La euforia irracional y el entusiasmo desmedido pueden
convertirse en una verdadera trampa cuando las batallas
son prolongadas. Las tensiones políticas del continente
vienen de larga data y pueden perdurar en el tiempo. Este
proceso no se ha iniciado ahora. Es el patético resultado
de décadas de populismo creciente y un estatismo a
prueba de todo. No se debe cometer el error
de creer que ciertas victorias circunstanciales son éxitos
concluyentes. El cansancio, el hartazgo, los desaciertos
propios de los demagogos, pueden encaminarlos hacia eventuales
tropiezos.
No se trata de no festejar los logros,
sino de tomar conciencia del contexto, de dimensionar apropiadamente
los acontecimientos y comprender que los actores de la política
contemporánea serán reemplazados por otros. Ellos
se suceden entre sí, pero sus ideas centrales permanecen.
Podrán mutar o adaptarse, pero solo para tomar fuerza
y arremeter bajo un nuevo disfraz. Es lo que
dice la historia reciente de estos países. El populismo
tiene una extensa trayectoria. Se ha transformado e innovado,
buscando nuevos perfiles para volverse más eficaz,
hábil y perverso. Casi sin percibirlo, quienes intentan
reemplazarlo en el poder, terminan utilizando idénticas
tácticas, aplicando similares recetas e imitando ese
peligroso recorrido. Es importante tener cuidado,
conocer la coyuntura en profundidad y tener los pies sobre
la tierra. La amenaza nunca desaparece. En todo caso, frente
a cada logro concreto, a cada pequeño paso en positivo,
se debe tomar posición, fortalecer ese espacio para
consolidar lo obtenido y sostener el apoyo popular que,
en el actual esquema, es el pilar vital del sistema. La política es dinámica. Los escenarios
se modifican rápidamente y, por imperceptible que parezca,
a veces, la sumatoria de insignificantes hechos aislados
son los que van construyendo un todo que en un momento determinado
se manifiesta con vigor y sin contemplaciones. Los sistemas electorales pueden ayudar a unos a triunfar
y perjudicar a otros conduciéndolos al fracaso, pero
el termómetro del clima de ideas que impera en una
sociedad es bastante más difícil de interpretar. Es imprescindible no confundirse. Son esas ideas
que la sociedad defiende, esos valores con los que la comunidad
comulga, esas premisas y creencias, esos paradigmas, los
que determinan las políticas de largo plazo.
Una nación que cree que el Estado debe hacerlo
todo, que su progreso depende más de las dádivas
de sus gobernantes que de sus propios talentos, méritos
y esfuerzos, que pretende ayudar a los más débiles
saqueando a otros usando coercitivamente la ley, no tiene
futuro alguno. Esa sociedad está condenada
a vivir bajo las reglas de la demagogia y el populismo,
solo porque no se anima a promover con convicción un
sistema que priorice la cultura del trabajo y establezca
incentivos para que aquellos que lo deseen genuinamente
puedan generar riqueza y prosperar. Los equilibrios
siempre son inestables. Suponer que lo logrado es absoluto
implica no entender la naturaleza humana. Todo está
en constante movimiento y como bien decía Heráclito
"lo único inmutable es el cambio". Si se
entiende esta realidad no es posible darse el lujo de relajarse.
Los que defienden el colectivismo como matriz, los que creen
que los individuos deben subordinar sus libertades al bienestar
general, solo tropiezan de tanto en tanto, pero suelen tomarse
revancha y volver con más ímpetu. Es
posible que los personajes de turno se retiren del juego.
Ya ha sucedido eso en el pasado. Pero no menos cierto es
que serán otros los que heredarán su voracidad
por el poder e intentarán ocupar ese lugar. Ellos saben conquistar el poder. Es posible que se equivoquen,
pero siempre retoman la lucha y dan la pelea política.
Cuentan con la ventaja de no tener escrúpulo alguno
y de apelar al "vale todo" para recuperar lo perdido. Es trascendente entonces, mantenerse en vigilia,
ser constantes y perseverantes, evitar la soberbia de quienes
creen que sus adversarios han sido definitivamente derrotados,
cuando en realidad solo han retrocedido algunos pocos metros
y usarán ese desliz para tomar mayor impulso.
Lo que viene puede ser una gran oportunidad, solo
en la medida que se comprenda adecuadamente lo que realmente
está ocurriendo. Pero lejos se está de haber logrado
un triunfo con mayúsculas. La tenacidad
no es una virtud de esta era en la que la fugacidad parece
marcar el ritmo. Las actitudes espasmódicas de esta
sociedad se han manifestado muchas veces, pero sin lograr
afirmarse como corresponde. Es por eso que se corre permanentemente
el riesgo de caer en el abismo. El desafío
consiste en estar alertas, en prestar mucha atención
a lo que sucede alrededor, porque el futuro depende, en
buena medida, de esa conducta constante de resguardar cada
victoria, fortalecer ese escalón, para recién
luego avanzar hacia el siguiente. Si se hacen los deberes,
tal vez se pueda dar vuelta la página en algún
momento y soñar con un porvenir mucho mejor. Para eso
será indispensable no bajar la guardia.
Alberto Medina Méndez albertomedinamendez@gmail.com
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