“El
vicio inherente al capitalismo es el desigual reparto de bienes. La virtud
inherente al socialismo es el equitativo reparto de miseria”. Winston
Churchill
Existe
una viejísima comparación que describe a los estadounidenses, individualmente,
como inocentes, crédulos, ilusos, aburridos, cándidos, etc., mientras que, a la
vez, pinta a los argentinos –sobre todo, a los porteños- como vivillos, ranas,
rápidos, imaginativos, creativos, piolas, etc. Todo termina cuando pensamos que
los norteamericanos, todos juntos, hicieron ese país, mientras que los
argentinos, también juntos, terminamos con el nuestro.
Ante la
sinrazón de la política exterior del Gobierno, que nos ha llevado a un curioso
alineamiento con Irán, propongo realizar una encuesta nacional con una sola
pregunta: hoy, ¿dónde usted preferiría vivir? ¿En Venezuela, Nicaragua o
Bolivia, o en Estados Unidos, Canadá, Chile, o Brasil?
Estoy
convencido que ni los más fervientes fanáticos, esos que forman la legión de los
aplaudidores permanentes de la Casa Rosada, elegirían compartir las miserias que
los populismos chavistas se han concertado para generar en sus países, cada vez
más empobrecidos por políticas nefastas y teorías económicas trasnochadas y
fracasadas. Creo que, si se abriera la posibilidad de la emigración masiva a
algunos de nuestros vecinos continentales, ni Milagro Sala, Pérsico o D’Elía
conseguirían evitar la deserción de sus bases.
Entonces,
¿de qué estamos hablando cuando mentamos al progresismo vernáculo, que es lo
opuesto al progreso? ¿Por qué razón los argentinos continúan votando, desde hace
décadas, a políticos que sólo buscan perpetuarse y enriquecerse desde el poder?
¿Por qué no exigimos que nuestros terribles impuestos y la monstruosa
recaudación del Estado se apliquen a mejorar la educación, la salud, el
transporte, la energía, etc., y no terminen, como hasta ahora, en los bolsillos
de estos próceres de pacotilla, con voluntad de
eternizarse?
No
puede ser sólo por el “sálvese quien pueda” porque, en general, son muy pocos
los que lo consiguen, y esto es archiconocido. Cuando se deteriora tanto el
nivel cultural de una sociedad, ésta lo sufre en su conjunto, ya que le impedirá
progresar y desarrollarse; y lo mismo sucede con el estado sanitario. Cuando un
país carece de infraestructura adecuada y de energía suficiente, retrocede
rápidamente, ya que pierde competitividad, sus costos escalan, se reducen los
puestos de trabajo o no se crean nuevos y, en general, los bienes y servicios
que se ofrecen a la población empeoran.
Si es
así, ¿por qué creemos tan fervientemente en la necesidad de contar con una línea
de bandera (la mayoría de los grandes países no la tienen) que subsidia los
viajes de los ricos en lugar de destinar esos fondos -¡tres millones de dólares
diarios!- a mejorar los ferrocarriles y los colectivos? ¿Por qué nos enzarzamos
en una discusión inútil acerca del “Fútbol para Todos”, que tanto nos cuesta en
viviendas, escuelas y hospitales no construidos, en vez de exigir que la
publicidad en las transmisiones se abra a los privados? ¿Por qué permitimos que,
en lugar de subsidiar a los usuarios pobres del transporte público, se regale
dinero a las empresas, que no invierten y cada día asesinan a nuestros
compatriotas?
Obviamente,
la lista de incongruencias en nuestro imaginario social podría extenderse
muchísimo más allá de lo que permite la brevedad de esta nota, pero usted,
sufrido lector, podrá completarla con nuevos ejemplos.
Si
tantos argentinos quisiéramos, como creo, vivir en un país serio y normal, ¿por
qué nos resignamos a que esta caterva de políticos que hemos generado –ninguno
salió de un repollo- transforme nuestra vida cotidiana en miserable, sin
seguridad, con drogas, con muertes, con inflación, a oscuras, cada vez más abajo
en todas aquellas categorías que convierten la existencia en algo digno? ¿Por
qué no damos un salto cualitativo, escogiendo con cuidado a nuestros
representantes? ¿Por qué no optamos por quienes ofrezcan construir, con
seriedad, con curriculum y sin prontuario, esos puentes hacia el
futuro?
Esta
semana, como tantas otras en el pasado reciente, tendremos una prueba de fuego
para nuestros diputados, que los senadores ya reprobaron. El oficialismo llevará
al recinto, luego de un rápido paso por las comisiones adictas, el proyecto de
ley que transforma el memorándum firmado con Irán en un tratado y, como tal, le
daría rango constitucional. Si es aprobado, como cree el Chivo Rossi que sucederá, Argentina
habrá atado su suerte a la de un país del cual todas las democracias
occidentales reniegan, que abjura de los derechos humanos, que ha atentado
contra nuestro territorio y nuestros ciudadanos y que, si pudiera, destruiría a
Israel.
¿Para
qué todo eso? Carlos Pagni, tal vez el mejor analista del país, esbozó una
teoría esta semana: doña Cristina está intentando convertirse en árbitro de un
conflicto, que imagina inminente, entre Rusia e Irán y Estados Unidos e Israel.
Si fuera así, la megalomanía habitual de nuestra señora Presidente se habrá
transformado en una patología sumamente peligrosa, tanto para ella misma cuanto
para los demás, los cuarenta millones de argentinos.
Baste
recordar que un error de diagnóstico, no falso protagonismo, llevó al Gral.
Perón a creer en la inmediata deflagración de una guerra entre el Occidente
capitalista y el mundo comunista, y el precio que, en materia de aislamiento
internacional tuvo que pagar la Argentina por él.
El
cristinismo ha logrado, como ya lo hizo con la clase media, los sindicatos, el
campo, etc., poner en contra suya a toda la colectividad judía, cuyo poderío
económico nadie ignora, que ha unificado su voz por primera vez en mucho tiempo.
¿Qué sentido tiene pegarse un tiro en el pie todos los días? ¿No le basta con el
malhumor que produce la siempre negada inflación, los controles de precios, el
cepo al dólar, la humillante exhibición de impunidad de los
funcionarios?
Esto,
sin duda, es escupir al cielo, pero muy cortito. Todo hace que, con cada paso,
el Gobierno se ensucie más.
BsAs,
24 Feb 13
Enrique Guillermo Avogadro
Abogado
Tel. +54 (11) 4807 4401/02
Abogado
Tel. +54 (11) 4807 4401/02