A su hijo Sebastián
Querido
Sebastián:
Voy a dejar de molestarte y
angustiarte con mis continuas invocaciones y llamadas.
Voy a invocar a Jesús. Es que
quiero empezar a amarlo más por tu intermedio.
Mi cariño (o mi amor) a Dios y
a la Virgen es frio e intelectual. Como un deber, pero no como una ternura
cálida, apremiante, que es lo que me une a ti.
Quiero ofrecerle a Dios este
agujero que es mi corazón para que sirva para aliviar la pena que me
corresponde por mis pecados.
Si la angustia sirve de fuerza
motriz en el sentido espiritual, yo podría mover un tren.
Quiero decirle a Jesús, no a
ti, que por mirarte un momento, por tocar tu cara, como la acaricié cuando
estabas muriendo, daría con gusto todo el resto de mi vida.
De esta vida que ya no me
interesa.
Es curioso, tengo mi marido y
cinco hijos vivos queridísimos aquí, pero mi corazón se va detrás de uno, del
que no está a mi alcance.
Es que ya han pasado varios
meses sin verte y no aguanto más, Jesús.
Necesito tu ternura, tu voz,
tu forma tan especial de preguntar por mis cosas, de interesarte por todo, tu
forma infantil de jugar a tener celos por mí.
Tus cocas colas a escondidas.
Tus detalles como el traerme el desayuno a la cama o pedirme que te lleve el té
a la televisión (con dos tortillas y manteca)
¡Nunca más! Te ofrezco señor
ese nunca más.
Te entrego a mi hijo el que
No pudo ser, y sin embargo
existe,
Es un extraño signo misterioso
Entibia de esperanzas los
instantes
Alza en las cosas, su señal de
asombro
Cuando en la calma de la tarde
llueve
Y el silencio ensaya su
retorno
El hijo lentamente me
contempla,
Tiende sus brazos o canta
sobre mi hombro
¡Mamá! Nunca más.
Estas en la eternidad para
siempre contemplando beatíficamente a Jesús con tu hijo Sebastián.
Tu hijo Jorge