OPINION
Hay dos
problemas independientes, el de los libelos de cuya existencia la prensa
ha dado cuenta, y la forma de evitarlos, que sería alguna forma de
legislar la lucha contra la corrupción
Así a muchos periodistas les han llegado libelos anónimos con infundios calumniosos y en otros casos pancartas públicas con fotografías que muestran tenores o mensajes ladinos que en nada se ajustan a la verdad. Pero los destinatarios se han preocupado, les ha dolido, les ha afligido que se les diga esas cosas y además haber sufrido el escarnio y la infamia injusta.
Pero existe un difundido malestar público, pues la policía, los fiscales y jueces que debieran actuar de oficio y el gobierno nacional que dice ser inocente, por un motivo u otro, se muestran incapaz de prevenir los delitos señalados y cometidos, y de descubrir a sus autores.
Es peligroso para la sociedad que sus organismos de seguridad se mutilen, se obliguen a prescindir de herramientas indispensables, y que los ilícitos cometidos contra los periodistas no se investiguen, porque al quedar en la clandestinidad esas herramientas no desaparecen sino que se orientan indebidamente.
Todos estamos contra la corrupción. La corrupción es el proceso de descomposición, de muerte, de infección, de putrefacción, que ataca a los seres vivos. Nadie debiera defenderla, aunque algunos a veces la justifican diciendo que siempre es compañera de los procesos vitales, de desarrollo, de inversiones: se dice, prefiero un gobierno corrupto que haga obras y no un gobierno honesto que no haga nada. Bueno: contra eso hay que luchar. Hay que demostrar que sí es posible actuar con eficacia y con honestidad al mismo tiempo, y que la corrupción, a pesar de presentarse acompañando a los procesos de desarrollo, lleva en sí la estafa, la falsía, la muerte, el despojo a la generalidad, a los contribuyentes.
La corrupción quizás sería mejor combatida si se la describiera perfectamente en un código penal. Puede ser. Pero hay un concepto general, bien visto y aceptado, de que todos somos iguales ante la ley. A eso posiblemente haya que analizarlo: hay cosas que un individuo cualquiera puede hacer, y un funcionario no, simplemente por razón de su cargo. La gauchada a un amigo está socialmente muy bien vista; cuando a la gauchada la hace un funcionario hasta puede constituir un delito.
El concepto de corrupción, qué es honesto y qué es corrupto, está muy ligado a la moralidad. Y la moralidad depende de un sistema de valores, de principios aceptados por el cuerpo social. Cuando la sociedad reconocía a una religión como verdadera, se simplificaba el análisis; no digo que no se delinquiera, pero sí que había conceptos aceptados por todos. Ahora resulta más difícil definir a la moral porque al prescindir de la religión se pierden parámetros del bien y del mal. Pero, de todas maneras, es necesario que nos pongamos de acuerdo en cuáles son las conductas aceptables, qué es lo que puede y lo que no puede hacer un individuo en el desempeño de una función pública. Componer un cuerpo de normas, un código que rija las conductas, no es una tarea fácil ni sencilla; es engorrosa y con resultados que seguramente serán discutibles. Pero es una tarea a la que debemos abocarnos cuanto antes, porque la sociedad lo necesita, lo reclama y está ávida de normas que permitan vislumbrar una esperanza.
En política, en administración pública, esperamos emplear el término en este mismo sentido, bien preciso. Una conducta corrupta es la que., con mala fe, no procura el bien general sino el propio o el de allegados o benefactores. Y alarma al pueblo argentino ver la enorme corrupción generalizada, y que queda impune debido a falta de pruebas fehacientes o de investigaciones desacertadas.
A lo que se apunta, lo que está en la mira de la ciudadanía honesta y preocupada, es la corrupción de ciertos funcionarios y del propio gobierno.
Se presume que el gobierno debe dar una solución con resultados concretos y hablar de gobierno supone los tres poderes de estado.
¡Periodistas, ciudadanos, sociedad “para los hombre se han hecho las empresas decía el general San Martín”! y Recordemos también a Sarmiento: “desgraciados los pueblos a los que se les agote ese instinto por mantener la salud colectiva. Los ciudadanos de tales pueblos serán tratados como presidiarios.”
DR. JORGE B. LOBO ARAGÓN
jorgeloboaragon@hotmail.com
jorgeloboaragon@gmail.com
Así a muchos periodistas les han llegado libelos anónimos con infundios calumniosos y en otros casos pancartas públicas con fotografías que muestran tenores o mensajes ladinos que en nada se ajustan a la verdad. Pero los destinatarios se han preocupado, les ha dolido, les ha afligido que se les diga esas cosas y además haber sufrido el escarnio y la infamia injusta.
Pero existe un difundido malestar público, pues la policía, los fiscales y jueces que debieran actuar de oficio y el gobierno nacional que dice ser inocente, por un motivo u otro, se muestran incapaz de prevenir los delitos señalados y cometidos, y de descubrir a sus autores.
Es peligroso para la sociedad que sus organismos de seguridad se mutilen, se obliguen a prescindir de herramientas indispensables, y que los ilícitos cometidos contra los periodistas no se investiguen, porque al quedar en la clandestinidad esas herramientas no desaparecen sino que se orientan indebidamente.
Todos estamos contra la corrupción. La corrupción es el proceso de descomposición, de muerte, de infección, de putrefacción, que ataca a los seres vivos. Nadie debiera defenderla, aunque algunos a veces la justifican diciendo que siempre es compañera de los procesos vitales, de desarrollo, de inversiones: se dice, prefiero un gobierno corrupto que haga obras y no un gobierno honesto que no haga nada. Bueno: contra eso hay que luchar. Hay que demostrar que sí es posible actuar con eficacia y con honestidad al mismo tiempo, y que la corrupción, a pesar de presentarse acompañando a los procesos de desarrollo, lleva en sí la estafa, la falsía, la muerte, el despojo a la generalidad, a los contribuyentes.
La corrupción quizás sería mejor combatida si se la describiera perfectamente en un código penal. Puede ser. Pero hay un concepto general, bien visto y aceptado, de que todos somos iguales ante la ley. A eso posiblemente haya que analizarlo: hay cosas que un individuo cualquiera puede hacer, y un funcionario no, simplemente por razón de su cargo. La gauchada a un amigo está socialmente muy bien vista; cuando a la gauchada la hace un funcionario hasta puede constituir un delito.
El concepto de corrupción, qué es honesto y qué es corrupto, está muy ligado a la moralidad. Y la moralidad depende de un sistema de valores, de principios aceptados por el cuerpo social. Cuando la sociedad reconocía a una religión como verdadera, se simplificaba el análisis; no digo que no se delinquiera, pero sí que había conceptos aceptados por todos. Ahora resulta más difícil definir a la moral porque al prescindir de la religión se pierden parámetros del bien y del mal. Pero, de todas maneras, es necesario que nos pongamos de acuerdo en cuáles son las conductas aceptables, qué es lo que puede y lo que no puede hacer un individuo en el desempeño de una función pública. Componer un cuerpo de normas, un código que rija las conductas, no es una tarea fácil ni sencilla; es engorrosa y con resultados que seguramente serán discutibles. Pero es una tarea a la que debemos abocarnos cuanto antes, porque la sociedad lo necesita, lo reclama y está ávida de normas que permitan vislumbrar una esperanza.
En política, en administración pública, esperamos emplear el término en este mismo sentido, bien preciso. Una conducta corrupta es la que., con mala fe, no procura el bien general sino el propio o el de allegados o benefactores. Y alarma al pueblo argentino ver la enorme corrupción generalizada, y que queda impune debido a falta de pruebas fehacientes o de investigaciones desacertadas.
A lo que se apunta, lo que está en la mira de la ciudadanía honesta y preocupada, es la corrupción de ciertos funcionarios y del propio gobierno.
Se presume que el gobierno debe dar una solución con resultados concretos y hablar de gobierno supone los tres poderes de estado.
¡Periodistas, ciudadanos, sociedad “para los hombre se han hecho las empresas decía el general San Martín”! y Recordemos también a Sarmiento: “desgraciados los pueblos a los que se les agote ese instinto por mantener la salud colectiva. Los ciudadanos de tales pueblos serán tratados como presidiarios.”
DR. JORGE B. LOBO ARAGÓN
jorgeloboaragon@hotmail.com
jorgeloboaragon@gmail.com