“¡Argentinos, a las cosas!”
por
Fin
de ciclo sin eufemismos. Ni especulaciones, ni expresiones de deseos
confundidas con realismo: el kirchnerismo se va dejando en evidencia
toda la brutalidad de su esencia. Ahora bien, si se cree que la culpa de
todos los males que empiezan a aflorar sin disimulo es responsabilidad
exclusiva del gobierno kirchnerista caemos nuevamente en el error de
mirar solo la paja en el ojo ajeno.
Desde el desdén y el profundo desprecio al pueblo, a sus
instituciones y sus tradiciones, hasta la falta de infraestructura y el
déficit económico no surgen de la noche a la mañana. Hemos sido
espectadores pasivos, ingenuos o cómplices acaso, tanto de lo hecho como
de lo deshecho. Lo nuevo no es lo omitido. Al kirchnerismo se le ha
perdonado lo que a casi ningún otro gobierno se le ha permitido. La
pregunta que debería inaugurar este cambio, amén de las nuevas
autoridades detentando el mando, debería ser pues: ¿qué nos ha pasado?
El disfrutar ciegamente furtivos veranitos en lo económico nos está
haciendo pagar un alto costo. Hay dos aspectos en que es dable darle la
razón a Cristina: 1) “Hay una estrategia comunicacional para mantener en
la ignorancia a la mayoría de los argentinos”. 2) “No fue magia“.
Ahora, la transición implica conjugar esas verdades en tiempo pasado. El
kirchnerismo instauró una concepción bélica de la política desde su
asunción en mayo de 2003, puede vérsela incluso antes en el sur pero no
después.
Algunos analistas dieron cuenta de ello y advirtieron acerca de las
consecuencias. Fueron los menos es cierto, y está claro que en Argentina
hay un serio problema a la hora de entender eso de las mayorías y las
minorías. Ambas merecen respeto, ambas deberían ser tenidas en cuenta
para evitar que el sistema democrático derive en lo que justamente ha
derivado: un régimen autoritario. Haber creído en la prepotencia del 54%
ha sido un error tan desafortunado como lo fue haber creado la idea de
que esa mayoría estaba autorizada para maniobrar sin rendir cuentas.
Hay una gran diferencia entre el respeto y la tolerancia, y otra
igualmente vasta entre la paciencia y la indiferencia ya sea real o
fingida. El límite del ‘dejar hacer’ y callar con la complicidad es casi
imperceptible, mínimo. Es menester volver a una sociedad donde existan
premios y castigos, aunque reconciliación y unión no implica que todo dé
lo mismo.
Estamos presenciando el espectáculo que voluntariamente hemos dejado
que monten sobre el escenario. Si bien se mira, Cristina Kirchner no
empezó a enturbiar la transición política el domingo 22 del mes pasado.
Discutir ahora sus formas y su desparpajo resulta un tanto hipócrita
aunque cueste aceptarlo. La sociedad argentina se ha caracterizado por
estar siempre en pequeñeces, abstraída con espejitos de colores,
pendiente en exceso del “aquí y ahora”, interesada en tener más que en
ser. Eso explica también que a días del traspaso presidencial, se esté
más pendiente de la continuidad del cepo que del cambio de fondo capaz
de sustentar un país diferente en serio.
A veces pareciera que si se hubiese podido liberar la moneda
americana y darle capacidad de compra al peso, no habría demasiadas
objeciones que hacerle al actual gobierno. Sin embargo, esta dependencia
del dólar es una radiografía exacta de cuán heridos nos deja el
kirchnerismo. El daño es más profundo que la distorsión económica en sí
misma.
Hoy observamos como atontados lo que debiera ser normal, y asumimos
la incoherencia y lo dispar como natural. De ese mal no se sale sin
cicatrices ni muy rápido. La ansiedad manifiesta por el valor del dólar
nos muestra como una sociedad con prioridades distorsionadas, y sin una
clara noción de dónde está el verdadero problema que debe ser atacado.
No hace tanto, escribí una nota titulada: “¡Qué felices éramos cuando
las crisis eran solo económicas!“. Y es que cuando eso sucedía, el
cambio de un ministro de Hacienda, la irrupción de un plan (se llamara
austral, primavera, etc.), o hasta la aparición de una simple tablita
nos redimía. Hoy la situación es distinta. De nada le serviría a
Mauricio Macri tener el mejor equipo de especialistas en economía si no
tuviese simultáneamente, colaboradores conscientes de la crisis moral
subyacente en la sociedad argentina. El país necesita un equipo
interdisciplinario que le dé simétrica prioridad a la metástasis que al
origen del mal. Y parece que lo hay.
Si solo se ataca el tumor de base, las células afectadas y
diseminadas por el resto del organismo seguirán provocando males que
impedirán lograr un cuerpo saludable. La calidad de vida no está dada
por el poder adquisitivo aunque para muchos resulte así de sencillo. La
calidad de vida es el resultado de un todo, y ese todo implica forma y
fondo.
No habla bien de un país tener libertad cambiaría si es menester
viralizar información de cuentas bancarias para recaudar fondos de modo
que un enfermo pueda costear un tratamiento en el extranjero. Habla bien
de un país si ese enfermo es contenido por el Ministerio de Desarrollo
Social o de Salud según corresponda al caso.
No puede o no debe haber emergencias sanitarias desatendidas. Resulta
muy grato ver la solidaridad espontánea de un pueblo cuando fenómenos
meteorológicos, por ejemplo, generan catástrofes, pero el desarrollo y
el crecimiento de un país no lo da la cantidad de donaciones ciudadanas.
Por el contrario, lo da o debiera darlo la capacidad de respuesta del
Estado frente a las circunstancias. A su vez, es esa capacidad de
respuesta lo que justifica la presencia y el mantenimiento de un aparato
estatal, si no fuese de esa manera bastaría con guardar lo destinado al
pago de impuestos para utilizarlo por nuestra cuenta frente a una
determinada emergencia.
No habla bien de un país estar cuestionando a quién le corresponde
festejar un traspaso de mando. El festejo es, o debiera ser, el traspaso
en sí mismo no el quién, el cómo y el cuándo. Hay otras circunstancias
al margen de la economía y el saqueo kirchnerista que enturbian la
transición en Argentina. Hay una plaza insólitamente dividida, hay
rumores de vandalismo y horror que no se explican sino por un
relativismo extremo de principios y de honor. Todo debe ser subsanado al
mismo tiempo aún cuando pueda establecerse diferentes niveles entre lo
grave, lo primordial, lo urgente y lo necesario..
Lo que sigue no es tampoco novedoso. Aunque nos sorprendamos, es
factible que en lo sucesivo veamos jueces haciendo lo que deben hacer:
impartir justicia sin importar a quién. Observaremos como causas paradas
por arbitrariedades se reabren y empiezan a dilucidarse, lloverán
indagatorias y los fiscales investigarán. Así de raro o no tanto…
En síntesis, Argentina empezará a ser lo que nunca debió dejar de
ser. Por esto trasciende e importa tanto la irrupción no de un nuevo
Presidente sino de un nuevo gabinete, es decir de un equipo capacitado
para atender el todo asumiendo la premisa que ‘el todo es la suma de las
partes’.
Asimismo, que el electo jefe de Estado se muestre en eje, sereno pero
alertado del escenario en sus cuatro puntos cardinales permite una
bienvenida optimista aún cuando el presente se empeñe en cuestionar la
fidelidad de ese punto de vista.
Y es que la gran tragedia Argentina es paradójicamente su gran
suerte: nada está hecho, todo está por hacerse. Lo dijo en su momento
Ortega y Gasset y hoy más que nunca retumba su eco: “Argentinos, a las
cosas“. Las diatribas y las polémicas ya tendrán su hora.