Editorial del número 115
M.M.
Contrariamente
a lo que algunos puedan creer, el famoso argumentum ad metum o apelación al
miedo es tan viejo como el arte de la retórica. Parece que se lo aplicaron a
Macri –tensando tanto la cuerda que causó hilaridad– y al final el candidato
amarillo se impuso al naranja. Que es la mayor diferencia que se puede señalar
entre el uno y el otro maleante. Manifestado
en centenares de ocasiones nuestro repudio al sistema, en general, y a los dos
fulleros que competían en el último tramo de la farsa, en particular, digamos
que motivos para estar aterrorizados no faltan. Señalaremos tres que,
comprensiblemente, no suelen ser los que el mundo percibe. Incluyendo en ese
mun-do a muchos que suponíamos que lo tenían por enemigo.
Para
Macri la política se ha reducido a un genérico “resolver los problemas de la
gente”; muletilla tanto más repetida cuanto más se la halló seductora. Sin
embargo, esos problemas a los que se alude guardan todos vinculación directa con
el estar, nunca con el ser. El angostamiento del bien común al logro del bienestar
y del confort es evidente. La ninguna preocupación por el ordenamiento de ese
bien útil al honesto subyace en todo el planteo. El resultado es una forma
sutil de materialismo, que en nada repugna a las entrañas de la filosofía
marxista. Todo lo contrario: congenian.
El
segundo de los temores nunca percibidos ni enrostrados, es el liberalismo en su
versión más tilinga, y por eso mismo tanto más peligrosa. No sólo del
liberalismo económico, con sus sempiternas resonancias de endeudamiento, ajuste
o dependencia foránea, sino de un asfixiante liberalismo intelectual y moral,
que mancha cuanto toca, pero simulando pulcritud. Esfinge de tamaño espanto es
la Vidal, capaz de imponer un programa universal de pornografía conservando su
aspecto de nereida u ondina. La Michetti, protagonizando y secundando tropelías
morales, cual si su silla ortopédica fuese el carro de Elías. O el mismísimo
Mauricio, instaurando el manflorato más degenerado, mientras simula ser un
hombre de familia.
Llamaremos
tercer miedo al que nos causan los nuevos devotos del ganador. Según ellos,
ahora podremos respirar un poco, siquiera temporariamente, tras el paso
devastador de esa nueva y pavorosa metástasis del peronismo que dio en llamarse
kirchnerismo. Quienes así razonan olvidan al menos dos cosas. Que la dignidad
de un ciudadano, en una patria soberana, no puede reducirse a la de un
torturado que agradece al verdugo el segundo “indoloro” que le concede entre
que lo saca del potro para ponerlo bajo la picana. Y olvidan asimismo que la
naturaleza del mal al que estamos sometidos sigue siendo la misma.
Los K
fueron el delito, la cloaca, el sacrilegio, la subversión y el manicomio. Los
Pro dan análoga talla. Unos se comerán las eses por brutos, otros las sacarán a
destiempo por dicción de snobistas. Unos inauguraron la militancia rentada,
disfrazada de mística revolucionaria. Los otros pusieron de moda la militancia
del carnaval carioca o del viaje de egresados. Pimpinela o Freddie Mercury. De
allí no pasan los grandes contrastes.
Parece
ser que la famosa sigla N.N. no es otra cosa que la abreviatura de nomen
nescio, nombre desconocido en latín, o del no name britano, esto es, sin
nombre. Nosotros acabamos de reparar en una nueva sigla: M.M. Mauricio Macri,
Más de lo Mismo. Por eso, desde el instante previo e inicial de esta nueva
ruina política, nos declaramos beligerantes. Sí; nuestro sitio está afuera, al
aire libre…
Antonio
Caponnetto