La verdad se corrompe tanto por la mentira como por el silencio.
(Cicerón)
El que sabe hacer el bien y no lo hace, comete pecado.
El
bochornoso espectáculo que en los primeros días del corriente mes
ofreció el Congreso de los Diputados, con ocasión de las Sesiones de
Investidura para la Presidencia del Gobierno, ha supuesto el momento
culminante del proceso de desmoronamiento y desintegración que está
sufriendo España.
Proceso que se venía gestando desde hace años, a medida que los
españoles fueron abandonando sus tradiciones y su Fe cristiana, durante
todo un período de tiempo que fue cobrando un incremento progresivo
durante los gobiernos de Felipe González (el Presidente de los Gal y el
que comenzó a barrenar el Tribunal Constitucional), de Zapatero (el que
empujó a España al precipicio y asombró al mundo cuando dijo que la Tierra pertenece al Viento),
y de Rajoy (el que ha mentido a todos los españoles y ha traicionado a
España entregándola en manos de la Eta y de los separatistas catalanes).
Tal vez podría señalarse un orden entre ellos de malo a peor del
primero al tercero. Si bien el punto culminante de la degradación de
España se alcanzó con la firma de la Ley de la Memoria Histórica de
manos del Rey Don Juan Carlos. Documento que fue un verdadero monumento a
la hipocresía y a la iniquidad y en el que el Rey Don Juan Carlos
comprometió personalmente su propia deslegitimación.
Decía Santo Tomás de Aquino que cada Pueblo tiene el Gobierno que se
merece. Tal vez sea esa la razón de que España se encuentre gobernada en
este momento por un Sistema invadido por la corrupción y manejado por
una serie de oligarquías llamadas Partidos Políticos. Los
cuales dirigen en servicio propio una enmarañada red de organismos y de
personas que, de forma más o menos abierta y a veces encubierta, manejan
todos los resortes de la vida política nacional. Los Partidos Políticos
se asignan como misión principal aumentar constantemente las
respectivas áreas de Influencia y de Poder, así como también recaudar la
mayor cantidad de dinero posible (el destino de gran parte del cual
escapa a todo control), quedando solamente fuera del ámbito de su
preocupación la única tarea que no les importa en absoluto, cual es la
de trabajar por el bien común de los ciudadanos. A esta estructura hay
que añadir la figura de un Presidente del Gobierno en funciones
como el actual, cuya única función parece ser la de no hacer funcionar
ninguna función. Su utilización del dinero de todos los españoles para
financiar la separación de Cataluña es un delito sólo comparable al
silencio absoluto que guardan al respecto todos los demás políticos de la casta. ¿Quién ha dispuesto y dirige desde la sombra la fragmentación de España?
A este poco alentador cuadro de la presente España corresponde el absoluto silencio borreguil de un Pueblo del que puede decirse, haciendo eco a la sentencia bíblica, que es como oveja llevada al matadero y como mudo cordero ante el esquilador, sin exhalar queja ni abrir la boca.[1]
Ante una situación como la presente, y en una forma que parece
responder a lo específico de la naturaleza humana, los ciudadanos siguen
su vida como si nada ocurriera, según un proceso en el que todos han
convenido en fingir que lo que sucede es enteramente normal. Como
sucede, por ejemplo, con el hecho de que las mayores ciudades españolas
estén siendo gobernadas por grupos de sectarios enemigos de todo lo que
haga referencia al Cristianismo; cuya cobardía ha quedado patente cuando sus gestos de valentía
sólo han sido capaces de mostrarse ante los débiles que no pueden
defenderse (sería interesante verlos asaltar una mezquita o atreverse a
burlarse del Corán); y cuya ignorancia e incompetencia superan todo lo
imaginable. Lo cual podría inducir a cualquiera a pensar que tales
personajes son el resultado de haber sido elegidos democráticamente;
aunque en ese caso habría que someter lademocracia a una
disyuntiva: o bien tal democracia ha fallado estrepitosamente, o bien
los ciudadanos en conjunto padecen de deficiencia mental.
Llegados a este punto, sería el momento de intentar estudiar las
causas que han dado lugar a esta situación, aunque aquí ya se ha
apuntado la que parece ser la principal de ellas. Pero podemos
prescindir de momento de lo dicho y comenzar desde cero, fijando un
punto de partida que nos ayudará a plantear mejor el problema.
Como es natural, los analistas políticos y los no políticos ponen
todas sus facultades en juego para aportar soluciones, aunque ninguna de
las encontradas suele resultar acertada, como lo prueba el hecho de que
cada día surgen otras nuevas. En las conversaciones entre Partidos
Políticos para alcanzar un Pacto de Gobierno, los analistas agotan todas
las combinaciones y permutaciones conocidas por las matemáticas, aunque
sin encontrar nada satisfactorio.
Algunos abogan por la necesidad de un diálogo de buena voluntad para
llegar a un entendimiento. Necesario, por otra parte, dada la urgencia
de formar Gobierno. Aunque olvidan que, ya desde los tiempos de la Torre
de Babel, el diálogo de buena voluntad entre los hombres que
han abandonado a Dios, por creerse autosuficientes, es imposible que
exista. Pero siempre el mundo estará poblado por ingenuos: Bienaventurados los que creen en los pasos de cebra, porque pronto verán Dios.
Muy pocos son los que confiesan honradamente que la cosa no tiene salida. Cristina Losada, por ejemplo, escribe en Libertad Digital que la solución que aportan algunos acerca de un Gobierno formado por hombres buenos independientes,
en realidad no solucionaría nada. Y tiene toda la razón. El problema
radica en que si un grupo de hombres buenos nada podría resolver,
resulta difícil imaginar lo que podría arreglar un grupo de hombres malos, independientes o no independientes.
Y mientras que los expertos no encuentran soluciones, todo el mundo
augura, aunque nadie lo diga claramente, que cualquier cosa que ocurra,
con Pacto, sin Pacto, o con nuevas elecciones, será catastrófica de
todos modos. Y no se aportan soluciones por la sencilla razón de que no existen,
puesto que no se puede resolver un problema sin atender a las causas
que lo han producido. Y en este caso, como siempre, tampoco se
profundizará jamás hasta la verdadera raíz de lo que está sucediendo. La
cual, como hemos dicho arriba, no es otra que el hecho de que España ha
renegado de Dios y de todos los valores que entraña el Cristianismo
(único garante, dígase lo que se quiera, de los valores humanos).
Pero una sociedad como la española actual, paganizada y corrompida
hasta la médula, tolerante con todos los enemigos de la Fe, adoctrinada
durante veinticuatro horas al día por unos medios de comunicación
expertos en vomitar mentiras y capaces de emporcar y arruinar el cerebro
de las masas, culturizada por un Cine (parásito del Estado y
del dinero que le aportan los mismos ciudadanos) que no conoce el Arte
ni el ingenio ni por haberlos visto en un horizonte lejano, etc… Esta
sociedad que rechaza todo lo sobrenatural, jamás reconocerá que la causa de los males que se padecen hoy en España es sobrenatural.
Los males que se padecen hoy y los que vendrán a partir de mañana y de
pasado mañana y después, que serán aún mayores, por supuesto.
Sucede, por desgracia, que los hombres que se obstinan en vivir del
error y en el error, caen en otro aún más disparatado, como es el de
creerse intelectuales y en posesión de la absoluta verdad. De
ahí que cualquier solución que alguien intente aportar desde la óptica
de lo sobrenatural será considerada por ellos con desprecio como sermones de curas. Que es la forma de despachar los problemas quienes no encuentran otra forma de hacerlo.
El hecho de que la sociedad española no este dispuesta a reconocer lo
que está sucediendo, no es más que el principio de los dolores. ¿Y cómo
podría alguien suponer que Dios, al fin y al cabo el Señor de la
Historia, no acabará tomando cartas en este asunto? ¿Alguna vez ha
dejado de castigar los pecados y los vicios de los hombres? Es cierto
que los cristianos de la Nueva Iglesia postconciliar han decidido
reconocerle a Dios —caso de que exista— el título de misericordioso.
No se sabe si en alabanza de lo divino o en provecho de las apetencias
humanas. Aunque no le conceden cualquier otro atributo emblemático, como
podría ser por ejemplo el de la justicia, de cuyo nombre, como
le ocurría a Cervantes con el lugar del nacimiento de Don Quijote, ni
siquiera se quieren acordar. El único obstáculo que presenta este asunto
es la existencia de la sentencia inapelable de San Pablo y que, en
definitiva, es lo que queda: De Dios nadie se ríe.[2]
Los señores Obispos de la Conferencia Episcopal Española han
manifestado su estupor y su extrañeza ante la situación actual española,
para la cual dicen no encontrar explicación.
Sin embargo los Obispos parecen haber olvidado que la emisora de
radio Cope —cuya mayor dedicación es la del deporte, cuando apenas posee
un mínimo espacio de contenido religioso—, de la cual son propietarios y
responsables, ha estado durante muchos años haciendo propaganda en
favor de un Partido Político corrupto y anticristiano como es el PP,
además de ocultar también sistemáticamente sus muchos desafueros.
También conviene hacer un poco de historia a fin de ayudar a los señores Obispos a disipar su consternación.
España había gozado durante los cuarenta años de dictadura de muy
buenos Obispos, con los que el Pueblo cristiano vivía en paz y en un
ambiente general de fervor y de Fe. Hasta que llegaron los vientos del
Concilio Vaticano II y el Papa Pablo VI —cuya antipatía hacia Franco era
demasiado conocida— decidió salvar a la Iglesia española. Para lo cual era necesario desligarla del régimen franquista —aborrecido por Pablo VI— y liberarla de la opresión a la que la tenía sometida la fidelidad a la Tradición.
A este fin envió a España al que luego fue Cardenal Dadaglio, quien
se dedicó a desmantelar la Iglesia española desde 1967 hasta 1980, en
connivencia con el Cardenal Tarancón. El cual, en un alarde de gran
perspicacia, se prestó ardorosamente al juego y a bailar al son de los
nuevos vientos que soplaban. Tarancón ya había olvidado para siempre,
entre otras muchas cosas, la advertencia que él mismo había hecho a Don
Juan Carlos en el discurso de su toma de posesión como Rey, en la que
aseguró que la Iglesia española se apresuraría a amonestar al Monarca
cuando su conducta se apartara en lo más mínimo de los rectos
principios.
Puesto que todavía estaba vigente el privilegio de presentación de
Obispos por parte del Jefe del Estado, la política seguida por el tándem
Dadaglio–Tarancón, siempre a las órdenes de Pablo VI, consistió en la
creación de Obispos Auxiliares en gran cantidad. No se exigían para ello
especiales cualidades referentes a un espíritu pastoral ni de fidelidad
a la Iglesia, y sí únicamente la condición de ser afines a las
políticas izquierdistas y opuestos al Régimen.
Las consecuencias desastrosas para la Iglesia española no se hicieron
esperar, sin que haya necesidad de especificarlas aquí puesto que de
todos son conocidas y además perduran hasta el día de hoy.
A partir de entonces la Iglesia española ha estado regida por una serie casi ininterrumpida y casi total de Obispos mudos, en completa connivencia con el mutismo y silencio borreguil de toda la sociedad española y que aquí hemos denominado Silencio de los Corderos. Aunque en el caso de los Obispos más bien hay que hablar de Silencio de los Pastores. Pues parece que fue el gran Jaime Campmany quien, con su gracejo murciano, inventó la expresión de lenguaje episcopal para aludir al modo de hablar sin decir nada propio de los Obispos.
Un leve repaso a la Historia, junto a un sincero examen de
conciencia, quizá fuera suficiente para que los señores Obispos hallaran
la explicación de lo que sucede. Y si bien es verdad que no sería justo
cargar sobre ellos todo el peso de la culpa, es bien cierto sin embargo
que su cooperación ha tenido bastante que ver con el problema.
Mientras tanto, el reloj de la Justicia divina continúa su cuenta
atrás y no tardará en hacerse sentir. Es duro y lastimoso que España
necesite una grave sacudida que va a acarrear la desgracia y el
sufrimiento de muchos, pero que será el único modo de que despierte de
su marasmo y de iniquidad en la que vive.
Dentro de todo, lo que es innegable es que los Obispos españoles, no
todos ciertamente pero sí en su mayoría, se han hecho acreedores a la
sentencia de San Pablo:
Lo que Israel busca no lo consiguió, mientras que los elegidos lo
consiguieron. Los demás, en cambio, se endurecieron, conforme está
escrito:
Les dio Dios espíritu de necedad,
ojos para no ver,
y oídos para no oír,
hasta el día de hoy.[3]
Padre Alfonso Gálvez