La troupe K
En
momentos en que las cosas están tan divididas, cuando desde el
oficialismo se estigmatiza a todo el que piensa distinto, y ante el
reparto de etiquetas por doquier, cabe analizar un poco la composición
de la tropa kirchnerista. En una de esas sirve para que alguien
comprenda, algo mejor, por qué motivos los funcionarios dicen lo que
dicen y hacen lo que hacen, y cuáles son las razones de tantas
discusiones con su cuñado.
No
se habla aquí de votos, tampoco de la troupe rentada, empleados
públicos ni kiosqueros oficiales, sino de genuinas adhesiones.
Elenco
El
kirchnerismo atrapó a muchos veteranos izquierdistas, resentidos de la
política y de los demás, que corrieron a comprar el relato escrito a su
medida, por Laclau, el guionista de la remake de “Bananas”.
La
pasta base residual de la "juventud maravillosa", los que nunca se
animaron pero se quedaron con las ganas de meter algún que otro cañito,
los eternos adolescentes que echan la culpa de todos nuestros males al
imperio, a las corporaciones, y al capitalismo. Muchas veces, desde el
country.
Los
que jamás van a entender que la mejor labor social se hace,
invariablemente, desde ese capitalismo al que tanto odian. Haga
capitalismo y abra fuentes de trabajo. Haga capitalismo y urbanice
villas, haga capitalismo y saque gente de la pobreza.
Son
los que hace 15 años apenas se animaban a decir: "Bueno, pero mirá que
en Cuba la salud, por ejemplo...", quienes hoy le saltan a la yugular,
ensoberbecidos con el relato y creyendo disfrutar, incluso, de alguna
cuota de poder.
Docentes
que ayer les hablaban a sus alumnos de la libertad, y hoy les hablan
del Che Guevara, y ensalzan al régimen que más ha hecho por abolir las
libertades de la gente. Comunistas que cuando se nombra a Stalin se
apresuran a decir que el comunismo nunca fue bien implementado. Como si
se pudiera implementar sin pisotear al pueblo y sin atraso.
Todos
empapados de la pluma rentada de los Forster, los González y los
Feinmann. Muchachos que llevan décadas mirando la vida desde el balcón,
viendo pasar a la gente y sin siquiera sospechar lo que a esa gente le
ocurre. Sin importarles, incluso, lo que esa gente quiere.
Cautivó
también a muchos hijos de la democracia, que solo conocen la historia
que les contaron, convenientemente aderezada y con las imprescindibles
omisiones, y creyeron que Néstor Kirchner era el padre de la patria.
Porque bajó un cuadro. (Se promete desarrollar).
Pero, fundamentalmente, (y en este punto animo al lector a pensar en sus conocidos K), el kirchnerismo cautivó a demasiada gente que nunca tuvo ni determinación, ni personalidad, ni opinión propia.
Los que se casaron, por aproximación, con la vecina, porque nunca se le
animaron a la más linda del club. Los que se callaron la boca siempre,
por no atreverse a hablar.
El
gil de cada barrio hoy es acérrimo kirchnerista. Ese al que ninguna
mina le daba bola y que jamás pegó un mísero grito, hoy revolea la
bandera de La Cámpora y se siente parte de la cosa. Vocifera
barrabasadas con autoridad suprema, lo carga un poco, incluso, se burla y
le ironiza. Agrandado.
Su
cuñado, el Tito, sin ir más lejos, que se quedó manejando el taxi, de
peón, porque nunca se animó a poner la galletitería, hoy le da lecciones
de economía y le explica con patética soberbia que la emisión y el
gasto público no producen inflación. Sigue manejando el taxi, pero
contento.
Los
K le dieron pertenencia a todos los resentidos y eternos perdedores de
la vida. Los que siempre fueron público y jamás protagonizaron ni una
despedida de solteros.
Pero,
atención. No se los puede eximir de responsabilidades, porque muestran
una hipocresía que subleva. Repiten hasta el hartazgo lo que todos
conocemos: Menem fue un gran corrupto. Vaya noticia. Aunque a casi 14
años de dejar el poder no tenga sentencia condenatoria en ninguna de sus
causas por corrupción.
Sin
embargo, cuando se les habla de Néstor Kirchner remiten a la justicia.
Piden pruebas, fotos, recibos de las coimas, videos violando a la
monjita. Asumen con naturalidad que los desaparecidos fueron 30.000,
pero firman y propalan que la inflación no supera el 10% anual.
Pueden
acordarse con detalles de los pollos de Mazzorín, pero nunca se
enteraron de los negociados de Hebe. Defienden a Slowhand Boudou, el DJ
de la UCD.
Una
importante dosis de hipocresía es necesaria para sostener ese relato. Y
si estos pibes derrochan algo, es hipocresía. Dicen que hay dos países y
es posible. Dicen, incluso, que hay dos pueblos distintos, y no me
extrañaría, pero de lo que estoy seguro es que verdad hay una sola.
Hace
casi una década que, desde la impunidad que da el carnet, delinquen. Y
sus seguidores se babean aplaudiéndolos. Todo lo demás es, apenas, un
relato.
Fabián Ferrante