en sí mismo y desde sí mismo; ser dueño de su
propio acto; estar uno mismo en su pensamiento y en su decisión. El cuerpo es
ahora mi cuerpo o tu cuerpo; las cosas exteriores son mis bienes o tus bienes;
y el alma es mi alma o tu alma. Decir yo es, como se ve, mucho decir; y ocurre
que su más fuerte y rotunda afirmación está en ser verdadero, que consiste en
declarar al otro en tanto que es otro; y en ser justo, que es ser para otro:
Dios, la Patria, el prójimo. Este ser en sí y desde sí mismo tiene lugar por
este poder inmaterial de la abstracción que es propio de la inteligencia
racional y de la preferencia reflexiva del alma. Nos toca vivir en una época
tan diminuida, que marcha tan a contramano de los reales caminos del hombre, que
estas nobilísimas palabras, abstracción, abstracto, abstraer, resuenan en
nuestros oídos demasiado prácticos, como si fueran cosas huecas, vacías, sin
valor ni vitalidad ningunas; como signos de una tierra yerma o de un esfuerzo
vano y estéril. Se ha apoderado de nosotros el frenesí de lo concreto, de lo
tangible, de lo manuable; tan sólo aquello que podemos representar gráficamente
sobre un papel y hacer con las manos, nos convence; otra cosa es perder
lamentablemente el tiempo. Por esto es que Marx ha conquistado el mundo con su
repugnante sentencia pedagógica: “los gérmenes de la educación en el futuro han
de buscarse en el sistema de las fábricas 258.” 258 CARLOS MARX, El Capital,
Libro I, Sección Cuarta, Capítulo XIII, 1.
Pero la vida de la
inteligencia en la abstracción y en el discurso es la vida propia del alma, el
acto de su misma esencia, la real manifestación de su inmaterialidad, de su ser
personal, interior e intransferible. La inteligencia que comprende opera por
medio de abstracciones y en un mundo abstraído de lo material, sensible y
exterior; habitado por las ideas, nociones generales o conceptos. Así como los
seres existentes -este libro o este árbol, esta casa o este hombre- son
individuales, concretos, espaciales y temporales, las ideas o conceptos de
estos mismos seres, son universales, abstractos, sin espacio y sin tiempo, en
su existencia mental. Pensar es manejar ideas; analizar, recomponer y ordenar
objetos inmateriales pero que significan a todas las cosas existentes, sean
materiales o espirituales; pero manejar ideas es tarea radicalmente distinta
que manejar piedras. Operar con abstracciones ideales de los seres reales no es
lo mismo que hacerlo con las realidades concretas, tangibles y manuables,
aunque se ha llegado a confundir lamentablemente la clasificación lógica de los
pensamientos, con la clasificación económica de las hojas o de los insectos. No
cabe duda de que la Escolástica medieval llegó a excederse en su ocupación con
las ideas hasta caer en un formalismo vacío e inoperante, pero fue la
decadencia de una auténtica grandeza intelectual que había culminado en el
siglo XIII. Este vicio fue utilizado por los modernos, principalmente desde
Descartes y Bacon, para condenar a la virtud y durante tres siglos hemos
asistido al menoscabo y rechazo de la llamada Lógica formal; y en nuestros
planes de estudio es todavía hoy un agregado insustancial y pesado que se
soporta como preliminar de la única Lógica respetable para una mentalidad de la
época: la metodología científica y, especialmente, de las ciencias exactas y
experimentales. La consecuencia de este abandono progresivo de la analítica del
pensamiento y la correlativa profusión de los laboratorios de análisis físico,
químico, biológico, psíquico, económico, profesional, etc., ha sido que el
concepto, el fruto de la abstracción pura, está desapareciendo en el discurso
de los sabios y de los estadistas, de los académicos y de los políticos, de los
pedagogos y de los editorialistas. La más extrema y pavorosa ausencia de conceptos,
es decir el vacío de la esencia y de la sustancia, caracteriza la retórica
dominante, tanto en la más solemne reunión académica como en la plaza pública.
Y esta decadencia de las palabras; esta pérdida
del significado noble, esencial, eterno y este olvido de los nombres que
nombran siempre lo mismo, señala la crisis de la abstracción, el abandono del
punto de vista de la teoría y del concepto. La inteligencia vuelve las espaldas
a todo lo que es sustantivo y esencial en las cosas y en ella misma; y se vuelca
entera en el accidente y en las circunstancias; no tiene otro sentido del ser
que su apariencia exterior y momentánea, ni otro criterio de verdad que el
éxito. Declina, pues, hacia el lado de la materia y del cambio infinito. El
alma racional se ha desterrado de sus orígenes y ha perdido de vista a su
verdadera patria: el mundo abstracto y universal e inmóvil de las ideas o
esencias. Ya no se reconoce a sí misma, fuera del cálculo, del experimento y de
su acción combinada con la mano. Y entonces cree que toda su potencia
intelectual está para servir a la mano y que toda otra preocupación es estéril
y perniciosa. Así llega el alma a la “adoración” de la mano, el órgano de los
órganos, el instrumento de los instrumentos, y dice con Carlos Bell: “la mano es
un don de Dios y el que más distingue al hombre de los otros animales 259.” Antes hemos citado a
Marx, cuyas previsiones pedagógicas se verifican en el entusiasmo renovado y
expansivo hacia el trabajo manual educativo que “está destinado a producir una verdadera
revolución pedagógica por la vía nueva que abre a la educación de la infancia. 260” 259 Alude a SIR
CARLOS BELL, médico cirujano y anatomista inglés que vivió entre los siglos
XVIII y XIX, autor, entre otras obras, de un tratado sobre la mano. Sin datos
respecto de la versión consultada por el autor.
260 CARLOS MARX, ibídem.
El alma queda
prisionera del cuerpo; es un esclavo en abyecta servidumbre de la manualidad y
de la mecánica, instrumentos corporales. Poco importa que prolongue sus ocios y
reivindique su derecho a la pereza, puesto que se ignora a sí misma, ignora que
es alma y que está en la tierra para mirar al cielo, más bien que para cuidar
el cuerpo y evitar que pueda caer en un pozo del camino. ¿Acaso no caemos
finalmente por más empeño que pongamos en evitarlo? Encararlo todo
-conocimiento y acción- desde la materia es una manera efectiva de disminuir a
las cosas y a la propia alma hasta la indigencia ontológica de la materia,
hasta la condición de lo que no es ni puede existir por sí mismo, de lo que
está privado de luz interior, de verdad, de dignidad y de lo que no puede ser
término de nada. La vida del alma inteligente y libre, pero alma de un cuerpo,
es la abstracción. Sólo en virtud de la abstracción recupera su propio ser y el
ser de las otras cosas; retorna a su patria ideal de la verdad y llega a ser
libre en su cuerpo y en el espacio de su vida. Y el alma que se conoce a sí
misma y posee el acto de su esencia inmaterial en el concepto, sabe que su
destino no está asido a la precariedad material de su cuerpo. He aquí la
insuperable lección de Sócrates en el Fedón, cuyo comentario hemos iniciado en
la clase anterior. Sigamos atentamente el último diálogo con sus jóvenes
discípulos.
– ¿Qué diremos ahora
de ciertas cosas, Simmias, como la Justicia, por ejemplo? ¿Diremos que es algo,
o que no es nada? –Diremos que es alguna cosa, seguramente. – ¿Y no podremos
decir otro tanto del bien y de lo bello? –Sin duda. – ¿Pero has visto tú estos
objetos con tus ojos? –Nunca. –¿Existe algún otro sentido corporal, por el que
hayas percibido alguna vez estos objetos, de que estamos hablando, como la
magnitud, la salud, la fuerza; en una palabra, la esencia de todas las cosas,
es decir aquello que son en sí mismas? ¿Es por medio del cuerpo que se conoce
la realidad de estas cosas? ¿O es cierto que cualquiera de nosotros, que quiera
examinar con el pensamiento lo más profundamente que sea posible lo que intente
saber, sin mediación del cuerpo, se aproximará más al objeto y llegará a
conocerlo mejor 261? 261 Fedón, 65 d e.
Y ese examen reflexivo
del pensamiento; esa consideración del objeto, fuera del plano material y
sensible, singular y concreto, en el elemento puro del pensamiento, sólo puede
hacerse por obra de la abstracción. La inteligencia abstrae el ser hombre de
Juan, de Pedro y de Carlos, y discurre acerca de la idea o del cuerpo del
hombre que existe en el individuo Juan, en el individuo Pedro y en el individuo
Carlos. En el mismo sentido discurre acerca de la Justicia que existe en este o
en aquel comportamiento que estimamos justo. El concepto de hombre y el
concepto de justicia, declaran la esencia de todo lo que en la existencia real
y concreta decimos que es un hombre o un acto justo respectivamente. Abstraer
es el poder de separarse mentalmente de la materialidad de las cosas y del
propio cuerpo, para pensar y discurrir sobre la esencia de lo que existe fuera del alma, en el interior del alma
misma, sin la interferencia del cuerpo y de sus mudanzas continuas de estado y
de humor.
La razón no tiene más
que un camino en sus indagaciones; mientras tengamos nuestro cuerpo y nuestra
alma esté sumida en esta corrupción, jamás poseeremos el objeto de nuestros
deseos, es decir, la verdad. En efecto, el cuerpo nos opone mil obstáculos por
la necesidad en que estamos de alimentarle, y con esto y las enfermedades que
sobrevienen, se turban nuestras indagaciones. Por otra parte, nos llena de
apetencias, de deseos, de temores, de mil quimeras y de toda clase de
necesidades; de manera que nada hay más cierto que lo que se dice
ordinariamente: que el cuerpo no conduce a la sabiduría [...] Está demostrado
que si queremos saber verdaderamente alguna cosa, es preciso que abandonemos el
cuerpo, y que el alma sola examine los objetos que quiere conocer. Sólo
entonces gozamos de la sabiduría, de que nos mostramos tan celosos; es decir,
después de la muerte y no durante la vida. La razón misma lo dicta; porque si
es imposible conocer nada en su pureza mientras que vivimos con el cuerpo, es
preciso que suceda una de dos cosas: o que no se conozca nunca la verdad, o que
se la conozca después de la muerte, porque entonces el alma, libre de esta
carga, se pertenecerá a sí misma, pero mientras estemos en esta vida, no nos
aproximaremos a la verdad, sino en razón de nuestro alejamiento del cuerpo,
renunciando a todo comercio con él, y cediendo sólo a la necesidad, no
permitiendo que nos inficione con su corrupción natural y conservándonos puros
de todas estas manchas, hasta que Dios mismo venga a libertarnos 262.
262 Fedón, 66 b – 67
a.
Se trata, pues, de una
purificación del alma en el sentido de abstraerla del cuerpo, de sus
sensaciones y de sus pasiones, a fin de que se acostumbre a replegarse y a
recogerse en la intimidad de su ser para ver las cosas y verse a sí misma con
una mirada separada e impasible, con real y verdadera objetividad. Esto quiere
decir que comienza a ser libre, porque es dueña de un pensamiento objetivo,
verdadero, eterno; porque habla con palabras definidas y definitivas.