Y es de sentido
común, y de orden natural, y por tanto coherente con el pensar y sentir
católico (aunque no de los católicos “mistongos”, como diría
Castellani), que a una agresión injusta se puede oponer una legítima
defensa.
Hace años que la
ofensiva contra los católicos sigue in crescendo, y el “bocatto di
cardinale” lo constituyen en nuestra patria, sin duda, los aquelarres
mal llamados Encuentros de Mujeres, que de autoconvocadas no tienen ni
las la “a”. En ellos, van dando vueltas por el mundo los videos que
revelan un grado de inmundicia y odio que sólo puede provenir del fondo
mismo del infierno, como sabemos bien los que hemos estado en este tipo
de situaciones.
Como contrapartida,
una respuesta por parte de los católicos allí presentes, que tampoco
puede explicarse sino con la asistencia sublime de la gracia.
Pero más allá de la
templanza increíble que allí resplandece, no podemos menos que
preocuparnos por una cuestión que va ganando terreno en muchos sectores
de nuestra juventud, y es la anticatólica doctrina del pacifismo, que
nada tiene que ver con la búsqueda de la paz de Cristo.
Hace unos años, nos
inquietaba que se pueda confundir, por ejemplo, la virtud de la
paciencia –hija de la Fortaleza, sin duda- con cierta negligencia en la
Justicia, pero llegados a los hechos de este año en la defensa de la
Catedral de Posadas-Misiones (no sólo ya escupidas, sino manoseos
obscenos a los católicos impasibles, pintarles la cara y ropa, y
habiendo llegado incluso a desnudarlos totalmente en ciertos casos: ver http://es.gloria.tv/?media=343529),
resurge con mucha más energía la pregunta: ¿y si alguno de los allí
presentes, por temperamento, “carisma”, o simplemente convicción,
creyera en conciencia que es testimonio y deber también – y no menos
heroico- reprimir (¡oh! ¡la palabrita!!..) con los modestos medios que se tengan al alcance, las injurias
y
agresiones sufridas en legítima defensa? No nos cabe duda que se produciría de inmediato la
reprobación de los propios católicos de a pie, tachándolos de
“violentos”, “intolerantes” o faltos de fortaleza, si en vez de optar
por la heroica resistencia, lo hicieran por la reacción…
Y esto nos parece
una verdadera injusticia, y un escándalo, en la más pura acepción del
término, de “tropiezo para la fe”, y nos parece de un reduccionismo
inadmisible plantear “LA” actitud católica ejemplar, un modelo de moral estoica.
Porque
tal vez sin darnos cuenta, mientras por una parte vemos la profunda
actualidad de la película Cristíada (proyectada ante el Santo Padre sin
haber sido anatematizada por él, según parece), pretendemos por otra,
formar a nuestros jóvenes en el estoicismo o en el budismo, pero no en
la sana doctrina, que tan serenamente expone el Catecismo, y que
conviene recordar en este Año de la Fe. En última instancia, si nuestras
obras dan testimonio de la fe profesada… ¿no cercenaremos la Fe,
sosteniendo una moral reduccionista y falsa, que confunde a muchos de
nuestros hermanos? Teniendo en cuenta, pues, que “cada creyente es como un eslabón en la gran cadena de los creyentes. Yo no puedo creer sin ser sostenido por la fe de los otros, y por mi fe yo contribuyo a sostener la fe de los otros.” (Catic.166 ss.)
2286 El escándalo puede ser provocado por la ley o por las instituciones, por la moda o por la opinión.
En nuestro caso, el mayor escándalo lo están dando, por supuesto, muchos pastores,
que no sólo no apoyan ni acogen paternalmente, sino que desmovilizan y
repudian a sus propios fieles, y la opinión común, que secunda su
medianía, olvidando el ejemplo de los santos.
Hablamos
entonces, de escándalo para la fe, porque mientras se reconoce la noble
disposición de los agraviados, se oye también a otros católicos
sencillos, más admirados por la reacción “contundente”, de miembros de
otras religiones cuando se agravia a su fe (por otra parte, falsa), y
esta sensación lleva en ocasiones a hacerles sentir la “incoherencia” de
la propia, cuando se pregona demasiado el imperativo absoluto
del pacifismo como doctrina “oficial”, comenzando por los lobos que
ofician muchas veces de pastores. Estos “pequeños” a quienes se
escandaliza con este tipo de prédicas, se preguntarán entonces:
¿entonces se puede justificar si defiendo mi casa y mis bienes, pero no
puedo reaccionar para defender lo que para mí es más sagrado que eso,
como lo es mi fe, mis templos, y hasta mi cuerpo-templo del Espíritu
Santo?...
Porque si lo que se
pretende defender es el templo, la Casa de Dios (que es la nuestra
también, legítimamente, como nos lo recordaba hace unos años un cartel
del Arzobispado en la Catedral), resulta que el responsable de ella
sostiene que “no importa que lo pinten con blasfemias, porque luego se
pintaría de nuevo” (sic!) . La presencia “real” de Cristo más
importante, según esa gente, es “en los hermanos”, ¿y si alguien
pretendiese defender a un “hermano” agraviado por los escupitajos y
manoseos?...Nos dirán entonces que somos violentos, porque uno no sabe
cómo terminarían los hechos.
Pero el Catecismo de la Iglesia Católica (y que por favor nos ilustren con cuál se rigen los pacifistas) nos dice en el nro. 2263:
“Nada impide que un solo acto tenga dos efectos, de los que uno sólo es
querido, sin embargo el otro está más allá de la intención” (Santo
Tomás de Aquino, Summa theologiae, 2-2, q. 64, a. 7). En el nro. siguiente, prosigue:
El amor a sí mismo constituye un principio fundamental de la moralidad.
«Si para defenderse se ejerce una violencia mayor que la necesaria, se
trataría de una acción ilícita. Pero si se rechaza la violencia en
forma mesurada, la acción sería lícita [...] y no es necesario para la
salvación que se omita este acto de protección mesurada a fin de
evitar matar al otro, pues es mayor la obligación que se tiene de velar
por la propia vida que por la de otro» (Santo Tomás de
Aquino, Summa theologiae, 2-2, q. 64, a. 7).
No
propiciamos, por supuesto, asistir con cañones ni fusiles, pero tomar
con cierta firmeza el brazo de una de esas “damas de ensueño” cuando
pretenden ensuciar a los católicos, y “disuadirlas” virilmente de que lo
hagan, pensamos que puede ser muy eficaz también, e incluso caritativo,
porque se impide que sigan cometiendo ofensas mayores, y siga avanzando
el pecado y el agravio a Nuestro Señor, en su Templo de piedra y en sus
templos vivos.
Sigue el Catecismo en el nro. 2265: “La legítima defensa puede ser no solamente un derecho, sino un deber grave (.... )La defensa del bien común exige colocar al agresor en la situación de no poder causar perjuicio.
Por este motivo, los que tienen autoridad legítima tienen también el
derecho de rechazar(…)a los agresores de la sociedad civil confiada a su
responsabilidad.
2266
A la exigencia de la tutela del bien común corresponde el esfuerzo del
Estado para contener la difusión de comportamientos lesivos de los
derechos humanos y las normas fundamentales de la convivencia civil. La
legítima autoridad pública tiene el derecho y el deber de aplicar penas
proporcionadas a la gravedad del delito. La pena tiene, ante todo, la finalidad de reparar el desorden introducido por la culpa. Cuando la pena es aceptada voluntariamente por el culpable, adquiere un valor de expiación. La pena finalmente, además de la defensa del orden público y la tutela de la seguridad de las personas, tiene una finalidad medicinal: en la medida de lo posible, debe contribuir a la enmienda del culpable.
De
más está decir que en un estado donde la propia autoridad propicia a
los agresores (con el silencio cómplice de parte de nuestra Jerarquía),
parece por lo menos absurdo pedir a las víctimas el no uso de la
legítima defensa, para tener el certificado de buena
conducta con un párroco, que de todos modos considera que su mera
presencia allí es provocativa.
Que
se comprenda, por favor: no estamos juzgando negativamente a quienes
estuvieron allí con una fortaleza admirable. Estamos reclamando el
acuerdo sobre el derecho legítimo de varones que en las
mismas ocasiones, demuestren también la fortaleza de reaccionar,
combatiendo con los medios que tengan a su mano, en una lucha que
siempre será desigual humanamente –como lo fue en Lepanto-, pero que
también es, sin ninguna duda, buen combate.
El
enemigo sabe que ellos cada vez son más, y nosotros cada vez menos, no
por lo que informan los noticieros, sino porque tenemos presente la gran
apostasía de la que nos habla el Apocalipsis. Los hechos que se
producirán serán seguramente cada vez más graves, y por ello se deberá
responder tarde o temprano de otra manera, que por supuesto no escatima
la Cruz, porque no será nada grato y también se requerirá el auxilio de
la gracia y la oración.
A quienes ya se
hayan rasgado las vestiduras, pregonando la mansedumbre de Nuestro Señor
y su rechazo a Pedro al desenvainar la espada, respondemos siguiendo la
cita:“Tu eres para mí un obstáculo, porque tus pensamientos no son los de Dios, sino los de los hombres”.…. (Mt 16,21ss.) El
obstáculo que Pedro significaba entonces era para la Pasión, por cuyo
medio seríamos rescatados; su condición de “necesaria” es afirmada por
El mismo tras la Resurrección: “..era necesario que el Cristo padeciese estas cosas…”(Lc.24,26),
pero podemos
ver entonces que no es este el mismo caso, sino más bien muy al
contrario. ¿O alguien puede afirmar la “necesidad” de la blasfemia? Por otro lado, sistemáticamente eluden el pasaje en que Nuestro Señor expulsa a los mercaderes del templo, "haciendo de cuerdas un azote"
(Jn 2,13-22; Mt 21,12-17; Me 11,15-19; Le 19,45-46); ¿qué podemos
suponer que haría si los mercaderes se hubiesen puesto a blasfemar en
las puertas del Templo?...
Sosteniendo como única vía la mansedumbre, y toda ira desdeñable, respondemos con el Catecismo: 2287 (…) La ira es un deseo de venganza. “Desear la venganza para el mal de aquel a quien es preciso castigar, es ilícito”; pero es loable imponer una reparación “para la corrección de los vicios y el mantenimiento de la justicia” (Santo Tomás de Aquino, Summa theologiae, 2-2, q. 158, a. 1, ad 3).
Tanto Ntro. Señor como los
santos, tienen un claro conocimiento de la verdad y una firme adhesión
al bien. Eso les permite no responder al mal con otro mal propio, como
es la ira injusta o desmedida, o la falta de corrección del mal, pero la ausencia total de ira justa,
ante un mal cierto, puede incurrirse en ocasiones en grave omisión. Y
como la gracia supone la naturaleza, supone también el recto y justo uso
de la ira como pasión natural, ordenada a un bien, que es muy diferente
de la cólera o del odio al pecador, lo que por supuesto, es censurable.
No quepa duda, de que si no se trata de encauzar
legítimamente el apetito irascible para defender los valores más altos,
muchos seguirán dejando hasta la vida en las canchas de fútbol, creyendo
que es incluso meritorio dar la vida por
una remera…
Insistimos, entonces: no sólo HASTA DONDE ha de tolerarse este basureo de la Iglesia y sus miembros, sino sobre todo, ¿es lícito tolerarlo?...
El mal exige una respuesta: a veces hay que resistirlo y otras veces
hay que soportarlo. ¿Pero podemos afirmar que siempre haya que
soportarlo sin oponer resistencia? Si pretendiéramos sugerir que todo
católico “debe” exponerse al martirio, nos reprocharían con justicia que
no podemos exigirlo, pues se trata de una gracia. Acá tampoco sugerimos
que todo católico “deba” reaccionar ante estas situaciones procurando
neutralizar al agresor, pero tampoco parece justo, ni
ético, ni caritativo, ni “pastoral” (¡!) exigir a cada católico que esté
presente, que soporte impasiblemente estas situaciones, incurriendo en
la temeridad de estar convirtiendo a muchas almas en “ollas a
presión”, cuando su conciencia y la gracia les sugiere otras actitudes
más “naturales”, por así decirlo.
Nos parece
paradójico, de paso, que siendo estos sucesos motivados sobre todo por
la defensa del orden natural (habitualmente frente a abortistas,
degenerados, etc.), terminemos nosotros mismos negando otro punto de orden natural, como es la legítima defensa, y la reacción de protección de la propia integridad y los bienes comunes a los católicos.
Ante la acusación de intemperante o “imprudente” a quien reacciona, responderemos que la prudencia humana,
no es sino una desviación de la prudencia como virtud, cuando se
entiende como no pasar un límite establecido. La prudencia sobrenatural
actúa en función de la realidad externa, vista a la luz de
los primeros principios que nos hacen buscar el Bien, pero esto exige
conocer ante todo la verdad. ¿Podríamos llamar entonces prudente un proceder que no reacciona ante el griterío de obscenidades contra la Verdad misma?... Recordamos entonces que la corrección fraterna es deber de caridad,
y así como no sería caritativo observar “respetuosamente” como un
hermano nuestro se suicida, ¿no es razonable hacer todo lo que esté de
nuestra parte para impedir que sume
profundidades de abismo a su pecado, si se permite que agregue
blasfemia sobre blasfemia, arrastrando también a otros?...
Muchos replicarán,
que compete a la autoridad finalmente, la reacción… Llegados a este
punto, un niño nos diría sin vacilar, que si su madre no está, y ve
fuego, tratará de apagarlo.
Sobre la paz señala el Catecismo: 2304 El
respeto y el desarrollo de la vida humana exigen la paz. La paz no es
sólo ausencia de guerra y no se limita a asegurar el equilibrio de
fuerzas adversas. La paz no puede alcanzarse en la tierra, sin
la salvaguardia de los bienes de las personas, la libre comunicación
entre los seres humanos, el respeto de la dignidad de las personas y de
los pueblos, la práctica asidua de la fraternidad. Es la “tranquilidad del orden” (San Agustín, De civitate Dei 19, 13). Es obra de la justicia (cf Is 32, 17) y efecto de la caridad (cf GS 78, 1-2).
Si en algo estamos faltando a la verdad, agradeceremos la corrección, mostrándonos claramente el fundamento.
Rogamos al María, Auxilio de los cristianos, que en este Año de la Fe nos encuentre velando, y librando fielmente el buen combate, siempre para mayor gloria de Dios,
M. Virginia y Jorge Gristelli
C.F. San Bernardo de Claraval
9 de Octubre, 2012