Por: Dr. Jorge R. Enríquez
La mentira, se sabe, tiene patas cortas.
Los gobiernos kirchneristas pudieron pensar que escaparían a esta máxima
universal, porque mintieron de la forma más descarada y sin embargo
lograron mantenerse en el poder por un período muy prolongado: si no son
reelectos en 2015, un matrimonio habrá conducido el país por 12 años.
Como siempre lo señalamos, las extraordinarias condiciones que
favorecieron a la economía argentina en la última década explican buena
parte de esa larga hegemonía.
Las mentiras kirchneristas campearon en todos los terrenos, pero en
ningún aspecto fueron tan groseras como en materia de inflación. Desde
hace unos cinco años, cuando se desplazó a sus autoridades y a los
prestigiosos profesionales que lo integraban, el INDEC no refleja sino
que crea los aumentos de precios al consumidor, a gusto del gobierno.
Por lo general, el índice oficial es entre un tercio y la mitad del
real, es decir, el estimado tanto por las direcciones estadísticas
provinciales como por las consultoras privadas más confiables.
Mientras la economía gozaba de cierta pujanza, alentada por el viento de
cola de los altos precios de las commodities y la tracción de la
importante demanda de la industria brasileña -entre otros factores-, la
inflación no parecía constituir un inconveniente grave para los
trabajadores, que obtenía anualmente en las paritarias aumentos
salariales equivalentes a la depreciación real del peso. Pero ahora que
el "modelo" da señales inequívocas de un definitivo agotamiento,
comienza a hacerse sentir en la mayoría de los bolsillos.
En efecto, la retracción del consumo en los sectores medios es a esta
altura inocultable. Supermercados, restaurantes, salas de cine y teatro,
taxis, muestran nítidas disminuciones de la actividad comercial.
Por muchísimo tiempo, el gobierno simplemente ignoró el tema. Por un
lado, se aferró al "relato" del INDEC y negó que existiera una inflación
preocupante. Por el otro, sostuvo – contradictoriamente - que la
inflación es positiva para la economía, que alienta el crecimiento y que
quienes proponen la adopción de medidas antiinflacionarias son
"neoliberales" al servicio de las grandes corporaciones transnacionales,
una suerte de vampiros que se nutren de la sangre del pueblo, pero no
pueden lograr su propósito merced a la tenaz lucha de la presidente y su
indómito brazo ejecutor, el inefable Licenciado Guillermo Moreno,
asistido - según nos hemos enterado últimamente - de la servicial
"Pimpi" Colombo.
En este contexto, llama la atención que haya trascendido que la señora
de Kirchner solicitara opinión sobre medidas para combatir a la
inflación a algunos economistas que no forman parte del gobierno pero
que nadie podría calificar de "liberales", adjetivo infamante para el
kirchnerismo.
¿Habrá finalmente comprendido la primera magistrada que la inflación
existe, que es una de las más altas del mundo, que no estimula el
crecimiento, que obstaculiza las inversiones de largo plazo y que es el
más regresivo de los impuestos para los más necesitados?
Nos permitimos dudarlo. Reconocer su craso error implicaría llevar
adelante políticas enteramente opuestas a las populistas y
cortoplacistas que han signado su gobierno. Debería dejar de lado la ya
gastada retórica infantil y voluntarista que la caracteriza y asumir el
costo de medidas impopulares, justo en un año electoral.
El gran problema de los relatos artificiales es que es muy complicado
para sus autores salir del laberinto que ellos mismos crearon. La
ilusión es un lugar más confortable, aunque detrás de ella siempre
acechen las crisis, el despilfarro de oportunidades y un futuro sombrío.