Cornelio Codreanu: el ideal encarnado
“Soy trigo de Cristo. Dejad que sea molido por las fieras para ser pan agradable al Señor”. San Ignacio de Antioquia
En la medianoche del 29 al 30 de noviembre de 1938 asesinaban a
Cornelio Zelea Codreanu, Jefe y Capitán de la Legión del Arcángel San
Miguel. Su recordación e imitación se tornan necesarias y urgentes ya
que uno de los males de estos tiempos es la falta de nobles ideales; y
el Capitán los encarnó de manera concreta, hasta el martirio, acto
supremo de la Caridad.
San Agustín enseña que a los pueblos se los puede llegar a conocer
por lo que estos aman. Análogamente podemos conocer a un hombre a partir
de sus amores. Amó en primer lugar a Dios. La fe en el Señor lo
sostenía y en el ejercicio de la Esperanza se hizo invulnerable, incluso
ante los desalientos más comprensibles: “Cuando más solos y oprimidos estábamos -nos dirá-
tanto más se alzaban a Dios nuestros pensamientos. Esto nos daba una
fuerza invencible y una luminosa serenidad ente todas las desdichas”.
También sabrá enseñarnos: “No nos habíamos reunido porque
pensásemos de la misma manera, sino porque sentíamos de la misma manera;
no teníamos el mismo modo de pensar, sino la misma estructura
espiritual… no teníamos ni dinero ni programa; teníamos en cambio, a
Dios en el alma, y Él nos inspiraba la fuerza invencible de la fe”.
Y en su Diario que llevaba en la Cárcel, dejará escrito: “…
Después que he sido atacado en mi ser moral, después que he sido tratado
con barbarie desde el punto de vista físico, ahora viene sobre mí un
tercer ataque: me atacan los microbios, ¡pero Dios ve y recompensará!
Acto de fe y de esperanza es rezar. Cornelio sabe de la importancia de
la oración ya que la entiende como una de las armas invencibles que
todo caballero cristiano posee. La plegaria -manifestación de valor
ante las adversidades que se nos presentan- será, para decirlo con sus
palabras, “el elemento decisivo de toda victoria”.
Codreanu amó a su Patria, Rumania, la Centinela del Este. Y la amó como se debe, con eficacia, pues sabía que después de Dios nadie necesita tanto de uno como la patria carnal: “Una
Rumania nueva sólo puede salir de la lucha, del sacrificio de sus
propios hijos… La Legión y la Patria crecen de lo que no hacemos para
nosotros; por tanto, de todo aquello que para nosotros es renunciamiento
y sacrificio… Nosotros al entrar a la Legión, no pedimos nada para
nosotros, pero damos. Damos alma, damos trabajo, damos sufrimiento,
damos todo lo que tenemos por el día de la victoria de la nación rumana…
El principio legionario nos dice: la cantidad de sacrificio hecho
determina la victoria. Nuestra gloria es la gloria del sacrificio que
hacemos”.
A modo de ejemplo y en apretadísima síntesis, nombremos los Campos de
Trabajo, el Batallón de Comercio legionario, los famosos Nidos, las
Fraternidades de la Cruz y la Escuadra de la Muerte.
“Ama y haz lo que quieras”, nos enseña el Águila de Hipona. Y
Cornelio estaba movido por el amor. Así fue que, en 1927, funda la
Legión del Arcángel San Miguel, en el principio del amor. Son sus
palabras: “Sólo el amor puede derrotar a la tiranía y a la injusticia, y evitar revoluciones sangrientas y guerras sociales”.
¿Cuál es su idea basal? Codreanu parte del hombre como un valor moral y
no como una entidad numérica, aplicándolo a la Legión. El resultado de
esto no será, por cierto, un partido político, sino una escuela y una
milicia de vida, de sacrificios y de renovación interior en donde, “si entra un hombre, deberá salir un héroe”. Sobre esto, es muy importante señalar que nuestro P. Alberto Ezcurra decía: “sería exacto definirlo (al Movimiento) como una Orden a la vez religiosa y militar, en la más noble acepción de estas palabras”.
Se comprende entonces que no bastaba hacer profesión de legionario
sino que debían evidenciarse aquellos cambios que desarrollaran
armónicamente las distintas cualidades del hombre, haciéndolo aspirar a
metas más altas. De allí que a los legionarios les exigía ser honrados,
valientes, serios y repudiar de manera absoluta la deslealtad. A sus
legionarios les dirá: “Camina únicamente por la senda del honor… No
seas nunca vil. Deja a otros la senda de la infamia. Es preferible caer
con honor que vencer con infamia… Enseñad a vuestros hijos a no emplear
nunca la vileza, ni contra el amigo ni contra el mayor enemigo, porque
obrando así no venceríamos… La villanía permanecería inmutable”. La llamará “locura espantosa”.
Este ejemplo de pureza, evidentemente, desencadenó una endemoniada
persecución contra su persona y contra la Guardia de Hierro por parte
del indigno Rey Carol II, manejado por los antojos y caprichos de su
amante judía Magda Wolf, alias Elena Lupescu.
Mientras los enemigos formulaban una instigación pública para
asesinarlo, Codreanu es detenido por supuestas injurias. Le suman otros
delitos más y la Corte Marcial lo condena a diez años de trabajos
forzados. En la cárcel de Jilava mantiene su lucha: medita los Santos
Evangelios y reza para mantener viva la fe en Dios y la Esperanza de una
Rumania resucitada.
Estando frente a la imagen de San Miguel, se ofrece a Dios tomando
sobre él los pecados de su Patria. Pide que acepte los sufrimientos que
va a padecer para que fructifiquen en días mejores para su Patria. Y
Dios se lo aceptó.
Cornelio entendió que el objetivo final de los pueblos no es la vida,
sino la resurrección en Nuestro Señor. Por eso pudo escribir, y esta es
la gran lección: ¡Cristo ha resucitado! Así resucitará también la
justicia para el pueblo rumano. Más para obtener esto es necesario que
sus hijos recorran el camino que recorrió Jesús; que pongan sobre sus
cabezas la corona de espinas, que suban al Gólgota de rodillas, con la
cruz a cuestas y se dejen crucificar… Quien renuncia a la tumba,
renuncia a la resurrección”.
Al fin, el Capitán junto a trece camaradas, con el pretexto de un
traslado, es llevado a la foresta de Tancabesti, cerca de Bucarest. Allí
los estrangulan y para fingir una fuga, disparan contra los cuerpos.
¡Creyeron así, acabar con él y con el espíritu legionario!
Nuestro mártir, Jordán Bruno Genta, decía respecto al Capitán: “Hay algo que nos queda, incluso, a los que no tenemos armas; dar testimonio. Dar testimonio, dice Codreanu, como los
antiguos mártires, y los millares de Santos que refulgen en la historia
de la Iglesia, dar testimonio de que la vida es tanto más digna de ser
vivida, cuanto más dedicada está al servicio de Dios, de sus
mandamientos y de una causa justa, como es la de nuestra Patria
restaurada en Cristo. Nosotros no tenemos más que a Cristo, pero si
creemos en Él de verás, tenemos más que todos juntos. El problema es que
seamos capaces de ese testimonio en la Verdad”.
Roguemos a San Miguel Arcángel que con su espada nos trace el camino
del testimonio y que el Señor nos conceda la gracia de no apartarnos de
este.
Daniel O. González Céspedes