El feminismo y su vínculo con la pedofilia. Por Agustín Laje.
Hay dictaduras que no se
institucionalizan; que no necesitan del recurso de la fuerza en altas
magnitudes para mantener a la sociedad sumida en sus dictados. El
filósofo marxista Antonio Gramsci ya decía que el Estado era hegemonía
acorazada con coerción, y cuanto más consolidada la hegemonía, menos
necesidad de coerción. De ahí que podamos llamar “micro-dictaduras” a
estos regímenes que han logrado altísimos niveles de hegemonía y que,
por lo tanto, no permiten a los ciudadanos sacar los pies del plato de
lo “políticamente correcto” sin con ello esperar negativas
consecuencias, no solo sociales, sino también represivas-estatales (el
caso de INADI, brillantemente desenmascarado por Cristian Iturralde, es
ejemplo arquetípico de la policía del pensamiento hegemónico).
Valgan estos comentarios iniciales para
situar el presente artículo en un contexto de dominación hegemónica de
un progresismo hipócrita, dispuesto a tolerar sólo lo que comulga
ideológicamente con sus postulados, y encarnizado con demonizar,
deformar y censurar aquello que puede resquebrajar su dominación
política. En efecto, es ese progresismo el que ha entronizado a la
ideología feminista como algo automáticamente deseable y aprobable por
el grueso de una sociedad que desconoce, en la mayoría absoluta de los
casos, qué cuernos es el feminismo y su propuesta político-ideológica.
Sucede que en contextos de alta dominación hegemónica la gente gusta de
hablar sobre lo que no conoce y, peor todavía, defenderlo como si lo
conociera.
Es así que nuestro título ha de chocar a
simple vista: ¿Qué vínculo puede guardar el benevolente y deseable
feminismo, con una causa que (de por momento, y sólo de por momento) nos
resulta repugnante como la pedofilia? El objeto de este breve artículo
no es sólo desnudar este vínculo, sino también desnudar la ignorancia
que la gente tiene sobre el actual feminismo.
La historia del feminismo se ha
interpretado en forma de “olas”. Se suele convenir que hay al menos tres
olas del feminismo, cuyo hilo conductor estaría dado por la defensa de
los derechos de la mujer, y sus diferencias estarían dadas por el tipo
de derechos que se reivindican. Así, como primera ola bajo nuestra
conceptualización, encontraríamos a los movimientos de mujeres y sus
ideólogas que, tras el Renacimiento y con especial fuerza después de las
revoluciones burguesas, peticionaron por derechos civiles y políticos,
con John Stuart Mill a la cabeza. Podríamos entender, asimismo, que la
segunda ola estuvo ligada al pensamiento marxista, especialmente a los
estudios de Engels y quienes, como Kollontai, buscaron desarrollar esta
mirada, en la cual los mal llamados derechos económicos estructuraban el
plexo de demandas feministas. Pero a donde nos proponemos llegar para
hallar el vínculo con las demandas pedófilas es a la tercera ola, cuyo
nacimiento se encuentra ligado a los sucesos del Mayo Francés y cuya
propuesta ideológica está basada en la “deconstrucción” de nuestra
cultura.
En efecto, con ella surge la ideología
de género, especialmente de la mano de Simone de Beauvoir y su “no se
nace mujer: llega una a serlo”. El género y el sexo pasan a moverse en
esferas distintas: el uno en la cultural, el otro en la biológica. Pero
no se necesitará mucho tiempo para que el sexo sea también arrastrado a
la esfera cultural, y que Judith Butler declare, bajo aplausos de la
progresía academicista, que el sexo en verdad siempre fue género.
En este marco deconstructivo las
demandas feministas ya no responden a la mujer, pues la categoría de
mujer se deconstruye. ¿A quién responde entonces el feminismo? Pues a
todas aquellas demandas que desde el terreno de la sexualidad vayan a
contrapelo de la institución familiar que, presuntamente, sería un pilar
fundamental del orden capitalista. De nuevo, el marxismo, como en la
teorización de Engels, pero esta vez cultural, como en el “feminismo
socialista” de Marcuse.
La
teoría para las feministas es imprescindible para la praxis. Son las
teóricas, después de todo, las que han ido orientando el devenir del
feminismo, y son sus obras precisamente las que permiten distinguir los
puntos de inflexión de las olas feministas. De tal suerte que recurrir a
las más importantes ideólogas feministas es la tarea central que ha de
llevarse a cabo para desentrañar la ideología en cuestión.
Veamos, pues, el pensamiento de la
célebre Shulamith Firestone. Esta nos explica que el proceso de
destrucción de la familia no se puede dar de un momento a otro, sino que
conlleva cambios paulatinos, que involucran la pedofilia. Firestone los
describe de esta forma: “Después de muchas generaciones de vida
no-familiar, nuestras estructuras psicosexuales podrán alterarse tan
radicalmente que la pareja monógama se volvería obsoleta. Sólo podemos
adivinar lo que podría reemplazarla: ¿quizás matrimonios por grupos,
grupos maritales transexuales los cuales también involucran niños
mayores? No lo sabemos”.[1]
El proyecto de Firestone es lograr una sociedad socialista donde la familia sea reemplazada por household,
una especie de hogar formado por personas que no guardan vínculo
sanguíneo. Aquí, después de “unas pocas generaciones”, se logrará que
“las relaciones entre personas de edades muy dispares se conviertan en
algo común”.[2]
Así las cosas, “si el niño puede elegir relacionarse sexualmente con
los adultos, incluso si él debe escoger su propia madre genética, no
habría razones a priori para que ella rechace los avances
sexuales, debido a que el tabú del incesto habría perdido su función.
(…) Las relaciones con niños incluirían tanto sexo genital como el niño
sea capaz de recibir -probablemente considerablemente más de lo que
ahora creemos-, porque el sexo genital ya no sería el foco central de la
relación, pues la falta de orgasmo no presentaría un problema grave. El
tabú de las relaciones adulto/niño y homosexuales desaparecerían”[3].
Pero las relaciones pedófilas tendrían dos límites, nos dice la buena
Firestone pretendiendo moderarse: el límite del consentimiento del niño
por un lado, y el límite corporal por el otro. De modo que si un hombre
adulto desea tener relaciones sexuales con una niña o niño de cuatro
años por ejemplo, sólo debe lograr su adhesión y comprobar que las
dimensiones de su vagina o ano sean penetrables. La engañifa que usa
Firestone para legitimar la pedofilia es muy evidente: pone par a par la
capacidad de elección de un niño respecto de la de un adulto, como si
ambos dispusieran de mismas cuotas de poder. Es interesante constatar
que existen reconocidos militantes y teóricos del feminismo que han sido
involucrados e incluso condenados por relacionarse sexualmente con
menores, como es el caso de Jorge Corsi.
Como queda claro, Firestone otorga gran
significancia a la legitimación de la pedofilia como parte de la
revolución socialista a la que ella busca servir. Pero no es la suya una
opinión aislada dentro del feminismo de los ’70: también la reconocida
teórica Kate Millet ha escrito que los niños deberían “expresarse a sí
mismos sexualmente, probablemente entre ellos en un principio, pero
también con adultos”.[4]
Y a la cuestión de la pedofilia, las teóricas feministas suman también
la reivindicación del incesto. Firestone, por ejemplo, recomienda que, a
los fines de que los niños no crezcan “reprimidos sexualmente”, sean
los padres quienes los inicien en su vida sexual. De hecho, recomienda
que la primera felación del niño sea practicada por su propia madre. ¿Y
es que hay manera más determinante de reventar todo vínculo familiar que
promoviendo relaciones sexuales entre adultos y niños, y entre padres e
hijos? Ella sabe, a partir de Freud, la importancia que tiene para la
cultura la represión del erotismo que presuntamente sentiría el niño
respecto de su madre; y probablemente sepa también, a partir de Claude
Lévi-Strauss, el papel que en la cultura de toda sociedad humana juega
la prohibición del incesto. En efecto, no hay forma más efectiva de
destruir la cultura y la familia que haciendo de la pedofilia y el
incesto conductas aprobables; de los ´70 a esta parte, el feminismo
radical traerá, a veces más explícitamente, otras más implícitamente,
estas horripilantes reivindicaciones dentro de su programa.
La
deconstrucción del sexo que trajo el feminismo con su tercera ola es
compatible con una deconstrucción de la categoría “edad”. ¿Si el sexo es
un dato cultural y no natural, por qué habríamos de suponer que la edad
es un dato natural y no cultural? Estas suposiciones no son exclusivas
de la década del ’70, sino que nos acompañan hasta hoy, de la mano de
muchas ideólogas del feminismo queer, como el caso de la mencionada
Butler, quien aplaude y promueve una “multiplicidad de deseos” que
incluyen la pedofilia y el incesto[5], y como el caso de Sandra Torres, quien en su libro Pornoterrorismo
anota: “Nunca me he acostado con un menor (salvo cuando yo también lo
era) y no sé desde mi experiencia cómo se debe sentir, quizás no suceda
nada malo si la mente del adulto está lo suficientemente sana o si la
del menor es lo suficientemente despierta como para canalizar las
sensaciones”.[6]
Quien al menos una pisca conozca sobre
la intelectualidad feminista podrá advertir que las autoras y los textos
mencionados no son marginales sino, más bien, todo lo contrario: se
trata de nombres de la mayor relevancia para el pensamiento feminista
contemporáneo. Y podrá saber, también, que estas mismas autoras suelen
ubicarse mucho más allá de las sanas reivindicaciones que alguna vez
tuvo el feminismo, cuando en lugar de reclamar derechos a la pedofilia,
peticionaba derechos civiles y políticos.
El correlato en la práctica está a la
vista: relevantes organizaciones feministas apoyan políticamente la
legalización de la pedofilia, como es el caso de la Asociación Feminista
Holandesa, la cual ha firmado peticiones públicas en este sentido. Gran
cantidad de organizaciones feministas tienen estrechos vínculos con la
NAMBLA (North American Man/Boy Love Association) y con el IPCE
(International Pedophile and Child Emancipation). A nivel de referentes
en el activismo feminista, sobresalen los casos de Pat Califia, Camille
Paglia, Katharina Rutschky, Luisa Velázquez Herrera y Gisela
Bleibtreu-Ehrenberg, todas ellas importantes cuadros feministas que
articulan sus demandas con la pedofilia.
Es que el actual feminismo en nada sirve
a la mujer: al contrario, la niega y procura su destrucción (tal como
se hace expreso en Monique Wittig). Bajo su máscara benevolente y
bienintencionada, guarda tras de sí una estrategia imposible de
visualizar para los perezosos e idiotas útiles que adhirieron al
feminismo sin saber de qué se trataba: librar una batalla cultural que
destruya la “superestructura” que mantiene en pie el capitalismo.
En una palabra, neomarxismo.
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Nota: En breve estaré publicando un nuevo libro sobre las
nuevas máscaras de la izquierda, en coautoría con Nicolás Márquez, en
el cual desnudaré la ideología y el movimiento feminista contemporáneo.
[1] Firestone, Shulamith. The dialectic of sex. The case feminist revolution. New York, Bantam Book, 1971, p. 229.
[2] Firestone, Shulamith. Ob. Cit., p. 233.
[3] Firestone, Shulamith. Ob. Cit., p. 240.
[4] Citado en Serrano, Francisco. La dictadura de género. Una amenaza contra la Justicia y la Igualdad. España, Almuzara, 2012, p. 55.
[5] Butler, Judith. El género en disputa. El feminismo y la subversión de la identidad. Barcelona, Paidós, 2007, p. 265.
[6] Torres, Diana. Pornoterrorismo. Tafalla, Editorial Txalaparta, 2011, pp. 100-102.