Nacionalismo Católico San Juan Bautista
Decenas y decenas de rectificaciones sustantivas que le fueron hechas
quedan sin contestar. Otros tantos casos particulares de citas
construidas infielmente, empezando por las mías propias han sido
ignorados. Un extenso sub-apartado de la N.F.H.H prueba que yo soy un
ultrajador de su persona –eso sí, con una mención justificatoria de
Aristóteles- y el resto de los apartados prueban que él es un buen tipo
agredido por mí y algunos pocos secuaces. Aquí ya no registro si lo cita
al de Estagira o al persa Manes. En pocos trazos, según mi impugnador,
yo habría inventado una N.T.P.P, que en su magín debe descifrarse como
Nueva Teoría de la Participación Política. Es increíble la vocación de
este hombre por la logomaquia. Y tengan cuidado porque es contagiosa.
No estamos para elipsis: el Dr. Hernández miente sobre el despliegue de los sucesos paranaenses que motivaron nuestro desacuerdo,
sin advertir que son varios los testigos calificados de esa mentira,
dispuestos aquí y ahora a contradecirlo. Y que yo también guardo los
mails intercambiados, para probar cómo los mutila según escandalosas
conveniencias, cada vez que los trae a colación. Sí, amigos; la
costumbre del relato ha llegado para instalarse, aún entre los próximos.
Junto a la mentira, me reitero, ejercita la más redonda evasión e
incomparecencia frente al sinfín de objeciones detalladas,
pormenorizadas y sustanciales que le he planteado en mi volumen primero.
Como en las encuestas tilda el rubro adecuado: No sabe. No responde.
Hay otros motivos por los cuales da vergüenza ajena este libelo,
incluyendo el estilo, francamente indigerible, caótico y populachero.
Pero las principales razones que lo descalifican –esto es, las
intelectuales- se encontrarán analíticamente desplegadas en el volumen
segundo de mi Respuesta(La democracia: un debate pendiente. Respuesta al Dr. Héctor Hernández, vol II, Buenos Aires, Katejon, 2016).
A tal libro remito al lector inquieto y adiestrado. Y el que no lo
quiera leer, haga el favor de evitarse los papelones opinando sin
fundamentos. Sepan comprender si este último giro resulta un poco
agresivo. Estoy cansado de mis “voceros”, “traductores” e “intérpretes”,
amparados la mayoría en el anonimato; y estoy asqueado de aquellos que,
habiendo sido partícipes o protagonistas de este debate, después se
niegan a recibir mis páginas y hasta me amenazan con acciones judiciales
si osara mencionarlos en ellas. Pocas veces en mi carrera me he
tropezado con tamaño cretinismo.
Quién me ha robado el 10 de marzo
Pondré un solo ejemplo de porqué este libelo da vergüenza ajena.
En la página 4 (que está sin numerar, porque –créase o no- recién en la
página 7 empieza la página número 1), Hernández contrapone un texto de
Pío XII a otro mío, que hipotéticamente lo contraría; para terminar
exclamando: “Nosotros, sin ofender a nadie y con todo respeto, seguimos a
Pío XII”. Lo de sin ofender a nadie y con todo respetoes una
falsedad más del autor, que no ha tenido ni el ingenio ni la frontalidad
de Pérez Reverte, y asentar lisa y llanamente, como el hispano de
mentas: escribo “con ánimo de ofender”.
El texto pacelliano traído en la ocasión dice así: “Al derecho del voto corresponde el deber de votar...Este deber es para vosotros sacro”.
Y a continuación la fuente: “Discurso a los párrocos y predicadores
cuaresmeros de Roma, 10-III-1948”. Los tres puntos suspensivos son de
Hernández, pues todavía no aprendió que ese no es el modo adecuado de
indicar que se ha cortado una frase textual, y desconoce el
procedimiento correcto, cual es el de encorchetar los puntos
suspensivos. Caso contrario, los puntos suspensivos aislados pueden
significar que aparecen en el original, usados por el mismo autor que se
menta.
Vaya nomás el lector a buscar la cita. Hágame ese favor, porque yo no
la encuentro. El Discurso completo de Pío XII lo podrá hallar en Pío XII. Anuario Petrus. La voz del Papa durante el año 1948, Barcelona, Atlántida, 1949, p.38-40. Y la versión italiana original en el sitio oficial vaticano https://w2.vatican.va/content/pius-xii/it/speeches/1948/documents/hf_p xii_spe_19480310_intima-gioia.html
Si me aguantan la heterodoxia, diría el Pato Sequeiros, proclamaré,
parafraseando a Sabina que, a mí al menos, alguien me ha robado el 10 de
marzo de 1948 que menciona Hernández. Porque en el invocado discurso
Pío XII alude varias veces al derecho y al deber de votar; llama a
hacerlo a “cada uno, según el dictamen de su propia conciencia”,
recordando que “es evidente que la voz de la conciencia impone a todos
los católicos sinceros dar el propio voto a aquellos candidatos o
aquellas listas de candidatos que ofrecen garantías realmente
suficientes para la tutela de los derechos de Dios y de las almas, para
el verdadero bien de los particulares, de las familias y de la sociedad,
según las leyes de Dios y de la doctrina moral cristiana”. Afirma
también el Papa que quien de votar “se abstiene, especialmente por indolencia o por pereza, comete un pecado en sí grave, una culpa mortal”. Y completa su posición acotando: “No
hay duda ninguna de que la intención de la Iglesia es quedarse fuera y
por encima de los Partidos Políticos [...]. Guardaos de descender a
mezquinas cuestiones de los partidos políticos, a ásperas contiendas
partidistas, que irritan a los hombres, agudizan las discordias,
entibian la caridad y hacen daño a vuestra verdadera dignidad y a la
eficacia de vuestro sagrado ministerio”.
Con la democracia se cura, se come y se pontifica
Lo
de “deber sacro” aplicado al voto, en las dos versiones que he
utilizado, me fue sustraído por algún genio maligno, que en este
neo-cartesianismo hernandiano, de seguro ha de ser nazi. Como en el
cuento del Conde Lucanor, ruego a los burladores “que ficieron”, ya no
el paño sino mi cita, que me la restituyan a la brevedad. Y de paso,
para tranquilidad de los votopartidopolizantes adictos y
seriales, que se lleven esas feas consideraciones de Pío XII hacia los
partidos políticos. ¿Qué es eso de andar diciendo, ¡tan luego un Papa!
que ellos causan “ásperas
contiendas”, “que irritan a los hombres, agudizan las discordias,
entibian la caridad”, y nos abajan a “mezquinas cuestiones”. Estoy
seguro de que se trata de una interpolación. También sugiero que se
lleven el párrafo con las condiciones que establece el Pontífice para
votar en conciencia por algo católicamente potable. Son excesivas, y de
tener que cumplirlas a todas terminaremos no votando; en cuyo caso no
habría falta alguna, pues la omisión no se haría “por indolencia o por
pereza”, sino por escuchar la recta voz de la conciencia.
Aviso Clasificado entonces: se necesita con urgencia alguien que coloque en el discurso de Pío XII que votar es un deber sacro,
y que saque lo que pícaramente alguien coló en mis versiones, tanto
contra los partidos políticos como sobre las condiciones para votar.
Con la democracia se come, se cura y se pontifica.
Cuando el Dr. Hernández te manda a fragotear
Supongamos
que aparezca la cita y que el voto es un “deber sacro”. En ese caso no
cabrían excusas ni condiciones ni requisitos para ejecutarlo. Incluso ni valdrían los mismos condicionamientos que establece Pío XII.
Si es sacro, punto. Es incondicionado, inviolable y perenne. Y el Dr.
Hernández, de mínima, debería recorrer todo San Nicolás, megáfono al
hombro, gritando como en el Simon Boccanegra de Verdi: “¡ All'armi, all'armi, o Liguri,sacro dover v'appella !”.
Pero
ya no se puede creer ni en los defensores de los deberes sacros
impartidos por Pío XII. Porque hubo un día en que el mismísimo Dr.
Hernández se cansó de tanta sacralidad sufragista, de tanto pacellismo
demócrata cristiano y pro yanky, de tanta alcahuetería electoralera
convertida en undécimo mandamiento, y dijo algo distinto y contrario,
casi idéntico a lo que vengo sosteniendo. Lo he registrado en largas
páginas del volumen II de “La democracia: un debate pendiente” (ibidem, p.216 y ss). Les ofrezco un trailer:
“Ese deber general de votar [mencionado por el Catecismo (2240) pero en general por la enseñanza de la Iglesia] no deroga el derecho de revolución
contra la tiranía. Si no hay por quién votar y no se puede aplicar en
el caso la doctrina del mal menor, no impide el derecho de votar en blanco. En la resistencia a la opresión puede entrar, incluso, negarse a votar [...]. Y como somos sociales, estos intentos, si se puede, se harán organizadamente, para tener eficacia. Estamos obligados a la mayor eficacia posible. Hacer una campaña organizadade
no votar como rechazo de un sistema inicuo puede ser bueno. Una mera
expresión de deseos lanzada al aire para no votar, sin ninguna
organización, sin ninguna eficiencia, sin poder hacer del no votar una guía
para los compatriotas, puede ser más o menos inocua, sin negar que en
algún caso pueda ser un buen testimonio[...]. Un caudillo patriota y
católico puede mandar no votar. Pero si es prudente tratará de obtener
buenos resultados, tener previsto cómo seguir la lucha dando alguna
salida si es posible y, antes que nada, debe tratar de que el esfuerzo
abstencionista transmita un mensaje en pos del bien posible de la
Argentina. Si Monseñor Panchampla nos manda a votar en conciencia a
cualquier candidato que sea pero a votar en positivo, porque él está con
la democracia alfonsinista o kirchnerista antimalvinera o, con otras
palabras, con la democracia como religión o como el sistema de la derrota nacional argentina,
y necesita que la gente vote para consolidar el sistema, hay que hacer
lo que sea más eficaz en contra de lo que él pretende [...]. Si un
dirigente patriota y prudente, dándose todos los requisitos para
ejercitar el derecho a la revolución que él promueve, manda no votar en
función de esta última opción, es una traición desoírlo y salir con la
logorrea de la instrucción cívica liberal, y que ahora la Iglesiaacepta
la democracia y todas esas formulaciones que por lo menos devienen
inaplicables en el caso”( Cfr. Héctor Hernández, Pensar y salvar la Argentina, en Gladiusn.89, Buenos Aires, Pascua 2014,p.127-128)”.
Sigo citando mi volumen II, recordando los tiempos felices en que
Hernández y yo creíamos nomás –como viejos camaradas nacionalistas- que
el sufragio universal era el gran cuento del tío, y no el deber sacro
que él después, en soledad iniciática, descubrió leyendo a Pío XII:
“No
salimos de nuestro asombro [...].En primer lugar celebramos las
coincidencias, que vienen a darnos la razón y a poner a nuestro
impugnador entre la espada y la pared de sus propias consideraciones.
Por lo pronto, enbuenahora se recuerde que existe ‘el derecho de
revolución contra la tiranía’ y que en esa lucha contra la tiranía, en
‘esa resistencia a la opresión, puede entrar, incluso, negarse a votar’.
Y hacerlo ‘organizadamente, para tener eficacia’. Hacerlo mediante ‘una
campaña organizada, como rechazo de un sistema inicuo’, que sirva de
‘guía para los compatriotas’. ¡Que aparezca incluso un ‘caudillo
patriota y católico’ que ‘mande no votar’!, y que después de tamaña
osadía ‘tenga previsto cómo seguir la lucha’.
Comprenderá
el lector atento y minucioso el porqué de nuestra perplejidad. Nos
hemos pasado debatiendo con un hombre que negaba nuestra tesis sobre la
perversión democrática, sobre la mentira inherente del sufragio
universal, sobre la complicidad pecaminosa que comporta su aceptación y
sobre la necesidad de un quehacer político del católico que comenzara
por hacer lo contrario de lo que el sistema nos pide. Nos hemos pasado
debatiendo con un hombre que negaba que a tales conclusiones se pudiera
arribar de la mano del Magisterio de la Iglesia; y que presuntamente
sostenido en el mismo nos indicaba el respeto al voto como derecho
subjetivo, como obligación moral impostergable, como constitutivo
inescindibe de una acción salvífica a la que tituló votopartidar.
Nos hemos pasado debatiendo con un hombre que nos amonestaba por
nuestra posible inclinación hacia actitudes belicistas, renunciando a
las anchas cuan espaciosas vías amables y civilizadas que nos ofrece el
Régimen para participar en él y salvar a la Argentina.
De repente todo ha cambiado. Milagrosamente; desde la lectura del párrafo 2240 del Catecismo.
A partir de ahora, Héctor Hernández mediante, se puede decir que el
sistema es inicuo, que estamos habilitados a no sufragar universalmente,
a resistir a la opresión, a buscar un caudillo que nos encolumne y
organice contra malicia tan congénita, y que ese asco por el voto,
organizadamente manifestado, no puede sino ser el comienzo de una lucha
mayor.
Pero
hay más. Desde este mismo momento el Dr. Hernández se ha olvidado de su
docilidad a los ‘magisterios eclesiales’ de obispos, pontificados y
conferencias episcopales, a partir de los cuales señalaba nuestras
‘heterodoxias’ antidemocráticas, y nos insta a rebelarnos contra
cualquier clase, tipo o nombre de Monseñor Panchampla que
‘necesita que la gente vote para consolidar el sistema’. Pues ¡duro con
ese Monseñor! ‘Hay que hacer lo que sea más eficaz en contra de lo que
él pretende’, incluso ‘no votar’. ‘Basta de clericalismo y de
papolatría’.
¿Se
da cuenta el Dr. Hernández de que está borrando con el codo lo que
escribió con la mano? ¿Es consciente de que, cuando dice, que no se
puede continuar ‘con la logorrea de la instrucción cívica liberal, y que
ahora la Iglesia acepta la democracia’, esas certeras y severas
palabras se le aplican a sus propios planteos? ¿Está acaso haciendo una
esperada y honesta autocrítica cuando dice que ‘es una traición
desoírlo’ a aquel eventual ‘dirigente patriota y prudente’ que reclama
el derecho a la rebelión contra el sistema; y desoírlo, si es católico,
diciéndole que ‘ahora la Iglesia acepta la democracia’? ¿Advierte
finalmente nuestro objetor que el grueso de cuanto ha hecho con su
crítica a nuestro libro, ha consistido en decirnos que no estaría en
consonancia con el Magisterio de la Iglesia, pues ese Magisterio no
existe, al declararse la Iglesia partidaria de votopartidar? ¿Y
advierte, al fin, el Dr. Hernández, que esto que ha dicho y hecho, lo ha
colmado de satisfacción, pues supuestamente legitimaría su tesis
‘católica’ de trabajar inserto en el perverso sistema?” (La democracia: un debate pendiente, vol. II,ob.cit, p.223-224).
Años
de abstencionismo urnero es posible que me hayan dañado la sindéresis; y
por eso pido genuino auxilio a los doctos. El Dr. Hernández encabeza su
libelo con un gran cuadro comparativo. En este rincón, Pío XII,
profiriendo que el voto es un deber sacro. En el otro rincón, Antonio
Caponnetto, el desafiante, sosteniendo que el sufragio universal es la
mentira universal. Yo –continúa el relator- con todo respeto, sin
ofender y académicamente les digo: ¡aguante Pío XII todavía!, ¡vamos los
partidopolizantes, fierita! Pero resulta que, al margen del ubi sunt
la férrea cita pontificia, el primer espadachín del sacro voto termina
mandándonos a buscar un caudilllo que organice la resistencia anti
sufragista. El puesto está vacante y se aceptan proposiciones
deshonestas.
Era mejor El Anónimo Normando
En las páginas 14-15 de su libelo, Hernández apela otra vez al relato,
y nos narra que, tras una de sus pláticas, se encontró con “El Anónimo
sanrafaelino” [sic], y entrambos establecieron un diálogo –tout occasionnel,
claro- durante el cual el conferencista le pregunta al “desprevenido”
interlocutor qué opinaba del volumen primero de mi libro “La democracia:
un debate pendiente”. Objetivo y mesurado el hombre, le contesta:
“¡Nada que ver! El Autor lo deforma totalmente. Él debió probar la tesis
de que hoy es intrínsecamente malo votar, o formar parte de los
partidos, y no lo ha hecho”.
Si Hernández fuera el maestro que creíamos que era, debió cortalo en
seco al Anónimo, y decirle algo así: “Vea Di Fabio, digo Anónimo, usted
entendió mal, y no lo acuso. Es culpa mía, que lo enturbié todo desde el
comienzo. Antonio Caponnetto no dice nunca que ‘hoy es intrínsecamente
malo votar, o formar parte de los partidos’. Dice otra cosa diferente y
aún parcialmente opuesta. Otra cosa mucho más grave, más compleja, más
elaborada, más abarcadora y completa, llena de distinciones,
sub-distinciones y graduaciones, a partir de un pisoteado texto
pionónico, que nunca nadie se atrevió a espigar. Empieza por decir lo
obvio: que el pecado es mentir, no votar. Y que si el sufragio universal
es la mentira universal, ergo, se miente al proponer este sistema como
obligatorio. Además, analiza las diversas acepciones de la acción de
votar. Analiza las variables posibles al hablar de los partidos y de la
partidocracia. Yo igual estoy en contra de él, no tema. Pero fíjese
bien: él no dice eso. Y de paso, Enzo, perdón, N.N, dígale a los
muchachos de Infocaótica que no sigan acusando al Autor de decir
eso. Porque una cosa es que lo diga yo, ¿vio?, que tengo merecida fama
de cuerdo. Y otra ellos que, cuando responden por la Redacción, usan el
logo de Los tres chiflados”.
Cuánto más provechoso le hubiera sido a Hernández encontrarse con El Anónimo Normado, aquel curioso libro gibelino del siglo doce. O por lo menos con quien alguito lo conoce, como Ernst Kantorowicz ,autor de The King’s Two Bodies .A Study in Medieval Political Theology, Princenton University Press, 1957.
El sanrafaelino con D.N.I y facebook
En ese sentido tuve más suerte que Hernández. Invité a cenar a casa a
un joven amigo sanrafaelino, hijo mayor de una entrañable familia
cuyana. Se llama Rodrigo Alvárez, está recién casado y vive
temporariamente en Buenos Aires. El 11 de marzo –abusando de la
mortificación cuaresmal, como buen donatista que soy- le regalé el
volumen I de mi libro sobre “La democracia: un debate pendiente”, y a
los dos días –metido ya en el baile- me mandó este mail:
“Antonio:
Como sé que no frecuenta esos medios, le envío la última publicación de
Carlos Arnossi en Facebook. Muy corta. Antes de que empiece, según
Arnossi, NTPP significa ‘Nueva Teoría de la Participación Política’.
Este sería el nombre ‘que el profesor Hernández ha dado a la teoría que sostendría su adversario en esta controversia, el Dr. Antonio Caponnetto’. Copio
el fragmento: ‘El Padre Pio violando la NTPP’. Un aporte adicional del
Profesor Hernández El Intendente de San Giovanni Rotondo: otra
violación de la NTPPpor el Padre Pío. El médico de cabecera de San Pío
de Pietralcina fue el profesor Sala, nativo de Merate, cerca del Lago de
Cuomo en la frontera con Suiza, que se fue a vivir a San Giovanni
Rotondo luego de que el santo ‘hizo un
milagro’ con su segundo hijo Pablo, y resultó ser el Intendente (sic) de
dicha localidad, en plena época de sufragio universal y sistema
democrático italiano, auspiciado por el partido político Democracia
Cristiana.-Profesor -le pregunta Antonio Pandiscia recibido en el despacho por el intendente- ¿por qué aceptó el cargo de intendente (sic) de San Giovanni Rotondo? .Y el alcalde contestó así: Fue
el Padre Pío quien dio el consentimiento para mi candidatura en la
lista de la Democracia Cristiana. Muchos amigos me habían invitado a
incorporarme a la lista para tratar de arrebatarle la comuna al Partido
Comunista, que estaba en el gobierno desde tantos años. Nunca me dediqué
a la política. Luego de mucha insistencia de mis amigos, le pregunté al
Padre Pío si convenía aceptar la candidatura. El Padre me dijo: ´Metete
en la lista y elegite un grupo de gente buena´. Y aquí estoy [ PANDISCIA, Antonio, Padre Pío, 1ra. Ed., 15 reimp., San Pablo, Buenos Aires, 2013, trad. Guido Dolzani, p. 119].
Si la NTPP es la doctrina moral católica sobre la participación
política, ¿cómo es que el santo de los estigmas no la conocía y de ese
modo la violaba dando un consejo tan escandaloso? ¿No le bastaba con ir a
votar públicamente que además se metía a aconsejar entrar en la
partidocracia y disputar las elecciones en San Giovanni Rotondo? Si el
único modo de intervenir en la política es desde los cuerpos
intermedios, ¿cómo no se le ocurrió aconsejarlo y le dijo metete con gente buena, hay que desalojar a los comunistas
en las elecciones con sufragio universal? Y si el profesor Sala
compitió y ganó en las elecciones, ¿por eso negó la primacía de Dios en
la sociedad y apoyó la democracia de la soberanía popular y la
cuantofrenia?”.
Carlos el Hechizado
Carlos Arnossi (en adelante E.M.P.A: EL MAL PIBE DEL AÑO, según un
arcaico dialecto bataglianensis), no debió hacerse eco de este nuevo
sofisma de Héctor Hernández. No, al menos, por respeto a los largos años
en que hemos compartido juntos altar, eucaristía, familiares y amigos.
Debió darse cuenta de que estaba frente a un disparate argumentativo,
pero sucumbió ante el hechizo. Soy comprensivo y entiendo: a mí me
echaron de la UCA en 1985, para nunca más entrar. Según Monseñor Blanco,
entonces rector, la expulsión tuvo lugar porque “no necesitaban un
cruzado ni querían pequeños émulos de Genta y de Sacheri” [sic]. No da
prestigio académico juntarse con un expulsado y cuasi excomulgado.
Carlitos, en cambio, como el Dr. Hernández, son hombres de Puerto
Madero. Tienen todo Alicia Moreau de Justo por delante y no
corren riesgos de que los confundan con templarios. Y si Blanco era
radical, Tucho es bergogliano o paraperonista. ¿A qué juntarse con un
paria eclesiológico y político como yo? Mejor tomar distancias.
Pero vayamos al utrum, como dice Hernández cuando se baja del tablón futbolero y habla fino.
En mi tríada sobre la democracia (La perversión democrática, La democracia: un debate pendiente, vol.I y La democracia: un debate pendiente, vol.II),
le he dedicado largas páginas a contestarles a aquellos que manipulan,
reducen y jibarizan a las figuras prestigiosas, santos incluidos. En
estas páginas –que son muchas y que no debo reproducir ahora- analizo,
por un lado, lo que dice el Libro de Job: “no siempre son sabios los
grandes hombres” (Job 32,9). Analizo asimismo el drama hermenéutico de
la letra que mata al espíritu, el mito de la omnisciencia y de la
infalibilidad adjudicada a los arquetipos, y la facilidad con que se
pueden construir entimemas en el discurso; esto es, silogismos truncos o
engañosos, amparados en premisas, conclusiones o peticiones de
principios llenos de trampas.
Analizo la
patológica reversibilidad que se comete toda vez que se exhibe a un
santo votar y se pretende hacernos inferir que el voto es santo.
Algo así como mostrar una foto de Stalin en el Seminario de Tbilisi para
fomentar las vocaciones sacerdotales. Analizo, en suma, los alcances
del “humanum fuit errar,diabolicum este a animositatem por error manere”
(San Agustín,Sermón 164,14). Y lo más inquietante, tal vez: analizo
cómo esas figuras paradigmáticas que se me enrostran, para hacerme
quedar en oposición a su magisterio católico o tradicionalista, bien
estudiadas, terminan dándome la razón. Esto último es patético –se los
cuento en confianza- y me sucedió estudiando cada uno de los dieciséis
casos presentados triunfalmente por Hernández. A cada contradictor que
me remitía, el mismo me terminaba dando la razón y potenciando mi tesis.
Fueron los únicos momentos de solaz en disputatio tan árida.
Tampoco
me he dejado de ocupar del caso particular del Padre Pío, ahora
invocado con sones victoriosos de urnas y escrutinios. Hay unas páginas
del volumen II de “La democracia: un debate pendiente”(504-509), en las
cuales el lector atento podrá hallar las explicaciones pertinentes; esas
que Hernández ignora. Prevengo, por las dudas, que quien las lea, lejos
de querer que lo fotografíen votando, preferirá probarse la camisa
negra con el fascio primorosamente bordado.
El facebook que no fue
Si Carlos Arnossi (E.M.P.A) no hubiera faltado a la prudencia por
impremeditación, si no hubiera sucumbido al estado servil (¡perdón
Belloc!), sin dejar de reproducir el texto del Dr. Hernández, y a
continuación del mismo, tendría que haber acotado algo como lo
siguiente:
“Vea, Don Héctor. Conozco bien a Antonio, y tengo el volumen I de su Respuesta a Hernández
porque me lo regaló personalmente. De modo que escúcheme con atención:
1º) Caponneto no fabricó ninguna NTPP como usted la llama, con su
obsesión de inventar neologismos y periparlas. Una vez más está
incurriendo en el sofisma del espantapájaros; 2) Si la NTPPla inventó
Antonio, y como su sigla lo indica, es una nueva teoría, no sé porqué se
pregunta usted cómo no la conocía el Padre Pío. Se supone, según su
lógica, que no la conocía porque la acaba de inventar Caponnetto; 3)
Nadie ha dicho –ni siquiera el autor con el que usted se pelea- que “el
único modo de intervenir en la política es desde los cuerpos
intermedios”. Esta es otra de las manifestaciones de su insuficiencia
hermenéutica, para decirlo benignamente. En rigor manifiesta otra cosa,
pero queda feo decirlo; 4) El consejo que le dio el Padre Pío al
Profesor Lasa, de combatir al comunismo mediante la democracia
cristiana, es objetivamente un mal consejo; y corrobora lo que decía el
Padre Alberto Ezcurra hablando de Monseñor Tortolo: que se puede ser santo y no entender un corno de política;
5) No sabemos si el Intendente Sala negó o afirmó la primacía de Dios
en la sociedad. Pero ni a lo uno ni a lo otro lo habilitan “la
democracia de la soberanía popular y la cuantofrenia”, como usted
adecuadamente la menciona. Porque el número no comunica con el bien. Lo
aprendí hasta en la UCA. Si afirmó la primacía de Dios no fue porque
ganó las elecciones, sino a pesar de haberlas ganado, y de puro gringo tutto cuore
que era; 6) El Padre Pío fue bastante fachistón y monárquico; más bien
un anti-sistema y piantavotos. Por lo menos de los votos de los obispos
felones que le hicieron la vida imposible y lo acusaron de loco. Sería
mejor cambiar de santo para llevarle la contra a Caponnetto. ¿Qué le
parece Escrivá de Balaguer o el Beato Montini?; 7) Si usted quiere que
el Padre Pío lo ponga en contradicción a Caponneto con la doctrina
católica que él defiende en materia política, debería encontrar al menos
una carta del santazo de Pietrelcina en la que este dijera: a)que del
vientre de la urna sale la verdad, tal como lo afirmara Ricardo Balbín,
Doctor Communis y Silvestre; b)que todo poder viene del pueblo; c)que el
liberalismo es virtud; d)que la partidocracia es un Cenáculo Orante;
e)que las constituciones masónicas son mejor que el Levítico y el Código
de Manú. Mientras no aparezca nada de esto –y ya inventarlo sería
mucho- será mejor que leamos de nuevo a su oponente.
Pta: Don Héctor, le aviso que Caponnetto también leyó el libro
de Antonio Pandiscia, y que no pudimos evitar que descubriera que en la
p. 123 se dice que “el Padre Pío, como se sabe, tenía poca simpatía por
los políticos, poniéndose más bien severo en su presencia”; que en la p.
179 se repita que “el Padre Pío no tenía mucha simpatía por la clase
política”; y lo que es peor, que en el capítulo XXVI se relata un
encuentro entre Aldo Moro y el santo de los estigmas; y que en tal
solemne ocasión, el Padre Pío, en vez de aprovechar para pedirle un
carguito o anotarse en alguna interna de la Democracia Cristiana, o
sugerirle algún lema de campaña, le espetó secamente: ‘¿Cuántas veces
por día rezas al Señor’?(p.124). Así no vale, Doctor, cuéntele todo al
público”.
Como no tengo facebook –pues lo acabo de incorporar a la nueva lista de
pecados, junto con el de votar o pasar por la puerta de un comité, le
sugiero a Carlitos Arnossi que ponga en el suyo el texto precedente.
Será justicia.
Cuando los santos vienen votando
Pobre el morocho Louis Armstrong, que canturreaba con su vozarrón de
trueno que los santos venían marchando. Ahora, para verificar la N.F.H.H
llegan votando. Y en vez de postuladores de sus respectivas causas
traen atentos y diestros fiscales de mesa. Es más, según los exégetas
mayormente audaces de la N.F.H.H, parecería que han llegado a los
altares a fuerza de sufragar universalmente, sin perder nunca una
elección, como Menem; y más de uno –me estremezco al escribirlo- habría
levitado en la ascética soledad del cuarto oscuro. El quedéme y olvidéme
de San Juan de la Cruz, según pudo saberse, no describe tampoco ningún
trance místico del poeta, sino el instante sacro en que, camino a
sufragar en Fontiveros por el candidato del Partido Descalzista, olvidó
la boleta en su sotana carmelitana. Además, también ha trascendido, tras
los últimos estudios demobíblicos, que al proverbial “Non possumus” de
los Apóstoles (Hechos 4,20), habría respondido la bancada macrista,
globo al viento: “¡Sí, se puede!”.
Los caballeros de Infocaótica, por ejemplo, recibieron un brevísimo fragmento de la obra monumental de Toribio Minguella, Biografía del Ilmo Sr. D.Fr.Ezequiel Moreno y Díaz
(Barcelona,Gili,1909), que tuve la posibilidad de conocer gracias al
Padre Baltazar Pérez Argos, noble varón y cura extraordinario, a quien
el humor afectuosísimo de Blas Piñar llamaba el “Argosnauta”. Con el
diminuto fragmento en la mano, los Infocaóticos señalan: que San
Ezequiel Moreno Díaz no era caponnettista; que “anima a los fieles a
combatir también en el ámbito de la política partidaria”; que la prueba
de ello está cifrada toda en este texto suyo: “Hoy, entre nosotros, la
revolución ha escogido el campo de batalla para la lucha (en las
elecciones); y en ese campo deben también luchar unidos los buenos
católicos, vigilando mucho no entren en las filas falsos hermanos que sirvan al enemigo y faciliten su triunfo” (cfr. Infocaótica, Un santo liberal, no donatista, lunes 22 de febrero de 2016).
Primero recomiendo leer entero el librazo del Padre Minguella. Hay
largas reproducciones de Cartas Pastorales de San Ezequiel, como la del
25 de enero de 1898, en la cual refiriéndose a los liberales en todas
sus especies (sufragistas, malminoristas, partidócratas, electoraleros,
masones, etc) pide para ellos: “¡Castigo! ¡Humillación para esos
hombres! ¡Cambiaron á Dios por el hombre, al Criador por la criatura, lo
infinito por lo finito! Otro
dios de los liberales es ‘el pueblo’. Este es el ‘soberano’ que quiere,
vive y reina. Hay que seguir 'la voluntad del pueblo’. El pueblo decide y
manda, y lo que él decide es ley, y lo que él manda hay que hacer. Nada
se puede hacer que no lo quiera y mande el pueblo. ¡El pueblo en cambio
de Dios! ¡Castigo! ¡Humillación!”. Muchas ganas de presentarse a
elecciones, digamos que no quedan.
Segundo, recomiendo estudiar a fondo la vida y la obra de este santo,
para lo cual hay abundantísima bibliografía(no se olviden del ensayo de
José Fermín Garralda Arizcun, entre otros) y sus mismas Obras Completas recogidas en cuatro volúmenes (cfr. http://www.lalibreriacatolica.com/index.php?). San Ezequiel fue el principal predicador de la guerra armada contra el liberalismo, llamada La guerra de los mil días,
cuando la misma estalló en 1899 e involucró a varios partidos y a
varios países. Sus arengas para el combate y para disponerse a matar y a
morir por Jesucristo, pasando a degüello a los liberales, si fuera
menester, tampoco dejan muy motivados a los fieles como para resignarse a
hacer la cola e ir a votar mansamente. La verdad es que cuanto más lo
estudio, más me doy cuenta de lo corto que me quedé en mis libretes
adversus democracia. Si hasta tuve la pesadilla de que pasaba por la
UNSTAy me confundían con Gabriel Zanotti.
Tercero, recomiendo que se entienda el telón de fondo delante del cual
San Ezequiel sugiere a los fieles combatir también en el ámbito de la
política partidaria. En el tiempo y espacio que le tocó vivir, era como
decirle a los católicos argentinos que no permanecieran neutrales entre
el Partido Unitario y el Partido Federal. O como decirle a los españoles
de 1936, que no les fuera indiferente ser partidario del Alzamiento
Nacional o partidario de la República. Precisamenteporque, además de
expresiones con eventuales formalidades partidarias eran, por
sobre todo, más que partidos, poderes y cosmovisiones antitéticas y en
pugna militar, de cuyas respectivas victorias o derrotas dependía la
suerte misma de la Fe.
Cuarto, recomiendo que no se dejen llevar por la N.F.H.H, y que
entiendan de una vez por todas que nadie ha dicho que elecciones y
partidos son intrínsecamente perversos. Depende de qué y cómo se
elija, y depende de las condiciones, requisitos y circunstancias bajo
las cuales podría funcionar temporariamente un partido.
Quinto, recomiendo que alguien explique el texto mágico del santo,
traído a colación, en el fondo, y como tantos otros, para justificar
aquí y ahora que nos metamos en algún partidito ganador, que nos
conchaben en alguna municipalidad manejada por amigotes, o que nos
presentemos a candidatos por si de rebote pescamos algo. Eso sí; todo
para que no me roben el coche y pueda ir con mi familia numerosa a
participar de la misa de siempre. Porque está visto que, para algunos
despistados, nada más coherente ahora que ser tradicionalista y
democrático. (-“Cuánto tiempo haces que no votas?” -“Padre, voté a un
corrupto, absuélvame. Pero le juro, lo hice por las nenas, vio, como el
Diego”. –“No, hijo, ¿no has leído la N.F.H.H? Ahora el pecado consiste
en no practicar la mentira universal”).
Porque el texto de San Ezequiel reproducido dice: a) que el campo de
las elecciones es el propio de la Revolución. Ergo, el contrario, el de
negarse a las elecciones, sería el nuestro, el de los
Contrarrevolucionarios; b) que no obstante, parecería que en ese campo
electoral enemigo también deben luchar los buenos católicos; no sabemos
si incendiando las urnas, como Barrionuevo, robándose las boletas, como
en Tucumán o haciendo fraude patriótico, como el de los hidalgos
conservadores de hogaño; c) que es preciso andar unidos y “vigilando mucho no entren en las filas falsos hermanos que sirvan al enemigo y faciliten su triunfo”.
¿De
qué está hablando San Ezequiel? ¿En qué filas no deben entrar falsos
hermanos? ¿En la de la partidocracia, en las del sistema, en las del
masonismo, en la de los partidos católicos? La respuesta, repetimos, no
está en este magro fragmento arrancado a un libro inmenso, sino en la
vida y en la obra del santo varón de Cristo, ejemplo de todo, menos de
facticismo, oportunismo y maquiavelismo político. La verdad es que
invitar a elecciones y a campañas partidocráticas de la mano
gloriosamente ultramontana de San Ezequiel Moreno Díaz, es como invitar a
una tertulia del Salón Literario auspiciada por Ciriaco Cuitiño.
¡Contra-Ofensiva ya!
Duele decirlo, pero chacoteamos para no llorar. Porque esto de andar
buscando santos votadores del ayer para apañar las felonías democráticas
de hoy, huele más a blasfemia que a recurso intelectual. Sí; a esa
blasfemia que le escuchamos vociferar a los Montoneros en los
’70, cuando entonaban: “San José era radical /y María socialista/ y
tuvieron un hijito/ montonero y peronista”. Yo supe enfrentarme de joven
contra una recua que la cantaba en la Facultad. Me pasó lo de
Guadalete: “...que Dios ayuda a los malos cuando son más que los
buenos”. Pero de viejo, no pensé que los blasfemos estarían disfrazados
de propia tropa.
A los de la Orden Neo-Jansenistaque presido y a los socios del Club
Torre de Marfil, al que estoy afiliado, los invito a rezar una novena en
desagravio al Padre Pío, a San Ezequiel Moreno Díaz, y al Cura
Brochero, que como era radical será canonizado el próximo 16 de octubre.
Un día antes de la Solemnidad del Lavatorio de Patas.
Pero
como a Dios rogando y con el mazo dando, propongo tomar por asalto la
sede de la Congregación Parala Causa de los Santos y canonizar a Alberto
Falcionelli y a Rubén Calderón Bouchet. ¡No nos podemos quedar sin
santos antidemocráticos, mientras los cultores de la N.F.H.H ya nos
sacan tres o cuatro cuerpos de ventaja! De última a Falcionelli lo
podemos hacer pasar por pro soviético; ¿quién va a leer sus tomos sobre
Rusia y descubrir que en verdad era un feroz luchador contra el
bolchevismo? Y Don Rubén tuvo la precaución de escribir “La valija
vacía”, que bien podemos venderla como una defensa de Antonini Wilson,
el amigo de Cristina, o sea del Papa Francisco. Así postulado, ¿quién le
negará entonces en Santa Marta una santa-subitez?
Sí Osés: Esto se acaba
Esto va a terminar mal, recuerden amigos. Mis contradictores
están desesperados por encontrar justificativos de toda especie a su
inserción en el Régimen, a su convalidación del sistema, a su
posicionamiento siquiera de rondón en el Modelo. Están desesperados por
ser a la vez tridentinos y revolucionarios, tradicionalistas y
democráticos, reaccionarios y modernos, sin que sus hijos les reprochen
mañana: “papá, sé por quién votaste el domingo pasado”. No se puede de día sufragar por Macri o por Scioli, y de noche leer la Quas Primas.
No se puede cooperar con el mal y pretender después que tal
cooperación está recomendada en el Misal de Azcárate. O no se leyó bien
el Misal, y esto hizo Hernández, o se ha perdido la conciencia de la
cooperación culposa. Y esto padecen casi muchos.
Unos
lo hacen porque creen que en esto consiste la humana e inacallable
condición del hombre como “animal politicus”, según notable y textual
definición de Francisco en una de sus pastorales aéreas. Son los
eruditos a la violeta, de los que habla José Cadalso. Si en algún lado
muere la noble, genuina y legítima politicidad del hombre es en el hampa
de la partidocracia, en el sacrilegio de la soberanía popular y al pie
de las urnas sarnosas.
Otros
lo hacen porque no han descubierto ni valorado aún que hubo vida
política antes de la democracia, y por impracticable que esa vida
política pueda parecerles, y así parezca nomás, predicarla y serle fiel
en lo poco, aún en la adversidad y en el fracaso cantado, es el mejor
modo de asemejarse al Ecce Homo, Señor de la Historia y Vigía de las Patrias.
Otros
lo hacen por ceguera pragmatista y activista. Para ellos, hablarles del
sentido parusíaco, del testimonio final, de la posibilidad del
martirio, de la soledad en la Verdadantes que del error en compañía, del
último pelotón spengleriano o de la pusilla grex apocalíptica,
es incurrir en rigorismo y cuaquerismo, y perderse el carnaval carioca
de la fiesta intramundana. Y están los que lo hacen de puros
desorientados. Porque no se han dado cuenta de que se ponen a fabricar
sombreros justo cuando a los hombres se les da por nacer sin cabeza.
Me he cansado de encontrar y de transcribir testimonios de personajes
de nota –todos ellos ajenos y opuestos a nuestro ideario- que ponen muy
seriamente en tela de juicio la validez de la participación democrática,
la representatividad de los partidos, la legitimidad absoluta de las
mayorías electoraleras. Hay toda una corriente politicológica –con
exponentes que van desde el liberalismo hasta el anarquismo- que está
descubriendo y protestando la inutilidad del sistema que se tenía por
“deber sacro”.
Estoy escribiendo esta carta y el infeliz de Natalio Botana saca su enésima noteja en La Nación (18-3-16),
lamentándose del malestar y del deterioro que se registran hoy en las
democracias. Cuando los malos parecen recuperar el sentido de lo obvio,
los nuestros se lanzan a preguntar por qué la nieve es blanca. Los
psicólogos hablan de regresión. Me parece que se llama agachada.
Pero
otros próximos hay en cambio, que de este modo comodón y ambiguo
actúan, porque ya no existe el cónsul Escipión que les diga a los
asesinos de Viriato que Roma no paga traidores. Todo ha cambiado.
Roma ofrece y otorga ahora abultadas recompensas a los felones. No
necesariamente en monedas, pero sí en documentos oficiales llenos de
requiebros y de ternuras para los amantes de la democracia, y de
condenas fulminantes a los refractarios.
No les ha bastado con ver el estropicio de la democratización de la
liturgia, de la Jerarquía, de la doctrina, de las Sagradas Escrituras,
de la mismísima administración de los sacramentos. No les ha bastado con
el pueblo de Dios, pero contra Dios, entronizado después del Concilio
en nombre del horizontalismo populista y nivelador. No les ha bastado
con la herejía de proclamar a la democracia el eco temporal del
Evangelio, ni con ver la tierra doctrinal arrasada que deja tras sus
pasos, para nuestra deshonra, el primer Papa peronista de la historia de
la Iglesia. Ni han tenido suficiente con los santos súbitos o bien pagá,
besadores del Corán, exculpadores de los deicidas, antiguos
simpatizantes partisanos, aliadófilos a la carta, profetas del
calvinismo y cultores del saduceísmo.
Van
por más. Por la democracia morbosa de la que se quejaba Ortega. Y
entonces, necesitan santos votando, como si la recíproca surgiera por
causación necesaria. Votó un santo; luego el sufragio universal es
santo. La falsa espiritualidad que tergiversa la santidad,
presentándola,no como una conquista extra-ordinaria, sino como la
ramplona acumulación de la vida ordinaria, ha fructificado
peligrosamente entre los nuestros.
No
conmueven los estigmas, ni la conversión, ni las persecuciones, ni la
lepra contagiada por amor a Cristo. Lo conmovedor es ver cómo votan
estos hombres. ¡Pasen y vean! ¡Miren qué fácil es ser como ellos! Si
hasta tienen una Prelatura que los entiende: “Para tí, que deseas
formarte una mentalidad católica, transcribo algunas características:
-afán recto y sano –nunca frivolidad- de renovar las doctrinas típicas del pensamiento tradicional, en la filosofía y en la interpretación de la historia[...]; -una actitud positiva y abierta, ante la transformación actual de las estructuras sociales y de las formas de vida”(Surco, 428).
¡Ah, apisonadores de adoquines, moscas de la plaza pública, plebeyos
sin trata ni cura, protagonistas del domingo municipal y espeso de la
historia, aprendices de Tersites, imitadores de Calicles, plana mayor de
Cirsilo, ciudadanos del Khali Yuga, sigan buscando santos votadores!
Cuéntenlos, súmenlos, incorporénlos a las estadísticas y a las
encuestas. El Santo de los Santos murió por decisión de la mitad más
uno. Llegó al Gólgota tras una tremenda paliza electoral que no necesitó
de ballotage siquiera. Todo era legal en aquel trágico recuento de
votos. Autoridades de mesa, escrutinio cantado, bocas de urna a la
vista, aclamaciones masivas, el esplendor demoníaco de la voluntad
popular piafando salvajemente, al galope desplegado de corceles negros
como la tortura. Barrabás era un puntero del Partido Zelote. Merecía
ganar. ¿Por qué perder el voto en cambio siguiendo a un hombre
visiblemente sin chances de triunfo, aún en el distrito electoral de su
Nazareth natal? Crucifíquenlo y asunto terminado.
Perdónalos María. Tú, Señora, sólo hiciste sufragios por las almas de
aquellos que redimía tu hijo desde la Cruz. Tu Hijo: el perdedor
político de aquel horrendo y fundante sufragio universal de la
tierra.
Prólogo y Despedida
Empecé diciéndoles que salió el volumen II de “La democracia: un debate
pendiente. Respuesta al Dr. Héctor Hernández”. Lo que no les dije es
que –como ya lo había anticipado en el volumen primero- en el prólogo de este nuevo libro explico porqué no seguiré adelante con el debate. El prólogo es breve; de modo que no les costará anoticiarse.
Pero tras leer el libelo de Hernández, más me confirmo en lo correcto
de mi decisión. Los defensores del “votopartideo” en la Argentina de
hoy, no atienden ni entienden nada. Quieren pensar y salvar la
Argentina por un mero acto de voluntarismo, creyendo que el fin
justifica los medios, a grupas del sistema que llevó a la patria a ser
esta cosa impensada y condenada que presenciamos con estupor. Para
pensarla y salvarla hay que hacer lo contrario de la Revolución, y no una revolución en contra, según aserto inmodificabe del viejo De Maistre.
Tras
los oropeles vistosos de una disputatio académica, o las declamaciones
sobre la contribución al bien común, o las disquisiciones sobre lo que
enseñan los moralistas (sin preguntarse jamás algunos guardaespaldas del
votopartideo qué dicen esos mismos moralistas sobre atacar desde
el anonimato a quien los contradice ), en realidad, están calculando
con quién caer mejor parados. O, como lo han dicho inverecundamente, con
qué candidato evitar que les roben el coche. Bendito sea Dios que nunca
tuve uno, y me da la libertad de que no me importe si me lo quitan. En
esto soy bergogliano, perdonen: me tomo el subte.
Es así les digo, aunque suene petulante. No entienden ni atienden.
Pero
hay alguien que entendió, y es rarísimo que se trate justo de él. Vale
la pena terminar esta carta explicándolo en dos trazos.
El homo transfigurationis
Cuando en su libro “Humanismo. Fuentes y Desarrollo Histórico” (Buenos
Aires,Decus,2004), Carlos Disandro explica lo que es el paradigma de la
antropología católica, tras retratar al homo theoreticus, al conditor y
al viator, correspondientes a la cultura helénica, romana y hebrea,
respectivamente, se detiene en una cuidadosa exégesis del diálogo entre
Cristo y Nicodemo, que está en el capítulo III del Evangelio de San
Juan. De allí surgen las nutrientes para inteligir al hombre tal como es
y debe ser en la inteligencia católica.
Y lo que surge es el hombre capaz de transfigurarse
por la gracia, de volver a nacer, no en la carne y la materia, sino por
el Agua y por el Espíritu Santo. Es el hombre que puede tener la
certeza de que Dios se hizo hombre. Y por lo mismo, el compromiso
ontológico de que todo cuanto piense, diga y haga estará ordenado a
Dios. Ya no puede ni quiere servir a dos señores.
En las demás antropologías hay una relación de abajo hacia arriba. Aquí
es gloriosamente al revés. Lo de Arriba ingresa en lo histórico, lo
Alto se abaja, el Verbo se hace carne, lo Invisible penetra lo visible,
la Eternidad inhiere en el tiempo. Ya no todo es cuestión del hombre,
empezando por Dios. Ahora se sabe que todo es cuestión de Dios,
empezando por el hombre. Y que sólo, exclusiva y únicamente en esto,
radica la tan mentada dignidad del hombre: en ser capax Dei, homo transfigurationis.
El
tumor espantosísisimo que corroe a toda la antropología moderna
–empezando por la que se enseña hoy en la Iglesia-es la supresión del
hombre de la transfiguración y su correlato lógico: el destronamiento
del Gran Transfigurador. En consecuencia, todo resulta historificado,
des-eternizado, inmanetizado, secularizado: subvertido. Es el primado brutal del naturalismo.
La política, dice Disandro, no ha escapado a esta tragedia. “En la ubicación respecto de la política, el concepto de poder se ha convertido para el cristiano en la mera cantidad de votos;
esto significa una secularización del sentido cristiano del poder. Así
en todos los sentidos y aspectos de la comunidad; se confunde entonces
cristianismo con justicia social. El cristianismo no es eso. No decimos
que la justicia social no sea una cosa importantísima que debamos llevar
a la práctica, pero ello será imposible si no la enraizamos en el
principio verdadero. La justicia social no puede estar desvinculada de
cuanto venimos explicando [el renacer del hombre por la gracia]. Esta
desvinculación no tiene sentido para el cristiano y además es un
absurdo, aparte de ser una herejía. Se trata de una cuestión fundamental: lo que decimos de la justicia social podemos decirlo de la política. Una política de inspiración cristiana que deja esta cuestión de lado, nada tiene de cristiana. Será otra cosa pero carece fundamentalmente de la significación cristiana” (ob.cit,p.145-146).
No me vengan con el zonzo argumento ad hominem. Yo sé muy bien
quién es Disandro y todo lo substancial que nos separa de él. Y sé muy
bien que esto que acabo de transcribir entra en colisión con lo que él
mismo hizo en materia política. Peor para él si se contradijo. Lamento y
repruebo su incoherencia, pero celebro y admiro la hondísima certeza
del modo católico de concebir la política que manifestó en estas
páginas.
Si matamos al homo transfigurationis, y en su lugar entronizamos al homo calculator
–la tipología sigue siendo disandrista- ya no será posible edificar la
política ni la justicia social que aquel cinceló en la Edad Media
Cristiana, y que ha de llamarse media, porque el homo mediator la
protagoniza y ejecuta. Esto es, el mismo hombre de la transfiguración
que quiere hacer de pontífice, de puente, de enlace entre los visibilia e invisibilia Dei.
Pues sabe que, en la medida en que se convierta en un pontón fiel y
leal, todas las cosas podrán ser instauradas en Cristo. Tal vez ahora se
entienda mejor, porque los mismos guardaespaldas de la tesis de
Hernández, le han dedicado también su tiempo a cascotear el rancho de la
Edad Media. Saben lo que hacen estos muchachos.
Se
darán cuenta el sinsentido que tiene para mí proseguir este debate. No
me interesa quedarme con la última palabra, ni que me levanten el brazo
en el ring prosaico de los pugilatos ideológicos. No ando ni anduve
nunca por la vida marcando con el dedo a los presuntos o reales
pecadores, y me importa tres belines qué hace cada quien con sus bragas,
sus candidaturas y sus boletas electorales. No tengo por ídolos a Kant,
ni a Jansenio ni a Donato. Sigo sin poder sacarme del alma esta imagen
que marca mis predilecciones políticas, morales y filosóficas: Genta, el
hombrevida chestertoniano por antonomasia, partido al medio por
once balazos, yace en su féretro. Yo, con mis veintitrés años flamantes,
lo miro rezando y rezo mirándolo. Es el icono de la política católica.
El hombre de la transfiguración y de la mediación. El hombre de las
misiones en aislamiento y en soledad, sin poderes terrenos ninguno, a
contracorriente del mundo, de las elecciones, de los partidos, de los
acomodos, de los maridajes.
Además, aquellos con quienes se supone debería debatir, son
personas cultísimas, no lo niego, pero no entienden en serio cuál es mi
mensaje. Insisto: ni entienden ni atienden. He llegado a la íntima y
segura convicción, transida de pena, de que en materia política hablamos
idiomas distintos. Ellos están con el homo calculator. Y no
trepidan en construir una nueva hagiografía, en la cual, los santos, ya
no serán venerados por haber renacido por el Agua y por el Espíritu,
sino por haber sido del partido radical, del conservador o de la
democracia cristiana. Junto a la neo-hagiografía van cincelando las
bases de una neo-historia y de una neo-política. En la primera habría
que desmitificar el Medioevo como modelo de Ciudad Católica y presentar a
los primeros cristianos –león más, martirio menos- como razonables
convividores del Imperio. En la segunda, habría que abrazarse nomás con
los secularistas del poder.
No
cuenten conmigo para alimentar esta discordia. Lo que tenía que decir
ya está dicho. Pero estoy disponible para festejar la Esperanza; y
enarbolada al tope, seguir haciendo lo que humanamente podamos por la
patria yerma. Por lo pronto –y para escándalo de pragmatistas- rezar por
ella. Alguna vez quise decirlo en versos. Y perpetré esto que no sabría
decir qué valor tiene:
La vida de la patria
“Amar a una persona es sentir que se le dice: tú no morirás”
Gabriel Marcel ¿Puede morir la patria como mueren los hombres,
en la noche de un día, en la siesta de un alba;
puede finar enferma, con las visceras rotas
y el crujir de sus huesos partidos a mansalva?
¿Puede morir la patria decrépita, sin pulso,
el semblante sin rasgos de su estampa primera,
puede marcharse a grupas de aflicciones y llagas
como en un redomón que cruzó la tranquera?
¿Se nos ha muerto acaso de previsibles males
- por funeral apenas el cimbrar de un laúd -
o acabó fusilada con la venda en los ojos
en un lampo de sangre por los pagos del sud?
No sabré si es respuesta ver la piedra del Ande,
los viñedos, las dunas, el jarillal nevado,
las tejas y los talas compitiendo en la altura,
la calandria en su horqueta de pasto arrebolado.
No sabré si es respuesta tampoco aquel jinete,
domador del rocío sin buscar recompensa,
las millares de voces que aún cantan nuestras marchas,
esa ochava en San Telmo, por la calle Defensa.
Nunca sabré siquiera si es respuesta el acervo
de frailes y de fieles desgranando latines,
los libros que escribimos, la palabra empeñada,
las familias nutridas de cunas y maitines.
Nada sé si es respuesta, pero sé que estas cosas
están vivas, subsisten, residen, permanecen;
y estas cosas son patria, son la patria de siempre,
empeñada en quedarse cuando todos fenecen.
Son ónticas presencias que vencen el derrumbe,
son materia y son forma de argentinas aldeas,
el tiempo y el espacio del pequeño rebaño
mientras lleguen los cielos junto a las tierras nuevas.
La Ciudad será salva si algún justo la habita,
si el Angel que la abraza no rinde su ballesta,
o un abril imprevisto nos cubra de banderas
la semántica antigua de la palabra gesta.
Pero si ha muerto y dicen, de muerte irreversible,
en la conjura roja del odio y la vesania,
te pedimos Dios Nuestro que nos la resucites
como hiciste hace siglos, una tarde, en Betania.
Antonio Caponnetto
Nacionalismo Católico San Juan Bautista
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