C'est La Vie
"A cualquiera le puede pasar", dijo un tipo que charlaba, desde la
comodidad de conservar su vida, sobre el incidente de Pablo García, hijo
de Eduardo García Aliverti. Así, mientras me preguntaba en qué
condiciones estará acostumbrado a conducir ese buen hombre, que le
parece normal manejar recontra empedado con un acompañante muerto
asomando por el parabrisas durante 18 kilómetros, entré a un comercio
donde escuchan Continental. Para mi tranquilidad, pude apreciar a un
Víctor Hugo enojado porque los medios se regodearon en el dolor de los
familiares de la víctima, quienes visiblemente conmovidos, tildaban de
asesino a Pablo García. Ofuscado, Morales continuó su cátedra de moral y
buenas costumbres, aduciendo que hay que tener cuidado con prejuzgar
antes que la justicia se expida. De paso trató de vampiros a los que
aprovechaban cualquier bolazo para pegarle a Aliverti -como si hiciera
falta una tragedia para putearlo- para, finalmente, aseverar que Clarín
es una bosta.
No es que uno esperara algún comentario agraviante y justo sobre el
accionar del conductor -sea conocido o no- y tiene toda la lógica del
mundo suponer que un amigo intentará poner paños fríos ante la desgracia
familiar de alguien cercano. Sin embargo, el resto no tenemos la culpa
de lo que pasó, ni mucho menos somos amigos de Aliverti como para que
alguien nos meta en la cabeza que en este caso, no. Que si fuera un
anónimo, sí. Que si no fuera el hijo de un amigo de nadie, podríamos
hacer análisis sobre la concientización, o pedir una condena ejemplar
por la conducta esgrimida por el chofer, o evaluar las posibilidades de
que alguien controle que no haya tracción a sangre en una autopista. Que
por ser el hijo del amigo de alguien, no, no podemos más que ser
cautos, prudentes, callarnos la boca y no hablar del tema hasta que la
justicia dictamine. Raro, pero los paladines de la defensa a la Ley de
Medios para que haya democratización en la comunicación y no formadores
de opiniones, pueden decirte, alegremente, qué pensar, cómo, cuándo,
dónde y sobre quién, sin sonrojarse.
Ayer estuve en la Plaza. Anecdótico y, quizás, poco importe, pero
estuve, dije presente. No fui a regodearme, no concurrí a disfrutar de
cómo el dolor ajeno podría hacer mella en la imagen de Cristina. Fui,
porque había que ir, porque hace un año atrás, a cincuenta y un personas
-y una por nacer- les arrancaron la vida de una forma vergonzosa. Sin
#7D, el movil de C5N dio el presente para demostrarnos lo que opinan
sobre el acceso a la información, obligando a cualquier interesado a que
tenga que verlo sí o sí en TN. El discurso fue demoledor y, obviamente,
despertó cierto malestar en los militantes del hippieperonismo que se
pusieron a defender al gobierno del amor señalando a los familiares de
las víctimas como seres manipulados para agraviar a Cristina.
Aparentemente, hay quienes creen que alcanza con el abrazo solidario que
brindó Cristina un año después de la tragedia -se ve que a El Calafate
las noticias aún llegan en chasqui- y que con dar cátedra sobre lo que
es perder a un ser querido, es más que suficiente. Porque como usted
sabrá, estimado lector, es exactamente igual la muerte natural y
previsible de una persona enferma, que saludar a una joven de 25 años
que parte al trabajo y nunca volverá porque un gobierno ladri jugó a la
ruleta rusa con los ferrocarriles. En definitiva, debería alcanzar con
unas palabras al pasar, en un acto en una feria, con Fútbol para Todos y
referencias a lo triste que fue la dictadura. Cristina les tiró con lo
mejor que tiene y no les alcanza. Los tranquilizó al contarles que las
Madres y Abuela de Plaza de Mayo llevan treinta y cinco años buscando
justicia, y no se sienten esperanzados. Les explicó que "así es la vida"
y no están conformes. ¿Qué quieren, un Estado responsable, un gobierno
eficiente?
Debería ser suficiente con escuchar opiniones críticas a quienes
reclaman justicia pero disfrutaron la fiesta de los ´90, dichas por
tipos que hablan de transporte y nunca en la vida viajaron en el
Sarmiento en hora pico. Tendría que alcanzar con el Subcomandante
Randazzo al frente de la revolución de la fiesta ferroviaria. Ahora
tenemos pantallas en los andenes que nos indican cuándo debería haber
llegado la formación que se quedó varada en el camino ¿Qué más quieren,
trenes nuevos? ¿Acaso pretenden que alguien explique en qué se gastaron
los cientos de miles de millones de dólares que cobraron los
administradores de los ferrocarriles?
El gobierno pone todo su empeño en arreglar las cosas, sólo que lo hace
de un modo más que fiel al estilo que han sabido llevar adelante: tarde,
con circo y sobreprecios en detalles tecnológicos que sólo nos pintan
una imagen primermundista para disfrazar una realidad subsahariana. Si
esperaban algo más, algún gesto, una política seria, una comisión
investigadora, un presupuesto como la gente, un pedido de disculpas, le
chingaron. Si esperaban algún tipo de gesto solidario, o al menos el
silencio de los que no tienen nada bueno para decir, también.
Ahí están, a la vista de todos, en las redes sociales, en los diarios
que sobreviven de la nuestra y en las radios y canales que ofician de
cuevas de supervivencia de lúmpenes incapaces de poder ganarse un mango
si no fuera por la teta del Estado. Un Estado, vale aclarar, más
preocupado en la imagen, siempre, que en solucionar los problemas
generados por el mismo Estado en su afán de querer regular hasta la
forma de ahorro de sus ciudadanos. Ahí los tienen, diciendo que se
solidarizan con las víctimas, pero que apoyan a Cristina, como si esto
no le hubiera pasado a los laburantes que no llegaron a destino por esa
mala costumbre de ir a trabajar un día de semana y en el primer vagón.
Pueden hallarlos sin mayor problema, cuidándola a Cristina frente al
ataque de los medios de comunicación corporativista, que insisten en
hacer negocios mostrando un acto que se llevó a cabo en la Plaza de
Mayo, frente a la Casa Rosada. Porque el problema no es que se la
chorearon, que no controlaron porque no les importó, que se asociaron
para el saqueo con quienes debían administrar el servicio. El problema
no es que un tren se estroló contra la cabecera y las cámaras mostraron
la nube de óxido que salía del interior del primer vagón, porque el
metal estaba tan corroído que no ofreció resistencia. El drama no es que
los pasajeros viajaban hacinados, comprimidos, reventados unos con
otros.
El problema es que hay quienes tienen el tupé de pedirle explicaciones a
la Cristina Capitana. ¿Y a quién habría que pedirle explicaciones? ¿A
Dios?
A la Presidente, desde que arrancó su gestión, le gustó remarcar que
ella toma todas las decisiones. A los parásitos de sus funcionarios les
encanta repetir una y otra vez que todo lo que hacen, es previamente
consultado con Cristina. Y por si con todo esto no alcanzara -y por esas
cosas que tiene la legislación- resulta que Cristina, además de
Presidente, es la máxima responsable de su Gobierno. Pretender que nadie
vincule el hecho a Cristina, tiene dos opciones, o hijaputez, o
ignorancia supina del sistema gubernamental. Y más allá de todo esto,
hay una cuestión que no hace al conocimiento: durante los últimos
veintiocho meses tuvimos que fumarnos la lágrima de Cristina en todos y
cada uno de los actos, y tras ello, las puteadas a todos y cada uno de
los que nos preguntábamos para qué habla en Cadena Nacional, si no se
siente bien. Incluso, se nos exigió que la apoyemos, porque sola no
puede, el mismo día que se dignó a dar la cara tras el choque del
Sarmiento, seis días después, y luego de afirmar que desde entonces,
irían por todo. Nos explicó mil veces que ella sí sabe lo que es perder a
alguien y que por eso debemos acompañarla. Sin embargo, ante la
tragedia provocada por la inoperancia y delincuencia de su gestión -y la
del exvivo expresidente- con un abrazo solidario y soltarle la mano a
un par de funcionarios -no así a los negociados ferroviarios- debería
alcanzar.
Es demasiado lo que se aguanta, muy alto el costo que pagamos por ello. Y
encima hay que ser cautos y centrados para "reconocer lo bueno que ha
hecho este gobierno". Gente, les cuento que la asignación no tan
universal por hijo, no la paga Cristina, la pagamos nosotros. El Fútbol
Para Todos, no se mantiene que con los ahorros de familiares de la
Presi, se paga con la nuestra. Las obras públicas hipersobrefacturadas y
mal hechas, las inaugurará Cristina, pero se pagó con el sudor de
nuestro upite. La Lotería Nacional Procrear, también sale de lo que
producimos. Cristina no es la Madre Teresa bailando por las calles de
Calcuta, ni se merece que se le agradezca nada, a no ser que usted
pretenda que para entregarle cada recibo de sueldo como contraprestación
del laburo para el que fue contratado, le realicen un acto de homenaje y
agradecimiento con una multitud aplaudiendo. Pero bueno, son cosas que
pasan en un país en el que todos pueden hablar de democracia, aún
aquellos que no entienden el concepto.
Supongo que los militantes serán buenos aprendices y que, la próxima vez
que Cristina empiece a pucherear en un acto, aparecerá una pancarta que
diga "Así es la vida".