Víctor Maldonado C.
Chávez está preso de sus propias maquinaciones. Nadie sabe a ciencia
cierta dónde está, cómo está y si finalmente tiene conciencia
suficiente como para gobernar al país.
A su alrededor se ha construido una inmensa pared de eufemismos que
ocultan mucho más de lo que dicen, que lo protege del escrutinio público
y que permite a sus fideicomisarios el hacer y deshacer invocando su
nombre y mostrando pruebas espurias de su supuesta conformidad con lo
que están decidiendo.
Es lo que los expertos militares llamarían una sofisticada operación
psicológica que tiene como objetivos el contrarrestar cualquier
posibilidad de saber la verdad, que solo ellos conocen, y el distraer la
atención social para evitar que los verdaderos problemas del país sean
apropiadamente considerados.
América
Latina es el continente de las telenovelas dramáticas y de esos
programas televisivos en los que la miseria humana se exhibe frente a un
panel que supuestamente administra esa justicia que en la vida real y
cotidiana de las gentes no existe o no es accesible.
Por estos lares estamos acostumbrados a compensar buena parte de
nuestras carencias sociales con lo que ocurre en la pantalla sin pensar
que la realidad tiene mayores condiciones y profundidad que lo que puede
mostrar una cámara.
A
veces no nos percatamos que esa falsa realidad no es otra cosa que una
puesta en escena en la que la simplicidad y la banalidad se entretejen
para hacer creíble una contienda en la que los villanos son de temer y
los buenos siempre se muestran ingenuos y desvalidos, aunque al final
sean estos los que terminen ganando.
Por eso es fácil montar una operación psicológica. Es muy fácil
partir de una mentira y comenzar a desgranar falsas evidencias allí
donde se quiere colocar la atención del público.
Una foto, por ejemplo, confunde a la audiencia y la pone a discutir sobre su validez, mientras que en ese mismo instante están devaluando la moneda y perdiendo el control sobre el costo de la vida.
La trama continúa cuando alguien deja colar que una enfermera lo vio caminando a la entrada del hospital.
Nuevamente el colectivo concentra todas sus disquisiciones en
determinar si entró caminando o corriendo y cuál chaqueta y de qué color
estaba usando en ese momento.
Y como está concentrado en esas lides olvidan que esa semana ingresaron a las morgues de nuestras ciudades poco más de 360 víctimas de la violencia.
Al rato un mandatario sudamericano anuncia que viene al país a ver a
su amigo y entonces la gente olvida que alguna vez tuvo dudas sobre si
efectivamente llegó.
Todos pendientes de si Evo va o no va al Hospital Militar mientras que en otros centros asistenciales médicos, paramédicos y enfermos salen a las calles para protestar un servicio envilecido por las carencias, los salarios escuálidos y la inseguridad desbordada.
La
cámara entonces da cuenta de una nueva solicitud al TSJ para nombrar
una junta médica. De inmediato sale un jerarca del régimen y deja colar
que en la próxima sesión de la Asamblea Nacional van a desenmascarar las
sinvergüencerías de la oposición y a mostrar a esos empresarios
corruptos que han dejado al país sin azúcar y papel higiénico.
De
nuevo la gente se olvida de lo principal y vuelve sus miradas a la
continuación del circo, esta vez en la parte procaz, cuando los payasos
incapacitados de provocar siquiera una sonrisa, comienzan a desnudarse
para mostrar sus cuerpos deformes por los rigores de una mala vida.
Mientras
eso transcurre los presos políticos lucen olvidados y dejados a su
propia suerte y la gente no cae en cuenta que las empresas de Guayana
siguen hundiéndose en una crisis sin fin que le cuesta al fisco
millardos de dólares que para colmo no tenemos.
De
repente alguien comienza a referirse en tiempo pasado cuando alude al
comandante. Un pequeño error en el guión, un salto emocional que puede
tener consecuencias que de inmediato son contrarrestadas con una buena
ráfaga de artillería populista.
Sale
Maduro inaugurando la era digital desde Casalta III y deja colar que
Globovisión no tiene cabida en la nueva época de la televisión
venezolana. Y de nuevo la gente se olvida que la pregunta originaria es
otra.
Todas las noches, con disciplina militante se produce una cadena
oficial en la que poco a poco se van fundiendo las voces y mensajes de
Hugo y su supuesto sucesor, dejando la impresión que son una sola
entidad y que por lo tanto la revolución continúa campante a pesar de la
ausencia presidencial.
Como ocurre con todas las operaciones de contrainteligencia, también en esta oportunidad se ha impuesto con tenacidad y violencia la disciplina del silencio. Nadie habla al respecto.
Todos están resumidos al guión, a repetir miles de veces el mismo
argumento y a intentar salvarse una vez más de una realidad que sin
embargo se muestra implacable en el esfuerzo de señalarles que ellos,
fuera de las cámaras, son responsables de un país destrozado,
corrompido, envilecido y confiscado.