lunes, 28 de marzo de 2016

La aparición de Jesús resucitado – San Agustín


La aparición de Jesús resucitado – 

San Agustín


  
...después de la resurrección el Señor se apareció a sus discípulos y los saludó con estas palabras: Paz a vosotros. Esta es la paz y éste el saludo de la salud, pues el saludo trae su nombre de la salud. ¿Qué hay mejor que el hecho de que ella misma salude al hombre? Cristo es nuestra salud. En efecto, es nuestra salud aquel que por nosotros fue herido y fijado con clavos a un madero y, luego de ser bajado de él, colocado en un sepulcro. Pero resucitó del mismo con las heridas curadas, aunque conservando las cicatrices. Juzgó que era conveniente para sus discípulos el mantenerlas, para que con ellas se sanasen las heridas de sus corazones. ¿Qué heridas? Las de la incredulidad. Se les apareció ante los ojos mostrándoles su verdadera carne, y ellos creyeron estar viendo un espíritu. No carece de importancia esta herida del corazón. A consecuencia de ella, quienes permanecieron en la misma dieron origen a una herejía maligna. ¿Acaso juzgamos que los discípulos no estuvieron heridos por el hecho de haber sido sanados inmediatamente? Reflexione vuestra caridad; si hubiesen permanecido con la herida, es decir, pensando que el cuerpo muerto no había resucitado, sino que un espíritu con apariencia corporal había engañado a los ojos humanos; si hubiesen permanecido en esta creencia, más aún, en esta falsa creencia, se debería llorar no sus heridas, sino su muerte.

  Pero, ¿qué les dijo el Señor Jesús? ¿Por qué estáis turbados y suben esos pensamientos a vuestro corazón? Si los pensamientos suben, proceden de la tierra. Es un bien para el hombre no el que el pensamiento suba al corazón, sino el que su corazón se eleve hacia arriba, hacia allí donde quería el Apóstol que lo colocasen los creyentes a quienes decía: Si habéis resucitado con Cristo, saboread las cosas de arriba, donde está Cristo sentado a la derecha de Dios; buscad las cosas de arriba, no las de la tierra. Estáis muertos y vuestra vida está escondida con Cristo en Dios: cuando aparezca Cristo, vuestra vida, entonces apareceréis también vosotros con él en la gloria. ¿En qué gloria? En la de la resurrección. ¿En qué gloria? Escucha lo que dice el Apóstol refiriéndose a este cuerpo: Se siembra en la deshonra, resucitará en gloria. Gloria ésta que los apóstoles no querían otorgar a su Maestro, a su Cristo, a su Señor. No creían que él hubiera podido resucitar su cuerpo del sepulcro. Pensaban que era un espíritu; veían la carne, pero ni a sus ojos daban crédito. Nosotros, en cambio, les creemos cuando nos lo anuncian sin manifestárnosla. Ellos no creían ni a Cristo que se les manifestaba a sí mismo. Grave herida; apliqúense los medicamentos a las cicatrices. ¿Por qué estáis turbados y suben esos pensamientos a vuestro corazón? Ved mis manos y mis pies, taladrados por los clavos. Palpad y ved. Pero veis y no veis. Palpad y ved. ¿Qué cosa? Que un espíritu no tiene ni huesos ni carne, como veis que yo tengo. Mientras decía esto, según está narrado, les mostró las manos y los pies.

  Había ya motivo de gozo, pero todavía permanecía el sobresalto. Lo ocurrido era increíble, pero efectivamente había ocurrido. ¿Acaso resulta increíble ahora el que resucitó del sepulcro la carne del Señor? Todo el mundo lo creyó y quien no lo creyó permaneció inmundo. Entonces era ciertamente increíble; por eso el hecho se hacía patente no sólo a los ojos, sino también a las manos, para que a través del sentido corporal descendiese al corazón la fe y, habiendo descendido allí, pudiera ser predicada por el mundo a quienes ni veían ni palpaban y, no obstante, creían sin dudar. ¿Tenéis aquí, les dijo, algo que comer? ¡Cuántas cosas añade al edificio de la fe el buen constructor! No sentía hambre y buscaba comer. Y comió porque podía hacerlo, no porque tuviese necesidad. Reconozcan, pues, los discípulos como verdadero el cuerpo que reconoció el mundo entero por su predicación.

  Si por casualidad hay aquí presentes algunos herejes que todavía mantienen en su corazón que Cristo se apareció a los ojos, pero que no era verdadera su carne, depongan tal pensamiento y convénzales el Evangelio. Nosotros les reprochamos el que piensen así; él les condenará si perseveran en este pensamiento. ¿Quién eres tú que no crees que un cuerpo colocado en un sepulcro pudo resucitar? ¿Eres acaso maniqueo que ni crees que fue crucificado, porque tampoco crees en su nacimiento, y pregonas que él exhibió sólo falsedades? ¿Mostró él cosas falsas y tú dices la verdad? ¿No mientes tú con la boca y mintió él con el cuerpo? Piensas que se apareció a los ojos simulando lo que no era, que fue un espíritu y no carne. Escúchale a él. Te ama para no condenarte. Mira que se dirige a ti, desdichado; habla para ti. ¿Por qué estás turbado y suben esos pensamientos a tu corazón? Escúchale a él que dice: Ved mis manos y mis pies. Palpad y ved que un espíritu no tiene huesos y carne como veis que yo tengo. Diciendo esto la Verdad, ¿podía engañarse? Era un cuerpo, era carne; lo que había sido sepultado, eso aparecía. Desaparezca la duda, surja una digna alabanza.

  Así, pues, Cristo se manifestó a sus discípulos. ¿Qué significa el se? La Cabeza a su Iglesia. El preveía a la Iglesia futura extendida por el mundo; los discípulos aún no la veían. Mostraba la Cabeza, prometía el Cuerpo. ¿Qué añadió a continuación? Estas son las palabras que os he hablado cuando aún estaba con vosotros. ¿Qué significa cuando aún estaba con vosotros? ¿Acaso no estaba entonces con ellos y con ellos hablaba? ¿Qué significa cuando aún estaba con vosotros? Cuando era mortal como vosotros, lo que ya no soy ahora. Lo que era con vosotros cuando aún tenía que morir. ¿Qué significa con vosotros? Que había de morir junto con quienes tienen que morir. Ahora ya no estoy con vosotros, puesto que ya no he de morir nunca más, como los otros han de hacerlo. Esto os decía: ¿Qué? Os dije que convenía que se cumpliesen todas las cosas. Entonces les abrió la inteligencia. Ven, pues, Señor, fabrica las llaves; abre para que comprendamos. Dices todo y no se te da crédito. Se te toma por un espíritu. Te tocan, te palpan y aún se sobresaltan quienes lo hacen. Los instruyes con las Escrituras y aún no comprenden. Están cerrados los corazones; abre y entra. Así lo hizo. Entonces les abrió la inteligencia. Ábrela, Señor; abre también el corazón a quien duda de Cristo. Abre la inteligencia a quien cree que Cristo fue un fantasma. Entonces les abrió la inteligencia para que comprendiesen las Escrituras.

  Y les dijo. ¿Qué? Que así convenía. Que así estaba escrito y que así convenía. ¿Qué? Que Cristo padeciera y resucitara de entre los muertos al tercer día. Vieron esto. Le vieron sufriendo, le vieron colgando; después de la resurrección le veían presente, vivo. ¿Qué era lo que no veían? El cuerpo, es decir, la Iglesia. Le veían a él, no a ella. Veían al esposo; la esposa aún permanecía oculta. Anuncíela. Así está escrito y así convenía que Cristo padeciera y resucitase de entre los muertos al tercer día. Esto se refiere al esposo. ¿Qué hay sobre la esposa? Y que en su nombre se predique la penitencia y el perdón de los pecados en todos los pueblos, comenzando por ]erusalén. Esto aún no lo veían los discípulos; aún no veían a la Iglesia anunciada en todos los pueblos comenzando por Jerusalén. Veían la Cabeza y respecto al cuerpo creían lo que ella decía. Por lo que veían creían en lo que no veían. Semejantes a ellos somos también nosotros. Vemos algo que ellos no veían y no vemos algo que ellos veían. ¿Qué vemos nosotros que no veían ellos? La Iglesia presente en todos los pueblos. ¿Qué no vemos nosotros que veían ellos? A Cristo en carne. Del mismo modo que ellos le veían a él y creían lo referente al cuerpo, así nosotros que vemos el cuerpo creamos lo referente a la Cabeza. Sírvanos de ayuda recíproca lo que cada uno hemos visto. Les ayuda a ellos a creer en la Iglesia futura el haber visto a Cristo. La Iglesia que vemos nos ayuda a nosotros a creer que Cristo ha resucitado. Lo que ellos creían se ha hecho realidad; realidad es también lo que nosotros creemos. Se cumplió lo que ellos creyeron de la cabeza; se cumple lo que nosotros creemos del cuerpo. Cristo entero se manifestó a ellos y a nosotros, pero ni ellos ni nosotros le vimos en su totalidad. Ellos vieron la Cabeza y creyeron en el cuerpo; nosotros vemos el cuerpo y creemos en la Cabeza. A ninguno, sin embargo, le falta Cristo: en todos está íntegro, y todavía le falta el cuerpo. Creyeron ellos y por su mediación muchos habitantes de Jerusalén; creyó Judea, creyó Samaría. Acerqúense los miembros, acerqúese el edificio al cimiento. Nadie puede, dice el Apóstol, poner otro cimiento distinto del que está puesto, a saber, Cristo Jesús. Enfurézcanse los judíos; llénense de celos; apedreen a Esteban; guarde Saulo los vestidos de quienes arrojaban las piedras; Saulo, el futuro apóstol Pablo. Désele muerte a Esteban; alborótese a la Iglesia de Jerusalén; aléjense de allí los maderos ardiendo, acerqúense a otros lugares y prendan fuego. En cierto modo ardían maderos en Jerusalén; ardían por obra del Espíritu Santo cuando tenían todos un alma sola y un solo corazón dirigido hacia Dios. A la lapidación de Esteban sucedió una multitud de persecuciones: los maderos se esparcieron y el mundo se incendió.

  Luego aquel Saulo, persiguiendo lleno de furor a estos maderos, recibió cartas de los príncipes de los sacerdotes y rebosando crueldad, ansioso de muerte, sediento de sangre, emprendió viajes en todas direcciones, trayendo atados a cuantos podía, arrastrándolos al suplicio y saciándose con la sangre derramada. Pero ¿dónde está Dios, dónde Cristo, el coronador de Esteban? ¿Dónde sino en el cielo? Contemple también a Saulo, ríase de este despiadado y clame desde el cielo: Saulo, Saulo, ¿por qué me persigues? Yo estoy en el cielo, tú en la tierra y, con todo, me persigues. No tocas mi cabeza, mas pisoteas mis miembros. Pero ¿qué haces? ¿Qué provecho sacas de eso? Es duro para ti dar patadas contra el aguijón. Patada que das, daño que te haces. Depon, pues, tu furor; acepta la curación. Depon tu mala determinación y desea una buena ayuda. Aquella voz le postró en tierra. ¿Quién fue postrado en tierra? El perseguidor.
  Mirad, fue vencido con sólo una voz. ¿Qué te movía? ¿Por qué te mostrabas cruel? Ahora sigues a los que antes buscabas; de los que antes perseguías sufres persecución ahora. Se levanta predicador quien fue derribado siendo perseguidor. Pongo mi oído a la voz del Señor. Fue cegado, pero en el cuerpo, para ser iluminado en el corazón. Llevado a Ananías, catequizado por muchos, bautizado, acabó siendo apóstol. Habla, predica, anuncia a Cristo; siembra, ¡oh buen carnero!, lobo en otros tiempos. Míralo, contempla a aquel que se mostraba tan cruel: Lejos de mí el gloriarme sino en la cruz de nuestro Señor Jesucristo, por quien el mundo está crucificado para mí y yo para el mundo. Esparce el Evangelio; lo que concebiste en el corazón, dispérsalo con la boca. Crean los pueblos al oírte; pululen las naciones y nazca de la sangre de los mártires la esposa vestida de púrpura para el Señor3. ¡Cuántos, a partir de ella, se acercaron! ¡Cuán numerosos son los miembros que se adhirieron a la cabeza y siguen haciéndolo ahora con la fe. Fueron bautizados éstos, serán bautizados otros y después de nosotros vendrán aún otros. Entonces, digo, al final del mundo, se aproximarán las piedras al cimiento, las piedras vivas, las piedras santas, para que se complete el edificio que tuvo sus inicios en aquella Iglesia; mejor, en esta misma Iglesia que ahora, mientras se edifica la casa, canta el cántico nuevo. Así se expresa el mismo salmo: Cuando se edificaba la casa después del cautiverio. ¿Y qué? Cantad al Señor un cántico nuevo; cantad al Señor toda la tierra. ¡Cuán grande es esta casa! Pero ¿cuándo canta el cántico nuevo? Mientras se edifica. ¿Cuándo será la inauguración? Al final del mundo. El fundamento de la misma ha sido ya inaugurado, porque subió al cielo y no muere. También nosotros, cuando resucitemos para nunca más morir, seremos entonces inaugurados.

Obras Completas de San Agustín. X. Sermones (2.°) Sobre los Evangelios Sinópticos. Biblioteca de autores cristianos. Madrid. 1983. Págs. 874-882

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