Fue una desgraciada frase de Perón, pronunciada en el fragor de la
batalla de los últimos meses de su segundo mandato. El 31 de agosto de
1955 se vivía en la Argentina un clima de tensión y odio como pocas
veces hemos experimentado. La saga de violencia comenzó con bombas
colocadas criminalmente en medio de algunas manifestaciones peronistas,
continuó con la quema de las iglesias efectuada por manos de muy
sospechoso origen y culminó con el increíble bombardeo de miles de
manifestantes y transeúntes que poblaban la Plaza de Mayo el 16 de junio
de 1955.
Perón creyó necesario distender la situación y otorgó espacios
radiales a los opositores. El 31 de agosto, la CGT convocó a una
manifestación pública en apoyo del presidente y de la legalidad. Fue ahí
donde Perón pronunció las palabras más duras y desafortunadas que se le
hayan escuchado en su vida, cuyo clímax llegó con la frase maldita: “al
enemigo, ni justicia”.
Uno de sus asesores, que tenía la misión –machete” en mano y
discretamente ubicado—de recordarle a Perón el punto siguiente de su
discurso, contó luego de muchos años que en dichos apuntes no figuraban
ni los desafíos ni los agravios, sino que, muy por el contrario, el
entonces presidente había preparado un mensaje de paz y reconciliación.
El mismo asesor arriesgó en su relato que el fervor de la multitud y su
reclamo de “leña, leña, leña”, hizo olvidar a Perón el discurso
programado y lo llevó a pronunciar aquella desgraciada frase, además de
la mención al “alambre de fardo”.
Puede ser. Pero lo cierto es que Perón, cuando regresó de su largo
exilio, ya se había arrepentido muchas veces de haberla pronunciado, y
llamó a la unidad nacional en forma permanente como la clave de bóveda
de su propuesta. Si algo lo diferenció de los hoy gobernantes fue
justamente su inquebrantable creencia de que sólo en paz y unidad
nacional se podía lograr su conocida propuesta de “la grandeza de la
patria y la felicidad de su pueblo”.
La violencia no encaja en la prédica de Perón, sino en la de Marx.
Para el argentino, entre la sangre y el tiempo, es preferible el tiempo.
Para el alemán, la violencia y la confrontación es siempre la partera
de la historia. Ese concepto inhumano es practicado hoy por quienes
leyeron El Capital, y por quienes sólo lo conocen de ojito. La
generalización de la frase de marras es otra de las tantas victorias
culturales, “gramscianas”, del marxismo. “El poder sólo sale de la boca
del fusil”, es otra de ellas.
Pronunciada con motivo de una guerra con un país extranjero, la
sentencia “al enemigo, ni justicia” ya es muy grave. Pero, cuando se la
usa en la lucha política interna, entre compatriotas, es el más
alarmante síntoma de una patología social que indefectiblemente lleva a
la tragedia.
Al despuntar el año 2011, la Argentina parece estar dominada por esa
dialéctica del odio que lleva a no querer otorgarle al enemigo ni la
justicia, mientras se protege y se encubre a los amigos herméticamente
que, por ello mismo, pasan a ser compinches.
Quizás sea éste el peor y mas alarmante déficit del kirchnerismo:
luego de casi ocho años de gobierno, ha exacerbado de tal modo el
enfrentamiento entre argentinos que hoy parece lógico y hasta legítimo
no reconocerle ni darle nada al adversario, ni siquiera la justicia. El
maniqueísmo más intransigente y agresivo reina ahora en nuestra
sociedad.
La cuestión, delicada de por sí, lo es en grado superlativo cuando
dicho maniqueísmo agresivo, que da origen al exabrupto de “al enemigo,
ni justicia”, se lo usa en trabajos de aspecto o con “envoltura”
académica, escritos por autores que ocupan cátedras universitarias. Es
el caso sorprendente del libro “La anomalía argentina-Aventuras y
desventuras del tiempo kirchnerista” (Ed. Sudamericana, Bs. As. 2010),
de Ricardo Forster, a quien se lo presenta como profesor de Historia de
las Ideas y director de una maestría en la UBA. El título y los
antecedentes del autor hacen pensar en una enjundiosa defensa académica
de estos 8 años de gobierno. En lugar de ello, el libro ofrece sólo una
modesta lista de lugares comunes, difundidos hasta el cansancio y en
forma agresivamente maniquea por el monopolio de prensa gubernamental,
cuya síntesis, repetida en forma permanente por el profesor
universitario Ricardo Forster, es: “quien no apoya al kirchnerismo, le
hace el juego a la “derecha’”. En una próxima entrega comentaremos ese
libro.
Si desde la cátedra universitaria se siembran vientos, lo único que se cosechará son tempestades.
De modo que nadie puede extrañarse cuando Luis D’Elía, con lenguaje
más directo y claro pero menos sutil y engolado, designa a sus
adversarios como “la puta oligarquía”, o le pega una trompada a quien
lo molesta con sus críticas, o incendia una comisaría “desafecta”, ni
cuando la Sra. De Bonafini se queja de que en el Museo de la Memoria
faltan los fusiles de sus hijos y protege a terroristas extranjeros, ni
cuando Milagro Salas rompe un salón de actos ajeno porque no le gusta el
orador, ni cuando Hugo Moyano y sus hijos arman la mayor organización
de matones del país para ganar afiliados a sus gremios, ni cuando
Guillermo Moreno inicia una reunión con su revólver sobre la mesa “de
acuerdos”, ni cuando la Cámpora del hijo de la presidente escracha a los
“enemigos” políticos de su mamá.
Todo es congruente con las enseñanzas del catedrático universitario Ricardo Forster.
Desde mayo de 2003 ha habido aciertos y errores, como en cualquier
gobierno. Pero éste no es un error, sino un horror políticamente
imperdonable, porque fue conciente y premeditadamente producido:
gobernar con la dialéctica implacable del odio, de la confrontación como
sistema.
Por otro lado, el actual clima de intolerancia, si bien lo creó el
kirchnerismo en forma ostensible y voluntaria, ha pasado a ser moneda
corriente también para sus enemigos más fanáticos. Por eso, tampoco
nadie puede extrañarse cuando ciertos diarios nunca encuentran nada
bueno en el gobierno, o cuando por Internet llegan las más soeces y
crueles bromas sobre los Kirchner (“Volvé Néstor, te olvidaste de
Cristina”, es uno de ellos, y hay peores). Sugerimos, al respecto,
repasar la nota ¿Somos realmente una nación?
De esa forma, nuestro país ha quedado prisionero de dos grupos
políticamente extremistas: el kirchnerismo, que se proclama de
“izquierda” y usa todos los resortes del Estado para denigrar a los que
él considera sus enemigos, y una llamada “derecha” anti-kirchnerista
ciega que no le reconoce al gobierno absolutamente nada y que, incluso,
intenta justificar los excesos criminales del proceso militar en forma
tan antojadiza como autista.
Ese enfrentamiento en el terreno político tiene su correlato en
materia económica y social. El kirchnerismo pretende ser el autor y
sostenedor de un modelo de justicia e inclusión social que la realidad
desmiente (Ver nota… “Luces y sombras del kirchnerismo”, y “¿Profundizar cuál modelo?”),
mientras la “derecha” anti-kirchnerista se autoproclama
porta-estandarte del liberalismo económico que ya nos hundió en la
desgracia y el bochorno en los ‘90.
Si la cuestión analizada es el desempeño del gobierno K en el terreno
político-institucional, en el cultural o en el internacional, también
nos encontraremos con opiniones maniqueas e irreconciliables.
El kirchnerismo, estimo que en forma conciente y voluntaria, ha
buscado siempre polarizar o dividir a los argentinos en amigos y
enemigos, tratando de darle un cariz ideológico, dogmático y aún
escatológico a una pelea de conventillo buscada y forzada desde
Balcarce 50.
“No hay mucho más que hacer: el gobierno de CFK es lo mejor que
podemos tener… criticarlo o no plegarse a él es ser funcional a la
derecha”, es el discurso maniqueo del kirchnerismo. Ver sección “Derecho a Réplica”.
Sus dañinas consecuencias están a la vista: “Al enemigo, ni
justicia”. Además, el kirchnerismo ha tratado de que el “enemigo” sea
siempre alguien (persona o grupo) fácilmente demonizable ante la opinión pública. La razón de ello es bien conocida en política: comparado con Satanás, cualquier ser humano es un santo.
Quienes han vivido lo suficiente como para haber sido testigos
presenciales de los enfrentamientos de 1973 – 1976, que culminaron en el
fatídico golpe del 24 de marzo de ese último año, saben que ese camino
conduce indefectiblemente a la tragedia. Hay que evitarlo.
El Espejo de la Argentina