Atención: soy normal
Querido sí sí no no:
De algunos años a esta parte veo que,
una gran parte de la Iglesia, exhibe, al menos de palabra, mucha
atención hacia toda clase de pobres; otra vez los pobres; en fin, los
pobres…, cuando todo son heridas (la familia herida, los minusválidos o
discapacitados, los divorciados-recasados) y ahora, además, los
homosexuales, los transexuales, etc. Desde los tiempos de Juan XXIII, siempre
se ha prestado más atención a los no-católicos, como los ortodoxos, los
luteranos y los valdenses; mucha más atención por los no-cristianos:
musulmanes, budistas, hebreos y tantos otros. Incluso, por los
no-creyentes… ¡Cuanta atención, cuanta misericordia, cuanta ternura!
Y ahora por los inmigrantes, que deben
ser acogidos y alimentados, con preferencia a nuestra gente, que también
tiene necesidad de ayuda y trabajo. ¡Que pida ayuda para encontrar
trabajo uno de nuestros aguerridos jóvenes, que tiene todo el derecho a
pedir a los poderosos las “grandes amapolas rojas”[1]!,
pero ellos levantan un dedo diciendo “no, debido a la crisis”… Sin
embargo, estas mismas “amapolas” están disponibles para los musulmanes
que vienen por el Mediterráneo a invadirnos.
En resumen, nadie ve que todo es una
movilización, un gran parlamento, sobre todo, a favor de los
“rechazados”, a los que que ahora debemos preferir, so pena de no poder
llamarnos cristianos. Pero a “los señores” de mitra y púrpura, me gustaría preguntarles si, por casualidad, los verdaderos pobres no son los que están lejos de Dios, plena y desesperadamente,- como decía el Cardenal Biffi-, con una tremenda necesidad de Dios, por quién hemos sido creados,
según la palabra de San Agustín de Hipona: «Señor, hemos sido hechos
por ti y nuestro corazón está inquieto hasta que no encuentre respuesta
de Ti».[2]
La Iglesia siempre ha creído y enseñado que los pobres más pobres, los más infelices son aquellos que no conocen a Jesucristo, porqué sin Él no hay salvación[3] y por ello, durante siglos, ha movilizado toda su fuerza, desde las parroquias hasta las misiones.
Pero ahora, ¿quién habla de esta necesidad de Dios, de esta necesidad de salvación, de la salvación del alma? ¿De salvarnos del Infierno, que existe, y funciona activamente, hoy más que nunca? ¿Quién habla de ello? ¿Quién tiene el coraje de decir: «Por cierto, ¿de qué le servirá a un hombre el ganar el mundo entero, si pierde su alma?[4]»? Sin embargo, en el Código de Derecho Canónico todavía está escrito que: suprema ratio est salus animarum[5].
Pero hoy no es de esto de lo que quería
hablar. La Iglesia, ¿no ha sido mandada a todos, los ricos y los pobres,
normales y diferentes, doctos e idiotas, potentados y humildes?
Ciertamente, sí, Jesús vino para todos y murió por la salvación de
todos aunque al final, de facto, sólo “algunos” han correspondido a su
obra de salvación. Hoy, empero, sucede (me sucede a mi) que debemos reconocer que hay una categoría que está marginada, que son los otros, los “diferentes”: son las personas normales, aquellas que siempre y a todas horas (a pesar del “bergogliate”[6])
continuamos siendo buenos católicos, entre inmensas dificultades; la no
menos importante: la sonrisa burlona de ciertos sacerdotes “adultos”.
Aquí, por ejemplo; quién escribe no es rico, pero vive “por sí mismo”
y no pide nada a nadie. No es una celebridad, pero posee cierto nivel
cultural. Desde siempre, por la Gracia de Dios, incluso en el inmenso
mar de la fragilidad humana, ha experimentado la amistad de Nuestro
Señor y siempre ha tratado de darlo a conocer y amarlo. Conozco no pocos
amigos, no pocas buenas personas que viven así.
En resumen, nosotros somos normales, aquellos que son considerados personas normales. Legal
y cristianamente casados, célibes o solteros virtuosos, gente que ha
trabajado, o trabaja aún, con honestidad y dignidad, ¡trabajadores del
bien, cada uno en su lugar!
Y bien, ¿quién nos protege? ¿Quién nos cuida? Tal vez seamos, modestia a parte, las pocas ovejas
que no se han perdido; pero hay sacerdotes que preferirían que nos
hubiéramos perdido, para que así tuviéramos la experiencia de la
pérdida, del pecado, para que probáramos la misericordia de
Dios. Estos curas, a menudo nos apalean, incluso desde las alturas, para
que seamos hipócritas y presuntuosos, seamos envidiosos como el hijo
mayor de la parábola del hijo pródigo, etcétera.
Alguno de nosotros, que desde hace
veinte años participa con los curas en la catequesis y en la formación
de los jóvenes, ha sido dejado de lado por los sacerdotes de la zona,
creo que por acuerdo tácito, porqué este alguno ¡todavía era demasiado católico para ellos! Así va el mundo: los “diferentes”, son ahora los buenos católicos aunque no tengan intención de convertirse o cambiar de religión.
Y bien, sacerdotes “adultos”, si quieren
darnos un poco de atención a nosotros, los que somos aún “normales”,
gente de bien, seremos felices; pero si continúan protegiéndolos a
ellos, como hacen ahora, nosotros seremos siempre el futuro de la rica
Tradición Católica, mientras ustedes perderán la cabeza.
Insurgens
[Traducción María Ángeles Buisán]
[1]
Las amapolas rojas son el símbolo de homenaje a las víctimas de la
guerra. Nació en 1915, cuando John McCrae escribió un poema (In Flanders Fields)
en honor de un amigo que murió en el mes de mayo de aquel año; en el
poema, McCrae describe el campo cubierto de cadáveres y amapolas rojas.
Los países de la Commonwealth conmemoran cada 11 de noviembre el fin de
la I Guerra Mundial y homenajean a los muertos de todas las guerras.
Todos los asistentes llevan una amapola roja como homenaje a los caídos.
Aquí se usa como símbolo de los derechos de los ciudadanos. (N. de la T.).
[2] Confesiones, I, 1.
[3] Jn 14,6; Act. 4,12.
[4] Mc. 8,36.
[5] La Ley suprema es la salvación del alma.
[6] Juego de palabras sin traducción.