La sirianización del Líbano
Por Michael J. Totten
En el pasado he usado el término libanización para describir lo que está ocurriendo en Siria, en clara referencia al internacionalizado baño de sangre sectario que
fue la guerra civil libanesa. Dicho término, sin embargo, se está
quedando anticuado. El conflicto libanés causó más de 100.000 muertos,
pero terminó en 1990. Ahora es más adecuado emplear el de sirianización,
no sólo porque es más actual, sino porque sirve para describir un
fenómeno que se está extendiendo más allá de las fronteras sirias.
Hace dos años, Siria se libanizó. Hoy es el Líbano el que se sirianiza.
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No es un juego de palabras. Se han producido enfrentamientos armados en el Líbano durante los dos últimos años, y todos ellos están directamente relacionados con, e indirectamente causados por, la guerra civil siria,
que se libra en la puerta de al lado. Milicias suníes y alauitas han
estado combatiendo en la ciudad de Trípoli, en el norte del país, en un
reflejo de la guerra siria entre milicias suníes, de un lado, y el
Gobierno y el Ejército, dominados por los alauitas, del otro. Los
combates se han recrudecido drásticamente a finales de este mes de mayo.
Sólo durante la pasada semana, más de 1.200 proyectiles de mortero y cohetes explotaron
en la segunda mayor ciudad del Líbano, matando a docenas de personas.
Resulta extraordinario que un número tan grande de proyectiles cause tan pocas víctimas
en una zona urbana densamente poblada, pero la lucha se concentra en un
área relativamente pequeña, en la que los suníes y los alauitas viven
en barrios vecinos, de los que los civiles pueden huir rápidamente
cuando comienzan a caer las bombas, como de hecho hacen.
La lucha fue tan intensa que el Ejército libanés,
que normalmente (y de forma absurda) se aparta de tales
enfrentamientos, acudió rápidamente y atacó a los combatientes con
intenso fuego de ametralladora.
Trípoli
parece grande cuando se está en medio de ella porque es densa,
vertical, pero sólo vive ahí medio millón de personas. Es más pequeña
que el área metropolitana de Boise. Imagínense el destrozo físico y
emocional que causaría tal número de explosiones en la capital de Idaho y
se harán una idea de cómo está Trípoli de traumatizada ahora mismo.
No
sé qué nivel debe alcanzar un conflicto armado antes de que dejemos de
referirnos a él como “una serie de enfrentamientos” y empecemos a
llamarlo guerra,
pero diré dos cosas. En primer lugar, si yo estuviera en la Trípoli de
las 1.200 explosiones, seguro que diría que estaba viviendo una guerra.
En segundo lugar, pasé unos seis meses (no consecutivos) en Irak,
uno de ellos en Bagdad y otro en Faluya, y nunca escuché más de mil
explosiones en un fin de semana. No las oí en esos seis meses ni tampoco
en 2006, en la frontera entre el Líbano e Israel, cuando Israel y Hezbolá intercambiaron disparos de artillería. Y nadie dudó en llamar guerra a esos conflictos.
Durante el fin de semana ocurrió otro incidente. Alguien lanzó cohetes desde el Monte Líbano aldahiye, los suburbios del sur de Beirut controlados por Hezbolá.
Es casi seguro que quienes lo hicieron fueron suníes,
pero, aparte de eso, ¿quién sabe? Puede que pertenezcan al Ejército
Libre de Siria o simpaticen con él. Podrían ser miembros o simpatizantes
del Frente Al Nusra. Es posible que sean salafistas locales tarados.
Hasta podrían ser suníes laicos enfurecidos por la intervención de
Hezbolá en Siria a favor de Bashar al Asad.
El ataque se produjo justo después de
que el secretario general de Hezbolá, Hasán Nasrala, apoyara
públicamente al régimen sirio. Su organización ha sido siempre un
instrumento de la familia Asad, por supuesto. Ni siquiera existiría como
milicia si no fuera por Damasco. El Ejército sirio prometió desarmar a
todas las milicias del Líbano al terminar la guerra civil, en 1990, pero
los Asad mantuvieron a Hezbolá. El Partido de Dios iraní era el peón
perfecto que permitiría a Damasco hacerle la guerra a Israel desde una
distancia segura (el Líbano absorbió todos los contraataques israelíes),
y era, igualmente, el agente ideal para mantener a raya a Beirut.Hezbolá es una criatura del régimen sirio en la misma medida en que es producto de la revolución iraní.
En la región, todos entienden esto perfectamente, forma parte del Curso de Introducción a Oriente Medio.
Pero, por alguna razón, Hezbolá se ha mostrado evasiva respecto a su
intervención armada en Siria a favor de Asad. Hasta hace poco. Nasrala
presumió recientemente de luchar por el sirio en la televisión y poco
después los cohetes cayeron sobre su capital.
Es casi seguro que haga falta algo más que un ataque con cohetes en territorio de Hezbolá para desencadenar una guerra abierta entre chiíes y suníes en el Líbano, pero acaban de llover misiles y morteros en Trípoli, y nada impide creer que algo similar pueda ocurrir en el sur de Beirut.
Washington
se ha mostrado comprensiblemente remiso a involucrarse en la guerra
siria, en parte porque la Casa Blanca teme, con razón, que su
implicación podría convertir en regional una guerra local. Pero quizá eso sea lo que suceda de todas formas.