LAS FALSAS BATALLAS
Si algo han probado los hechos —y nosotros procurando ser dóciles
a la realidad de los mismos— es que este gobierno es funcional y servicial a
dos enemigos históricos: el poder sionista y la inteligencia británica. Para
que no se nos confunda, diremos que no ceñimos el primero a una cuestión política
ni mucho menos racial, sino a un hondo drama teológico que arrastra siglos y cuya
esencia consiste en el odio implacable a Jesucristo. Asimismo, la britanidad tenida
aquí por adversaria, no toma sus fundamentos en razones costumbristas o folclóricas,
sino en la sistemática estrategia inglesa de quedarse con lo nuestro, Malvinas
por delante.
Quien quiera tener alguna demostración de la servidumbre al
sionismo, puede consultar la insospechada obra de Fabián Spollansky, titulada
“La mafia judía en la Argentina”, editada por el autor en 2008. A su vez, quien
quiera tener el testimonio de la ruin coincidencia entre el discurso oficial y
las argumentaciones inglesas para justificar su despojo sureño, tras la derrota
de 1982, puede adentrarse en los mensajes de la Wilhelm, que hemos sintetizado
en el editorial de nuestro número noventa y cuatro, sugestivamente designado La
fregona de Buckingham.
Así las cosas —sobre las cuales, quede constancia, hemos
abundado en detalles en la última década— nada más descabellado que suponer al
kirchnerismo en una ofensiva antijudaica, o en una cruzada para la reconquista
del Atlántico Sur. Como en tantísimos otros acontecimientos, larga es la distancia
que separa lo tangible de lo relatado, lo real de lo ficcional, lo que sucede
de los sucedidos. Decimos esto porque la confusión al respecto es tan vasta
cuanto espantosa; alimentada, ya no por las patrañas circenses de los gobernantes,
sino por la neurosis liberal de la presunta oposición, según la cual estaríamos
ante una amenaza nacionalista. Nada menos.
Para que los acuerdos con Irán a efectos de hallar la verdad
sobre los atentados terroristas contra blancos israelíes llevaran veramente el
signo incuestionable de la recta doctrina y del obrar coherente, el Gobierno debería,
por lo pronto, desenmascarar pública y enfáticamente a toda la dirigencia hebrea
vernácula, que se ha negado de manera sistemática a considerar la hipótesis de
la responsabilidad judaica en dichos atentados.
Quien haya leído —con las prevenciones del caso— la obra de
Norberto Ceresole, “La falsificación de la realidad”, además de las discrepancias
con muchos de sus criterios filosófico-políticos, podrá concluir en que no faltan
razones para sostener lo que el autor subtitula: la Argentina está en el espacio
geopolítico del terrorismo judío. Pero el Gobierno no hace ni hará esto; no sólo
porque mantiene fluidos y fructíferos lazos con aquellos lobbys hebreos, sino
porque —como ha quedado dicho por boca de la misma presidenta— considera que
aquellos titulares del Kahal son “hombres de honor”. La llamada “Comisión de la
Verdad” con Irán tiene un pequeño obstáculo a priori, y es que los comisionados
kirchneristas son una banda de mentirosos. Del otro lado, seamos justos, tampoco
es seguro que se alinearán de continuo los custodios del Octavo Mandamiento.
A su vez, para que cuanto se dijera e hiciera alrededor de
Malvinas tuviera el efecto soberano deseable, el oficialismo debería empezar
por prohibir su representación diplomática en la figura del señor Timerman, perito
en patanerías, experto en ridiculeces, ducho en taradez supina y diestro en servilismos
múltiples a sus amos ancestrales.
Si la oposición quiere ir a protestar al Museo del Holocausto,
que vaya. Le abrirán las puertas funcionarios
y empleados del Gobierno. Si quiere desenmascarar chauvinismos o patrioterismos,
que revise el nacional y popular twitter de Mrs. Elizabet, plagado de barbarismos
in english.
La verdad sobre los atentados terroristas —sean los que causaron
víctimas en la comunidad judía local o los perpetrados por la guerrilla marxista—
no quedará dilucidada mientras sea poder este amontonamiento de carnes cristinistas,
integrado por celosos custodios y continuadores de los asesinatos erpianos y
montoneros. Tampoco la verdad sobre Malvinas, que no es otra más que su restitución
de hecho al suelo argentino. Porque para ello, deberá cumplirse primero la esperanzadora
plegaria de Martín Fierro: que venga un criollo a mandar en estas tierras.
Antonio Caponnetto