LA LUZ DE DIOS APAGADA EL OCHO DE DICIEMBRE
LA BASÍLICA DE SAN PEDRO PROFANADA
Roberto de Mattei
a imagen que quedará asociada a la apertura del Jubileo
extraordinario de la Misericordia no será la ceremonia antitriunfalista
celebrada por Francisco en la mañana del 8 de diciembre, sino el
atronador espectáculo Fiat lux: iluminación de nuestra casa común, que
puso fin a la jornada inundando de luces y sonidos la fachada y la
cúpula de San Pedro.
A lo largo de la función patrocinada por el Grupo del Banco Mundial,
imágenes de leones, tigres y leopardos de proporciones gigantescas se
sobreponían a la fachada de San Pedro, que se eleva precisamente sobre
las ruinas del circo de Nerón, donde las fieras devoraban a los
cristianos. El juego de luces daba la impresión de que la basílica se
ponía boca abajo, se disolvía y se sumergía. Sobre la fachada pasaban
peces-payaso y tortugas marinas, poco menos que haciendo pensar en la
licuefacción de las estructuras de la Iglesia, desprovista de todo
elemento que pudiera aportarle solidez. Un enorme búho y extraños
animales aéreos sobrevolaban en torno a la cúpula, y monjes budistas
pasaban caminando como dando a entender que hay un camino de salvación
alternativo al Cristianismo. En ningún momento apareció símbolo
religioso alguno ni la menor alusión al Cristianismo; la Iglesia cedía
el paso a la naturaleza soberana.
Andrea Tornielli ha escrito que no hay que escandalizarse porque, como documenta el historiador del arte Sandro Barbagallo en su libro Gli animali nell’arte religiosa. La Basilica di San Pietro (Libreria Editrice Vaticana, 2008), a lo largo de los siglos han sido muchos los artistas que han representado una fauna exuberante en torno al sepulcro de San Pedro. Pero si la basílica de San Pedro es un zoo sagrado, como la define con irreverencia el autor de la mencionada obra, no es porque los animales representados en la basílica estén recluidos en un recinto sagrado, sino porque es sagrado, es decir, ordenado a un fin trascendente, el significado que atribuye el arte a dichos animales.
Andrea Tornielli ha escrito que no hay que escandalizarse porque, como documenta el historiador del arte Sandro Barbagallo en su libro Gli animali nell’arte religiosa. La Basilica di San Pietro (Libreria Editrice Vaticana, 2008), a lo largo de los siglos han sido muchos los artistas que han representado una fauna exuberante en torno al sepulcro de San Pedro. Pero si la basílica de San Pedro es un zoo sagrado, como la define con irreverencia el autor de la mencionada obra, no es porque los animales representados en la basílica estén recluidos en un recinto sagrado, sino porque es sagrado, es decir, ordenado a un fin trascendente, el significado que atribuye el arte a dichos animales.
Efectivamente, en el Cristianismo los animales no se divinizan. Se
los valora por su fin, que consiste en que están destinados por Dios al
servicio del hombre. Dice el Salmista: «Le diste [al hombre] poder sobre
las obras de tus manos, y todos lo pusiste bajo sus pies: las ovejas y
los bueyes todos, y aun las bestias salvajes, las aves del cielo y los
peces del mar» (Sal. 8, 7-9). Dios ha situado al hombre al vértice de lo
creado, como rey de la creación, y todo debe estar ordenado a él para
que a su vez lo ordene todo a Dios como representante del universo (Gen
1, 26-27). El fin último del universo es Dios, pero el fin inmediato del
universo físico es el hombre. «En cierto modo, nosotros también somos
el fin de todas las cosas», afirma santo Tomás (II Sent., d. 1, q. 2, a.
4, sed contra), porque «Dios lo ha creado todo para el hombre» (Super
Symb. Apostolorum, art. 1).
Por otra parte, la simbología cristiana atribuye a los animales un
significado emblemático. Al Cristianismo no le preocupa la extinción de
animales ni el bienestar de éstos, sino el sentido último y profundo de
su presencia. El león es símbolo de la fuerza y el cordero de la
benignidad, para recordarnos la existencia de la virtud y las diversas
perfecciones, que sólo Dios posee por entero. En la Tierra, una gama
prodigiosa de seres creados desde la materia inorgánica hasta el hombre
posee una esencia y una perfección íntima que se expresa mediante el
lenguaje de los símbolos.
El ecologismo se presenta como una cosmovisión que trastorna esta
escala jerárquica, eliminando a Dios y destronando al hombre. Este
último es puesto en pie de plena igualdad con la naturaleza en una
relación de interdependencia no sólo con los animales, sino incluso con
los componentes inanimados del medio ambiente: montañas, ríos, mares,
paisajes, cadenas alimentarias, ecosistemas… Esta cosmovisión tiene por
objeto borrar toda línea divisoria entre el hombre y el mundo. La Tierra
forma junto con su biosfera una especie de entidad cósmica geoecológica
unitaria. Se vuelve algo más que una «casa común»: representa una
divinidad.
Hace cincuenta años, cuando se clausuró el Concilio Vaticano II, el
tema dominante en aquellos momentos históricos se manifestaba como
cierto «culto al hombre», contenido en la fórmula del «humanismo
integral» de Jacques Maritain. El libro de dicho título del filósofo
francés se publicó en 1936, pero su mayor influencia la tuvo ante todo
cuando un entusiasta lector de su obra, Giovanni Battista Montini, una
vez elegido Papa con el nombre de Paulo VI, quiso hacer de ella la
brújula de su pontificado. En la homilía de la Misa del 7 de diciembre
de 1965, recordó que en el Concilio Vaticano II había tenido lugar el
encuentro entre «la religión de Dios hecho hombre» y la «religión
(porque eso es precisamente) del hombre hecho Dios».
Cincuenta años después, asistimos al paso del humanismo integral a la
ecología integral; de la Carta internacional de los derechos humanos a
la de los derechos de la naturaleza. En el siglo XVI, el humanismo había
rechazado la civilización cristiana medieval en nombre del
antropocentrismo. La tentativa de construir la Ciudad del Hombre sobre
las ruinas de la de Dios fracasó trágicamente en el siglo XX, y de nada
valieron los intentos de cristianizar el antropocentrismo con el nombre
de humanismo integral. La religión del hombre es sustituida por la de la
Tierra: al antropocentrismo, criticado por sus desviaciones, lo
reemplaza una nueva cosmovisión ecocéntrica. La ideología de género, que
disuelve toda identidad y toda esencia, se inserta en esta perspectiva
panteísta e igualitaria.
Se trata de un concepto radicalmente evolucionista que coincide en
buena parte con el de Teilhard de Chardin. Dios es la «autoconciencia»
del universo que evolucionando se vuelve consciente de la propia
evolución. No es casual la cita de Teilhard en el párrafo 83 de Laudato
sì, la encíclica del papa Francisco en la que filósofos como Enrico
Maria Radaelli y Arnaldo Xavier da Silveira han destacado puntos que
discrepan de la Tradición católica. Y el espectáculo Fiat Lux se ha
representado como un manifiesto ecologista que tiene por objeto expresar
en imágenes la encíclica Laudato Si.
En el diario Libero, Antonio Socci, la ha definido como «una puesta
en escena gnóstica y neopagana con un inequívoco mensaje ideológico
anticristiano», y señala que «en San Pedro han preferido que, en la
fiesta de la Inmaculada Concepción, en vez de celebrar a la Madre de
Dios se celebre a la Madre Tierra, a fin de propagar la ideología
dominante, la de la “religión del clima y la ecología”, la religión
neopagana y neomalthusiana, respaldada por los poderes fácticos del
mundo. Es una profanación espiritual (y también porque ese lugar, no lo
olvidemos, es un lugar de martirio cristiano)».
«Por tanto -ha escrito por su parte Alessandro Gnocchi en Riscossa
Cristiana– no ha sido el Estado Islámico quien ha profanado el corazón
de la Cristiandad, ni los extremistas del credo laico los que se han
burlado de la fe católica, ni los artistas blasfemos y coprolálicos a
los que ya estamos acostumbrados los que han ultrajado la fe de tantos
cristianos. No había necesidad de registrar a los visitantes y hacerlos
pasar por el detector de metales a fin de impedir el ingreso de los
vándalos a la ciudadela de Dios: ya habían penetrado en la fortaleza y
activado la bomba multicolor ante la televisión mundial a salvo desde la
sala de control».
Los fotógrafos, ilustradores y publicistas que han realizado Fiat Lux
saben lo que representa la basílica de San Pedro para los católicos, la
imagen material del Cuerpo Místico de Cristo que es la Iglesia. Los
juegos lumínicos proyectados sobre la basílica tenían una intención
simbólica, antitética de lo que representan todas las luminarias, las
lámparas y el fuego, que han transmitido a lo largo de los siglos el
significado de la luz divina. Esa luz se apagó el 8 de diciembre. Entre
las imágenes y luces proyectadas sobre la basílica faltaban las de
Nuestro Señor y la Inmaculada, cuya fiesta se celebraba ese día. La
Plaza de San Pedro estaba inmersa en la falsa luz que porta el ángel
rebelde, Lucifer, príncipe de este mundo y de las tinieblas.
Decir luz divina no es una metáfora, sino una realidad, como son
también reales las tinieblas que envuelven actualmente al mundo. Y en
estas vísperas de la Navidad, la humanidad espera el momento en que la
noche se iluminará como el día «nox sicut dies illuminabitur» (Salmo 11)
y se cumplirán las promesas que hizo la Inmaculada en Fátima.
Roberto de Mattei
[Traducido por J.E.F].
Visto en Adelante en la Fe