domingo, 8 de marzo de 2020

SEPTIMA PARTE LECCIÓN XXVII


SEPTIMA PARTE
LECCIÓN XXVII

El alma está unida sustancialmente al cuerpo, es decir, está unida con el cuerpo en un mismo, único e indivisible ser. De ahí que hasta la actividad más propia y más pura del alma -el acto de comprender- mantenga una conexión íntima y una solidaridad funcional con las actividades del compuesto, tales como sentir o impulsar.


Esto significa que a pesar de ser una forma inmaterial, el alma no puede actuar sin que el cuerpo participe de algún modo en su operación; así, por ejemplo, el más riguroso acto de pensar cuyo contenido sea el objeto más abstracto y universal, lleva el lastre de alguna pasividad material que impide la transparencia lúcida y plena del alma ante sí misma. El alma racional por ser necesariamente alma de un cuerpo, no alcanza la visión nítida y precisa, la intuición de su misma esencia en el acto de conocer, pero asume conciencia de ella en la medida que actualiza su potencia intelectual, su capacidad teórica y contemplativa. La natural tendencia del alma hacia la identidad con su propio ser, se verifica en la conquista del saber y de la verdad, en la vida de la sabiduría. En otros términos, el alma se comprende a sí misma; tiene conciencia de sí y entra en posesión de su propio ser, tanto como es capaz de comprender y de poseer idealmente a los otros seres. Si no hubiera otras operaciones fuera de las que emanan del compuesto como tal, entonces el alma estaría ceñida por el cuerpo, en dependencia completa de sus necesidades materiales, y enteramente absorbida por las circunstancias externas, lo mismo que el resto de los animales. Sería una “monada sin ventanas hacia afuera”, aprisionada en una subjetividad radical, completa, irremediable, tal como se revela toda vez que degrada hacia el materialismo y se encierra en un sórdido egoísmo que dice: “beba yo mi taza de té y que se hunda el mundo”; o de esta otra manera más disimulada que se refugia en los sagrados Derechos del Hombre y en la augusta libertad individual, comentada por nuestro Dogma Socialista: “La libertad es el derecho que cada hombre tiene de emplear sin traba alguna sus facultades en el conseguimiento de su bienestar y para escoger los medios que puedan servirle a este objeto 257.”
257 ESTEBAN ECHEVERRÍA, El Dogma socialista, III. Fue redactado en Buenos Aires, en agosto de 1837 y publicado por primera vez en Montevideo en 1838. Sin datos respecto de la versión utilizada por el autor. 
Pero la verdad es que el alma humana encierra un poder que sobrepasa la pasión corporal y los fuertes instintos animales; un poder que le permite trascender la subjetividad de la sensación y del impulso egoísta hasta alcanzar la objetividad del pensamiento y de la voluntad. Ese poder es la abstracción. El alma se libera del cuerpo por medio de la abstracción y en virtud de esta realísima operación intelectual entra en posesión de su intimidad y puede actuar desde sí misma. El alma se refleja sobre su propio interior, se abstrae de lo sensible y de lo instintivo y se objetiva en un pensamiento libre y en una libertad pensada: yo pienso, yo quiero, importa comenzar a ser en sí mismo y desde sí mismo; ser dueño de su propio acto; estar uno mismo en su pensamiento y en su decisión. El cuerpo es ahora mi cuerpo o tu cuerpo; las cosas exteriores son mis bienes o tus bienes; y el alma es mi alma o tu alma. Decir yo es, como se ve, mucho decir; y ocurre que su más fuerte y rotunda afirmación está en ser verdadero, que consiste en declarar al otro en tanto que es otro; y en ser justo, que es ser para otro: Dios, la Patria, el prójimo. Este ser en sí y desde sí mismo tiene lugar por este poder inmaterial de la abstracción que es propio de la inteligencia racional y de la preferencia reflexiva del alma. Nos toca vivir en una época tan diminuida, que marcha tan a contramano de los reales caminos del hombre, que estas nobilísimas palabras, abstracción, abstracto, abstraer, resuenan en nuestros oídos demasiado prácticos, como si fueran cosas huecas, vacías, sin valor ni vitalidad ningunas; como signos de una tierra yerma o de un esfuerzo vano y estéril. Se ha apoderado de nosotros el frenesí de lo concreto, de lo tangible, de lo manuable; tan sólo aquello que podemos representar gráficamente sobre un papel y hacer con las manos, nos convence; otra cosa es perder lamentablemente el tiempo. Por esto es que Marx ha conquistado el mundo con su repugnante sentencia pedagógica: “los gérmenes de la educación en el futuro han de buscarse en el sistema de las fábricas 258.” 258 CARLOS MARX, El Capital, Libro I, Sección Cuarta, Capítulo XIII, 1. 
Pero la vida de la inteligencia en la abstracción y en el discurso es la vida propia del alma, el acto de su misma esencia, la real manifestación de su inmaterialidad, de su ser personal, interior e intransferible. La inteligencia que comprende opera por medio de abstracciones y en un mundo abstraído de lo material, sensible y exterior; habitado por las ideas, nociones generales o conceptos. Así como los seres existentes -este libro o este árbol, esta casa o este hombre- son individuales, concretos, espaciales y temporales, las ideas o conceptos de estos mismos seres, son universales, abstractos, sin espacio y sin tiempo, en su existencia mental. Pensar es manejar ideas; analizar, recomponer y ordenar objetos inmateriales pero que significan a todas las cosas existentes, sean materiales o espirituales; pero manejar ideas es tarea radicalmente distinta que manejar piedras. Operar con abstracciones ideales de los seres reales no es lo mismo que hacerlo con las realidades concretas, tangibles y manuables, aunque se ha llegado a confundir lamentablemente la clasificación lógica de los pensamientos, con la clasificación económica de las hojas o de los insectos. No cabe duda de que la Escolástica medieval llegó a excederse en su ocupación con las ideas hasta caer en un formalismo vacío e inoperante, pero fue la decadencia de una auténtica grandeza intelectual que había culminado en el siglo XIII. Este vicio fue utilizado por los modernos, principalmente desde Descartes y Bacon, para condenar a la virtud y durante tres siglos hemos asistido al menoscabo y rechazo de la llamada Lógica formal; y en nuestros planes de estudio es todavía hoy un agregado insustancial y pesado que se soporta como preliminar de la única Lógica respetable para una mentalidad de la época: la metodología científica y, especialmente, de las ciencias exactas y experimentales. La consecuencia de este abandono progresivo de la analítica del pensamiento y la correlativa profusión de los laboratorios de análisis físico, químico, biológico, psíquico, económico, profesional, etc., ha sido que el concepto, el fruto de la abstracción pura, está desapareciendo en el discurso de los sabios y de los estadistas, de los académicos y de los políticos, de los pedagogos y de los editorialistas. La más extrema y pavorosa ausencia de conceptos, es decir el vacío de la esencia y de la sustancia, caracteriza la retórica dominante, tanto en la más solemne reunión académica como en la plaza pública. Y esta decadencia de las palabras; esta pérdida  del significado noble, esencial, eterno y este olvido de los nombres que nombran siempre lo mismo, señala la crisis de la abstracción, el abandono del punto de vista de la teoría y del concepto. La inteligencia vuelve las espaldas a todo lo que es sustantivo y esencial en las cosas y en ella misma; y se vuelca entera en el accidente y en las circunstancias; no tiene otro sentido del ser que su apariencia exterior y momentánea, ni otro criterio de verdad que el éxito. Declina, pues, hacia el lado de la materia y del cambio infinito. El alma racional se ha desterrado de sus orígenes y ha perdido de vista a su verdadera patria: el mundo abstracto y universal e inmóvil de las ideas o esencias. Ya no se reconoce a sí misma, fuera del cálculo, del experimento y de su acción combinada con la mano. Y entonces cree que toda su potencia intelectual está para servir a la mano y que toda otra preocupación es estéril y perniciosa. Así llega el alma a la “adoración” de la mano, el órgano de los órganos, el instrumento de los instrumentos, y dice con Carlos Bell: “la mano es un don de Dios y el que más distingue al hombre de los otros animales 259.” Antes hemos citado a Marx, cuyas previsiones pedagógicas se verifican en el entusiasmo renovado y expansivo hacia el trabajo manual educativo que “está destinado a producir una verdadera revolución pedagógica por la vía nueva que abre a la educación de la infancia. 260259 Alude a SIR CARLOS BELL, médico cirujano y anatomista inglés que vivió entre los siglos XVIII y XIX, autor, entre otras obras, de un tratado sobre la mano. Sin datos respecto de la versión consultada por el autor.  260 CARLOS MARX, ibídem.
El alma queda prisionera del cuerpo; es un esclavo en abyecta servidumbre de la manualidad y de la mecánica, instrumentos corporales. Poco importa que prolongue sus ocios y reivindique su derecho a la pereza, puesto que se ignora a sí misma, ignora que es alma y que está en la tierra para mirar al cielo, más bien que para cuidar el cuerpo y evitar que pueda caer en un pozo del camino. ¿Acaso no caemos finalmente por más empeño que pongamos en evitarlo? Encararlo todo -conocimiento y acción- desde la materia es una manera efectiva de disminuir a las cosas y a la propia alma hasta la indigencia ontológica de la materia, hasta la condición de lo que no es ni puede existir por sí mismo, de lo que está privado de luz interior, de verdad, de dignidad y de lo que no puede ser término de nada. La vida del alma inteligente y libre, pero alma de un cuerpo, es la abstracción. Sólo en virtud de la abstracción recupera su propio ser y el ser de las otras cosas; retorna a su patria ideal de la verdad y llega a ser libre en su cuerpo y en el espacio de su vida. Y el alma que se conoce a sí misma y posee el acto de su esencia inmaterial en el concepto, sabe que su destino no está asido a la precariedad material de su cuerpo. He aquí la insuperable lección de Sócrates en el Fedón, cuyo comentario hemos iniciado en la clase anterior. Sigamos atentamente el último diálogo con sus jóvenes discípulos. 
– ¿Qué diremos ahora de ciertas cosas, Simmias, como la Justicia, por ejemplo? ¿Diremos que es algo, o que no es nada? –Diremos que es alguna cosa, seguramente. – ¿Y no podremos decir otro tanto del bien y de lo bello? –Sin duda. – ¿Pero has visto tú estos objetos con tus ojos? –Nunca. –¿Existe algún otro sentido corporal, por el que hayas percibido alguna vez estos objetos, de que estamos hablando, como la magnitud, la salud, la fuerza; en una palabra, la esencia de todas las cosas, es decir aquello que son en sí mismas? ¿Es por medio del cuerpo que se conoce la realidad de estas cosas? ¿O es cierto que cualquiera de nosotros, que quiera examinar con el pensamiento lo más profundamente que sea posible lo que intente saber, sin mediación del cuerpo, se aproximará más al objeto y llegará a conocerlo mejor 261? 261 Fedón, 65 d e.  
Y ese examen reflexivo del pensamiento; esa consideración del objeto, fuera del plano material y sensible, singular y concreto, en el elemento puro del pensamiento, sólo puede hacerse por obra de la abstracción. La inteligencia abstrae el ser hombre de Juan, de Pedro y de Carlos, y discurre acerca de la idea o del cuerpo del hombre que existe en el individuo Juan, en el individuo Pedro y en el individuo Carlos. En el mismo sentido discurre acerca de la Justicia que existe en este o en aquel comportamiento que estimamos justo. El concepto de hombre y el concepto de justicia, declaran la esencia de todo lo que en la existencia real y concreta decimos que es un hombre o un acto justo respectivamente. Abstraer es el poder de separarse mentalmente de la materialidad de las cosas y del propio cuerpo, para pensar y discurrir sobre la esencia de lo que  existe fuera del alma, en el interior del alma misma, sin la interferencia del cuerpo y de sus mudanzas continuas de estado y de humor.                                       
La razón no tiene más que un camino en sus indagaciones; mientras tengamos nuestro cuerpo y nuestra alma esté sumida en esta corrupción, jamás poseeremos el objeto de nuestros deseos, es decir, la verdad. En efecto, el cuerpo nos opone mil obstáculos por la necesidad en que estamos de alimentarle, y con esto y las enfermedades que sobrevienen, se turban nuestras indagaciones. Por otra parte, nos llena de apetencias, de deseos, de temores, de mil quimeras y de toda clase de necesidades; de manera que nada hay más cierto que lo que se dice ordinariamente: que el cuerpo no conduce a la sabiduría [...] Está demostrado que si queremos saber verdaderamente alguna cosa, es preciso que abandonemos el cuerpo, y que el alma sola examine los objetos que quiere conocer. Sólo entonces gozamos de la sabiduría, de que nos mostramos tan celosos; es decir, después de la muerte y no durante la vida. La razón misma lo dicta; porque si es imposible conocer nada en su pureza mientras que vivimos con el cuerpo, es preciso que suceda una de dos cosas: o que no se conozca nunca la verdad, o que se la conozca después de la muerte, porque entonces el alma, libre de esta carga, se pertenecerá a sí misma, pero mientras estemos en esta vida, no nos aproximaremos a la verdad, sino en razón de nuestro alejamiento del cuerpo, renunciando a todo comercio con él, y cediendo sólo a la necesidad, no permitiendo que nos inficione con su corrupción natural y conservándonos puros de todas estas manchas, hasta que Dios mismo venga a libertarnos 262. 262 Fedón, 66 b – 67 a.     
Se trata, pues, de una purificación del alma en el sentido de abstraerla del cuerpo, de sus sensaciones y de sus pasiones, a fin de que se acostumbre a replegarse y a recogerse en la intimidad de su ser para ver las cosas y verse a sí misma con una mirada separada e impasible, con real y verdadera objetividad. Esto quiere decir que comienza a ser libre, porque es dueña de un pensamiento objetivo, verdadero, eterno; porque habla con palabras definidas y definitivas.