domingo, 8 de marzo de 2020

SEPTIMA PARTE LECCIÓN XXIX


SEPTIMA PARTE
LECCIÓN XXIX

La Sabiduría o filosofía primera es el principio de toda virtud moral. La sobriedad, la fortaleza, la prudencia y la justicia son, ante todo, especies de constancia en el juicio de la razón, por las cuales se gobiernan y se miden las pasiones. Una constancia en el juicio quiere decir una conclusión demostrada de la inteligencia racional que opera como un principio separado e impasible; una negación o una afirmación esenciales, universales y necesarias que le permiten al hombre anular la subjetividad y la arbitrariedad de las pasiones corporales, penetrándolas de razón y de verdad.


De este modo, nuestros deseos y aversiones, nuestras esperanzas y desesperanzas, nuestros temores y audacias, así como el impulso agresivo se disciplinan y objetivan en nuestro propio ser y constituyen una segunda naturaleza de hábitos, las virtudes éticas. La constancia en el juicio es también una conducta constante en todas las circunstancias, en las más extremas variaciones de la fortuna. Fuera de la razón y de la verdad no puede haber más que sombras y apariencias de la virtud; la mentira de las ideas y de los gestos elevados. Nosotros, modernos y progresistas, hemos perdido el sentido del ser y la capacidad para la verdad hasta el punto de acusar una indiferencia absoluta hacia lo que es, hacia todo lo que es esencial y sustantivo; no reconocemos validez nada más que a las ilusiones y a los simulacros ideológicos donde se reflejan las pasiones y los intereses dominantes en cada momento. Así nos hemos puesto a construir la Ciudad de los hombres sobre bases de artificios y convenciones arbitrarias que sólo remedan exteriormente a los antiguos e inconmovibles fundamentos; y con una materia envilecida, contrahecha y lamentable. Esta ciudad demasiado humana, que pretendemos construir enteramente solos, aunque pongamos en el frontispicio de la Constitución que Dios es fuente de toda razón y justicia, se va agrietando y desmoronando sin que pueda terminarse su edificación en las almas; se cae y se vuelve a caer apenas se ha conseguido apuntalar sus muros como si su lógica fuera la contradicción misma, como si llevara la revolución infinita es sus entrañas, como si se problematizara íntegramente a cada instante. Por esto es que desde fines del siglo XVIII, vienen proliferando escandalosamente, como la más horrible plaga, los revolucionarios, reformadores y proyectistas políticos. Hasta Jorge Sand no puede ocultar su indignación ante la nueva profesión del siglo; y eso que escribía en la mitad primera del XIX: “¿Cuántos Cristos crees tú, que pueden nacer en un siglo? ¿No te espanta e indigna como a mí, el número exorbitante de redentores y legisladores que aspiran al trono del mundo moral 269?”  269 GEORGE SAND, pseudónimo de la escritora francesa AMANDINE AURORA DUPIN, BARONESA DUDEVANT (1804-1876). La obra Cartas de un viajero, de la que está extraído el texto citado, recoge las experiencias de un viaje a Italia y fue publicada, por primera vez, en español, en Barcelona, en 1838. Sin datos respecto de la versión utilizada por el autor. 
 Ninguna constancia en el juicio de la razón, ninguna sabiduría preside la vida del alma ni la vida de la Ciudad. Más aún, toda constancia, toda inmovilidad e inmutabilidad han sido desterradas de las almas y de la plaza pública, como un síntoma peligroso de intolerancia, de fanatismo y de reacción; como una profanación de las cuatro libertades sagradas. Es sobre la parte inferior, pasional y móvil del alma que se pretenden edificar las virtudes éticas y la Ciudad de los hombres. De ahí que lo único permanente sea el estado de revolución, de negación de todo lo que llega a la existencia, por aquella sin razón que dice Engels: “todo lo que existe merece perecer 270.” 270 Cf. FRIEDRICH ENGELS, Ludwig Feuerbach y…, o. c. I. Sin datos respecto de la versión utilizada por el autor.
Y en verdad, no hay consigna que tenga tantos adeptos, incluso entre quienes menos lo sospechan. Las pasiones gobiernan en lugar de la razón y sólo confiamos en suscitar virtudes calculando sobre las pasiones; así, por ejemplo, se pretende movilizar a los pueblos occidentales contra el Comunismo y el imperialismo soviético, por medio de una propagando sobre el temor, sobre los goces y los sufrimientos animales del hombre. Si se consigue convencer a las gentes que bajo el régimen comunista se come y se duerma mal, se goza menos de la vida y, en cambio, se sufre mucho más; si se consigue convencer, repetimos, que nos amenaza un mundo de animales insatisfechos y sin diversiones, entonces las gentes sacarán fuerzas de flaquezas, se harán virtuosos por vicio y resolverán luchar, padecer y morir hasta conjurar la insoportable amenaza. En su última lección, Sócrates explicó a sus discípulos esta aparente paradoja de que la virtud se pueda presentar como una resultante del juego de las pasiones y, por lo tanto, del vicio. 
– Así, pues, lo que se llama fortaleza, ¿no conviene particularmente a los filósofos? Y la templanza, que sólo en el nombre es conocida por los más de los hombres; esta virtud que consiste en no ser esclavo de sus deseos, sino en hacerse superior a ellos, y en vivir con moderación, ¿no conviene particularmente a los que desprecian el cuerpo y viven entregados a la filosofía? – Necesariamente. – Porque si quieres examinar la fortaleza y la templanza de los demás, encontrarás que son muy ridículas. – ¿Cómo, Sócrates? – Sabes que todos los demás hombres creen que la muerte es uno de los mayores males […] 
                                                 Así que cuando estos hombres, que se llaman fuertes, sufren la muerte con algún valor, no la sufren sino por temor a un mal mayor. – Es preciso convenir en ello. – Por consiguiente, los hombres son fuertes a causa del miedo, excepto los filósofos. ¿Y no es cosa ridícula que un hombre sea valiente por timidez? – Tienes razón, Sócrates. - Y entre esos mismos hombres que se dicen moderados y templados, lo son por intemperancia, y aunque parezca esto imposible a primera vista, es el resultado de esta templanza loca y ridícula; porque renuncian a un placer por el temor de verse privados de otros placeres que desean y a los que están sometidos. Llaman, en verdad, intemperancia al ser dominado por las pasiones; pero al mismo tiempo ellos no vencen ciertos placeres sino en interés de otras pasiones a que están sometidos y que los subyugan; y esto se parece a lo que decía antes, que son templados y moderados por intemperancia 271. 271 Fedón, 68 c – 69 a. 
En rigor, cuando la virtud no es una disciplina racional y habitual de las pasiones; es decir, cuando se subvierte el orden jerárquico de las partes del alma y son las pasiones que mandan y la razón se degrada hasta no ser más que un instrumento ideológico de aquéllas, entonces no queda de la virtud más que el nombre y el consumo retórico que de ella se hace para cubrir las apariencias. En esta radical subversión del alma, se oculta la esencia de toda traición, puesto que no puede haber firmeza ninguna en un coraje nacido del miedo a un mal mayor, ni en una prudencia basada en el horror a la responsabilidad, ni en una justicia que se funda en la conveniencia recíproca de las partes. Una cosa es que la voluntad, movida lúcida e intensamente hacia un fin determinado, arrebate y arrastre en su movimiento a la pasión entera del alma; y otra muy diversa es que sean las pasiones las que regulen y determinen la vida de la razón y de la voluntad. 
- Mi querido Simmias, no hay que equivocarse; no se camina hacia la virtud cambiando placeres por placeres, tristezas por tristezas, temores por temores, y haciendo lo mismo que los que cambian una moneda en menudo. La sabiduría es la única moneda de buena ley, y por ella es preciso cambiar todas las demás cosas. Con ella se adquiere todo y se tiene todo: fortaleza, templanza, justicia; en una palabra, la virtud no es verdadera sino con la sabiduría, independientemente de los placeres, de los sufrimientos, de los temores y de las demás pasiones. Mientras que, sin la sabiduría, todas las demás virtudes que resultan de una transacción de unas no son más que sombras de virtud; virtud esclava del vicio que nada tiene de verdadero ni de sano. La verdadera virtud es una forma de purificación de toda especie de pasiones 272.                                                 
Quiere decir, pues, que sólo en la medida en que el alma se purifica, o lo que es lo mismo, se rescata de las pasiones corporales con la vida de la inteligencia pura, del saber y de la verdad, se eleva y perfecciona en la virtud del carácter. No puede haber constancia ni firmeza en la conducta sin juicios de la razón de valor firme y constante, aunque pueda haber inconstancia en los hechos a pesar de la evidencia y de la fuerza del juicio de la razón, sea por flaqueza o por perversión de la voluntad. Sobrecoge de pavor advertir la ceguera y la irresponsabilidad que se empeñan en la propaganda y en la lucha contra el Comunismo. No se trata de destruir la ideología en las almas demostrando su falsedad y su iniquidad, debajo de su máscara de verdad científica y de justicia social, como tarea primordial para conseguir anular su eficacia política y arrancarlo de la existencia histórica. Por el contrario, se discurre torpemente que como idea no constituye ninguna amenaza y ningún peligro, porque cada uno puede opinar a gusto y tener ganas de lo que le parece bien y tiene, además, la libertad de expresión y de prensa para difundir a todos los vientos su idea y su afán, según establece el principio intangible de las cuatro libertades democráticas. Esto significa que la Sabiduría y la Verdad quedan excluidas de la lucha contra el Comunismo; aparte del abominable crimen contra el espíritu democrático que importa todo dogmatismo, la afirmación de una Sabiduría verdadera y de una Verdad definida e inmutable, ¿quién puede osar decir que posee la Verdad y tener la pasión de la Verdad, sin que los tribunales populares lo juzguen y castiguen ejemplarmente? Nada, pues, de Sabiduría ni de Verdad; el recurso práctico, eficiente, y exclusivo es apelar a la fuerza de los placeres, de los dolores y de los temores como ya hemos referido. Asegurad una felicidad burguesa de potrero verde y el Comunismo será rechazado y repudiado infaliblemente. Mostrad a los animales satisfechos que un gran poder en auge creciente les arrebatará su pequeña felicidad egoísta en caso de triunfar y los veréis levantarse airados y feroces para destruirlo en los campos de batalla. Es un tremendo error y la mejor colaboración que puede prestársele al adversario para apresurar y asegurar su triunfo. Las pasiones duran un instante y se cambian enseguida por sus contrarias, modificando el juicio y la decisión. La Verdad es definida, inagotable e inmutable como el Ser, cuyo testimonio es. Desgraciadamente los comunistas conocen el peso y la fuerza de la Verdad imponderable e inmaterial; saben que su atracción es irresistible cuando se la                                                  272 Fedón, 69 a c.
muestra en la luz de un mediodía; por eso es que han recurrido desde Marx y Engels, al recurso diabólico de presentar su utopía en la forma de la teoría rigurosa, de la ciencia objetiva, universal y necesaria; y como se trataba del siglo XIX, revistieron su programa político con la apariencia del saber exacto y experimental; desarrollaron sus supuestos ideológicos con un simulacro metodológico calcado sobre la ciencia físico-matemática, el único legítimo y válido para la mentalidad dominante. Y apenas un siglo después de la publicación del Manifiesto Comunista y ochenta años después de la aparición de El Capital de Marx, el Socialismo Científico parece haberse transformado en una fuerza arrolladora de las almas y de las instituciones en el mundo entero. La presentación del régimen comunista como un desenlace necesario conforme a las leyes que rigen el curso de la historia, tan rigurosamente demostrado en la apariencia dialéctica, como la caída de un cuerpo o el movimiento de los astros, nos descubre el secreto de su penetración y difusión en las almas, principalmente de los llamados intelectuales, que son sus reales predicadores y propagandistas. Y también comprendemos, a través del testimonio de este simulacro de la sabiduría, de esta ficción sutilísima de la ciencia reconocida y acatada, cuál es la fuerza y el poder de la inteligencia y de la palabra. Hasta la voluntad que quiere aniquilar la vida espiritual y borrar todo rastro de Dios en la memoria del hombre, se vale todavía del espíritu, de una falaz y engañosa imitación de la Sabiduría y de la Verdad para llegar a la consumación de su iniquidad si ello fuera posible. Y tan sólo la Sabiduría y la Verdad prevalecerán contra la mistificación de la Verdad y de la Sabiduría.