El traspaso de mando y la infantilidad de CFK
LO ÚNICO QUE LE FALTABA A LA PRESIDENTA
El traspaso de mando y la infantilidad de CFK
El traspaso de mando y la infantilidad de CFK
Ayer la Argentina registró el ingreso abrupto a la agenda pública del Pato Donald. Fue la propia Jefa de Estado la que conmovió al país relatando los peligros de ese octogenario y siniestro plumífero.
Hoy, también a instancias de caprichos estatales, seguimos discutiendo acerca de cómo instrumentar el traspaso de mando.
Confieso que me resisto a ingresar en debates delirantes, pero con esta administración no tiene caso: estamos confinados a discutir gansadas. Parece mentira que estemos hablando de esto; mas, por eso mismo, deseo desde lo más profundo de mi ser que sea esta la última vez que debamos destinarle tiempo y energía a la gansada.
La Constitución Nacional establece que el juramento del binomio presidencial debe prestarse ante la Asamblea Legislativa, encabezada por el Presidente Provisional. Esto es: el próximo 10 de diciembre, al mediodía, Mauricio Macri y Gabriela Michetti, bañaditos y perfumados, asumirán sus cargos ante el Congeso de la Nación en pleno (todos los diputados y todos los senadores), presidido por Federico Pinedo.
Nada dice el texto constitucional de los atributos de mando. Fue la tradición inveterada la que mandó el desplazamiento del flamante presidente entrante desde el Palacio Legislativo a la Casa Rosada -luego de jurar- para recibir del presidente saliente: la Banda Presidencial, el Bastón de Mando y la Marcha de Ituzaingó (esta última, ha caído en desuso).
Dicha práctica se alteró con la discontinuidad institucional acaecida durante el año 2001; de ahí que Rodriguez Saá, primero, y Duhalde, después, hicieron todo en el Congreso. No obstante, puede decirse que el abandono del protocolo no sólo estaba justificado sino que la salvaguarda del signo lo hacía necesario.
Los signos no deben explicarse, pues: si de verdad son signos, hablan por sí solos. En efecto, se supone que la comunidad comparte los códigos que permiten la comprensión del mensaje (por ejemplo: cuando el Papa inicia su pontificado baja a buscar los atributos a la cripta de Pedro); mas, en honor a la confusión desatada, conviene atender el asunto a fin de esclarecerlo.
El titular de la soberanía es el pueblo; por eso, la soberanía se apellida: “popular”. Pero como la democracia argentina es tipo representativa, “el pueblo” no delibera ni gobierna directamente sino a través de sus representates; o sea: los diputados (que hablan en nombre de los habitantes de las provincias, por eso su número varía con la ampliación o reducción del padrón electoral) y los senadores (que expresan a los territorios provinciales, por eso el número de legisladores es fijo: dos corresponden para la mayoría y uno para la minoría), portavoces de la población y el territorio, elementos clásicos de la noción de estado. De modo que: el titular del Poder Ejecutivo jura su cargo ante el plenario de los congresales en reivindicación a la forma representativa del gobierno que asume, el cual deberá ejercer a lo largo y a lo ancho de un estado cuya organización es de tipo federal.
Luego, en observancia de la forma republicana y como signo de la divsión de los poderes constituidos, el presidente entrante se desplaza desde el Congreso hasta donde la administración tiene su sede; vale decir: hacia “la Casa de Gobierno” (nótese que sólo él, pues el poder ejecutivo es unipersonal, de ahí que vicepresidente titularice la Cámara Alta). Allí lo espera el presidente saliente y le hace entrega de los atributos de mando, reflejando la continuidad del Estado. El signo es muy profundo, atestigua el celo con el que el exmandatario ha custodiado los intereses de la República Argentina y le impone al primer mandatario velar con el mismo ahínco por los destinos de la Nación. La banda sujeta, pero también acoraza al primer mandatario; el bastón le confiere monopolio de la fuerza, pero también da cuenta del punto de apoyo del que puede servirse.
La amplitud de sentidos que cabe adjudicar a los signos que pavimentan una ceremonia de estas carácterísticas es enorme. Las impresiones de los testigos oculares, en gran medida, delatan si su mundo interno emparda con los estímulos que el fenómeno les alcanza. La complejidad sensorial, estética y hasta metafísica del fenómeno, hace que la tradición pueda volver ejemplificadora la ceremonia, en la medida que puede considerarla digna de ser seguida a lo largo del tiempo.
Así sucedió hasta los Kirchner. Mal o bien, pero en pleno ejercicio de sus facultades, Néstor y Cristina decidieron recibir los atributos de mando en el Congreso. Ahora sucede que Mauricio Macri ha resuelto volver a las fuentes y también tiene la potestad de hacerlo; de hecho, a partir de las 00:00 hs. del 10 de diciembre, CFK estará rodeada de ratones y calabazas y el Presidente de la Nación será el líder del Cambiemos.
En cualquier caso, lo que no puede permitirse es que el kirchnerismo continúe ocupándose de pulverizar la pluralidad de sentido imponiendo autocráticamente formas de pensamiento único. Bastardear la simbología del traspaso es la última canallada que podía esperarse de un gobierno derrotado encabezado por una patota de infántulos, que mejor deberían preocuparse por cuidarnos a todos de aquí hasta que se vayan (porque deben irse) en vez de cultivar irresponsablemente la zozobra.
Además, consciente de lo abstracto que pueda resultar el discurso institucional, aprovechemos que por estas horas también el fútbol ocupa la atención para colar una metáfora: permitan que el adversario dé la vuelta olímpica y levante la copa. Es lo que cabe esperar de todo buen jugador.
Por último, hago votos para que quien se ha cansado de decir que presidió a los cuarenta millones de argentinos recupere la capacidad de alegrarse con los que se alegran. Eso es sano; de otro modo, coquetea peligrosamente con la hipertrimia displacentera.
Nada dice el texto constitucional de los atributos de mando. Fue la tradición inveterada la que mandó el desplazamiento del flamante presidente entrante desde el Palacio Legislativo a la Casa Rosada -luego de jurar- para recibir del presidente saliente: la Banda Presidencial, el Bastón de Mando y la Marcha de Ituzaingó (esta última, ha caído en desuso).
Dicha práctica se alteró con la discontinuidad institucional acaecida durante el año 2001; de ahí que Rodriguez Saá, primero, y Duhalde, después, hicieron todo en el Congreso. No obstante, puede decirse que el abandono del protocolo no sólo estaba justificado sino que la salvaguarda del signo lo hacía necesario.
Los signos no deben explicarse, pues: si de verdad son signos, hablan por sí solos. En efecto, se supone que la comunidad comparte los códigos que permiten la comprensión del mensaje (por ejemplo: cuando el Papa inicia su pontificado baja a buscar los atributos a la cripta de Pedro); mas, en honor a la confusión desatada, conviene atender el asunto a fin de esclarecerlo.
El titular de la soberanía es el pueblo; por eso, la soberanía se apellida: “popular”. Pero como la democracia argentina es tipo representativa, “el pueblo” no delibera ni gobierna directamente sino a través de sus representates; o sea: los diputados (que hablan en nombre de los habitantes de las provincias, por eso su número varía con la ampliación o reducción del padrón electoral) y los senadores (que expresan a los territorios provinciales, por eso el número de legisladores es fijo: dos corresponden para la mayoría y uno para la minoría), portavoces de la población y el territorio, elementos clásicos de la noción de estado. De modo que: el titular del Poder Ejecutivo jura su cargo ante el plenario de los congresales en reivindicación a la forma representativa del gobierno que asume, el cual deberá ejercer a lo largo y a lo ancho de un estado cuya organización es de tipo federal.
Luego, en observancia de la forma republicana y como signo de la divsión de los poderes constituidos, el presidente entrante se desplaza desde el Congreso hasta donde la administración tiene su sede; vale decir: hacia “la Casa de Gobierno” (nótese que sólo él, pues el poder ejecutivo es unipersonal, de ahí que vicepresidente titularice la Cámara Alta). Allí lo espera el presidente saliente y le hace entrega de los atributos de mando, reflejando la continuidad del Estado. El signo es muy profundo, atestigua el celo con el que el exmandatario ha custodiado los intereses de la República Argentina y le impone al primer mandatario velar con el mismo ahínco por los destinos de la Nación. La banda sujeta, pero también acoraza al primer mandatario; el bastón le confiere monopolio de la fuerza, pero también da cuenta del punto de apoyo del que puede servirse.
La amplitud de sentidos que cabe adjudicar a los signos que pavimentan una ceremonia de estas carácterísticas es enorme. Las impresiones de los testigos oculares, en gran medida, delatan si su mundo interno emparda con los estímulos que el fenómeno les alcanza. La complejidad sensorial, estética y hasta metafísica del fenómeno, hace que la tradición pueda volver ejemplificadora la ceremonia, en la medida que puede considerarla digna de ser seguida a lo largo del tiempo.
Así sucedió hasta los Kirchner. Mal o bien, pero en pleno ejercicio de sus facultades, Néstor y Cristina decidieron recibir los atributos de mando en el Congreso. Ahora sucede que Mauricio Macri ha resuelto volver a las fuentes y también tiene la potestad de hacerlo; de hecho, a partir de las 00:00 hs. del 10 de diciembre, CFK estará rodeada de ratones y calabazas y el Presidente de la Nación será el líder del Cambiemos.
En cualquier caso, lo que no puede permitirse es que el kirchnerismo continúe ocupándose de pulverizar la pluralidad de sentido imponiendo autocráticamente formas de pensamiento único. Bastardear la simbología del traspaso es la última canallada que podía esperarse de un gobierno derrotado encabezado por una patota de infántulos, que mejor deberían preocuparse por cuidarnos a todos de aquí hasta que se vayan (porque deben irse) en vez de cultivar irresponsablemente la zozobra.
Además, consciente de lo abstracto que pueda resultar el discurso institucional, aprovechemos que por estas horas también el fútbol ocupa la atención para colar una metáfora: permitan que el adversario dé la vuelta olímpica y levante la copa. Es lo que cabe esperar de todo buen jugador.
Por último, hago votos para que quien se ha cansado de decir que presidió a los cuarenta millones de argentinos recupere la capacidad de alegrarse con los que se alegran. Eso es sano; de otro modo, coquetea peligrosamente con la hipertrimia displacentera.
Ayer
la Argentina registró el ingreso abrupto a la agenda pública del Pato
Donald. Fue la propia Jefa de Estado la que conmovió al país relatando
los peligros de ese octogenario y siniestro plumífero.
Hoy, también a instancias de caprichos estatales, seguimos discutiendo acerca de cómo instrumentar el traspaso de mando.
Confieso
que me resisto a ingresar en debates delirantes, pero con esta
administración no tiene caso: estamos confinados a discutir gansadas.
Parece mentira que estemos hablando de esto; mas, por eso mismo, deseo
desde lo más profundo de mi ser que sea esta la última vez que debamos
destinarle tiempo y energía a la gansada.
La
Constitución Nacional establece que el juramento del binomio
presidencial debe prestarse ante la Asamblea Legislativa, encabezada por
el Presidente Provisional. Esto es: el próximo 10 de diciembre, al
mediodía, Mauricio Macri y Gabriela Michetti, bañaditos y perfumados,
asumirán sus cargos ante el Congeso de la Nación en pleno (todos los
diputados y todos los senadores), presidido por Federico Pinedo.
Nada
dice el texto constitucional de los atributos de mando. Fue la
tradición inveterada la que mandó el desplazamiento del flamante
presidente entrante desde el Palacio Legislativo a la Casa Rosada -luego
de jurar- para recibir del presidente saliente: la Banda Presidencial,
el Bastón de Mando y la Marcha de Ituzaingó (esta última, ha caído en
desuso).
Dicha
práctica se alteró con la discontinuidad institucional acaecida durante
el año 2001; de ahí que Rodriguez Saá, primero, y Duhalde, después,
hicieron todo en el Congreso. No obstante, puede decirse que el abandono
del protocolo no sólo estaba justificado sino que la salvaguarda del
signo lo hacía necesario.
Los
signos no deben explicarse, pues: si de verdad son signos, hablan por
sí solos. En efecto, se supone que la comunidad comparte los códigos que
permiten la comprensión del mensaje (por ejemplo: cuando el Papa inicia
su pontificado baja a buscar los atributos a la cripta de Pedro); mas,
en honor a la confusión desatada, conviene atender el asunto a fin de
esclarecerlo.
El
titular de la soberanía es el pueblo; por eso, la soberanía se
apellida: “popular”. Pero como la democracia argentina es tipo
representativa, “el pueblo” no delibera ni gobierna directamente sino a
través de sus representates; o sea: los diputados (que hablan en nombre
de los habitantes de las provincias, por eso su número varía con la
ampliación o reducción del padrón electoral) y los senadores (que
expresan a los territorios provinciales, por eso el número de
legisladores es fijo: dos corresponden para la mayoría y uno para la
minoría), portavoces de la población y el territorio, elementos clásicos
de la noción de estado. De modo que: el titular del Poder Ejecutivo
jura su cargo ante el plenario de los congresales en reivindicación a la
forma representativa del gobierno que asume, el cual deberá ejercer a
lo largo y a lo ancho de un estado cuya organización es de tipo federal.
Luego,
en observancia de la forma republicana y como signo de la divsión de
los poderes constituidos, el presidente entrante se desplaza desde el
Congreso hasta donde la administración tiene su sede; vale decir: hacia
“la Casa de Gobierno” (nótese que sólo él, pues el poder ejecutivo es
unipersonal, de ahí que vicepresidente titularice la Cámara Alta). Allí
lo espera el presidente saliente y le hace entrega de los atributos de
mando, reflejando la continuidad del Estado. El signo es muy profundo,
atestigua el celo con el que el exmandatario ha custodiado los intereses
de la República Argentina y le impone al primer mandatario velar con el
mismo ahínco por los destinos de la Nación. La banda sujeta, pero
también acoraza al primer mandatario; el bastón le confiere monopolio de
la fuerza, pero también da cuenta del punto de apoyo del que puede
servirse.
La
amplitud de sentidos que cabe adjudicar a los signos que pavimentan una
ceremonia de estas carácterísticas es enorme. Las impresiones de los
testigos oculares, en gran medida, delatan si su mundo interno emparda
con los estímulos que el fenómeno les alcanza. La complejidad sensorial,
estética y hasta metafísica del fenómeno, hace que la tradición pueda
volver ejemplificadora la ceremonia, en la medida que puede considerarla
digna de ser seguida a lo largo del tiempo.
Así
sucedió hasta los Kirchner. Mal o bien, pero en pleno ejercicio de sus
facultades, Néstor y Cristina decidieron recibir los atributos de mando
en el Congreso. Ahora sucede que Mauricio Macri ha resuelto volver a las
fuentes y también tiene la potestad de hacerlo; de hecho, a partir de
las 00:00 hs. del 10 de diciembre, CFK estará rodeada de ratones y
calabazas y el Presidente de la Nación será el líder del Cambiemos.
En
cualquier caso, lo que no puede permitirse es que el kirchnerismo
continúe ocupándose de pulverizar la pluralidad de sentido imponiendo
autocráticamente formas de pensamiento único. Bastardear la simbología
del traspaso es la última canallada que podía esperarse de un gobierno
derrotado encabezado por una patota de infántulos, que mejor deberían
preocuparse por cuidarnos a todos de aquí hasta que se vayan (porque
deben irse) en vez de cultivar irresponsablemente la zozobra.
Además,
consciente de lo abstracto que pueda resultar el discurso
institucional, aprovechemos que por estas horas también el fútbol ocupa
la atención para colar una metáfora: permitan que el adversario dé la
vuelta olímpica y levante la copa. Es lo que cabe esperar de todo buen
juador.
Por
último, hago votos para que quien se ha cansado de decir que presidió a
los cuarenta millones de argentinos recupere la capacidad de alegrarse
con los que se alegran. Eso es sano; de otro modo, coquetea
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