domingo, 13 de diciembre de 2015

Nos quieren imponer otra religión - CATAPULTA


Nos quieren imponer otra religión - CATAPULTA








“Los dones y el llamado de Dios son irrevocables. Reflexiones sobre temas teológicos sobre las relaciones católico-judías en ocasión del 50 aniversario de Nostra Aetate”, es el nombre del nuevo documento sobre las relaciones del cristianismo con el hebraísmo que fue presentado este jueves en la Sala de prensa de la Santa Sede. El cardenal Kurt Koch, presidente de la Comisión para las relaciones religiosas con el judaísmo explicó que el documento “no da definiciones doctrinales definitivas”, y “ni es un documento oficial del Magisterio de la Iglesia, sino un documento de estudio de nuestra Comisión, que intenta profundizar la dimensión teológica del diálogo judío-católico”.



Participaron también en la presentación, el secretario de dicha comisión, el padre Norbert Hofmann SDB; el rabino David Rosen, director del International Director of Interreligious Affairs, American Jewish Committee (AJC), Jerusalem (Israel); y el director y fundador del británico Woolf Institute, Cambridge.






El documento de marras y ya se verá cómo se lo impondrá, de hecho, como documento oficial del Magisterio de la Iglesia, como si diese “definiciones doctrinales definitivas”, dice entre tantas otras cosas, ninguna buena por cierto:



“La Iglesia se ve así obligada a considerar la evangelización en relación a los Judíos, que creen en un sólo Dios, con unos parámetros diferentes a los que adopta para el trato con las gentes de otras religiones y concepciones del mundo. En la práctica esto significa que la Iglesia Católica no actúa ni sostiene ninguna misión institucional específica dirigida a los Judíos. Pero, aunque se rechace en principio una misión institucional hacia los Judíos, los Cristianos están llamados a dar testimonio de su fe en Jesucristo también a los Judíos, aunque deben hacerlo de un modo humilde y cuidadoso, reconociendo que los Judíos son también portadores de la Palabra de Dios, y teniendo en cuenta especialmente la gran tragedia de la Shoah”.



Como pretendo seguir siendo fiel a lo que recibí, seguiré rezando de “un modo humilde y cuidadoso” la oración que Pío XI mandó rezar en la fiesta de Cristo Rey:



“Dulcísimo Jesús, Redentor del género humano, miradnos humildemente postrados delante de vuestro altar; vuestros somos y vuestros queremos ser y a fin de poder vivir más estrechamente unidos con Vos, todos y cada uno espontáneamente nos consagramos en este día a vuestro Sacratísimo Corazón.



Muchos, por desgracia, jamás os han conocido; muchos, despreciando vuestros mandamientos, os han desechado. Oh Jesús benignísimo, compadeceos de los unos y de los otros, y atraedlos a todos a vuestro Corazón Sacratísimo.



Oh Señor, sed Rey, no sólo de los hijos fieles que jamás se han alejado de Vos, sino también de los pródigos que os han abandonado; haced que vuelvan pronto a la casa paterna, para que no perezcan de hambre y de miseria. Sed Rey de aquellos que, por seducción del error o por espíritu de discordia, viven separados de Vos: devolvedlos al puerto de la verdad y a la unidad de la fe, para que en breve, se forme un solo rebaño bajo un solo Pastor. Sed Rey de los que permanecen todavía envueltos en las tinieblas de la idolatría o del islamismo; dignaos atraerlos a todos a la luz de vuestro reino.



Mirad, finalmente, con ojos de misericordia a los hijos de aquel pueblo que en otro tiempo fue vuestro predilecto: descienda también sobre ellos como bautismo de redención y de vida, la sangre que un día contra sí reclamaron. Conceded, oh Señor, incolumidad y libertad segura a vuestra Iglesia; otorgad a todos los pueblos la tranquilidad en el orden; haced que del uno al otro confín de la tierra no suene sino esta voz: ¡Alabado sea el Corazón Divino, causa de nuestra salud, a Él se entonen cánticos de honor y de gloria por los siglos de los siglos! Amén”.



Y no dejaré de emocionarme “humilde y cuidadosamente” cada vez que lea el testamento de la judía Edith Stein, hoy Santa Teresa Benedicta de la Cruz, que murió como carmelita en Auschwitz:



“Desde ahora acepto con alegría y con perfecta sumisión a su santa voluntad, la muerte que Dios me ha reservado. Pido al Señor que se digne aceptar mi vida y mi muerte para su honor y su gloria; por todas las intenciones del Sagrado Corazón de Jesús y de María y de la Santa Iglesia, de modo especial por el mantenimiento, santificación y perfección de nuestra Santa Orden, particularmente los Carmelos de Colonia y Ech; en expiación por la incredulidad del pueblo judío y para que el Señor sea acogido por los suyos y venga su reino de Gloria; por la salvación de Alemania y la paz en el mundo; finalmente, por mis familiares, vivos y difuntos, y por todos los que Dios me ha dado: que ninguno de ellos se pierda”.
Fuente: Catapulta
  

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