Un opa solemne
Por Teodoro Boot
En
Argentina, Bolivia, Paraguay y Uruguay, por opa se entiende a cierta
persona que padece de alguna clase de retraso mental. No obstante la
discordancia entre el volumen de sus cuerpos y el tamaño de sus mentes
–contraste que los vuelve tan graciosos a los ojos de los niños–, los
opas resultan inofensivos para sus parientes y vecinos, y la sociedad en
general. Excepto en una de sus variantes.
Las
viejas provincias argentinas, de Córdoba al norte, con énfasis
particular en Salta, en las que el opa es una institución tan arraigada y
tradicional como el Club 20 de Febrero, han dado origen a una auténtica
“opalogía”.
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Como
sucede con toda ciencia, la opalogía consiste, básicamente, en la
diferenciación, distinción y subdivisión de la mayor cantidad de
variantes del fenómeno a cuyo estudio está consagrada. Es así que los
científicos salteños han conseguido aislar una manifestación de opa que,
hasta no hace mucho, se consideró propia y exclusiva de esa provincia:
la variante solemne.
Se
llama en Salta “opa solemne” a la persona que busca, por todos los
medios a su alcance pero preferiblemente mediante un comportamiento
ceremonioso, conseguir poder, honores y/o reconocimiento social.
El
empaque propio de la aristocracia de Salta puede dar lugar a la errónea
idea de que el opa solemne es exclusivamente salteño. Y socio del 20 de
Febrero. Y aristócrata. O viceversa. Pero debe reconocerse que ese
empaque con el que el aristócrata procura diferenciarse de la plebe y el
plebeyo confundirse con la aristocracia está muy difundido entre las
clases altas y los opas solemnes de la mayoría de las regiones del país.
Un
destacado opálogo –y dícese que hasta algo opa solemne él mismo:
“Siempre he sido un opa más, afirmaba. Pero soy un opa importante, un
opa número uno”–, el extraordinario músico y compositor y ya más
ordinario funcionario y legislador Gustavo Leguizamón, luego de
explicar, en uno de los últimos reportajes que le hicieron, que el opa
solemne es un opa sumamente astuto ya que su arte consiste en que nadie
descubra que se trata de un opa, sostuvo que opas hay en todos lados,
sólo que “a los salteños los tenemos más cerca para verlos, pero el
resto de los opas que hay aquí son espantosos… Hay un opa porteño que se
cree Mitre. ¡Y es!”
Para
Leguizamón, la solemnidad es un asunto muy importante, que empezó con
el derecho romano y, por lo que se ve, ha sido enriquecido por siglos de
práctica judicial. ¿El secreto? El cotidiano ensayo del opa frente al
espejo, que le devuelve una imagen cada vez más egregia de sí mismo.
Cuando consigue verse, claro.
Ocurre
que el opa solemne tiene serias dificultades para verse, a no ser que
el espejo haya sido emplazado en el cielo raso: sus ojos están siempre
vueltos hacia las alturas, como si estuviera a solas con Dios Mismo.
Siendo así, mira a su alrededor, a sus semejantes, a la realidad y al
porvenir mediante los orificios de la nariz.
La
extraña postura provoca algunas dificultades de orden práctico,
rápidamente subsanables –como no– mediante el empaque y la solemnidad.
Aun
siendo con frecuencia nocivos para la buena marcha de los asuntos
humanos, gracias a esa rara combinación de absurdo y solemnidad, los
actos del opa solemne resultan a veces tan chistosos que el Dr.
Leguizamón proponía erigirles un monumento, utilizando como modelo “un
funcionario muy atareado con mucha prosapia y mucha prosodia”.
“¿Pero el funcionario aceptaría posar para ese monumento?”, se extrañó el entrevistador.
“Si
le decimos que es el monumento al opa, se enfurecería, respondió el Dr.
Leguizamón. Hay que decirle que es el monumento al hombre importante. E
inmediatamente se prende.”
El
funcionario se dirige al proscenio, infla el pecho, eleva la mirada
hacia el infinito universo, nos observa con los orificios de la nariz y
exclama: “Res iudicata. Non bis in idem. Cosa juzgada”.
Y listo el pollo.