Por Santiago Fioriti
Fue en un documento de los familiares leído en Plaza de Mayo. Pidieron al Gobierno que asuma su responsabilidad. Y calificaron de “hirientes” a palabras de la Presidenta, el jueves, en un acto oficial.
51 muertes, 12 meses después. El mismo reclamo. Ya no más
corrupción. Ya no más impunidad. Ya no más convivencia entre empresarios
inescrupulosos y políticos cómplices. Eso iban a pedir –y eso pidieron,
en rigor– los familiares de las víctimas de la tragedia de Once. Pero
el discurso de Cristina Kirchner, el jueves por la noche en un acto
oficial, a sólo horas del primer aniversario del accidente, obligó a
rever el borrador del documento. El texto, que originalmente contenía
alusiones implícitas hacia Cristina , fue reescrito para apuntar directamente a ella:
“La Presidente se acordó de nosotros con un mensaje más hiriente que el
propio silencio. Nuestro dolor no es sólo un mal momento de la vida,
como expresó, sino producto de la inacción de su propio Gobierno”.
Desde un rincón de la Plaza de Mayo partían silbidos; desde el otro, un grupo quería contagiar con un estribillo sólo compuesto por insultos para la Presidenta. La mayoría, sin embargo, prefirió cubrir el descontento con aplausos. Paolo Menghini, el padre de Lucas –el chico cuyo cuerpo fue hallado entre dos vagones dos días después del hecho– continuó con tono enérgico: “La lucha de Madres y Abuelas de Plaza de Mayo debe ser un ejemplo, pero no queremos ni debemos pasar 35 años para obtener justicia. No hablen más de la herencia recibida”. Era la segunda respuesta al discurso presidencial.
El documento hizo eje en la “acción u omisión” del Gobierno antes de que se produjera la tragedia. Se dijo, como se dijo desde el primer día, que se trató de un hecho largamente anunciado.
Y se pidió por una Justicia “rápida” y por “condenas ejemplificadoras”.
Los oradores apuntaron, entre otros, a los ex secretarios de Transporte Ricardo Jaime y Juan Pablo Schiavi, ambos procesados, aunque reclamaron que luego se investigue a “los nombres y apellidos, por más cargos que tengan” que salten durante el juicio.
En el acto se vio a varios políticos de la oposición. Entre otros, los diputados del FAP Claudio Lozano y Victoria Donda; el radical que preside la Auditoría General de la Nación, Leandro Despouy; el diputado Ricardo Alfonsín; los macristas Sergio Bergman, Rogelio Frigerio y Claudio Avruj; y los referentes del Frente de Izquierda, Jorge Altamira y Christian Castillo.
El premio Nobel de la Paz, Adolfo Pérez Esquivel, se abrazó con la mayoría de los familiares de las víctimas y luego le pidió al Gobierno “la nulidad total y absoluta de todas las concesiones ferroviarias”.
Cuando bajó del escenario, varias personas se le acercaron con los ojos brillosos: “Gracias, Adolfo, gracias por estar acá”, le decían.
Juan Carr, fundador de Red Solidaria, se preguntaba entre la gente: “¿Dónde voy a estar si no es acá?. No me imagino en otro lugar. ¿Qué se puede hacer? Abrazar, abrazar y abrazar y pedir justicia. El dolor es infinito”.
Los momentos más emotivos de la noche transcurrieron cuando los familiares de quienes murieron en aquel tren que había partido de Moreno a las 8.32 comenzaron a desfilar por el escenario con cartas escritas a mano. Algunas con reclamos políticos, como el de Luciano Cerrichio, quien afirmó que “ninguna persona en base a negociados tiene derecho a decir cuándo una vida tiene que terminar”. Otras sólo parecían dirigidas a las víctimas: “ Gra, mamá, abuela, ¡te amamos!” gritó un joven. “Basta con decir que son 51 los muertos. ¡Eran 52!. Uma tenía seis meses y estaba en la panza de su mamá. Su mamá ya no regresa todos los días a casa y a Uma no la puedo ver crecer”, dijo uno el hombre. Sus tres hijas lo querían consolar, pero ellas tampoco tenían consuelo.
Desde un rincón de la Plaza de Mayo partían silbidos; desde el otro, un grupo quería contagiar con un estribillo sólo compuesto por insultos para la Presidenta. La mayoría, sin embargo, prefirió cubrir el descontento con aplausos. Paolo Menghini, el padre de Lucas –el chico cuyo cuerpo fue hallado entre dos vagones dos días después del hecho– continuó con tono enérgico: “La lucha de Madres y Abuelas de Plaza de Mayo debe ser un ejemplo, pero no queremos ni debemos pasar 35 años para obtener justicia. No hablen más de la herencia recibida”. Era la segunda respuesta al discurso presidencial.
El documento hizo eje en la “acción u omisión” del Gobierno antes de que se produjera la tragedia. Se dijo, como se dijo desde el primer día, que se trató de un hecho largamente anunciado.
Y se pidió por una Justicia “rápida” y por “condenas ejemplificadoras”.
Los oradores apuntaron, entre otros, a los ex secretarios de Transporte Ricardo Jaime y Juan Pablo Schiavi, ambos procesados, aunque reclamaron que luego se investigue a “los nombres y apellidos, por más cargos que tengan” que salten durante el juicio.
En el acto se vio a varios políticos de la oposición. Entre otros, los diputados del FAP Claudio Lozano y Victoria Donda; el radical que preside la Auditoría General de la Nación, Leandro Despouy; el diputado Ricardo Alfonsín; los macristas Sergio Bergman, Rogelio Frigerio y Claudio Avruj; y los referentes del Frente de Izquierda, Jorge Altamira y Christian Castillo.
El premio Nobel de la Paz, Adolfo Pérez Esquivel, se abrazó con la mayoría de los familiares de las víctimas y luego le pidió al Gobierno “la nulidad total y absoluta de todas las concesiones ferroviarias”.
Cuando bajó del escenario, varias personas se le acercaron con los ojos brillosos: “Gracias, Adolfo, gracias por estar acá”, le decían.
Juan Carr, fundador de Red Solidaria, se preguntaba entre la gente: “¿Dónde voy a estar si no es acá?. No me imagino en otro lugar. ¿Qué se puede hacer? Abrazar, abrazar y abrazar y pedir justicia. El dolor es infinito”.
Los momentos más emotivos de la noche transcurrieron cuando los familiares de quienes murieron en aquel tren que había partido de Moreno a las 8.32 comenzaron a desfilar por el escenario con cartas escritas a mano. Algunas con reclamos políticos, como el de Luciano Cerrichio, quien afirmó que “ninguna persona en base a negociados tiene derecho a decir cuándo una vida tiene que terminar”. Otras sólo parecían dirigidas a las víctimas: “ Gra, mamá, abuela, ¡te amamos!” gritó un joven. “Basta con decir que son 51 los muertos. ¡Eran 52!. Uma tenía seis meses y estaba en la panza de su mamá. Su mamá ya no regresa todos los días a casa y a Uma no la puedo ver crecer”, dijo uno el hombre. Sus tres hijas lo querían consolar, pero ellas tampoco tenían consuelo.