LA BARCA SIN PESCADOR
“Las puertas del infierno no prevalecerán contra ella”. Se
refería Jesucristo a su Iglesia. Si la piedra sobre la cual el propio
Cristo la fundó no se hiciese presente, la mano de Dios la sustentaría.
Una barca sin Pedro, o un Pedro sin barca?
De nuestro corresponsal en Roma
Existe un cierto simulacro de filosofía cuyo concepto más profundo se
recoge en la máxima según la cual el valor de una verdad siempre guarda
cierta proporción con el número de sus seguidores. Tal idea rige la
capacidad de formar juicios de gran parte de nuestros contemporáneos,
que no juzga necesario distinguir entre creer y opinar.
Podríamos
llamarlo “hooliganismo” filosofal. En el concepto de sus exponentes,
los baños de multitudes, además de la información vehiculada (e
interpretada) por los medios escritos y audiovisuales, son el únicos
índices fidedignos del prestigio de una verdad ante el público
globalizado de nuestro siglo. Solo la ovación de las multitudes
apuntaría los rumbos auténticos de la historia.
El
problema es que recientemente el ruido de los medios trae consigo
también un cierto rumor de fondo, de esos que asustan a los analistas y
asesores políticos cuando perciben que la curva del prestigio por
primera vez es descendiente dentro de un gráfico en que las encuestas
sólo conocían trayectoria ascendiente.
La verdad no hace ruido.
Por
eso a los “opinionistas” globalizados puede parecer sorprendente que
algunos juzguen haber percibido algo que está sucediendo dentro del
ámbito bergogliano.
Recientemente
fueron legalizadas en Italia las así llamadas uniones civiles —primer
paso para el pseudo-matrimonio homosexual— tras un debate caluroso en el
cual el silencio del Vaticano llamó más la atención de muchos que todo
el ruido del enfrentamiento entre las partes opuestas entre sí. El Family Dayrealizado
en la Ciudad Eterna, marcha que congrega los partidarios de la familia
tradicionalmente constituida, fue una manifestación clara —ya que hoy
nos hemos propuesto hablar de fenómenos multitudinarios— de la presencia
en la lucha de una multitud que seguramente hubiera querido que la voz
del clero se hiciese oír. ¿Qué se debe sospechar? ¿Que tales voces no
existen? ¿O que fueron calladas? Pero la principal pregunta que surge es
otra: ¿Quién está realmente con Francisco? Algunos hablan de una barca
sin Pedro. ¿Y si fuera lo contrario?
En
el ámbito de lo político, aguas donde el obispo de Roma se moja cuando
quiere y sólo con quien quiere, empiezan a escucharse opiniones que
parecen haberse infiltrado en medio de la tremenda ola de apoyo con que
los medios de comunicación suelen halagarlo. De acuerdo con una broma
reciente de escaso valor persuasivo, los astrólogos de la Casa Blanca
han estado más propensos a vaticinar la victoria de Donald Trump desde
que se querelló con Francisco. De hecho, los amigos y simpatizantes de
Bergoglio con el tiempo van entrando en la fila de perdedores. Cristina
Kirchner, Evo Morales, Nicolás Maduro… Curiosamente, todos los amigos de
Francisco encabezan partidos de izquierda que enarbolan la bandera del
“pueblo”, un pueblo que más bien da señales de preferir salir de debajo
de su sombra, buscando otro árbol mejor que lo cobije. ¿Será que la raíz
de la verdad está destrozando poco a poco todos los caminos que
Francisco se ha dedicado a asfaltar durante los últimos tres años? En el
ámbito que realmente corresponde al Papado, esto es, lo religioso, más
que un ruido de fondo, llama la atención un silencio que poco a poco
gana un grande espacio.
Por
más que Bergoglio no se sonroje ni siquiera al solapar los movimientos
“rosados”, debería entender que para los católicos verdaderos, los que
están dentro de la barca y no agarrados del lado de afuera, el
homosexualismo militante en cada una de sus inacabables maneras de
presentarse a si mismo resulta incompatible con la moral.
“Las
puertas del infierno no prevalecerán contra ella”. Se refería
Jesucristo a su Iglesia. Si la piedra sobra la cual el propio Cristo la
fundó no se hiciese presente, la mano de Dios la sustentaría. Quizá a
los “hooligans” filosóficos, hinchas del San Lorenzo o no, habría que
ponérselo en palabras a la altura de su inteligencia, tal vez intentando
explicarles que la partida se sigue jugando, pero el campeonato ya fue
comprado, al precio carísimo de la Sangre de Cristo, lo que no le quita
en nada interés al partido, muy al contrario, es señal de que no será
fácil ganarla y que por momentos, como en el actual pontificado
bergogliano, habrá algunos que llegarán a pensar que se corre el peligro
de perderla. Más bien, desde que Francisco entró en el campo, a pesar
de la ovaciones histéricas que lo acompañaban hasta ahora, el marcador
está más lento. Nos recuerda aquellos políticos con un público que los
aplaude mayor que el público que vota a su favor. Si quieren, un globo
que pierde más aire del que entra.
En
realidad, los esfuerzos del mal son inútiles. Y paradójicamente son los
medios de comunicación que nos traen las piezas de ese rompecabezas que
al ir siendo montado, parece resaltar lo opuesto de lo que quiere
transmitir: el gran eco del silencio.
De Denzinger-Bergoglio