domingo, 8 de marzo de 2020

QUINTA PARTE LECCIÓN XIX


QUINTA PARTE
LECCIÓN XIX

La gran preocupación de Sócrates es la identidad. Ha consagrado su vida a buscar la identidad en todo y, antes que en ninguna otra cosa, en sí mismo.  ¿Y en qué consiste la identidad consigo mismo? Los comentaristas han insistido siempre en que el problema moral es el centro de la especulación socrática.

Más todavía, puede decirse que es cosa definitivamente juzgada, que con su aparición, la filosofía griega deja de ser cosmológica para asumir un carácter antropológico. Es notorio que la historia externa y material acusa este giro del pensamiento; pero la verdad es que la última ratio de tal radical conversión especulativa no puede ser la inquietud de un profesor de moral por importante que sea su personalidad. Convengamos en que sería poco razonable.  Más bien, esa conversión importa un decisivo avance del pensamiento filosófico hacia su objeto propio, puesto que la investigación del principio del universo adquiere un enfoque más adecuado dirigiéndose al alma antes que al mundo físico. La filosofía presocrática desde Tales de Mileto, perseguía la misma meta pero se extraviaba irremediablemente por los caminos del mundo exterior, donde volvía siempre a recaer sobre la causa material, la más inferior y subalterna de todas las razones explicativas del ser; apenas le era posible elevarse precariamente hasta la necesidad de un principio ordenador del mundo, pero de un orden exterior y mecánico cuyo fin no se percibe ni se comprende. La especulación socrática significa que el alma se constituye en el centro de la investigación acerca del principio de la realidad universal y que por esta vía, se profundiza en las razones principales del ser: la esencia y el fin. Desde entonces por los caminos interiores del ser se avanza realmente hacia los principios del universo; ellos definen el verdadero cauce del pensamiento filosófico. Toda vez que se rehúsan o desconocen las grandes vías, los reales caminos, vemos aparecer alguna forma de materialismo más o menos expresa; es decir, alguna forma de pensamiento antifilosófico. Conocerse a sí mismo es establecer la identidad de la propia alma y distinguirla de lo que ella no es; importa tanto como declarar su concepto, lo que es en sí misma considerada. No se habría llegado jamás a descubrir el concepto por otro camino y, por lo tanto, el principio de la verdadera ciencia: tan sólo el alma es estrictamente proporcionada a la inteligencia del alma; los demás seres están por encima o por debajo de su capacidad intelectual. Aquí puede apreciarse hasta qué punto encierra buena parte de la verdad, la ética intelectualista de Sócrates, puesto que la identidad moral del hombre coincide necesariamente en el principio, con su identidad lógica y ontológica. La finalidad propia del hombre es el testimonio de la verdad, la declaración de lo que es. Decir lo que es, significa comenzar a ser realmente uno mismo; existir en identidad consigo mismo, sin confusión ni contradicción interiores.
Se comprende sin mayor dificultad que el problema del ser, el problema del conocer y el problema de la conducta son uno y el mismo problema fundamental en el hombre, por cuanto la sabiduría y la verdad constituyen el mejor ser y también la obligación primera de la criatura racional. La sabiduría y la verdad son las cualidades propias del alma inteligente, su valor y perfección de ser, donde coinciden todos los otros valores y cualidades inmateriales: la bondad, la justicia, la belleza, la utilidad y el placer. Los valores son las cualidades, o mejor, las cualidades existenciales del ser, perfilan su actualidad y el grado de plenitud o de precariedad alcanzados en la existencia. Sus contrarios –el error, la falsedad, la maldad, la injusticia, la fealdad, el perjuicio y el dolor-, denuncian una disminución o privación que sufre el ser en el acto de existir. No es que todos los valores se reduzcan a uno primero y principal; no es que se resuelvan absolutamente en la Verdad, como parece ser la tesis de Sócrates; pero es que en la Verdad y sólo en ella, pueden ser reconocidos, preferidos y respetados tal como son realmente. Por el contrario, en el error y en la falsedad se confunden, se sustituyen y se mezclan entre sí y con sus negaciones como resultados de las engañosas apariencias; así se llega a la identificación dialéctica del ser con el no ser, al acomodo del bien con el mal y a la mezcla de los placeres más apartados e incongruentes, tal como ocurre cuando se quiere “disfrutar de una buna cena y de un buen concierto al mismo tiempo. 192  
El placer es de suyo una cosa útil, justa, bella y verdadera, puesto que es la pura manifestación del acto de ser, la plenitud de un acto y tiene que ser consciente, sentido, sabido por el sujeto que goza. Lo grave es esa preferencia antinatural por los placeres inferiores y la resolución de todos los placeres a su expresión más sensual; por esto es que “la búsqueda del placer, con justicia, se tiene por sospechosa, porque a menudo constituye la búsqueda del más bajo de los placeres. 193192 GILBERT K CHESTERTON, Sobre la búsqueda del placer. Incluido en G. K. CHESTERTON, Obras Completas, volumen I, Barcelona, 2da. Edición, 1961, pp. 1200-1224.  Sin datos respecto de la versión utilizada por el autor.  193 Ibidem.  
Lo verdaderamente grave es posponer, postergar o sacrificar lo que es superior a lo inferior; lo que vale más a lo que vale menos. Y lo peor de todo es emplear lo superior para lo inferior; convertir en instrumento de lo más bajo a lo más alto; humillar la dignidad a la adulación y el servilismo. El saber y la verdad son principios de la justicia; pero es preciso distinguir entre la sabiduría que es el conocimiento profundo que el alma tiene de ella misma y la habilidad que es el conocimiento  superficial que el alma tiene de las cosas exteriores. La sabiduría nos mejora porque es nuestro mejor ser, y nos hace dichosos porque es una plenitud de ser, nuestro más acabado y cumplido existir; la habilidad no nos mejora intrínsecamente, sólo nos permite mejorar y usar las otras cosas para comer y vestir, para estar cómodos y seguros materialmente; para que cada uno disfrute con los suyos una felicidad de potrero verde, como dice Nietzsche.                             
Todos los saberes y verdades que sólo nos procuran habilidades para el uso de las cosas exteriores o para el uso del propio cuerpo –leer y escribir, las cuatro operaciones y conocimientos generales, manualidades y ejercicios físicos, contabilidad y taquidactilografía, todo lo que se suele entender por educación común o escuela de aprendizaje-, no nos mejora y es completamente extraño a la perfección intelectual y moral del hombre. Todos esos saberes son ajenos e indiferentes a la sabiduría, a la justicia y al pudor. Claro está que allí donde el tipo hombre se ha empequeñecido al extremo de no ser más que una sombra y ha degradado hasta confundir la felicidad humana –individual y colectiva-, con la habilidad para existir a gusto, ya no se puede entender siquiera el lenguaje de Sócrates; sus palabras y actitudes tienen que interpretarse necesariamente como manifestaciones de rematada locura o como la más pura hipocresía y engaño de las ideas elevadas. De ahí que a Callicles, el más osado y el más impúdico de los discípulos de Gorgias, le resulte intolerable y el colmo de la insensatez, oírle repetir a Sócrates con serena firmeza: 
SÓCRATES. - Dichoso es, primero, aquel que no lleva maldad en su alma y, después, el que se ve librado del mal por el castigo y la expiación. El más desdichado es, en cambio, aquel que comete injusticias y no se ve librado de ellas, así sea el más poderoso señor de la tierra 194. 194 Gorgias, 478 e – 479 a.  
Esta palabra de la sabiduría, este lenguaje de la filosofía, que parece desmentido y refutado por los hechos menudos y por los hechos más notables de la vida de los pueblos y de los individuos, tiene el carácter de lo definido y de lo definitivo; de aquello que se sostiene igual a sí mismo a través de las circunstancias infinitamente cambiantes. Por esto es que los modernos representantes de la Civilización y del Progreso han desterrado a la Filosofía de la escuela y de la política, sin dejar de hacerle alguna reverencia, disimulando con un guiño para los espectadores que están en el secreto de los tiempos. ¡Nada de vanas metafísicas ni de ociosas retóricas abstractas; mucha habilidad manual y mucho lenguaje concreto y productivo de la práctica experimental! ¡Nada de verdades absolutas ni de normas inmutables que pretendan obstaculizar la evolución y el progreso incesante hacia el más allá! ¡Nada de palabras eternas que pretendan significar siempre lo mismo y paralizar el progreso; el lenguaje tiene que ser plegadizo, adaptable, manuable, ágil y de fácil adaptación como una mano experta! Pero Sócrates insiste en su posición y la contrasta agudamente a la del sofista Callicles: 
SÓCRATES. – [...] He observado todos los días que, a pesar de lo elocuente que eres, cuando los objetos de tu amor opinan de distinto modo que                                                  tú, y cualquiera que sea su manera de pensar, no te sientes con fuerzas para contradecirlos y que pasas de lo blanco a lo negro si les place. En efecto, cuando hablas en una reunión de Atenienses, si sostienen que las cosas no son tal como dices, cambias enseguida de parecer para conformarte a sus opiniones [...] pero la filosofía mantiene siempre el mismo lenguaje. Lo que ahora te parece tan extraño es de ella; estabas presente cuando se dijo. Así, pues, o refuta lo que por boca mía dijo hace muy poco o pruébale que cometer la injusticia y vivir en la impunidad después de haberla cometido no es el peor de todos los males; o si dejas subsistir esta verdad en toda su fuerza [...] Callicles nunca estará de acuerdo consigo mismo y toda su vida será una perfecta contradicción. Y yo, al menos, amigo mío, soy de opinión que para mí valdría mucho más que mi lira estuviese mal montada y desafinada y que la mayoría no concordara conmigo, antes de que yo no estuviera de acuerdo conmigo mismo y me contradijera 195.
Lejos de arredrarse, Callicles se dispone a rebatir con las armas retóricas más mortíferas y destructoras que puedan imaginarse, aquellas que parecen responder al espíritu de sinceridad y de máxima franqueza y que, en realidad, son pura mendacidad y engaño: la franqueza impúdica o la cínica desnudez que presenta como entereza la degradación moral, como fuerza dominadora el servilismo de las pasiones y como veracidad la falta de vergüenza y el desenfado de la propia bajeza. El cínico Callicles concluirá más o menos en estos términos: la justicia y el pudor que se alaban, glorifican y proclaman universalmente como el fundamento mismo del equilibrio social y de la paz entre los hombres, no son otra cosa que ficciones o ilusiones necesarias para vivir, meros artificios contrarios a la naturaleza humana 196. 195 Gorgias, 481 d e – 482 b c. 196 Cf. Gorgias, 482 c y ss.
Quiere decir que la naturaleza no es lo que es, sino el reflejo mismo de la flaqueza y de la deformidad de Callicles; así el esclavo de sus pasiones se presenta como verdadero poder y señorío de sí; la incontinencia absoluta como fuerza desbordante y la trasgresión permanente de la ley como la única ley de la naturaleza. Pero antes de desarrollar el argumento del sofista, examinemos brevemente la nueva arma dialéctica, esta habilidad retórica del espíritu de iniquidad.
                                                 La ventaja que Sócrates ha obtenido siempre en las disputas con los sofistas, acaso no resida en la superioridad de sus argumentos y sea, más bien, consecuencias de las trabas que el falso pudor y una timidez invencible imponen al discurso de sus adversarios. La intervención de Callicles va a terminar con los inconvenientes creados por los prejuicios sociales y las íntimas opresiones, y los contrincantes reanudarán la lucha en igualdad de condiciones. Sócrates tiene que enfrentarse ahora con un espíritu libre de prejuicios, impúdico, desvergonzado, capaz de osarlo todo y para quien todo está permitido. Callicles comienza por acusar a Sócrates de su propio vicio retórico: la sustitución de una cosa por otra valiéndose de los significados contradictorios que posee un mismo vocablo: 
CALLICLES. – [...] Si alguno te habla de lo que atañe a la naturaleza y de lo que está en el orden de la naturaleza, tú le interrogas acerca de lo que está en el orden de las leyes convencionales 197. 197 Gorgias, 483 a.   
Según Callicles, su adversario interrogado acerca de la ley en el sentido de necesidad de la naturaleza, responde con un discurso sobre la ley en el sentido de una regla convencional que puede ser de un modo u otro porque es obra del arbitrio de los hombres. El uso impuesto por los intereses creados ha consagrado la confusión de los significados y corrientemente no reparamos en la necesaria distinción. En conformidad con la naturaleza, lo peor es también lo más feo; por consiguiente, sufrir una injusticia es lo peor y lo más feo que puede acontecernos; pero según las mentiras convencionales más feo y más malo es cometer una injusticia. Si atendemos a la naturaleza, sucumbir a la injusticia no es propio de un hombre sino de un vil esclavo para quien más vale morir que seguir viviendo, puesto que es incapaz de defenderse por sí mismo de las ofensas y de los agravios que le son inferidos. He aquí la razón por la cual, sigue discurriendo Callicles, las leyes que rigen la Ciudad han sido escritas por los débiles. Más todavía, la justicia y el pudor son verdaderas trampas, hábilmente dispuestas para apresar a los privilegiados de la naturaleza, a los que han nacido para vivir a su arbitrio y entregarse sin medida a sus pasiones. La multitud de los débiles sabe aprovechar eficazmente el cansancio momentáneo, el hastío que suele apoderarse de los acostumbrados a triunfar o de los escrúpulos de conciencia que consigue introducir una prédica sutil y continuada, especulando con el temor a la muerte y con las ulterioridades de ultratumba. Y la retórica de la debilidad llega hasta convencer a los fuertes de que su propio interés, su verdadera conveniencia, está en aceptar la legalidad que sólo contempla los intereses de las mayorías.
                                                 Así logran atemorizar a los más fuertes e impiden que prevalezcan en su poderío y en su derecho al placer, llevándolos a la convicción de que es feo, malo e injusto aventajar a los otros en fuerza y en el disfrute de la vida. Por todas estas razones que Callicles juzga decisivas e incontrovertibles, aconseja a Sócrates no insistir en sus deplorables y equívocos argumentos y a que abandone la vana y pueril filosofía que sólo trata extravagancias y que terminará por reducirlo a la miseria. Le parece bien [...] tener un barniz de filosofía, el que se necesite para el cultivo del espíritu, y no creo vergonzoso que un joven filosofe. Pero seguir filosofando en la edad viril, me parece ridículo, Sócrates. Los que se consagran a la filosofía me hacen la misma impresión que los niños que todavía no hablan bien y que no piensan más que en jugar [...] Un joven entregado a ella me complace y lo encuentro muy en su lugar, y juzgo que tiene nobleza de sentimientos; si la desdeña me parece un alma baja que jamás se creerá capaz de una bella y generosa acción. Mas cuando veo a un anciano filosofando todavía y que no ha renunciado a este estudio, le considero merecedor de ser castigado con el látigo 198. 198 Gorgias, 485 a b.
Esto significa que para Callicles, la filosofía sólo puede admitirse como un adorno y un motivo de lucimiento para la juventud; pero no sólo es inútil para afrontar la realidad de la vida sino que corrompe a los mejor dotados y los incapacita para defenderse a sí mismos y para proteger a otros de las asechanzas del mundo; incluso los expone a verse desposeídos de todos sus bienes por sus enemigos y a arrastrar en su patria una vida sin honor. De ahí que inste a Sócrates a cambiar de modelo y de ideal; y a seguir a las personas que han conquistado fama y riquezas y que gozan de las otras ventajas de la vida. El sofista le propone al filósofo que cambie la filosofía por la habilidad; la sabiduría que consiste en el mejor ser del hombre y que nos lleva a vivir peligrosamente, por la habilidad del existir a gusto. Examinaremos la respuesta de Sócrates a tan solícita invitación.