El mundo asiste a una escalada intervencionista
de enormes magnitudes. Y no solo porque los gobiernos participan
activamente entrometiéndose en las variables económicas,
como desde hace demasiado tiempo, sino porque ahora se ha
vuelto más creativo, intrincado y perverso, buscando siempre
nuevas formas de hacer lo mismo.
La esencia sigue siendo la de siempre, los métodos
inclusive pueden parecer idénticos, solo que se han tomado
la tarea de perfeccionarlos sobre todo desde lo comunicacional
y tratando de complejizarlo con una maraña de herramientas
funcionales para obtener idénticos resultados.
Deforman precios, manipulan
desde la oferta con subsidios e impuestos y, desde la demanda,
con artificios financieros e inyección monetaria para apalancar
el consumo de modo secuencial.
Pero en el fondo, todo este despropósito no es más
que un eficiente aprovechamiento de una suma de creencias
a las que la sociedad adhiere. Resulta difícil entender
como después de tantos fracasos consecutivos y repetidos,
la gente sigue apoyando ciegamente estas políticas distorsivas,
que invariablemente terminan mal.
Lo más patético, es que tanto sus seguidores, como
sus creadores, luego frente al hecho consumado y su evidente
fracaso, se esmeran en endilgarle al capitalismo la responsabilidad
de sus desarreglos.
No se puede esperar otra cosa de los políticos y
funcionarios. Ellos solo saben de intervención estatal sistemática.
Pero no menos cierto es que la gente la pide a gritos, solo
porque no le gusta algo puntual de la realidad.
Eso no es más que pretender
que el equipo deportivo que se decide alentar, gane por
la vigencia de una norma escrita y no por su propio mérito.
Es como si la gente deseara su triunfo y como no lo consigue
del modo adecuado, es decir con talento y esfuerzo, pretendiera
idéntico resultado pero en este caso con una regla mediante.
Se confunden resultados con procedimientos.
Si se pretende una economía
próspera, salir de la pobreza, tener muchas oportunidades
para seleccionar entre ellas, que las empresas compitan
por calidad y no puedan erigirse en monopolios por mucho
tiempo, pues para eso existen políticas, pero siempre entendiendo
que en la economía, como en la vida misma, nada es mágico.
Si se pretenden determinados
resultados, deben hacerse específicos sacrificios, perseverar
en ellos, darles el tiempo necesario, esperar que maduren,
para luego disfrutar de la recompensa.
La idea de que con un simple
ardid económico, se consigue cualquier cosa que se desea,
es una absoluta fantasía que no tiene demostración empírica
alguna y que no resiste el más mínimo análisis.
Si esos atajos existieran
en el mundo real, nada costaría esfuerzo alguno, y solo
sería cuestión de hallar el vericueto que nos lleve al destino
deseado.
En
el campo de la medicina, algún medicamento o intervención
casera, puede postergar los efectos de una enfermedad, pero
solo por algún tiempo. Puede hacer desaparecer el síntoma
como la fiebre o el dolor por unas horas, pero ninguna de
esos intentos resuelve la enfermedad, ni ataca sus causas
profundas, solo hace ganar algo de tiempo.
Vale la pena repasar la dinámica
que propone la política en este tiempo. Los gobernantes
de hoy solo precisan triunfar en la próxima elección y siempre
tener a mano, a quien endilgarle la responsabilidad de lo
que pueda pasar.
Este es el juego y lo que siempre ocurre. Se combinan
así las perversas estrategias de la política y una ansiedad
más que infantil por parte de la ciudadanía, que culmina
siempre del mismo modo.
La política y los gobiernos, no abandonarán estas
estrategias clásicas, plagada de seductores instrumentos
novedosos, hasta tanto la gente no logre comprender la importancia
de su complicidad activa en este proceso.
Las demandas infantiles de soluciones
mágicas, son siempre funcionales a este tipo de política
irresponsable. La actitud ingenua, casi de berrinche, de
pretender soluciones ya y a cualquier precio, solo logra
lo que hoy sucede.
Solo se obtiene la sensación de de haberlo resuelto
por un tiempo, mientras que el problema real se oculta y
en algunos casos se tenga que lidiar con el mismo asunto
en dimensiones superiores, mas las consecuencias colaterales
indeseadas de las políticas aplicadas para el corto plazo.
Maldita ecuación por
cierto, que solo desaparecerá cuando la sociedad deje de
darle sustento popular a estas formas de hacer política
y asuma que las píldoras con efectos ilusorios, son bastante
más que inofensivos placebos políticos y son definitivamente
dañinas para todos.
No se puede seguir creyendo en esto de que se puede
controlar todo en la economía sin tener que sufrir consecuencia
alguna. Abundan ejemplos de sus funestos efectos, pero más
allá de eso, una cuota de sentido común tendría que despertarnos
de este letargo aniñado.
Si esta forma de conducir la política, la economía
y hasta la vida misma, realmente funcionara, no tendría
sentido el esfuerzo, el talento y la perseverancia. Todo
sería solo cuestión de algo de magia y nadie debería esmerarse
mucho. Más que conocimientos políticos o económicos, solo
es preciso que nos despabilemos para abandonar de una vez
por todas esta nefasta candidez ciudadana.
Alberto Medina
Méndez
skype: amedinamendez