Publicado por Revista Cabildo Nº37
Mes Junio/Julio de 2004-3ºera. Época
REVISTA CABILDO Nº 37-
JUNIO/JULIO 2004
EDITORIAL
EL TERRORISMO DE ESTADO
PADECE el país un terror físico. Comprende el mismo todo el variado y doliente abanico de violencias diarias y sistemáticas a las que están expuestos tanto los ciudadanos particulares como las instituciones privadas o públicas. Se manifieste en la forma de un secuestro extorsivo, de un homicidio simple, de un corte de ruta o de la ocupación de comisarías o edificios castrenses, lo cierto es que quienes lo ejecutan no parecen sentirse acorralados sino más bien promovidos e impunes. Porque hace rato que la autoridad política ha abdicado de su misión represiva, mostrándose orgullosamente vacante cada vez que el delito estalla con furia.
JUNIO/JULIO 2004
EDITORIAL
EL TERRORISMO DE ESTADO
PADECE el país un terror físico. Comprende el mismo todo el variado y doliente abanico de violencias diarias y sistemáticas a las que están expuestos tanto los ciudadanos particulares como las instituciones privadas o públicas. Se manifieste en la forma de un secuestro extorsivo, de un homicidio simple, de un corte de ruta o de la ocupación de comisarías o edificios castrenses, lo cierto es que quienes lo ejecutan no parecen sentirse acorralados sino más bien promovidos e impunes. Porque hace rato que la autoridad política ha abdicado de su misión represiva, mostrándose orgullosamente vacante cada vez que el delito estalla con furia.
El fenómeno devastador del piqueterismo es prueba suficiente de lo que afirmamos. Duros o blandos sus integrantes, oficialistas o supuestos opositores, bolcheviques o mencheviques, lo cierto es que la estrategia piquetera se nutre necesariamente de la comisión de delitos que jamás son impedidos ni castigados como tales. Tiene pues el Estado una responsabilidad mayúscula en tamaños quebrantamientos de la concordia; y en la medida que ha forjado ostensibles alianzas con los ideólogos de la guerra social, diremos que es su cómplice activo.
Padece asimismo la patria un terror económico. La naturaleza del mismo es el ejercicio de la usura, sea controlada por los organismos financieros internacionales o por sus testaferros nativos. Especulaciones y evasiones, monopolios encubiertos o visibles, vaciamientos empresariales y desfalcos bancarios, saqueo de los ahorros o de los aportes jubilatorios, incumplimientos de contratos laborales y despojos salariales, son sólo algunas de las formas en que el Imperialismo Internacional del Dinero hace sentir su atenazamiento expoliador y su cautiverio ominoso. Si hemos de creerles a los dígitos recientes que publican los organismos especializados en la prensa políticamente correcta, el 48% de la población alcanza la condición de pobreza, cuando veinte años atrás trepaba apenas un 16%. Como quiera que sea este manojo de cifras, lo cierto es que también aquí -en la dura realidad del desamparo diario- tiene el Estado su ostensible e indelegable culpabilidad. Por hacer mohatras, como se decía antiguamente; esto es fraudes y engaños, de los que se beneficia una gavilla de plutócratas y se perjudica el buen vivir del hombre concreto.
Padece al fin la nación el más grave de sus males, que es el terror psicológico, para continuar con la terminología que empleara Genta. El núcleo aborrecible del mismo es el variopinto conjunto de manifestaciones irreligiosas, ramplonas e impías, que tanto pueden llamarse anticultura, cultura de la muerte, subversión cultural o elogio de la contranatura. Expresiones todas de un odio a la Verdad, al Bien y a la Belleza, que el Estado subvenciona, publicita y expande. Quiérese un símbolo de esta corrupción: búsqueselo en el señor Di Telia, difamador de las aves de corral, al comparar el espacio de la actual cultura con el criollo sitio en el que ellas habitan, cuando debió decir sumidero o sencillamente cloaca. O en el señor Filmus, pedagogo de la Flacso, propulsora de las escuelas con guarderías y armerías, para que en las primeras depositen los jóvenes los frutos de sus mancebías ilícitas y en las segundas los instrumentos de su latrocinio. Quiérese acaso otro símbolo reciente: allí esta la fémina fatal de la new age a cargo del Fondo Nacional de las Artes, acaso porque cree que el universo de la plástica se limita a la cirugía, o porque ha descubierto que es preferible ser biodegradable antes que mortal.
Terror físico, económico y psicológico, al que en sendos casos el poder político oficial coadyuva y subsidia, ejerciendo así un auténtico Terrorismo de Estado. Sincronizada y vengativa continuación del que ya existió en los años setenta, cuando dos Estados Nacionales extranjeros, el cubano y el soviético, convergentes entre sí por vía del comunismo, financiaron y adiestraron a los cuadros guerrilleros que libraron una guerra revolucionaria contra la Argentina. Sabido es que el presidente y sus hombres reivindican cada día, desembozada e impenitentemente, su participación en aquella contienda, pero en el bando de los partisanos marxistas.
Si tres remedios se quisieran contra males tan graves, ya Santo Tomás los enunció en su De Regno. La unidad de la paz justa, la diligencia del gobernante a efectos de proveer la cantidad de cosas suficientes para el buen vivir, la conducción hacia el obrar virtuoso. Nada de eso harán estos terroristas adueñados de los resortes estatales. Mas por lo mismo no quedamos eximidos sino obligados a vigilar los restos entrañables de la patria prisionera, con la fortaleza de los antiguos custodios. Bien lo dice el Himno de la Liturgia de las Horas: "Dios que nunca duerme, busca quien no duerma. El como un almendro, con la flor despierta". Para esto nacimos y testimonio damos: para mantener encendido el fuego del vivac. Un fuego que alumbra y refulge, anuncia y comunica proclamas de esperanza y de victoria. •
Antonio CAPONNETTO
Padece asimismo la patria un terror económico. La naturaleza del mismo es el ejercicio de la usura, sea controlada por los organismos financieros internacionales o por sus testaferros nativos. Especulaciones y evasiones, monopolios encubiertos o visibles, vaciamientos empresariales y desfalcos bancarios, saqueo de los ahorros o de los aportes jubilatorios, incumplimientos de contratos laborales y despojos salariales, son sólo algunas de las formas en que el Imperialismo Internacional del Dinero hace sentir su atenazamiento expoliador y su cautiverio ominoso. Si hemos de creerles a los dígitos recientes que publican los organismos especializados en la prensa políticamente correcta, el 48% de la población alcanza la condición de pobreza, cuando veinte años atrás trepaba apenas un 16%. Como quiera que sea este manojo de cifras, lo cierto es que también aquí -en la dura realidad del desamparo diario- tiene el Estado su ostensible e indelegable culpabilidad. Por hacer mohatras, como se decía antiguamente; esto es fraudes y engaños, de los que se beneficia una gavilla de plutócratas y se perjudica el buen vivir del hombre concreto.
Padece al fin la nación el más grave de sus males, que es el terror psicológico, para continuar con la terminología que empleara Genta. El núcleo aborrecible del mismo es el variopinto conjunto de manifestaciones irreligiosas, ramplonas e impías, que tanto pueden llamarse anticultura, cultura de la muerte, subversión cultural o elogio de la contranatura. Expresiones todas de un odio a la Verdad, al Bien y a la Belleza, que el Estado subvenciona, publicita y expande. Quiérese un símbolo de esta corrupción: búsqueselo en el señor Di Telia, difamador de las aves de corral, al comparar el espacio de la actual cultura con el criollo sitio en el que ellas habitan, cuando debió decir sumidero o sencillamente cloaca. O en el señor Filmus, pedagogo de la Flacso, propulsora de las escuelas con guarderías y armerías, para que en las primeras depositen los jóvenes los frutos de sus mancebías ilícitas y en las segundas los instrumentos de su latrocinio. Quiérese acaso otro símbolo reciente: allí esta la fémina fatal de la new age a cargo del Fondo Nacional de las Artes, acaso porque cree que el universo de la plástica se limita a la cirugía, o porque ha descubierto que es preferible ser biodegradable antes que mortal.
Terror físico, económico y psicológico, al que en sendos casos el poder político oficial coadyuva y subsidia, ejerciendo así un auténtico Terrorismo de Estado. Sincronizada y vengativa continuación del que ya existió en los años setenta, cuando dos Estados Nacionales extranjeros, el cubano y el soviético, convergentes entre sí por vía del comunismo, financiaron y adiestraron a los cuadros guerrilleros que libraron una guerra revolucionaria contra la Argentina. Sabido es que el presidente y sus hombres reivindican cada día, desembozada e impenitentemente, su participación en aquella contienda, pero en el bando de los partisanos marxistas.
Si tres remedios se quisieran contra males tan graves, ya Santo Tomás los enunció en su De Regno. La unidad de la paz justa, la diligencia del gobernante a efectos de proveer la cantidad de cosas suficientes para el buen vivir, la conducción hacia el obrar virtuoso. Nada de eso harán estos terroristas adueñados de los resortes estatales. Mas por lo mismo no quedamos eximidos sino obligados a vigilar los restos entrañables de la patria prisionera, con la fortaleza de los antiguos custodios. Bien lo dice el Himno de la Liturgia de las Horas: "Dios que nunca duerme, busca quien no duerma. El como un almendro, con la flor despierta". Para esto nacimos y testimonio damos: para mantener encendido el fuego del vivac. Un fuego que alumbra y refulge, anuncia y comunica proclamas de esperanza y de victoria. •
Antonio CAPONNETTO