El
Frente para la Victoria 2015 en el espejo del Partido Justicialista
1983 es un ejercicio muy interesante que emprendió, por ejemplo, el
periodista Carlos Salvador La Rosa. La imagen de la campaña electoral
que Raúl Alfonsín le ganó al PJ no es quien fue su candidato
presidencial, Ítalo Argentino Luder, sino quien era candidato a
gobernador bonaerense, Herminio Iglesias. ¿La imagen futura del comicio
2015 será Daniel Scioli o Aníbal Fernández? El candidato del FpV conoce
el riesgo. A Cristina Fernández de Kirchner le importa poco porque más
allá de su ombligo... sólo le importaba Hotesur, casi concluido como
caso judicial gracias al juez Daniel Rafecas. Sin embargo, el tema se
viene:
El
cierre de la campaña de la fórmula justicialista Ítalo Argentino
Luder-Deolindo Bittel fue el viernes 28/10/1983, 2 días después del
cierre de Raúl Alfonsín y 2 días antes de las elecciones presidenciales.
El lugar fue el mismo que eligió el radicalismo, el Obelisco. Al
finalizar el acto de cierre de campaña, un grupo le acercó un cajón
fúnebre con los colores y siglas del radicalismo y una corona y Herminio
Iglesias lo prendió fuego (foto). Muchos sostendrían que esa escena fue
causa de la derrota electoral, e Iglesias su máximo responsable.
Demasiada muerte y violencia había habido en la Argentina para semejante
gesto. Al finalizar al acto hubo algunos disturbios y ataques a locales
radicales q ue terminaron con decenas de detenidos.
por CARLOS SALVADOR LA ROSA
CIUDAD DE MENDOZA (Los Andes).
La hegemonía del kirchnerismo durante la última década no se debió a
que haya convertido políticamente al país en kirchnerista, sino a que
supo aprovechar las ventajas de un poder centralizado en un país
desestructurado, atomizado, en particular desde la crisis de fines de
2001. En ese entonces la Argentina entró en una implosión de la que aún
no sólo no se recupera, sino que corre el riesgo de convertirse en
sistema estructural.
Eso
se debe a que el gobierno de los K recuperó la autoridad política
perdida durante la anarquía, pero no superó la disgregación partidaria e
incrementó a niveles superlativos la disgregación institucional.
Por
eso hoy la Argentina es una nación invertebrada, un cuerpo sin
esqueleto, compuesto por órganos con dificultades para relacionarse
entre sí y sin ningún eje directriz para ninguno de ellos. Las PASO han
sido una interesante radiografía de este nuevo país que contiene más
cosas viejas que nuevas.
Un
país nuevo no cabe en odres viejos. La mayoría de los debates políticos
que hoy vivimos expresan una discusión acerca de cual es la
contradicción principal: si entre oficialismo versus oposición, o si
entre peronismo versus no peronismo. Algo muy difícil, si no imposible,
de dilucidar porque la oposición sacó -dividida- el 60% de los votos,
pero el peronismo también sacó -dividido- el 60% de los votos.
Tal
vez quien sea más capaz de unir lo dividido será el que a la postre se
quede con la corona. Sin embargo eso no nos dice mucho porque esas dos
contradicciones parecen tan antiguas como el país en el que aún seguimos
pensando, el de los viejos partidos y sus viejas divisiones. Quizá la
gente piense con otras categorías que la política no sabe aún
representar, por eso nadie entusiasma a nadie.
¿Qué
es el peronismo? El peronismo hoy es una estructura política de tipo
medieval con sus monarcas, sus cortes, sus señores feudales, sus
vasallajes, e incluso sus disidentes. Hace ya mucho tiempo que se ha
transformado en un enorme cuerpo sin cerebro propio, porque ha
incorporado sin ningún filtro ideas que provenían de otras tradiciones,
aunque conservara su modo populista de gobernar.
El
menemismo plagió literalmente al neoliberalismo en boga de aquellos
tiempos y el kirchnerismo se transformó en un progresismo viudo del
viejo izquierdismo previo a la caída del Muro.
Por
eso, aunque el menemismo haya sido hegemónico y hoy lo sea el
kirchnerismo, no dejan herederos, porque nadie en el peronismo piensa
como ellos. O, mejor dicho, el peronismo ya se acostumbró a retener el
poder sin pensar, dejando esa tarea en un monarca que tiene todo el
poder mientras reina pero que muerto el rey viva el rey.
Por
debajo hay una corte (pero no como las versallescas sino más parecida a
un sínodo de obispos vaticanos) que es el nexo entre el poder
monárquico y el feudal. No de casualidad Scioli en su discurso post PASO
rindió homenaje al “Chueco” Mazzón, el más preclaro de los obispos que
siempre dicen lo que dice la corona pero defienden los intereses de los
señores feudales.
Scioli
es un emergente de ellos, educado en la camaleónica habilidad de estar
siempre inmediatamente debajo del monarca de turno sin decirle jamás que
no, pero no diciendo sí, sino no diciendo nada. Obispos capaces de
defender con igual ardua convicción a líderes tipo Reagan que tipo
Stalin, siempre que les respeten su lugar en la estructura de poder.
Los
señores feudales son reyes absolutos en sus comarcas siendo amos y
señores de sus vasallos clientelares, pero más allá de su tierra local
no tienen problemas en bajar la cabeza ante el monarca, excepto cuando
peligran sus territorios por alguna arbitrariedad real y entonces ponen
su espada al servicio de otro caballero con vocación de rey. Y se pasan
de bando.
Por
eso también siempre es necesario un disidente por si el César deviene
Calígula o Nerón. Entonces, alguien, por fuera, viene a cumplir el papel
herético que Lutero cumplió frente a la Iglesia, pero con la diferencia
absolutamente fundamental de que no se trata de debilitar al
catolicismo como quería Lutero sino de fortalecer (imitando a Giuseppe
Tomasi di Lampedusa, autor de El Gatopardo) a la Iglesia peronista para
que cambiando todo, todo siga igual.
¿Qué
es el radicalismo? A diferencia del peronismo, que es un cuerpo sin
cerebro propio, el radicalismo ha quedado convertido en un cuerpo sin
cabeza, porque cada vez más seguido se ve obligado a alquilar
presidenciables ya que de sus filas no aparece ninguno con
probabilidades de éxito (y si aparece son los mismos radicales los que
lo destrozan). Por eso alquilaron la cabeza de Lavagna en 2007 y la de
Macri en 2015, así como estos dos alquilaron el cuerpo radical. En una
alianza más carnal que espiritual, porque si se pierde se disuelve.
Así,
en los hechos, hoy el peronismo es una liga de gobernadores que pueden
obedecer indistintamente a Menem o Kirchner, o a Scioli o Massa, al que
gane, pero que les interesa mucho más la defensa de su territorio que el
tan mentado proyecto o modelo nacional. Mientras que el radicalismo es
una liga de intendentes cuya Meca es Mendoza, la única provincia que
sigue sobreviviendo con esa identidad. También esos intendentes son
mucho más territoriales que radicales, confirmando la disgregación
partidaria al extremo que hoy se vive.
Como
en el 83, pero sin Alfonsín. Fuera del poder central y de las
provincias del interior federal, existe un territorio que es otro país
en sí mismo, llamado Buenos Aires, donde se suelen librar las madres de
todas las batallas por la desproporcionada magnitud de su población: un
40% del total nacional. Y hoy allí, aparte de librarse una batalla entre
buenos candidatos de la oposición (Vidal y Solá), hay un gran combate
que adelanta las lides internas del peronismo si el Frente para la
Victoria llega a ganar el país y esa monumental provincia.
El
primer turno lo acaba de ganar Cristina Fernández al imponer a su
candidato Aníbal Fernández por sobre el candidato de Scioli y los
barones del conurbano.
Todo
esto trae reminiscencias del peronismo de 1983, cuando este partido
presentó como candidato a presidente al atildado y prolijo Ítalo Luder
pero como gobernador de la provincia al bizarro caudillo Herminio
Iglesias. Los tramos finales de la lid fueron entre Alfonsín y Herminio,
mientras que Luder fue desapareciendo de escena. Los peronistas creían
que con un peronista bien peronista podrían ganar las elecciones. Pero
los radicales lo convirtieron en un bárbaro que venía a incendiar Roma.
Ganó Alfonsín.
A
más de treinta años, el peronismo viene en busca de la revancha,
tratando de ver si esta vez la barbarie puede imponerse por sobre los
buenos modos, ya que le temen más a la traición de los Scioli que a los
histrionismos de un impresentable que, viniendo del peronismo derechista
heredero del herminismo, se hizo ultraK sin pudor alguno.
A
su vez, los opositores querrán que Aníbal sea visto como lo fue
Herminio en el 83. El problema es que frente a él aún no se vislumbra
nadie con la fuerza renovadora de Alfonsín que pueda identificar la
barbarie de Aníbal con la política de esta década. Y Cristina,
provocadora, a falta de alguien del palo, apuesta al nuevo bárbaro más
que a Scioli para con él poder limitar a éste, a los obispos y a los
señores feudales, deviniendo ella una especie de jefa de una vanguardia
activa minoritaria pero ideológicamente bien armada con centro en el
Congreso, desde donde pueda seguir manteniendo el máximo poder posible.
El
peronismo, otra vez como en el 83, apuesta a la seducción por la
barbarie, quizá con la secreta convicción de que lo que no pudo lograr
en el 83, lo pueda obtener en 2015, porque a pesar de más de treinta
años de democracia, lo cierto es que desde el punto de vista
institucional la Argentina ha perdido todo lo que reconquistó en los
primeros años luego de la dictadura.
Por
lo cual nadie cree hoy -como creyeron casi todos con Alfonsín- que la
república democrática le pueda mejorar la vida y entonces no encuentran
alternativa frente a este caudillismo conservador clientelar con
ideología populista que domina la Argentina y que tan bien expresa
Aníbal, como Herminio expresaba en el 83 al peronismo que quedó trunco
en 1976.
En
síntesis, escenas de un país disgregado donde todos buscan ponerse al
frente de este cuerpo sin esqueleto pero nadie propone la reconstrucción
o quizá la invención de una Argentina definitivamente vertebrada.
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